miércoles, 10 de abril de 2013

Desvergüenza.


Esta vez no he sido yo. Tengo testigos. No he sido yo quien ha atizado el fuego. Ha sido ella, la viejita inocente y arrugada.

Viene con su nuera. Tiene setenta y seis años y una cara en la que el sol salitroso de la marisma  ha desparramado marcas de ocre y cartón. Pero es muy graciosa. Mientras escribo en el ordenador  la evolución clínica le voy pregonando algunos de los resultados de sus análisis.

-¿Cómo tengo esta vez la creatinina? -Veréis lo instruídos que están mis pacientes, eh.
-Bien, ha bajado un poquito.
-¿Y eso es bueno?
-Uummh -asiento con la cabeza y sigo escribiendo.
-¿Y el potasio? -No me digáis que no tiene arte: una vieja de esa edad  preguntando por su potasio.
-El potasioooo..., pues ha subido un pelín, tienes ahora 5,6.
-¿Y qué tengo que hacer para bajarlo?
-Vamos a ver -y repaso la medicación por si alguna pastilla le perjudicara al dichoso potasio-, no, nada, puedes seguir con el mismo tratamiento. Lo único, que debes de evitar ciertos alimentos que son muy ricos en potasio.
-¿Cúales?
-Sobre todo los plátanos. No debes comer plátanos. -Y sigo en lo mío. Pero alcanzo a escuchar algo que dice con media voz a su nuera y a mi estudiante.
-Yo, plátanos no como nunca...Bueno, el de mi marido quizás, pero muy de tarde en tarde.
-¿Cómo has dicho, María?
-Ah! ¿Pero se ha enterado?
-Pues claro que lo he oído.

Nos reímos todos y al final remata:
-Es que con la edad, una pierde...
-Memoria -me adelanto yo.
-Y vergüenza -se ríe ella.
-Pues que sepas una cosa, María: no todos tenemos la suerte de tu marido. Ni siquiera de tarde en tarde.

Ea, yo no podía dejar escapar una ocasión como ésta.


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