jueves, 26 de febrero de 2015

Compañeras de piso

-Pero vamos a ver: ¿vosotras sois pareja sentimental?
-No -me contesta mi paciente-, simplemente amigas.
-Simplemente -me dejo yo caer con cierto retintín.
-Eso es.
Es muy curioso y edificante el caso de estas dos mujeres, de estas anécdotas que te animan la mañana. Y se agradece que ocurran a primera hora, te estimulan.
No las conozco de nada. Es la primera vez que vienen a mi consulta. Nada más verlas entrar las consideré como hermanas solteronas. La una, mi paciente, con 81 años; la otra, su acompañante, con 83. Y tan pimpollitas ambas.
Su médico la envía a mi consulta porque últimamente se encuentra muy floja y decaída. Las abuelas en mis tiempos se tomaban un buche de quina san Clemente o un tazón de café de cebada migado y no se les ocurría ir al médico por tan poca cosa, pero, ya se sabe, hoy las expectativas de la gente no conocen límites.
-Mujer, será la edad - me adelanto al ver por su cara y sus maneras lo sana que debe de estar.
-Será -me responde con una languidez preparada.
Luego, cuando entramos en harina, me doy cuenta que no. La mujer está pasando una depresión más o menos encubierta, más o menos ahogada, porque su amiga está atravesando un calvario con un aneurisma cerebral recién diagnosticado. Tan mal les han puesto las cosas en el Virgen del Rocío que andan ambas apuradas estos días arreglando cosas de testamentos, papeles del Registro, notarías y demás sacaperras. Es entonces cuando aprecio que la relación de estas dos ancianas es tan  especial que me atrevo a preguntarles por si son novias. "No, simplemente amigas". Vale.
-¿Pero ninguna tenéis más familia?
-No, somos solteras, no nos queda más familia. Nos tenemos la una a la otra.
-¿Y cuando falte una...?
-Esa es la cuestión que nos trae ahora entre manos, que le hemos visto las orejas al lobo.
Han sido amigas desde niñas. Vecinas de casa arriba casa abajo, se han criado juntas, prácticamente como hermanas. Se dedicaron en sus días mozos a la costura, tuvieron sus noviazgos, más de dos, todos fugaces... y cuando quisieron acordar se van muriendo los padres y los hermanos y se quedan solas. Y deciden vender una de sus casa paternas y vivir juntas en la otra.
-O sea, como dos estudiantes universitarios que comparten piso -echo yo por medio para quitar dramatismo.
-Sí, pero con más orden y decoro que en esos pisos de estudiantes. Que nosotras somos muy limpias, muy antiguas, vaya.
Es bonito, ¡verdad? En la consulta se ven situaciones vivenciales muy variopintas relacionadas con las distintas estrategias de las familias para cuidar de los ancianos, desde la vieja gruñona que no consiente irse a una Residencia y tacha a los hijos de "comodones que sólo quieren libertad",  hermanos que se pelean de por vida por no ponerse de acuerdo en el cuidado de los padres, ancianos itinerantes que cambian de domicilio cada dos por tres repartidos entre los hijos por cuotas temporales milimétricas, familias enteras que se mudan a la casa de los padres una semana al mes, o lo más al uso actual, la muchacha ucraniana o sudamericana, o la temida Residencia. Pero esto de estas dos mujeres me ha gustado.

A estas edades -bueno, a cualquier edad- las mujeres son mucho más apañadas que los hombres para este tipo de convivencia. O para vivir solas. Yo no me imagino -o mejor, no quiero imaginarme- convivir  con Jaime en mi piso de Triana cuando nuestras sargentas casquen.

miércoles, 4 de febrero de 2015

¡Salvada!

Esta chica guapísima de 22 años se encontraba haciendo cinta en un gimnasio de Brigthon (Inglaterra) el día 22 de noviembre del 2014 sobre las cinco de la tarde. Reside en esa ciudad desde hace dos años. Antes lo ha hecho en Pekín, Nueva Delhi o Londres. Estudia una de esas carreras nuevas, Negocios Internacionales, creo que se llama. Vive allí con un novio húngaro. ¡Qué complicado se nos hace a nosotros, sesentones, comprender la dinámica vital de esta gente nueva! Podría haberse quedado aquí con su gente, en Dos Hermanas, echarse un novio nazareno, estudiar en la Pablo de Olavide... lo normal. Pues no. Lleva cinco años fuera de su casa y ha recorrido medio mundo. Es lo que hay.
 
