Tan hecho estoy a mi pueblo, pequeño y escondido, que siento predilección por las ciudades pequeñas y poco conocidas. Me atosigan los hervideros de calles sevillanas, malagueñas o granadinas -menos mal que no aún las de Córdoba- y me sosiega pasear por Antequera. Pongo por caso.
Y hablando de Palenciana, días pasados una nutrida delegación del pueblo hemos arribado a Tarragona con la misión de presentar el libro de "Nuestros Cortijos" a la extensa colonia de paisanos nuestros que viven allí. Ha sido un encuentro muy emotivo y perfectamente orquestado por la familia de los Riveritas y allegados. Un centenar largo de criaturas de todas las edades nos concitamos en el salón de actos del colegio de abogados para entregarnos juntos a un saludable ejercicio de vivencias, recuerdos y nostalgias. Para quien esto escribe resultó enternecedor poder abrazar a personas muy queridas y rozadas, pero ya casi desaparecidas de la memoria visual: a mi chacha Bibi y a mis primos Manolo "Porrera" y Paco "El Puigdemont" ; al hijo de Pulichana, a los Miguelillos, a Francisca, la hija de Remualdillo, a Juan Linares "El Cortezón", a Antonio Castro, primo hermano de nuestro Castro de aquí, a Josefina y a su marido, a la extensa familia de la Dolorcillas Ruiz, a los Pintos, a los Gabrieles, a la familia de "La Bermeja", propietarios de la casa Pirri antes de que la comprara el Pirreño, a Pedro Velasco, a su hermano "Mesortes" y a la Luisa del Sordillo, a Dolores García y a José Espadas... Gentes valientes y heroicas, casi temerarias, que acertaron de lleno en aquellos tristes y desolados días de los años sesenta y setenta en que hicieron el hato y se despidieron del pueblo para darles a sus hijos una oportunidad de futuro que jamás podrían adquirir en Palenciana. Esos hijos son hoy abogados, empresarios, ingenieros, médicos, artistas de la música o de la pintura, empleados, jefes de distintos departamentos comerciales... Y, sobre todo, gente de bien que (algunos de ellos) sin ni siquiera haber nacido en Palenciana la llevan en el tuétanos de sus sentimientos.
Josefina de Blas, maestra de ceremonias, dirigió el cotarro con ese arte y gracejo únicos, dándole la voz y la palabra a los demás componentes de la mesa y a cuantos participantes del público la pidieron. Hablaron alto y claro, con graciosa solemnidad, la Conchi y la Antonia del Araíllo, Cele Rivera —el amo del recinto— y Frasqui Espadas, el arte hecho fotografía. Se leyeron textos escritos para la ocasión por nuestro alcalde, Frasqui de Blas y Cristóbal García, que, por distintos motivos, no pudieron asistir al acto. Allí hubo risas, aplausos, abrazos y lágrimas. Allí se respiraba el aire de los Cuatro Cantillos, de la esquina Rute, de la Plaza del Carmen, de las Eras Bajas. Allí estaba el todo Palenciana.
Y todavía quedaban días para disfrutar de una ciudad desconocida para mí y de unos amigos y anfitriones que se volcaron para satisfacernos hasta la saciedad. Me faltaría teclado para poder expresar nuestro agradecimiento más sincero a los celestinos y sus respectivas esposas, a Pepe Aragón Pinto y a Mercedes, por tantas atenciones y delicadezas con que nos han agasajado. Cómo no sería eso de la saciedad que hasta yo mismo, un ayunador intermitente concienzudo, hube de cenar cada una de esas noches y acostarme a las tantas de la madrugada. Una pasada.
