miércoles, 25 de septiembre de 2013

El discurso del novio

Me siguen gustando las bodas.

De boquilla reniego de ellas, sobre todo de las celebraciones nocturnas excesivas. Quillo, que no me hallo bailoteando y haciendo el ganso a las tres de la mañana ni, mucho menos, apurando el enésimo mojito en el bullicio vicioso de la barra libre. La noche se ha hecho para dormir.

Para mi gusto, las bodas, al medio día, con toda la tarde por delante para desengrasar.

Pero, pese a todo, me siguen gustando las bodas. Todas. Las civiles y las religiosas, las hétero y las homo. Bueno... todavía no he tenido ocasión de asistir a ningún enlace entre gays, ya os contaré si llega el caso. Tengo ganas, no creáis; más que nada porque esta gente suele rodearse de unas amigas "guenísimas". Y además que debería ir aprendiendo todo ese tejemaneje para cuando llegue, ya de más viejos, el ansiado día, esperado desde nuestra infancia, del enlace con mi novio, una vez, claro está, esparcidas por los aires las cenizas de la Paqui y la Peque.  

He llegado a la conclusión de que mi gusto por las bodas se basa en tres elementos. Vamos a por ellos.

Compromiso. Una boda, ante todo, es un compromiso de amor duradero y sincero hecho público ante testigos fiables. Así quiero verlo yo. Y me gusta eso. Cualquier manifestación de amor es de mi total agrado. Son bonitas, muy bonitas, las palabras que se dedican los novios, las epístolas de san Pablo que nos leen los curas y hasta los capítulos de la Constitución con que nos instruyen los concejales. Todo ello para hacer hincapié en el compromiso de amor. Me gusta.
Encuentro. A la mesa de una boda me reúno con amigos. Da igual que sean amigos de contacto diario que otros que vivan fuera. Amigos. Me gusta mucho comer con mis amigos. Y más, (conociendo mi condición de rácano) un menú exquisito que te parece gratis porque lo has pagado (y al doble) dos meses antes. Me gustan las comidas de las bodas.
Tías. Lo mejor. Las mujeres se ponen lo mejorcito que tienen, se compran modelitos atrevidos, se peinan, se atusan y se adornan con sus más preciados abalorios. Una boda no sería lo mismo sin el colorido, el glamur, los escotes y los cachos de cachas que ponen las tías. Yo creo que es de mucho agradecer. Hasta la misma Peque me parece una mujer distinta en la mesa, me imagino como si estuviera ligando. A mis años.

El pasado sábado fuimos a la boda de Jesús y de Laura, unos muchachos fabulosos, como cualesquiera de nuestros hijos. Salva y Ana, padres de Jesús y nuestros anfitriones, pueden estar bien orgullosos. Como es lo habitual, la boda se celebró en una finca, una hacienda rural adaptada para estos eventos. El Aljarafe está plagado de ellas. Es éste otro de los elementos de valor que he de añadir a mi gusto por las bodas: el entorno. Muchos cortijos antiguos se han convertido en hoteles, casas de turismo rural o lugares de celebraciones. Me parece muy bien.
 
Como toda boda civil, la ceremonia y su boato fue maquinada por los hermanos y algunos amigos de los novios, claro está, gente nueva con muchas ganas de divertirse y de prolongar la cosa mucho más allá de lo que la prudencia, la edad y los traseros de los invitados aconsejan. Dos horas, tío. Las piernas, dormidas, acorchadas, oye. Pero estuvo muy bien. El signo guía de la ceremonia fue el escultismo. Ambos novios han sido scouts y scouters, así como la mayoría de amigos allí presentes. Por lo que pude comprobar, el escultismo marca las vidas de su gente de manera similar a lo del seminario con nosotros. Y lo hace para bien. Su lema no puede ser más significativo: encuentra la felicidad haciendo felices a los demás. Me gusta, sí señor.
 