De pronto y sin previo aviso de nada, la chica cae derrumbada en el suelo del gimnasio. Los demás acuden a ayudarla creyendo que ha dado un traspiés. Pero la chica sigue desplomada, se ha hecho una brecha en la cabeza... y no responde. Empieza a cundir el pánico. La gente, en corro, no sabe qué hacer.
 
Un chaval se agacha, le coge el pulso en el cuello, le pone la mano cerca de la boca... no respira, no tiene pulso, pasan los segundos, tic,tac,tic,tac... está muerta. Se arma de valor y da un grito: "Que alguien llame al 999 (el 112 de aquí). Pero ya". Acto seguido pone a la chica boca arriba y empieza a golpearle el pecho de manera violenta. Lo ha aprendido en algún sitio, lo recuerda. Sólo hay que avisar a los servicios de emergencia y comenzar lo antes posible las maniobras de reanimación. Y se pone a ello. Pimpan, pin pan, pin pan... treinta masajes seguidos, enérgicos, con fuerza, como queriendo hacer daño en el centro del pecho de la víctima, un pequeño descanso, un boca a boca profundo, un buen soplido en la boca cerrando la nariz de la muchacha. Y otra vez el pimponeo, treinta veces seguidas, es agotador pero le da fuerza el saber que está salvando una vida... Y así hasta que al cabo de veinte minutos llega el servicio de emergencias. La chica no se ha despertado pero al ponerle el médico el monitor portátil ha recuperado el ritmo cardíaco. ¡Medio salvada! El chaval queda hecho polvo, pero ha salvado una vida.
 
Al cabo de diecinueve días, la chica sale de alta del hospital de Brigthon por su propio pie. Atrás quedan días lúgubres en la UCI, las molestias traqueales del respirador, el cateterismo cardíaco, los TAC de pulmón, la fibrinolisis de la embolia... Está fuera de peligro. ¡Salvada del todo!
 
Hoy, día 4 de febrero del 2015, la chica acude a mi consulta. Han pasado dos meses y medio desde el accidente mortal. Y está radiante. Como si tal cosa. Técnicamente ha tenido lo que llamamos muerte súbita resucitada. Y sigue aquí, entre nosotros, gracias a un chaval desconocido que supo lo que tenía que hacer en ese momento crítico.
 
¿Qué hubiera pasado si la chica, en vez de irse a Inglaterra, se hubiese quedado en Dos Hermanas, como era mi deseo inicial? Seguramente habría muerto. ¿Es acaso la medicina inglesa mejor que la nuestra? Seguramente no. Pero es casi seguro que el nivel educacional y de conocimiento de la población aquella sí que sea mejor que el nuestro.
 
Una parada cardiaca requiere el inicio de maniobras de resucitación en los primeros tres o cuatro minutos. Más allá de cinco minutos sin riego cerebral, muerte segura o parálisis cerebral. En estas situaciones no hay tiempo que perder. Si una persona se desploma delante tuya en la calle, en el gimnasio, en la carretera o en el mismísimo Corte Inglés el primer día de las Rebajas, se asegura uno de que no respira y que no responde, se la tiende boca arriba, se pide ayuda al 061 o al 112 y se pone uno a machacarle el pecho. Aunque se oigan crujir las costillas o el esternón. Mejor. No importa, siquiera, no hacer el boca a boca, hay gente muy escrupulosa, vale, no se hace. El cerebro se conforma con que le llegue algo de sangre aunque venga sólo con migajas de oxígeno. Por eso hay que seguir con el masaje cardíaco hasta que lleguen los servicios médicos.
 
Esto es algo elemental. Hay que enseñarlo en las escuelas, perder el miedo a intervenir, dejar de decir lo de las películas. "Un médico, un médico". NO. El médico va a tardar veinte minutos en llegar. Es necesario actuar ya. Y si son dos los actuantes, mejor que uno. Una persona sola se puede agotar de tanto masaje. Todo el mundo ha de saber esto, no hace falta ser profesional de la medicina.
 
La muerte súbita, inesperada, es un hecho frecuente. Muchas de las personas afectadas se salvarían si la gente común supiera actuar como es debido. Y así de sencillo, una persona llama al 061 y otra empieza el masaje.
 
Hubiese sido una auténtica pena que esta chica se hubiese malogrado en tierras infieles.
 
-Oye Sonia ¿volviste al gimnasio?
-Lo primero que hice al salir del hospital. Encontrar a mi salvador y agradecérselo.
 
Los viejos de Dos Hermanas dirán: "No era llegado su día". Y yo digo lo mismo. La vida es un milagro, una suerte, un azar.