Es Tarragona una ciudad mediana cuyo principal atractivo turístico lo constituye el teatro romano de Tarraco, capital de la provincia Hispania Citerior Tarraconensis. Y, aun tratándose de un monumento formidable y digno de admiración, despreciado y expoliado por los vecinos para sus propias construcciones hasta hace bien poco y felizmente recuperado para la historia grandiosa de la ciudad, si yo tuviera que escoger mis preferencias como turista común de la Hispania Baetica, me quedaría con otras gracias que la adornan. Gracias menos postinosas, pero más auténticas para mi particular forma de entender los pueblos y a sus habitantes. Como cuando aprecias en una mujer la belleza y elegancia de su vestimenta impecable y ajustada que esculpe su figura, pero te fijas mucho más en la profundidad inabarcable de su mirada verde azulona o, simplemente, en esa mueca tan graciosa y bien pintada de su boca cuando te sonríe. Una cosa así.
He apreciado en esta ciudad el encanto de lo imperfecto, de un polo químico, motor de la economía, castigado en su apartado rincón del pensar, exhalando sus fumatas blancas de cónclave certero, para no molestar a las visitas; de los barrios periféricos como cinturones protectores del corazón de la ciudad; de las escaleras mecánicas lisiadas para obligar a la gente al sano suplicio del caminar empinado; el encanto de lo inacabado, de su catedral gótica descabezada de torres y de una escalinata sólo apta para atletas; el encanto de lo decadente, de sus callejuelas céntricas y sus casas de piedra romana esquilmada al teatro, de sus tabernas modernas cuyos soportales son excelsas columnas clásicas de dóricos capiteles, de sus plazas antiguas, foros de encuentro y diversión de sus gentes. Tarragona es una ciudad moderna que ha conseguido conservar el espíritu antiguo de los pueblos, aquel sencillo ejercicio del paseo de su gente, chicos y mayores, por la Rambla Nova, la arteria pedestre jalonada de bares y comercios, que se asoma temeraria y desafiante al Mare Nostrum (balcón del Mediterráneo) y que exhibe orgullosa el monumento a su héroe más genuino, Roger de Lauria, terror de los mares. Y cómo no, el discreto encanto de su paseo marítimo en alto que desde la atalaya domina el mar con su barquitos pintorescos y donde este domingo de mayo sopla un vientecillo travieso y picarón que ondula y levanta tan graciosamente la falda suelta y despreocupada de alguna mocita. Y uno ahí, tan tranquilo en medio de tanto viandante, como el que pasea despistado comiendo pipas, pero sin perder detalle de esta brisa tan cachonda.
Con todo, la gracia que más nos interesa a nosotros, paisanos de corazón, es que Tarragona sea la ciudad española que cuenta con más vecinos nacidos en Palenciana. Y dicho de otro modo, quizá más rotundo: los nacidos en Palenciana constituyen la población foránea más abundante en esta ciudad antigua, castiza y acogedora.
—Creo que este tipo de actos deberíamos de celebrarlo una vez cada año —se pone el Cipri la mar de contento en una de las opíparas cenas.
—Mejor que sea en años bisiestos —responde Francis con toda su guasa—.Y creo que no toca bisiesto hasta el 2039.
Y aún nos quedaba la pequeña sorpresa del atasco de nuestro AVE de vuelta de una hora y media entre Toledo y Ciudad Real. ¡Pelillos a la mar!
No todos los Palencianeros viven en Tarragona,los que vivíamos en otras poblaciones como yo por ejemplo no nos enteramos de la efemérides y nos hemos quedado ( un Albi),tantas cosas que publica,PALENCIANA foro activo podía haberlo publicado y no nos hubiésemos quedado fuera de poder disfrutar también,un abrazo Palencianero para todos y ojalá que nos podamos encontrar en la Coronación de Nuestra Santísima Madre
ResponderEliminarPues llevas razón, querido paisano. Este evento lo han organizado al alimón la Asociación Ellislón y la familia de los Celestinos. Y ninguno de ellos posee los teléfonos de tantos paisanos que viven fuera.Palenciana foroactivo informa de los eventos ya realizados, pero tampoco tiene cobertura para tanta gente.Lo sentimos. Nos centramos en Tarragona por ser el núcleo más amplio de paisanos que viven allí.
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