Casi al final los novios se regalaron unas palabritas. Me impresionó, de verdad, el discurso del novio. Naturalmente que estaba escrito y preparado por él mismo, claro que sí, como tiene que ser. Fue muy bonito, muy romántico, muy elaborado y delicadamente entretejido desde el punto de vista literario. Muy original. Comparó la vida en pareja con una canción de amor. Y aplicó distintos y variados contenidos de su ya nueva e inminente relación amorosa a la estrofa, al estribillo, a la introducción y al desenlace. Y resaltó que, así como hay canciones que se te cuelan en la médula para siempre, lo mismo pasa con el amor de pareja, que nunca caduca, que nunca es pasado, que siempre ha de perdurar como presente. Me encantó. Y a la Peque y a la gente de nuestra mesa, también.
 
Se lo recordé a ambos novios al saludarnos en el banquete. Lo acertado del mensaje. Y les dejé, además, algo de mi cosecha. Les dije por lo bajito que para mi forma de ver las cosas, el secreto de la vida en pareja está en no perder nunca el enamoramiento mutuo. "La cosa consiste -me encaro con Jesús- en que mirando a esta mujer cuando pasen cuarenta años la veas igual de radiante que ahora mismo. Con arrugas, con pelos canosos y teñidos, con tetas y culo colgones... pero luminosa, esclarecida y bonita".
 
Y miré de soslayo a mi Peque para comprobar que estaba diciendo el evangelio, la pura verdad. 

martes, 17 de septiembre de 2013

El libro.

Ya está editado y publicado el libro. Por fin.
 
Como era de prever, Agosto se ha pasado en blanco en los talleres funcionariales y hasta ahora no se había retomado el tema. Esto me ha tenido algo más atareado de la cuenta y puede explicar en parte mi pereza en la escribanía. Sé de vuestra avidez por las quejas que recibo de algunos de vosotros. Paciencia, coño. Os tengo muy mal acostumbrados. Ahora, encima, nos vamos otros 15 días de vacaciones repartidos entre Isla Antilla y Benalmádena y no podré escribir nada. La culpa es de Jaime y de Paqui por no tener Internet en su apartamento.
 
Bueno, el libro. Ha quedado muy bien. Ya tendréis ocasión de comprobarlo.
 
Manolo Gutiérrez, amigo, compañero nuestro de seminario y uno de los vicepresidentes de la actual Diputación de Córdoba, se ha tomado la tarea como propia y ha hecho posible la edición en un tiempo récord, dadas las circunstancias estivales antes dichas. Para mi propósito todo han sido facilidades. Y gratis total. Muchas gracias Manolo. Que Dios te lo pague.
 
Una anécdota graciosa: este lunes pasado he ido a la Diputación a recoger el lote de los libros (cien, creo, pero hay más) y he aparcado mi coche en un sitio reservado para los alcaldes. "Aquí mismo, Peque" -le digo a mi mujer harto de dar vueltas por el parking atestado-. "Pero chiquillo que esto es para los alcaldes" -¿cómo no va a poner pegas tu mujer aparques donde aparques, es una cosa natural-. "Me da igual, aquí quedó, Manolo me ha dicho que tenía un sitio reservado y va a ser éste, fíjate". Y le digo luego al vigilante, "Mire, hemos aparcado ahí mismo, en el sitio de los alcaldes, usted diga que yo soy el alcalde de Palenciana, ¿vale?" "Pero ¿no es una alcaldesa la de Palenciana?" -me dice el tío cachondo-. "Bueno... es verdad, coño... diga usted que es mi mujer, ya está". Y se lo tomó a bien.
 
También tiene su mérito la Corporación Municipal de mi pueblo  con todo el coñazo que me ha dado en los últimos meses animándome a la publicación del mismo. Gracias Cipri, Conchi y Carmela. Por pesaos.
 
