No me cuesta nada ganarme la confianza de mis ancianos enfermos. Nada. Una caricia en la nariz porretuda, un pellizquito en la oreja colgona, casi simiesca, un beso tierno en la frente acartonada, un chiste corto y picante... y los tengo en el bolsillo. Nada tan eficaz como el afecto para que un viejo te abra la puerta de su alma.
Pero esta vieja no es lo mismo. Ésta tiene un Alzheimer con bastante deterioro mental, no se entera de la misa la media y, adormilada en la cama, no parece muy receptiva a mis halagos. En casos como el de esta mujer hay que intentar motivar con referentes muy cercanos.
-¡Carmen! -la despierto mientras le aprieto un poco con mis nudillos en la tabla del pecho.
-¡Eh, que eso duele so coño! -y me retira mi mano con fuerza-. Joer ya con las tonterías -pero he conseguido despabilarla.
-Carmen, mírame, ¿quién es esta mujer de aquí? -le señalo a una chica sudamericana, su cuidadora.
-Esta es mi niña, que la quiero mucho.
-¿Cuántos años lleva contigo?
-Pssss... yo no me acuerdo, muchos ¿no verdad? -sonríe a la muchacha.
-Seis años mamita -replica la joven-, día y noche contigo.
-Eso.
Ya la tengo medio engatusada.
-Carmen, dime, ¿tú de qué pueblo eres?
-Yo?, del Viso.
-¡Vaya hombre, del Viso! -hago como que me extraño-. Supongo que habrás probado el menudo de Capote -y ahora se me queda mirando con los ojos muy abiertos como diciendo y éste de qué conocerá estas cosas de mi pueblo.
-Pues vaya que sí, pero hace mucho, cuando era más nueva -se queda un ratito pensativa o quizás absorta intentando encontrar el oremus extraviado-. De mocita yo vivía puerta con puerta con el bar de Capote, fíjate.
-¿Y las magdalenas de san Blas? ¿Qué me dices?
-Que me gustan más las de Riaño.
-Tampoco están mal.
Ya la tengo preparada. La mujer ha ingresado por una sospecha de hemorragia digestiva y debo de comprobar el color de las heces y la normalidad del canal anal. En las personas mayores un cáncer de recto puede manifestarse así. Total que tengo que hacerle un tacto rectal, meterle mi dedo índice por el culo. Cualquier vieja de nuestro entorno te pone mil entrepuestas, "A mí ni pensarlo", "Desde que murió mi marido nadie me ha visto a mí eso", "¡Qué barbaridad!"... Muchas, no obstante, se resignan, "Mujer -les digo-, yo estoy casado y además llevo casi cuarenta años de médico, he visto tantos culos por delante y por detrás que para mí es algo natural". Veremos cómo reacciona ésta.
-Carmen, verás, ahora tengo que hacerte una exploración por abajo, por ahí detrás.
-Bueno -responde tranquila sin darse cuenta del todo a lo que yo me estoy refiriendo.
-Sí mamita -ayuda su cuidadora-, es para averiguar por qué te duele la tripita ¿vale?
-Que sí, que vale.
La rodeamos en la cama, le despegamos las amarras del pañal y ya, su culo expuesto hacia mí, guantes y vaselina preparados, le meto el dedo con toda la delicadeza que puedo.
-Carmen, que voy.
Notar un cuerpo extraño en su salva sea la parte y volverse airada hacia mí fue todo uno.
-¡Pero chiquilloooooo!... ¿qué es lo que haces? -y enseguida, sin darme tiempo a responderle y tranquilizarla, mira furibunda a la muchacha-. ¡Niñaaaaaa!, ¿has visto?, ¡a este hombre no se le puede dar confianza!
¿Tienen gracia o no tienen gracia mis abuelas?
-¡Carmen! -la despierto mientras le aprieto un poco con mis nudillos en la tabla del pecho.
-¡Eh, que eso duele so coño! -y me retira mi mano con fuerza-. Joer ya con las tonterías -pero he conseguido despabilarla.
-Carmen, mírame, ¿quién es esta mujer de aquí? -le señalo a una chica sudamericana, su cuidadora.
-Esta es mi niña, que la quiero mucho.
-¿Cuántos años lleva contigo?
-Pssss... yo no me acuerdo, muchos ¿no verdad? -sonríe a la muchacha.
-Seis años mamita -replica la joven-, día y noche contigo.
-Eso.
Ya la tengo medio engatusada.
-Carmen, dime, ¿tú de qué pueblo eres?
-Yo?, del Viso.
-¡Vaya hombre, del Viso! -hago como que me extraño-. Supongo que habrás probado el menudo de Capote -y ahora se me queda mirando con los ojos muy abiertos como diciendo y éste de qué conocerá estas cosas de mi pueblo.
-Pues vaya que sí, pero hace mucho, cuando era más nueva -se queda un ratito pensativa o quizás absorta intentando encontrar el oremus extraviado-. De mocita yo vivía puerta con puerta con el bar de Capote, fíjate.
-¿Y las magdalenas de san Blas? ¿Qué me dices?
-Que me gustan más las de Riaño.
-Tampoco están mal.
Ya la tengo preparada. La mujer ha ingresado por una sospecha de hemorragia digestiva y debo de comprobar el color de las heces y la normalidad del canal anal. En las personas mayores un cáncer de recto puede manifestarse así. Total que tengo que hacerle un tacto rectal, meterle mi dedo índice por el culo. Cualquier vieja de nuestro entorno te pone mil entrepuestas, "A mí ni pensarlo", "Desde que murió mi marido nadie me ha visto a mí eso", "¡Qué barbaridad!"... Muchas, no obstante, se resignan, "Mujer -les digo-, yo estoy casado y además llevo casi cuarenta años de médico, he visto tantos culos por delante y por detrás que para mí es algo natural". Veremos cómo reacciona ésta.
-Carmen, verás, ahora tengo que hacerte una exploración por abajo, por ahí detrás.
-Bueno -responde tranquila sin darse cuenta del todo a lo que yo me estoy refiriendo.
-Sí mamita -ayuda su cuidadora-, es para averiguar por qué te duele la tripita ¿vale?
-Que sí, que vale.
La rodeamos en la cama, le despegamos las amarras del pañal y ya, su culo expuesto hacia mí, guantes y vaselina preparados, le meto el dedo con toda la delicadeza que puedo.
-Carmen, que voy.
Notar un cuerpo extraño en su salva sea la parte y volverse airada hacia mí fue todo uno.
-¡Pero chiquilloooooo!... ¿qué es lo que haces? -y enseguida, sin darme tiempo a responderle y tranquilizarla, mira furibunda a la muchacha-. ¡Niñaaaaaa!, ¿has visto?, ¡a este hombre no se le puede dar confianza!
¿Tienen gracia o no tienen gracia mis abuelas?