martes, 21 de febrero de 2023

Amancio

En las contadas ocasiones en que lo he visto en alguna entrevista televisiva, me ha recordado siempre al jugador que yo idolatré siendo un chavea: su mirada franca con aquel rictus de seriedad gallega, ahora endulzada por los años, su lunar en la mejilla derecha, su media sonrisa, incapaz de ser completa, su prosodia ajustada, discreta, casi lacónica... ¡Amancio! ¡Casi ná!

Hace unos meses, sin embargo, me alarmó verlo en el saque de honor de uno de los partidos del Madrid, su Madrid. Lo comenté con alguien: "no me gusta lo que he visto de Amancio". "Pero si solo ha sido un momento, no has tenido tiempo de ver nada", me contestó mi amigo. Pues sí que lo tuve. Algo vi. Llevaba una gorra campera en la noche fría madrileña. Puede que solo fuese para protegerse. Vale. Pero no me dio buena espina. Me costó reconocerlo, a mí, que lo identifico incluso sin mis gafas de miope. Fueron tres segundos, pero lo noté distinto, de estas veces que no sabes explicar lo que es, pero lo sientes. Le había abandonado la chispa, su fugaz mirada a la cámara le delató ante mis ojos tan sensibles para con su persona. Y, mirad qué cosa más tonta, o más sublime (quién sabe), me vine abajo. Amancio tiene un cáncer. Lo vi clarísimo.

Esta mañana, en el desayuno, han dado la noticia. Amancio ha muerto. Para mí, no ha sido sorpresa, pero me he emocionado. Creo que en el camino hacia el parking he debido retener alguna lagrimita. En fin... Hay personas que no deberían morir nunca. O al menos, que no deberían morir antes que uno. No seas exagerado, me diréis. ¿Qué tienes tú que ver con Amancio?

¿Qué tengo que ver con el Capitán Trueno? ¿Y con los Brincos? ¿Y con Karina?... Son mis ídolos de juventud. Nada tengo en común con ellos, pero simbolizan en mi espíritu las vicisitudes de un tiempo formidable, de un tiempo feliz. Han muerto ya jugadores madridistas de leyenda: Distéfano, Gento, Puskas, Velázquez, Zoco, Sanchís padre... Pues no ha sido lo mismo. Cualquier otro jugador del Madrid que pudiera morirse antes que yo no me produciría el pesar que hoy siento. A lo mejor tenemos que dejar a Pirri en un aparte. En el seminario, yo era Amancio, con permiso de Joaquinillo Baena, mucho más fiero y auténtico que yo. El día que muera Pirri (quiera Dios no tenerlo anotado en décadas), mi amigo José Pablo sentirá lo mismo que yo siento hoy: tristeza incomprendida por sus cercanos.

Alfredo Relaño, el magnífico cronista futbolero, publica hoy en el "As" un extenso artículo con la semblanza futbolística de Amancio. Y me doy cuenta de que yo sabía de Amancio mucho más que este excelente periodista deportivo. Porque conocía no sólo su singladura como futbolista, sino, además, detalles y particularidades de su vida personal y familiar: el nombre de su mujer y de sus hijos, sus gustos en el comer y en el vestir (recuerdo con emoción cómo le pedía a mi madre que me comprara jerseys de cuello alto y cerrado como los que usaba Amancio, y que no los encontrábamos en la Tienda Nueva), sus sitios preferidos de vacaciones... Lo vi jugar en vivo en el estadio del Arcángel en dos ocasiones, allá por los años 68 y 69 del siglo pasado. Sólo los quince últimos minutos de sendos partidos, que era cuando el cancerbero del estadio abría los portones del Gol Norte para la chiquillería y otros menesterosos.

Soy un nostálgico, lo reconozco. Y es así, supongo, porque he tenido una vida envidiable, de niño y de joven, una vida muy dichosa, que luego ha tenido su continuidad en la madurez y en la vejez. Soy un hombre afortunado. Y me apena experimentar la pérdida de todo aquello que ha sido parte de mi felicidad. Y Amancio lo ha sido.