Y al Pintor y a Victoria por haber sido los impulsores de esta idea con fines totalmente altruistas. Sabéis que toda la recaudación que obtengamos irá a parar íntegra a una ONG que trabaja en temas educativos en Nicaragua. Tenemos que construir y dotar una escuela de Primaria. Gracias Victoria, gracias Antonio. Por vuestro compromiso.
 
Y gracias también a mi amigo Frasqui por esa labor oculta y oscura de corrección, impulso y consejo. El pobre, cuando quiere decirme algo no lo escribe en los comentarios por no molestar; me llama o me lo pone en mi correo particular. De estas cosas no os enteráis, claro está, pero mucha parte del éxito obtenido por mi blog entre vosotros se lo debemos todos a él.
 
Va a ser un problema lo de la presentación, me temo. Estoy barajando seriamente no presentarlo oficialmente en Córdoba, sino solamente en Palenciana.
 
Veréis: en Córdoba ha de ser necesariamente un día laboral en horario de mañana. Por la cosa de los medios. Y yo digo que no tengo ninguna necesidad de esto, ni deseo publicidad de ningún tipo, ni considero que ni libro ni autor estén interesados en semejante puesta en escena mediática. Me conformo (y ya es bastante) con que mis lectores actuales y sus allegados compren el libro y con ello  podamos alcanzar el objetivo propuesto. Por otra parte será muy difícil reunir a más de diez criaturas un día laboral en horario de mañana. Pero también hay que considerar los intereses institucionales de Manolo. Quizás para la Diputación sea conveniente publicitar todo aquello que hace a petición de los ayuntamientos. Es verdad. Y Manolo es tan noble que ni lo insinúa. En esta tesitura me hallo. Os tendré informados.
 
En mi pueblo ya hemos acordado que la presentación será el 4 de Diciembre, Día de Palenciana (d.m.). Aunque muchos de vosotros no podáis asistir el salón de actos se llenará con mis paisanos. Y será un acto mucho más cercano, familiar y emotivo, nada de boato publicitario. Eso es lo que yo deseo.
 
Bueno, ¿y cuánto va a costar, a todo esto? Mis asesores me dicen que 10 euros. Está bien ¿no? Pues id preparando billetes sueltos.
 
Sin prisa, que todavía no sé cómo voy a distribuir los libros.
 
Un abrazo a todos y hasta pronto.  
 
 

viernes, 6 de septiembre de 2013

Algún día tenía que ser.

Casualidades de la vida. Algún día tenía que ser. Y ha sido hoy, fíjate.
 
Sabéis que me gusta entrometerme en la vida y milagros de mis pacientes. No es por morbosa curiosidad, sino por crear un clima favorable y por disponer de cuanta más información mejor para atender sus necesidades asistenciales. Os parecerá increíble, pero, en ocasiones, cosas tan simples como saber de dónde sea un paciente, en qué trabaja o cuáles sean sus hobbies, tienen su importancia a la hora de la elucubración diagnóstica. Por ejemplo, al considerar el diagnóstico diferencial de una persona con fiebre prolongada tiene muy distintas connotaciones si tal persona vive en un medio urbano o en otro rural; e incluso dentro del mismo pueblo, si el paciente tiene afición por los perros o si vive en una calle por donde pasan cabras o hay cerca corraletas de cerdos o pajarerías. Alguien que venga de Lebrija tiene muchas posibilidades de tener una enfermedad del tiroides, sea cual sea el síntoma que lo guía. En fin, que sí, que os digo yo que sí.
 
Pues esta mujer de la que os hablo hoy es nueva en esta plaza. Es la primera vez que viene a mi consulta. Y resulta que es del Viso del Alcor. Naturalmente, como a cualquier viseño que me visita, le hablo de mi admiración por su pueblo, y, más que por el pueblo en sí, por la pastelería de san Blas. Uhmmm!, ¡qué maravilla de magdalenas!

