domingo, 20 de marzo de 2022

La guerra, la mili, los piojos, y mi madre.

"Nosotros, los pueblos, hemos resuelto preservar a las generaciones venideras del horror de una guerra". 

(Carta de las Naciones Unidas, firmada el 24 de junio de 1945, por 50 de los 51 países integrantes, por supuesto, Los Estados Unidos de Norteamérica, China y la URSS).

Papel mojado. Sólo hicieron falta dos meses (agosto del 45) para desmontar el nuevo paradigma de paz con el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.  En fin, para qué seguir, incontables los conflictos bélicos que en el mundo han acaecido y acaecen desde la firma de aquella Carta tan buenista.

Y es que, por mucho que nos empeñemos, seguimos siendo Homo Sapiens, el mayor de los oxímoron posibles, porque en realidad estamos muy lejos de la sabiduría, es más, somos directamente estúpidos. 

Elevado por los japoneses a la categoría de superhéroe -la contraparte oriental del Superman americano- por haber sido el artífice del aplastante triunfo en Pearl Harbor, Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la Armada Imperial, lejos de toda pompa, sentenció: "Yo no soy un hombre brillanteUn hombre brillante habría encontrado el modo de no hacer la guerra" .

He ahí la cuestión. Solamente personas brillantes pueden evitar las guerras. Y al decir brillantes hemos de entender poseedores de virtudes como la bondad, la humildad, la justicia y la inteligencia. Y quizá por ese orden. Y está claro que los líderes que gobiernan el mundo no son brillantes. Uno, en su desconocimiento y buena voluntad, piensa que las capitulaciones de cualquier tratado de paz podrían haberse alcanzado de igual manera sin necesidad del horror de una guerra. Solamente hacen falta personas brillantes. Hombres y mujeres brillantes. ¡Casi na!

Escribe en su blog mi amigo y colega Fernando Madrazo que esta guerra en Ucrania y el consiguiente reclutamiento forzoso de varones le traen a su memoria los tiempos de la "mili". Historias de la puta mili, con sus luces y sus sombras. Estoy con Madrazo en que aquello era una puesta en escena de un militarismo cada vez más desfasado que solamente servía para que muchos muchachos perdieran su tiempo, su trabajo... Y hasta su novia. Puta mili, cierto. Pero, en su defensa, muchos jóvenes de extracción rural y humilde tuvieron la ocasión, gracias a ella, de salir del terruño,  conocer a otras gentes y ver el mar por primera vez. Puta mili, de acuerdo, pero servidor no sólo no perdió a su novia, sino que ganó un "sueldazo" mensual de 50.000 pesetas de entonces por pasarle la consulta al coronel médico, en el ambulatorio de la Fuensanta. Puta mili, vale, pero, salvo excepciones, todos aquellos que la hicimos guardamos recuerdos imborrables de ella. Y casi todos, agradables.

A mí, sin embargo, esta guerra en Ucrania me evoca unos recuerdos bastante disparatados, es así. Y me devuelve a mi niñez y a mis piojos. Y a mi madre. Qué cosa más extraña, diréis. Pues veréis: el animismo belicista que yo observo en la tele, en las redes, en la calle..., la exaltación de la resistencia épica ante el invasor..., no digo que esté mal, pero me transporta el pensamiento a otros tiempos que yo creía superados. Y me hace meditar de dónde venimos, qué hemos aprendido en la escuela y en nuestras casas familiares. De niño, mi madre me despiojaba una tarde sí y otra también. Hoy, los piojos en las escuelas son una anécdota pintoresca, algo que se cuenta en las meriendas de las mamás en las terrazas, pero en aquellos tiempos eran una señal inequívoca de pobreza. Mi madre me entretenía esa hora tediosa con cánticos guerreros: El soy valiente y leal legionario me lo sabía de memoria, pero me impresionaba más el "ardor guerrero vibre en nuestras voces, y de amor patrio henchido el corazón; entonemos el himno sacrosanto del Deber, de la Patria y del Honor...  Y que por verte temida y honrada (se refiere a la patria) contentos tus hijos irán a la muerte, si al caer en lucha fiera, ven flotar victoriosa la bandera... Y es que me parece estar viviendo hoy, entre muchas personas, estos sentimientos de exaltado patriotismo. Mis padres, las personas más buenas del mundo, enaltecían el valor de los caídos por Dios y por la Patria. Y el de los caídos en el Rif, en Cuba o en Filipinas. Caer en la guerra por España era un honor. Eran otros tiempos, de acuerdo, pero estas apreciaciones, estos valores de sacrificio y muerte por la patria, quedan en el imaginario colectivo y nos afectan todavía. Algo, o mucho, de esto está detrás del apoyo incondicional que la gran mayoría de los españoles -y yo me incluyo- prestamos a los ucranianos en su resistencia, posiblemente inútil.

 Y vuelvo a mi madre. Veinte años más tarde de mis piojos. Enterada de que la Peque y yo habíamos decidido inscribirnos en un programa de adopción, se interesó mucho por el tema y nos atosigó a preguntas. A regañadientes iba digiriendo aspectos muy novedosos para ella, como el hecho de que eventualmente podrían darnos no uno, sino dos bebés hermanitos, o que fuese un niño gitano, o incluso moro, "bueno, si es moro lo bautizamos enseguida y ya está" -decía resignada. "Niño ¿y os pueden dar un niño negro?" Pues claro, le dije con toda naturalidad. Y entonces, se levantó de la silla, toda alarmada, como ofendida. "Niño, eso sí que no puede ser... Negros, no, ¡que no puede ser, por Dios!" Pero, mama, por qué no va a poder ser, son criaturas del Señor, como nosotros... "Como nosotros, no, que cuando el Señor los hizo negros por algo sería." Ea.

Viene al caso, quizá, para tratar de entender el por qué de nuestra nada disimulada preferencia por según qué clase de refugiados. Ciertamente, contrasta la acogida tan generosa y mediática dispendiada a los ucranianos comparada con la ofrecida en anteriores ocasiones a sirios, libaneses, palestinos o magrebíes, por citar ejemplos no muy lejanos. Gran parte de nuestra educación y formación infantil y juvenil ha consistido en menospreciar cualquier cultura o país que no fuese cristiano. En nuestra infancia, lo moro y lo judío era lo más abyecto que pudiera existir. Y, como digo, estas cosas permanecen en nuestro subconsciente. Los ucranianos, sin embargo, son de los nuestros, son cristianos y europeos. Y encima, rubios, tiposos y guapos. 

Desde luego, hemos superado esa mentalidad racista y nacionalcatólica de nuestros padres, y creo que, por lo general, ya no somos patriotas tan aferrados como para entregarnos a la muerte por defender símbolos externos de La Patria, por respetables y sagrados que sean, ni por el interés de terceros. No veo que, invadida España por la "pérfida Albión", un suponer, nos prestáramos los españoles al sacrificio, la destrucción y la muerte a que se están exponiendo los ucranianos. Afortunadamente, creo. Pero tampoco podemos desprendernos fácilmente de todo el bagaje doctrinal que hemos mamado. Normal.

En estos pensamientos estaba, cuando la Peque me avisa que me deje de pancosás y que me tome las pastillas del riego, que vienen los niños...