miércoles, 18 de noviembre de 2015

Eneida

El primer nombre del listado de mi consulta de hoy es Eneida Gómez Silvestre.
Las cuatro o cinco personas primeras de la lista son pacientes nuevos, no conocidos por mí, gente que viene por primera vez a mi consulta. El resto, hasta completar catorce, lo componen personas que acuden a revisión.
Sentado en mi mesa de trabajo frente al ordenador y estrenando bata nueva sin mi nombre cosido en el bolsillo -están ahorrando hasta en costurera-, estoy preparado para afrontar una nueva jornada. Antes de hacer pasar a Eneida reflexiono un rato. Medito. Me gusta empezar la dura mañana meditando. Al estilo del seminario. Es algo simple, pero muy conveniente. Es conveniente centrarse en lo que vamos a hacer. Estas personas que esperan verme lo hacen desde hace un mes por lo menos, han tenido tiempo de enterarse acerca de quién soy yo, han madrugado aún más que yo, vienen en ayunas desde lejos, desde Morón o Pruna, o desde aquí más cerca, Alcalá o Dos Hermanas, en coches particulares conducidos por sus hijos o nietos o en ambulancias colectivas donde departen impresiones y emociones "A mí me va a ver don fulanito o don perenganito". "Pues a mí me ha tocado el doctor Rivera". "Ah, ¡qué suerte!... No puedo permitirme un mal día. Los médicos no deberíamos tener nunca un mal día, no podemos defraudar a nuestros pacientes, criaturas frágiles por lo general, que llegan a nosotros con unos sentimientos mezclados entre el miedo y la esperanza. Aún perdura en mi dura sesera el cabreo que pillé ayer tarde en el Tomillar con un compañero. No estoy fino. Hoy podría ser un mal día. Y no lo va a ser precisamente por este rato de meditación que me lo recuerda. "Ni Eneida, tu primera paciente, ni ninguno de los demás tiene nada que ver con eso. Céntrate en lo tuyo".
 
Por su nombre tan especial y raro espero que Eneida sea una jovencita de éstas que me consultan por ganglios o por lipotimias. Poca cosa, pienso. Al salir a la puerta y llamarla por su nombre levanta tímidamente su mano una ancianita dulce y delicada, sentada ella en su carrito de ruedas empujado por su marido. Con sus chapetas en las mejillas, su cara orondita y su cabello de plata recogido con horquillas en un moño de algodón me ha recordado un montón a nuestras abuelas antiguas. Y ya, una vez entrado en harina, se me olvida todo y me vuelco con ellos. Me desangro.
 
El marido me cuenta la historia. Tiene un Alzheimer muy avanzado. En realidad la mujer viene por un problema menor ya resuelto. Ha tenido una anemia que ha mejorado rápidamente con tratamiento de hierro. Sólo tengo que certificar en su historia clínica los datos últimos de laboratorio, darle de alta y cerrar este episodio. Pero me resisto a pasar de manera tan fugaz por la vida de esta ancianita tan tierna.
- Pero bueno... -me encaro con ella riéndome-, yo me esperaba una chavalita guapa y mire usted lo que me encuentro, a la abuela de Caperucita.
Por toda respuesta, abre muchos sus ojillos brillosos a punto de brotar y me regala una sonrisa suave, larga y plácida.
-Ella... -tercia el marido-, ella no se entera de nada, la pobre, no está en este mundo...
-Sí que se entera. Mire usted cómo me ha sonreído. Con intención.
 
Y no apartaba su mirada de mí. Esperanzada. Agarré mi silla y me senté a su lado. Le cogí una mano y le conté todo lo que en ese momento se me vino a la memoria de viejo. Que su nombre, tan requetebonito, Eneida, procede de una obra literaria escrita hace muchos, pero que muchos años, por un escritor muy antiguo, más antiguo todavía que Jesucristo, que se llamaba Virgilio. Y que narraba un popurrí de guerras navales y terrestres entre tirios, troyanos y griegos, la famosa Guerra de Troya, y luego, como consecuencia, la trágica historia de un héroe llamado Ulises que tuvo que huir de su patria perseguido por sus enemigos, abandonando a su mujer y a sus hijos, pasando miles de aventuras , conociendo a gentes  y tierras extrañas... hasta que luego de pasados muchos años pudo al fin regresar a su casa con los suyos. Le revelé -viendo la atención que prestaba- que esa obra, la Eneida, fue nuestro libro de texto de Latín de sexto de bachiller y de Preu en el Séneca, y le hablé de nuestro inefable profesor don Rogelio "El Chino", tan bueno como rígido, enjuto y malhecho. Y ya puestos, me puse a hablarle del Griego, con nuestra profesora, la tímida y recatada doña Nemesia, que ése sí que era un  nombre feo donde los hubiera. Y le hablé de la Ilíada y la Odisea, que también tradujimos íntegras...
 