-Yo voy bastante por el Viso -les digo a la paciente, una señora mayor y bien emperifollada, y a su hija que la acompaña-. Me gusta el pueblo, sí.
-Anda, ¡pero si nuestro pueblo tiene muy poco que ver!...
-Algo habrá -me hago el misterioso.
-Una novieta o algo parecido, ¿verdad? -se atreve la anciana con descaro.
-¡Mamáaaaa!
Y me río de buena gana ante tal ocurrencia. ¡Para novias estoy yo que casi no me la encuentro ni para mear!
-No mujer, ¿qué va? No, no es eso. ¿Usted me ve a mí pinta de novio?
-Yo lo encuentro interesante, vaya.
-Muchas gracias, señora. Es el primer piropo de la mañana.
Y ahora son ellas las que se ríen.
-No; la cosa es más sencilla: me encantan las magdalenas de san Blas.
No he terminado la frase cuando ambas mujeres dan un grito de sorpresa mayúscula que me hace dudar de si habré metido la gamba sin querer con alguna de mis frecuentes imprudencias.
-¡Qué pasa? ¿Qué es lo que he dicho?
-¡Ay, ay, ay, por Dios! Nada, nada, no se apure usted -y me mira la vieja con ojillos pícaros-. ¡Que nosotras somos las dueñas de la pastelería!
-¡Andáaaaaaa! ¡Vaya sorpresón! -y es verdad que me quedo incrédulo ante tal nueva-. Menos mal que no he mentado a Riaño.
-¡Ah! No pasa nada. Nuestras magdalenas no tienen competencia. Los de Riaño también lo saben.
-No es porque estén ustedes delante, pero es verdad, no hay comparación. Por lo menos para mi gusto.
-¿Y cómo llegó usted a enterarse de lo de nuestra pastelería?
-Bueno... Tiene fama en todo el hospital, mujer. A mí me regalaba con mucha frecuencia una paciente mía del Viso, Milagros Santos Algaba, no sé si la conocerían, ya murió, la pobre, hará un par de años...
-Claro que la conocíamos. De mi misma edad. En la calle La Muela vivía, sí -interrumpe la anciana.
-Pues ella fue quien me empicó con las magdalenas. Y desde entonces rara vez faltan en mi casa. Mirad, no es raro que me encuentre con una caja de las grandes, de ésas que son mitad de chocolate, mitad de azúcar glaseada, que haya comprado hoy, un poner, y otra de las medianas que me regale uno de mis pacientes mañana, por ejemplo. Hasta con tres cajas me he llegado a ver a un tiempo. Y las tengo que congelar, claro.
-Están igual de buenas cuando se descongelan.
-Y que lo diga.

Pues que sepáis, amigos míos, que me ha emocionado mucho conocer a estas personas. Algún día tenía que ser, veo a tanta gente del Viso que, por ley de probabilidades, tenía que tocar ya. No sé, soy tan goloso que considero a los pasteleros como verdaderos artistas del placer culinario. Yo me paro en los escaparates de las pastelerías y se me va el tiempo embelesado con los monigotes de merengue, las figuritas de chocolate o las milhojas de nata. Aguanto estoicamente sin entrar. Ni siquiera me relamo. Sufro y disfruto a un tiempo. Y pienso entonces en lo cansino que me resulta la visita a los museos a los que la Peque me obliga a entrar, o en el tostón que debe de "aguantar" el Pintor, de vía crucis diario y voluntario por las librerías de Córdoba, comparado con lo agradable de un paseo por un bulevar salteado de confiterías. Antonio Pintor es el tonto de los libros, mi Peque es la tonta de los museos y un servidor es el tonto de los dulces.

-La próxima vez que usted vaya por allí pregunte por Mercedes "La Chilondra". Y yo mismo saldré a atenderlo.
-Ni hablar, que no me cobras.
-Eso ya lo veremos.

Y ahora me da cosa de ir. Por no hacerle el compromiso. Pero al final iré, ya veréis.