lunes, 21 de enero de 2019

Ir de compras

Lo reconozco: me mata ir de compras. En las únicas tiendas que entro gustoso es en las confiterías. Aunque no compre nada, sólo por ver y oler. Soy así de goloso, ea. Al Ikea y al Leroy Merlín van ellas solas, la Peque y mi hija. A mí me dejan con los nietos, y atento al móvil a ver cuántas pitadas de alerta me envía por cada tarjetazo superior a 50 euros. Más nervios que cuando escuchábamos en el transistor la cantinela de los goles en el carrusel deportivo de José María García. Pero ir de compras, lo que se dice ir con tu señora a por pantalones, que es que los que te pones son del siglo pasado y ya están raídos de viejos, o a por camisas nuevas, que las viejas tienen los cuellos desollados... No. Que no, que no me gusta. Todavía, las chaquetas, los saquitos o las cazadoras tienen un pase porque me las pruebo encima de mi ropa, a la vista de todo el mundo, ¡pero los pantalones!... Lo de meterme enjaulado en un probador de cortinita me supera. Para empezar, es que yo no quepo en un habitáculo de un metro cuadrado, necesito amplitud, le doy codazos a las paredes, se me sale el culo por la cortinilla... Y luego, que por mi rigidez natural heredada de mi madre y acrecentada por mi artrosis y por mi prótesis no me agacho lo suficiente para desabrocharme los zapatos, y cuando al fin lo consigo tropezando con todo no encuentro dónde colgar los calzones, y los dejo por el suelo hechos un guiñapo. Sudores me entran y todo. Y por si faltara algo, la censura de la Peque: "No, estos no, que tienen el tiro mu largo". Cada muda, un suplicio. "No, esos menos todavía, joer, es que tienes un cuerpo mu dificultoso". Vaya por Dios, vamos a por otros. "No, estos tampoco, que se te meten por el culo y te pareces al cura Gálvez" (Paco, no eres tú, es un cura que hubo en Palenciana hace años, y que gustaba de subirse mucho los pantalones). Unas veces me parezco a ese cura, otras, a Julián Muñoz. En fin... Un sinvivir, vaya.

Con la edad, uno va añorando cosas de antaño, de cuando éramos niños: los borrachuelos de miel de mi abuela, las magdalenas panzonas que rebosaban por fuera del molde de papel, el hoyo de aceite con la onza de chocolate, las rebanadas de pan fritas en el molino... y probarse los pantalones en la propia casa. Mi madre iba a la Tienda Nueva, se traía varios pantalones o camisas o cualquier otra prenda para mi padre o para mí, y nos las probábamos sin prisa y sin agobios. Y luego mi madre devolvía lo desechado. Mira tú qué requetebién. Eso es una de las cosas que yo tanto echo en falta ahora.

Y para colmo de males, no puedo comprar pantalones por internet, como hacen ellas, porque con mi cuerpo tan dificultoso de cintura para abajo necesito probármelos antes. De manera que nada, condenado al probador para siempre. Menos mal que es una vez cada diez años. Más o menos. Pero lo malo es que creo que ya toca.

lunes, 14 de enero de 2019

¡Que Dios te lo pague!

Ocurrió ayer mismo, en la mañana más gélida de lo que llevamos de enero. En el velatorio de su marido de cuerpo presente, en su casa y rodeada de todos los dolientes, la recién viuda me obsequió con un agradecimiento antiguo, de cuando éramos niños. Llorosa y compungida se levantó de su silla, y según yo la consolaba con sendos besos en sus mejillas me soltó un "Que Dios te lo pague" que me reconfortó el estómago mejor que lo hubiera hecho un caldito caliente de la olla, vaya. No sé, de esas cosas que sin saber uno bien por qué te ponen en paz con el mundo.

"Que Dios se lo pague", "Quedad con Dios", "A la paz de Dios"... fueron expresiones muy populares de gratitud, despedida o saludo que en nuestros años mozos escuchábamos decir a nuestros padres y abuelos, y me temo que, como tantas otras, van camino del cementerio de las palabras caídas en desuso. Lástima. Y me alegra toparme con ellas en boca de las personas mayores de los pueblos chicos. A mi modo de ver, los pueblos pequeños deberían ser los santuarios de estas expresiones inmortales, los museos vivientes de un tiempo tan fructífero que, sin embargo, se nos va sin premio. Y creo también que somos los abuelos de ahora, junto con los maestros de escuela, quienes tenemos la responsabilidad de preservar y prolongar este acervo espiritual del lenguaje antiguo, tan rico y expresivo.

Porque más allá de las connotaciones religiosas, y superadas las barreras de un laicismo exagerado, el "Que Dios se lo pague" es mucho más y dice mucho más que un soso y frío "Muchas gracias", ¿dónde va a a parar?

Para mí, ese "Que Dios te lo pague" de esta mujer en su estreno de viuda, encierra un montón de cosas: es una manera de desearte que tengas suerte en la vida, que la sigas teniendo; que disfrutes de tu jubilación junto a la Peque; que veas crecer felices a tus nietos hasta que lleguen a la universidad por lo menos; que mantengas la unidad y la armonía entre tu familia, tan prolija, de hermanos y sobrinos; que te esmeres en el cuidado de tus amigos como hasta ahora; que seas un hombre justo y decente, manque te hayas convertido en un podemita descreído habiendo sido seminarista y todo; y que, aunque vayamos ahora quintos en la Liga, nuestro Real Madrid será otra vez este año campeón de Europa. Todo eso. A ver si un "Muchas gracias" puede igualarlo.

En fin amigos: quedad con Dios, y hasta otra.