lunes, 8 de febrero de 2021

La palabra

En mis últimos años en activo lo advertía con frecuencia a los residentes y a los estudiantes: el valor de la palabra en nuestro oficio. Tenemos una medicina de vanguardia, unos medios técnicos de primer orden, unos especialistas cojonudos, un aparataje y unos quirófanos de lujo, unos cirujanos robotizados, unas resonancias de última generación... pero, acaso, estemos perdiendo parte de nuestra esencia. Nos ocupan demasiado elementos nuevos que han irrumpido con fuerza en nuestro quehacer diario, tales como las estancias, los pactos de consumo, el gasto farmacéutico, los tiempos de demora, la historia clínica informatizada... La gestión clínica lo requiere. Pero no hasta el punto de perder el norte médico que no es otro que atender e intentar solucionar los problemas de salud de tus pacientes. Mi impresión al respecto es que de tan implicados en la burocracia del sistema o por la inercia mecanicista de tanta carga informática estemos dejando escapar al médico de vocación, mujeres y hombres buenos expertos en curar, que saben escuchar y consolar, que no conocen la prisa. Y con ellos, aquella antigua condición de mago, de chamán. Me temo.

Y, curiosamente, la pandemia terrible del Covid ha venido a poner en su sitio el poder y el valor de las palabras. Aislados en habitaciones y sin otro contacto con el exterior que no sea el móvil, los pacientes hospitalizados han recobrado el sentido tan profundo y de tanto calado que posee la palabra hablada, la voz cálida y humana del "otro". "Ahora es cuando uno se da verdaderamente cuenta de la excelencia de sanidad que tenemos -me decía mi amigo Agustín hace unos días desde su cama del hospital-. No sé, ni me importa, lo que me están dando. Mi curación me viene por las charlas breves con mi médica, mis enfermeras y las mujeres de la limpieza". 

El personal sanitario debe de poseer el don de la palabra. En general, enfermeras y auxiliares de clínica están mucho más hechas a una comunicación fluida con los pacientes que los médicos. Y para el internista resulta fundamental, toda vez que carecemos de aparataje y de otros aperos que no sean el fonendo, la linterna y el depresor de lengua. Una palabra tuya bastará para sanarme, le dijo una de las hermanas de Lázaro a Jesucristo. No llegamos a tanto, pero casi. He necesitado muchos años de oficio y muchas reprimendas de mi Peque para aceptar esa realidad: nuestras palabras tienen algo mágico, algo espiritual, algo capaz hasta de curar. Y nuestros gestos también. La palabra y la mirada. No sé si os he contado que una de las cosas que al final hizo que me decidiera por Medicina en vez de por Historia (que también me atraía) fue la palabra calmada y la mirada azul profunda de don Segismundo Menchero, un traumatólogo egabrense que me operó del menisco en el hospital de san Juan de Dios de Córdoba. Me cautivó. Quise ser, hablar y mirar como aquel hombre. Y confieso que lo he intentado. Pero, acaso seducidos por el conocimiento y la tecnología al uso, los propios médicos estamos menospreciando la palabra como vehículo de sanación. Casi sin darnos cuenta. Todo lo fiamos en informaciones técnicas ininteligibles para una persona, el paciente, temerosa e indefensa. En lugar de descender nuestra prosodia científica al terreno corriente de la gente hemos conseguido que el personal esté aprendiendo nuestra propia jerga médica traducida de aquella manera, sui géneris. Y, en ocasiones, ni eso. "¿Qué te ha dicho el médico?", preguntan los familiares al paciente. "Nada; ni me ha mirado". Esta conversación que parece un chiste es en ocasiones la pura verdad. Y es una lástima. Y una frivolidad. No tenemos derecho a desperdiciar algo gratuito y tan eficaz. Es nuestra obligación recuperar la palabra. El verbo cercano y amable. Palabras que curan.


Primero, la palabra; y después, la vacuna. Jajaja.

 


 

 

 

15 comentarios:

  1. Bueno amigo José Maria, como diría mi padre, que me pongan la vacuna y después nos jartaremos de charlar. Un abrazo

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  2. Por mi experiencia te puedo o decir que los médicos con su palabra pueden hacer mucho bien y también mucho daño. Dejando atrás mi experiencia coincido en la importancia de la comunicación entre médicos y pacientes intentando siempre animar pues muchas veces las enfermedades deprimen a los que las sufren. Los médicos de vocación, como lo eres tú, utilizan tanto las medicinas como su cordial verbo.
    Un abrazo

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    1. Gracias, Fernando. En mi hospital hicimos una vez un mural a la vista del público con el nombre de "Palabras que curan". Sí, siempre he estado muy interesado e implicado en la comunicación "mágica" con los pacientes y familiares.

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  3. Tu artículo me parecía impecable hasta que te enlodaste con la mierda de la vaca inmunda en la última frase.
    ¡Perdónale, Señor, porque no sabe lo que dice!
    (Y además no puede evitarlo).
    Como a los testigos de Jehova respecto al Armagedón, a ti no hay quien te saque ni un milímetro de tu fe ilimitada en LA VACUNA, oiga.
    La palabra amorosa ayuda a sanar, siempre que sea verdadera, o al menos prudente y considerada.

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    1. Gracias, Pedro. De todas maneras, sabrás que la última frase va dedicada a ti. Con toda mi guasa y con todo mi cariño. Un abrazo.

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  4. Cuanta verdad mi amigo. Hay que considerar que la palabra de un médico no es sólo un "chau chau" amable y cálido. Es sobre todo la buena palabra unas veces, la palabra didáctica la mayoría, que hace visible lo que ocultan las palabras 'doctas y oscuras" que a veces sirven más para ocultar que para esclarecer y sobre todo la palabra de la ciencia hecha humana, amable, entendible, aunque pueda ser tb terrible. El verbo hecho razón y amabilidad

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    1. Lo has dicho mejor que yo. Y creo, de verdad, que la pandemia del Covid ha despertado en sanitarios y en pacientes esa necesidad de nuestro espíritu de hablar y ser hablado, de sentirnos en un mismo plano de sensibilidad. Un abrazo.

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  5. No deja de ser tremendo que haya tenido que suceder una pandemia para poner en valor el "valor" de las palabras. Gracias Dc.

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    1. Bueno, suele pasar. En las grandes calamidades es cuando nuestra humanidad sale más a flote. Un abrazo, Paco.

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  6. He picado y por la boca muere el pez.
    Me has dejado sin palabras.
    Palabra de honor. No lo volveré a hacer más.

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    1. Tienes mi permiso para seguir haciéndolo. Sabes que nos va esta marcha de "picaditas". Jajaja.

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  7. Un viejo amigo poeta decía:
    ¡Que no nos falte el Amor, el Humor y el Clamor!
    En ello estamos, y te agradezco que intelectualmente seas la cruz, o la cara de la moneda que formamos.

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  8. La cruz, la cruz. Jajaja. Porque es una cruz -aunque ligera- sobrellevar con gallardía y humor tus algaradas mentales. Yo creo que ya nos hemos ganado a pulso la confianza suficiente para estos pequeños atrevimientos, ¿no?.

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