Descanse en paz el más "brujo" de todos los futbolistas.






viernes, 17 de febrero de 2023

¿Qué está pasando con los médicos?

-¿Qué puñetas está pasando con vosotros los médicos? -le pregunto abiertamente a una amiga anestesista-. Me preocupa una especie de bajonazo. No sé...

-¿Que qué está pasando? -Me mira con ojos desencajados-. ¿Bajonazo, dices?...

-Sí, te lo digo en confianza. Desde poco tiempo a esta parte he visto, tanto en los hospitales como en los centros de salud que frecuento, ciertas actitudes del personal en general, pero sobre todo de los médicos, que no me cuadran. No sé si me entiendes...

-A ver, querido amigo, si tú entiendes esto otro -me replica con cierto tono de enfado-: llevo siete días sin ver a mis hijos. Mi marido se encarga de todo en mi casa. En la última semana, entre jornadas normales, jornadas complementarias, sustituciones de compañeros en baja laboral y guardias, he trabajado setenta y dos horas. ¡Setenta y dos!!! Lo máximo permitido, guardia incluida, son cuarenta y cinco horas. Pues setenta y dos. Sin libranza de guardia, a lo bestia. No sé si me entiendes... -me devuelve la coletilla, abriéndome sus manos de manera muy expresiva. Y remata-: ¡estamos... Achicharrados, no. Lo siguiente!!

Por lo que yo he vivido en mis 37 años de médico en activo, en Andalucía nunca ha habido voluntad política de apoyar de manera decidida la sanidad pública. No es cosa de ahora. Que no nos confundan con lo de los recortes de Juanma Moreno. Que sí, que es verdad; pero casi lo mismo pasaba con Susana Díaz y antes, con Griñán y con Chaves... Durante décadas y décadas, hemos sido (y lo seguimos siendo, me temo) los últimos de España en el ranking de camas hospitalarias por habitantes, de ratio pacientes/médico, de sueldos del personal sanitario, de ayudas a la Dependencia... Los que hemos estado al pie del cañón nos enorgullecemos de sabernos los salvadores esforzados de nuestra sanidad pública, pese a nuestros políticos. Es duro y quizá no sea del todo verdad, pero nosotros así lo hemos sentido. La Administración Sanitaria se ha aprovechado vergonzosa y vergonzantemente de la bondad y de la mal entendida vocación de la gran mayoría de sus profesionales. Abuso. Y un servidor ¿qué queréis que os diga? ha vivido esto con orgullo, en la obstinada creencia de cumplir con una misión muy especial, cuasi apostólica. 

Mucho mejor que yo lo explica Federico Soliguer, endocrinólogo del hospital regional de Málaga: "... Y lo que está ocurriendo es el desprecio a la auctoritas profesional, considerada y gestionada por las sucesivas gerencias como 'recursos humanos' al mismo nivel que los recursos no humanos. Han sido demasiados años de impunidad de las gerencias, demasiados años contratando por días o por semanas o meses, generando así una plantilla que languidecía con una absoluta servidumbre laboral. Demasiados años en los que el modelo docente de las nuevas generaciones (MIR) ya no se basaba en el viejo corpus médico heredero del 'téchné iatriké' hipocrático, sino en la cultura de gestión pura y dura en el que los objetivos de las nuevas Unidades de Gestión (que han terminado por sustituir a los Servicios médicos), han sido los cuantitativos de las gerencias, conseguidos como fuera, incluso al precio de conculcar la buena práctica médica. Unos modelos gestores y docentes, que han dado lugar a un nuevo tipo de médico, más acomodaticio, más atento a las 'sesiones de gestión' que a las 'sesiones clínicas'. Unos gestores acostumbrados, tras años de 'servidumbre voluntaria' a hacer de su capa un sayo, celosos cancerberos de las directrices políticas... Gerentes que en los últimos años han ido silenciando y desterrando al ostracismo a muchos profesionales muy valiosos".

