La travesía del bulevar de Bellavista hasta el hospital es de apenas un kilómetro. Sin embargo, tiene catorce semáforos y tres rotondas. Los he contado a conciencia. Una barbaridad. Medio adormilado y distraído por las mañanas con las cosas de Javier Cárdenas en la radio, no echo cuentas. Hoy -lo que son las cosas- me han parecido pocos. Los semáforos.
Parado en el primero de ellos, miro con cierto disimulo hacia mi flanco izquierdo para asegurarme privacidad en este gesto tan nuestro y a la vez tan clandestino de hurgarse las narices. En el coche de al lado van dos jovencitas, la una, la chofer, la otra, su acompañante. Abandono enseguida mi napia para centrarme en ellas. Ese primer semáforo me garantiza un minuto largo.
Estaréis conmigo en que a estas horas, las siete y cuarto de la madrugada -bueno, y a cualquiera otra-, es más agradable a la vista toparse con dos nenas guapas que, por poner un ejemplo corriente, con el Benítez o con Grilo, compañeros tan madrugadores como un servidor. Salta a la vista enseguida que las chicas vienen de marcha y seguramente más tomadas de la cuenta. Sueltas de manos en sus asientos bailotean y se contornean de manera graciosa, gitana y pelín provocativa. Y más entusiasta aún cuando advierten mi sorpresa. Están bonitas las puñeteras y muy bien arregladas para ir de recogida, claro que sólo les veo la cara y el pelo, recogido en ambas dos en sendas colas que se mantienen tan sujetas y elegantes como anoche al salir de sus casas. Me hacen señas para que baja la ventanilla. Y obedezco.
-¿Dónde vas tan temprano? -me suelta desvergonzadamente la copiloto.
-Po a trabajar ¿dónde voy a ir? Y vosotras ¿de dónde venís tan marchosas?
-De una despedida de soltera.
-Vale -les digo paternal-. Cuidado con la carretera.
Me las compuse para que nadie me adelantara y así asegurarme una paradita con ellas en cada uno de los siguientes trece semáforos. Seguían a lo suyo, canturreando, bailando y ya a lo último hasta tirándome besitos virtuales, de ésos que se soplan desde la palma de la mano.
"Esto tiene que ser ligar" -me ufano engreído. Yo, que nunca he ligado, que no sé lo que sea ligar, que solamente he tenido una relación espiritual, digámoslo así, con una amiga muy especial hasta que un día me arrimé a la Peque para dejarme recoger por ella y ya está.
Y entra uno en el hospital de otra manera, con más ganas, oye, convencido de que le han alegrado el día, con un subidón de autoestima.
Decidme, por favor, la tropa masculina que no soy el único, que comulgáis conmigo, que formo parte de una gran mancomunidad hormonal que se vanagloria con fútiles halagos provenientes de la parte contraria...
¡Seremos tontos los tíos!
Estaréis conmigo en que a estas horas, las siete y cuarto de la madrugada -bueno, y a cualquiera otra-, es más agradable a la vista toparse con dos nenas guapas que, por poner un ejemplo corriente, con el Benítez o con Grilo, compañeros tan madrugadores como un servidor. Salta a la vista enseguida que las chicas vienen de marcha y seguramente más tomadas de la cuenta. Sueltas de manos en sus asientos bailotean y se contornean de manera graciosa, gitana y pelín provocativa. Y más entusiasta aún cuando advierten mi sorpresa. Están bonitas las puñeteras y muy bien arregladas para ir de recogida, claro que sólo les veo la cara y el pelo, recogido en ambas dos en sendas colas que se mantienen tan sujetas y elegantes como anoche al salir de sus casas. Me hacen señas para que baja la ventanilla. Y obedezco.
-¿Dónde vas tan temprano? -me suelta desvergonzadamente la copiloto.
-Po a trabajar ¿dónde voy a ir? Y vosotras ¿de dónde venís tan marchosas?
-De una despedida de soltera.
-Vale -les digo paternal-. Cuidado con la carretera.
Me las compuse para que nadie me adelantara y así asegurarme una paradita con ellas en cada uno de los siguientes trece semáforos. Seguían a lo suyo, canturreando, bailando y ya a lo último hasta tirándome besitos virtuales, de ésos que se soplan desde la palma de la mano.
"Esto tiene que ser ligar" -me ufano engreído. Yo, que nunca he ligado, que no sé lo que sea ligar, que solamente he tenido una relación espiritual, digámoslo así, con una amiga muy especial hasta que un día me arrimé a la Peque para dejarme recoger por ella y ya está.
Y entra uno en el hospital de otra manera, con más ganas, oye, convencido de que le han alegrado el día, con un subidón de autoestima.
Decidme, por favor, la tropa masculina que no soy el único, que comulgáis conmigo, que formo parte de una gran mancomunidad hormonal que se vanagloria con fútiles halagos provenientes de la parte contraria...
¡Seremos tontos los tíos!