jueves, 2 de diciembre de 2021

El discreto encanto de la ciudad pueblerina

Pese a su muy vasto y valioso patrimonio arqueológico, natural y arquitectónico de castillo, palacios, iglesias y conventos, que en tan alta estima tienen turistas propios y foráneos, y pese a ser capital de la Comarca Norte de Málaga, Antequera es una ciudad con espíritu pueblerino en el más entrañable y campero sentido de la palabra. Es ciudad, pero, sobre todo, es pueblo. Un pueblo muy grande. Así lo entendí cuando de joven acompañaba a mi cuñado a vender melones en la plaza del mercado. Así lo disfruté cuando venía con la Peque, entonces mi novia -y toda su familia de carabina-, a su feria de agosto. Y así lo vivo hoy en día, siendo un vecino más. Superada por el tiempo la antigua sociedad clasista y latifundista de señoritos y jornaleros, la Antequera de hoy sigue viviendo de su fructífera vega, de diversas y poderosas empresas agrícolas, del turismo y del sector servicios. Salvando dos calles céntricas y el gran ensanche residencial por el oeste, todo lo demás es pueblo. Me dice mi amigo Juan Francisco que, en términos geográficos, a este tipo de ciudades intermedias muy ligadas a la agricultura se les denomina agrociudades. Pues muy bien. Ciudad enteramente provinciana donde mucha gente no sale a la calle sin arreglarse un poco, o se viste de limpio para la misa de doce, o se concentra a pasear por la calle Estepa o el paseo Real. Pueblo donde las mujeres barren y friegan la acera que les corresponde, y donde los hombres no han perdido la costumbre de la gorra campera. Pueblo, en fin, de una prosodia muy particular que convierte las eses en jotas, y aquí no paja na. Y nosotros, la Peque y yo, en la gloria de un entorno tranquilo y de agradable convivencia. Alejados de las bullas y las prisas de Sevilla, vivimos aquí la mar de a gusto. Y encima, con nuestros nietos a cinco minutos, y nuestra familia palencianera a veinte.  Dado el dicho popular de que una imagen vale más que mil palabras, veamos esta estampa.

Sobre las once de la mañana abandono el parque Atalaya porque a esa hora ya empieza a circular el carrusel variopinto de criaturas que lo disfrutan: jóvenes bizarros que someten sus carnes a capítulo en un gimnasio al aire libre; quedadas de perros amigos que sacan a sus dueños respectivos a que tomen el sol y discutan de fútbol, mientras ellos corretean y estercolan a sus anchas; vecinas del barrio cercano que salen de sus casas para que se seque lo fregao y se juntan de cháchara; ancianos de andador que distraen a sus cuidadoras con sus mismos relatos de todos los días... Ya lo tengo asumido. A las once, a casa. A por los mandaos. Mi juego de golf silvestre ha de ser en solitario, vayamos a leches. Una hora larga es más que suficiente. Me fastidian esos días soleados y luminosos en que a los maestros les da por trasladar a "mi parque" el patio del recreo o la clase de deportes, y me lo ocupan toda la santa mañana. Entonces, no sé porqué, considero que quizás Herodes no fuese tan ogro como lo pintan. Mis días favoritos son esos neblinosos y fríos -como el de hoy- en que no hay un cristo que se atreva a asomar por allí.

Me ha resultado algo entrañable comprobar que algunos ancianos que pasean por el sendero que circunda el parque me hayan devuelto varias bolitas extraviadas. Son muy ocurrentes y les entretiene charlar conmigo. Y viceversa. Me gusta pararme a escuchar la honda sabiduría que brota en sus palabras medio rotas para aprender de sus historias rancias, de tan repetidas. Como cuando de niño lo hacía en La Capilla sentado en un banco entre mi abuelo y don Bernardo. Días pasados, una pareja de dos ancianos muy viejitos me aborda.

-¿Usted es el señor que juega con  las bolitas blancas?

-Sí, yo soy. Bueno... Tengo otro amigo, pero ya lleva tiempo sin venir.

-Es que apenas coincidimos, porque cuando nosotros llegamos usted pilla y se va.

-Natural -les aclaro con delicadeza-. No puedo jugar con gente por delante. Es peligroso.

-Ya, ya -me responde socarrón el que parece más nuevecillo-. Ya que nos hemos librao del virus, no vaya a ser que nos mate usted de un bolillaso.

Y nos reímos. Y me dice el otro:

-A ver si quedamos para otro día, porque tenemos en casa dos bolas para devolvérselas.

Pues eso, amigos, la cosa es que yo encuentro muy atractivo esto de vivir en el pueblo, tanto aquí, en Antequera como en Palenciana: las calles limpias y empedradas, el que te conozca la gente por tu nombre, el contacto callejero con los mayores, el encanto de sus gentes sencillas... Será que nunca he dejado de ser  un hombre de pueblo. Eso va a ser. 

     

12 comentarios:

  1. Eso va a ser. Me pasa lo mismo aunque voy poco a Palenciana y más a la más pequeña pedanía de la costa de Málaga.

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    1. Las raíces siguen ahí, Pepe. En la casa de José talabartero y Micaelita.

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  2. Una vez más Sr. José María, clarividente a la hora de reconocer nuestra idiosincrasia, y de mostrar la realidad que nos envuelve y de la que somos hijos. Un andar acompasado, preñado con la sabiduría de tantas generaciones, hijas de una tierra y de un sol inigualables.
    Felicidades amigo José María por tu magistral pluma.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias, Juan Martín. Mi pluma, humilde y pueblerina, se alimenta de sentimientos y vivencias. De emociones. Un abrazo.

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  3. Todo arte, tiene que provocar emoción, si no, no es arte. Y lo que mejor provoca la emoción es el sentimiento, las vivencias...
    ¡Gracias por transmitir emociones!

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  4. Fili, los de pueblo tenemos un sello de origen indeleble y que estamos donde estemos, siempre indicara nuestro modo de ver el mundo: más amable, más compartido, más comunicativo y sobre todo más cerca unos de otros. Vivan los pueblos y sus gentes. Excelente reflexión emocional de vuelta al origen. Gracias por recordármelo

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  5. Frasqui, Antonio: muchas gracias. Y en efecto, que vivan nuestros pueblos. Y sus gentes.

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  6. Y además de todo aquello que ensalzas, muy bien todo sea dicho, tenéis la porra antequerana, gloria gastronómica de la que, supongo, que tendrás tu propia variante. Gracias Fili.

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  7. Ahora que mis paisanos están exponiendo sus fotos en la sala de la calle Carreteros, oportunamente vas tu y sacas del tintero un paseo por Antequera; pero de Antequera con gente, porque tu, querido amigo, siempre rellenas de gente cualquier espacio, y en este caso la "agrociudad" de Antequera. Muchas gracias Fili. La forma de humanizar tuya, me tiene enganchado desde que te descubrí y te hice mi columnista de referencia.

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    1. ES que me queréis mucho. Ya está. La porra antequerana, para mí gusto, es un salmorejo cordobés empobrecido. Con perdón. De la gastronomía local me quedo con el gazpachuelo, la porrilla de acelgas, el tomate frito con conejo y el bienmesabe.

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  8. La cabra tira al monte con sus macizas pelotitas blancas y sus palitroques de hierro. Me alegro por ti.
    Y excelente relato.
    Un abrazo.

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