A lo largo de mi vida médica
he escuchado en muchas ocasiones a algunos de mis compañeros que intentan
definir al internista como una especie de director de orquesta: el que decide
cuándo entra en acción este especialista o éste otro; el que indica tal o cual intervención;
el que conduce el debate… No me gusta el símil. Sobre todo, porque, en mi
opinión, no se ajusta a la realidad actual. Me resulta más atractivo pensar en
el internista como aquel mecánico de taller antiguo que
te arreglaba el coche sin más tecnología diagnóstica que atender tu relato,
abrir el capó y escuchar el ruido del motor.
Todo eso, sin embargo, es filosofía. Por lo que sé, los internistas nos esforzamos, sin mucho éxito, en explicar al público qué es lo que somos. Y parece claro que esas explicaciones no llegan a la gente que sigue en las mismas, esto es, sin conocer nuestro quehacer. Creo que en ese sentido hemos equivocado la pregunta. En vez de qué es un internista, deberíamos responder a esta otra, puesto que somos aquello que hacemos: ¿a qué se dedica en la práctica diaria un internista en nuestros hospitales?
Esta pregunta me la hizo anteayer mientras almorzábamos mi amigo
Pepe Esquinas, un luchador incansable en la enseñanza de la necesaria comunión hermanada
entre el hombre y la Naturaleza. El delicioso postre de Bienmesabe de mango me abrió
las entendederas. Veamos ejemplos prácticos.
Existen muchas enfermedades
que no son de un solo órgano, sino que afectan a muchos órganos y sistemas. Se
les llama enfermedades sistémicas. El Lupus, la Sarcoidosis, la Amiloidosis, Hemocromatosis,
Porfirias, las septicemias, las enfermedades inflamatorias crónicas, las
temibles vasculitis, los síndromes autoinflamatorios, las fiebres prolongadas,
los síndromes consuntivos, la enfermedad hipertensiva, las trombosis, las
antiguas enfermedades psicosomáticas… Son procesos que escapan a la competencia
de cualquier especialista “de órgano” y deben ser manejados por el internista,
el especialista global.
Algunas enfermedades que
terminan siendo de “órgano” (corazón, intestino, cerebro…) comienzan con
síntomas muy inespecíficos, difíciles de asignar a ningún órgano concreto en
sus inicios. El internista es el médico más adecuado para descubrir la sospecha
y orientar al paciente al especialista más adecuado.
Hay bastantes pacientes que hacen acopio de más de dos o tres enfermedades, sobre todo los ancianos. En estos
casos, resulta mucho más útil, cómodo y eficiente el manejo por un internista
que por cinco especialistas. En general, las distintas patologías que se
presentan en la ancianidad tienen unas connotaciones diferenciales muy
significativas con respecto a esas mismas patologías en edades más tempranas. Y
eso, los internistas lo sabemos de carrerilla.
Los enfermos ingresados en
las unidades quirúrgicas no tienen ningún recato a la hora de complicarse
cualquiera de sus otras enfermedades previas en el postoperatorio inmediato o
tardío. Los cirujanos y los traumatólogos saben latín a la hora de operar, son
la repera en el diseño, fontanería y costuras de nuestro cuerpo, pero no les
pidas mucho más. No es nada infrecuente que estas unidades dispongan de un
internista consultor para atender contingencias esperables o inesperadas.
La pandemia del Covid ha
puesto de manifiesto la disponibilidad y versatilidad de los internistas ante
cualquier situación catastrófica que pueda presentarse. Somos médicos para
todo.
La gran mayoría de las
unidades de cuidados paliativos hospitalarias está constituida por internistas.
Cualquier enfermedad en sus estadios terminales se convierte en una enfermedad
sistémica que no sólo afecta al cuerpo en su totalidad, sino sobre todo al
ánimo, al afecto, al sentimiento. Y genera mucho sufrimiento. El sufrimiento no
es medible ni abordable con ninguna de nuestras modernas tecnologías. Y allí
donde no alcanza la técnica se alza la palabra, el gesto cariñoso, la medicina
de los cuidados: nosotros, los internistas.
Y de la misma manera, como internista se comporta cualquier médico, no importa su especialidad, que asista a un paciente desde esa perspectiva abierta e integral, que se interese no solo por el órgano enfermo, sino por la persona enferma, que ponga los medios a su alcance para una asistencia de calidad y que no permita que el uso de la alta tecnología aplicada al enfermo despersonalice su actuación médica
¡Qué bien me ha sentado el
postre, oye!!