Y ella, Eneida, embobada conmigo. Me pareció interesada en que continuara relatándole cosas, como el niño que no se cansa de escuchar los cuentos de  su abuelo. No pió en ningún momento. Pero al terminar mi perorata levantó su brazo derecho para posar su mano sobre mi cara, apenas rozándola con sus dedos sarmentosos y delicados. Como cuando Platero rozaba las amapolas gualdas con su hocico de plastilina negra. Como queriéndome decir: "Gracias, doctor".
 
Ha sido, sin duda, una buena manera de empezar la mañana. La mejor.
 

11 comentarios:

  1. Mi médico me cuenta estas cosas y me trata así y le acaricio la cara y le hago mimitos, sin mariconeos claro.

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  2. Francamente entrañable, emocionante. ¡Qué efectos "secundarios" más sublimes tiene la meditación! Felicidades por tu artículo y gracias por regalarnos ternura en mitad del estres laboral.
    Frasqui.

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  3. Francamente entrañable, emocionante. ¡Qué efectos "secundarios" más sublimes tiene la meditación! Felicidades por tu artículo y gracias por regalarnos ternura en mitad del estres laboral.
    Frasqui.

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  4. Siendo un buen médico -eso está claro- eres aun mejor persona.
    Cuando alguien te trata así no lo olvidas nunca.
    Gracias a las buenas personas buenas que nos reconciliáis con el mundo.

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  5. Gracias muchachos. La verdad, incluso a mí, que vivo todos los días situaciones anímicas similares, me resulta conmovedor el relato. Ante casos de personas como Eneida me da cierto repelús la cercanía de mi jubilación.
    Un abrazo.

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  6. Fili, me enorgullece tener amigo con esa sensibilidad y dedicación profesional. Un beso fuerte y no de esos amariconados que das tú, poniendo la carita.

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  7. Jajaja. Sabes, Antonio, que mi parte femenina es bastante fuerte en mi personalidad. Por eso lo de mi sensibilidad y los besos de mua mua.
    Nos vemos.

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  8. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  9. A los piropos de los anteriores comentarios solo me queda añadir la enorme inteligencia que posees y aplicas, pues a los beneficios que obtiene la persona que acude a tu consulta se añaden el placer de sentirse útil ayudando y dando afecto a quienes en el mejor de los casos están preocupados y en el peor arrastran un gran sufrimiento. Es una magnifica manera de empezar la jornada laboral poniéndose en el sitio del enfermo, pues las posibles incomodidades que puedan aparecer son mas fáciles de sobrellevar. Me entristecen y cabrean aquellos médicos que "despersonalizan" a sus pacientes y los ven como casos u objetos que en ocasiones les producen malestar .
    En cuanto a la jubilación, te lo digo por experiencia, disfrutaras de disponer de tiempo para lo que te apetezca y no verte condicionado por las obligaciones laborales, sin embargo echaras de menos esas ocasiones de poder ayudar a personas que seguirán necesitando de un médico como tú. Un abrazo

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  10. Sí, es verdad Antonio. Pero ninguno somos imprescindibles. Nosotros hemos aprendido desde Villaharta, Peñarroya y Conquista esta forma de humanizar y personificar la Medicina, y nos creemos que se va a perder cuando nos vayamos. No. También dejaremos escuela, no te quepa duda. Mis estudiantes y mis residentes nos secundarán. Un abrazo.

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  11. José María te ha salido la vocación de médico al más puro estilo, viendo a la persona al completo como alguien que siente y necesita afecto.
    Y no solo los achaques de la edad.
    Se nota que algo se te quedó puesto en tu forma de ver la vida a raíz de aquellas meditaciones de silencios generales a golpe de campana.
    Te felicito, hoy día no es lo más habitual escuchar ese remanso de calma en quien nos atiende, dado el estrés que nos acompaña a todo el mundo.
    Me atrevo a darte un consejo de amigo, no te preocupes por como te irá en la jubilación, las personas que como tú tienen y sienten algo más que la vida de trabajo, el día que se jubilan se buscan una y mil alternativas para seguir ejerciendo en lo más importante que tenemos.
    Vivir la vida al lado de nuestros familiares y seres queridos tratando de ayudar en lo que se pueda.
    Un saludo.
    Juan Martín.

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