-Pero vamos a ver: ¿vosotras sois pareja sentimental?
-No -me contesta mi paciente-, simplemente amigas.
-Simplemente -me dejo yo caer con cierto retintín.
-Eso es.
Es muy curioso y edificante el caso de estas dos mujeres, de estas anécdotas que te animan la mañana. Y se agradece que ocurran a primera hora, te estimulan.
No las conozco de nada. Es la primera vez que vienen a mi consulta. Nada más verlas entrar las consideré como hermanas solteronas. La una, mi paciente, con 81 años; la otra, su acompañante, con 83. Y tan pimpollitas ambas.
Su médico la envía a mi consulta porque últimamente se encuentra muy floja y decaída. Las abuelas en mis tiempos se tomaban un buche de quina san Clemente o un tazón de café de cebada migado y no se les ocurría ir al médico por tan poca cosa, pero, ya se sabe, hoy las expectativas de la gente no conocen límites.
-Mujer, será la edad - me adelanto al ver por su cara y sus maneras lo sana que debe de estar.
-Será -me responde con una languidez preparada.
Luego, cuando entramos en harina, me doy cuenta que no. La mujer está pasando una depresión más o menos encubierta, más o menos ahogada, porque su amiga está atravesando un calvario con un aneurisma cerebral recién diagnosticado. Tan mal les han puesto las cosas en el Virgen del Rocío que andan ambas apuradas estos días arreglando cosas de testamentos, papeles del Registro, notarías y demás sacaperras. Es entonces cuando aprecio que la relación de estas dos ancianas es tan especial que me atrevo a preguntarles por si son novias. "No, simplemente amigas". Vale.
-¿Pero ninguna tenéis más familia?
-No, somos solteras, no nos queda más familia. Nos tenemos la una a la otra.
-¿Y cuando falte una...?
-Esa es la cuestión que nos trae ahora entre manos, que le hemos visto las orejas al lobo.
Han sido amigas desde niñas. Vecinas de casa arriba casa abajo, se han criado juntas, prácticamente como hermanas. Se dedicaron en sus días mozos a la costura, tuvieron sus noviazgos, más de dos, todos fugaces... y cuando quisieron acordar se van muriendo los padres y los hermanos y se quedan solas. Y deciden vender una de sus casa paternas y vivir juntas en la otra.
-O sea, como dos estudiantes universitarios que comparten piso -echo yo por medio para quitar dramatismo.
-Sí, pero con más orden y decoro que en esos pisos de estudiantes. Que nosotras somos muy limpias, muy antiguas, vaya.
Es bonito, ¡verdad? En la consulta se ven situaciones vivenciales muy variopintas relacionadas con las distintas estrategias de las familias para cuidar de los ancianos, desde la vieja gruñona que no consiente irse a una Residencia y tacha a los hijos de "comodones que sólo quieren libertad", hermanos que se pelean de por vida por no ponerse de acuerdo en el cuidado de los padres, ancianos itinerantes que cambian de domicilio cada dos por tres repartidos entre los hijos por cuotas temporales milimétricas, familias enteras que se mudan a la casa de los padres una semana al mes, o lo más al uso actual, la muchacha ucraniana o sudamericana, o la temida Residencia. Pero esto de estas dos mujeres me ha gustado.
A estas edades -bueno, a cualquier edad- las mujeres son mucho más apañadas que los hombres para este tipo de convivencia. O para vivir solas. Yo no me imagino -o mejor, no quiero imaginarme- convivir con Jaime en mi piso de Triana cuando nuestras sargentas casquen.
A estas edades -bueno, a cualquier edad- las mujeres son mucho más apañadas que los hombres para este tipo de convivencia. O para vivir solas. Yo no me imagino -o mejor, no quiero imaginarme- convivir con Jaime en mi piso de Triana cuando nuestras sargentas casquen.