Y ahora parece que se le ha dado la vuelta a la tortilla. Los médicos, contrariando su habitual adocenamiento, se están rebelando. Se ha puesto el foco en Madrid, faro de todas las Españas, pero es un problema generalizado, me temo. Las gentes de izquierda demonizamos sin reparo a Ayuso cual hidra venenosa, pero la cuestión se extiende allende sus dominios, salvo -quizás- en el País Vasco y Navarra. Y los mandamases de la sanidad tienen un gran problema: se han quedado sin médicos. Por abusones. Y siendo ello grave, no es lo peor, lo peor es que somos los ciudadanos de a pie los que hemos de pagar los platos que ellos, los malos gestores, han roto menospreciando la joya de nuestra tierra, la sanidad pública. 

Sólo falta ya que sea la propia ciudadanía la que, superando diferencias ideológicas, manifieste claramente su apoyo incondicional a la sanidad pública y exija de los políticos no sólo los recursos necesarios, sino también el respeto al capital identitario de los profesionales de la salud.


¡Que así sea!!!

 


 


viernes, 3 de febrero de 2023

Los dulces me pierden

De paseo matinal con mi perrita, muy cerca de mi casa tropiezo con una tienda nueva. Nada de particular, cada dos por tres se abren unas y se cierran otras tiendas en Antequera. Nada de particular, si no fuera por lo que es: ¡¡¡es una pastelería!! Y de las buenas. Se han enterado; ya era hora. Llevo viviendo en esta ciudad cuatro largos años y, por fin, me tienen rodeado. Se ha corrido la voz: ¡¡aquí vive un goloso!! Cinco pastelerías en un radio de cincuenta metros. Sin escapatoria.

Amarro a mi perrita a un asidero a propósito en la entrada y me cuelo a gulismear. ¡¡Huummm! ¡¡Qué fragancia tan enervante!!! Estoy por creer que a mis años, apaciguado ya el antiguo furor viril, más que ninguna otra cosa, lo que más me sube los niveles de endorfinas y de oxitocina es la contemplación casi mística de un mostrador de pasteles. Ni siquiera comerlos, solo venerarlos con la mirada. ¡Ah! ¡Qué legado de dulzura me dejó mi abuela Josefa!

Imposible esta mañana vencer la tentación. Es una tienda nueva y hay que promocionarla. En bastantes ocasiones compro pasteles sin necesidad (y luego los congelo) por temor a que cierre alguna confitería por falta de clientela.

-Todo el muestrario que ve usted son pasteles caseros. Todos, hechos por mi madre -me aclara la chica-. Mire usted la pinta de este bizcocho de nueces...

Total: dos porciones de bizcocho (hoy almuerza conmigo mi amigo el Pintor y lo sorprenderé con una ración), dos empanadillas de cidra y un tarrito de bienmesabe. Ea, hasta mañana.

Tan ensimismado con el botín alcanzado, tiro derecho para mi casa, a escasos veinte metros, con el ansia de probar enseguida las empanadillas. Aunque hago el régimen de ayuno intermitente, estoy en hora de comer, menos mal; si llego a comprarlas por la tarde tengo que aguardar hasta  mañana en el desayuno para poder catarlas.

Pero antes de abrir el envase, ya en casa, echo en falta a mi perrita... ¿Dónde coño he dejado a mi Pelu??? Salgo corriendo escaleras abajo y cruzo la calle... Y allí estaba la probe, atada donde la dejé, sin decir ni pío.

-¡Qué buena es!! No ha dado un ruido -me dice la chica pastelera-. Cuando me he dado cuenta de que usted la había olvidado ya lo perdí de vista. Pero se ha portado como una señorita muy bien educada.

-Perdone usted. Habrá visto que los pasteles son mi perdición. Pierdo la cabeza.