Capitaneados por Fraski, nuestro anfitrión e infatigable guía accidental, algunos amigos hemos echado abajo una jornada especialmente intensa, agradable y, finalmente, fatigosa. Nadie se da cuenta de lo duro de la vida del jubileta hasta que no le llega su hora. Al tiempo, esos que os reís ahora de esta ocurrencia. Algo parecido ocurrió cuando otra vez Fraski nos ilustró sobre las ruinas de Medina Azahara, o más atrás aún, cuando nos paseó por el sendero bellísimo del arroyo Bejarano, o cuando... Esta vez han sido los patios, ese público tesoro que los cordobeses guardan y miman celosos durante todo el año para hacer de mayo el mes florido y hermoso que dice el refrán.
Doy por sentado que todos mis lectores han visitado alguna vez los patios de Córdoba. Poco más puedo aportar desde aquí a la exaltación de la singular belleza de los mismos. Con toda justicia han sido declarados como patrimonio inmaterial de la humanidad. Fuera aparte (me gusta esta expresión tan sevillana manque sea de prosodia heterodoxa) de lo estrictamente estético, que es sublime, entrar en cualquiera de estos patios es sumergirse en un submundo que invita a la fantasía, a la relajación, a la magia. Si encima libas de sus porrones y te sientas en sus butacas a tomar un respiro te invade una sensación de frescura, de divinidad, de gloria bendita, de decir aquello tan bíblico de "Señor, hagamos aquí tres tiendas"...
En las casas andaluzas el patio es uno de los más agraciados legados que nos han dejado romanos y moros, tanto como el zaguán, el alcantarillado, los baños, el lavarse a gafadas o el dejar las puertas abiertas. En nuestros pueblos no se concibe una casa sin patio de macetas. Y si puede ser, con su parra y su pozo, el no va más. Patios centrales y porticados al estilo romano, el "Atrium", como el centro de la vivienda, o patios delanteros o traseros al estilo moro, con plantas y fuentes. Nuestros patios son a nuestras casas lo que los pomposos jardines a los lujosos palacios dieciochescos, pero a lo pobre, claro está. En ellos, nuestras abuelas cosían a la sombra del emparrado, nuestras madres cocinaban en el hornillo de carbón y sacaban agua del pozo, y nosotros nos entreteníamos correteando a las gallinas. El patio era -y lo sigue siendo- un respiro, un desahogo, un espacio de disfrute sensual, un placer.
Y en Córdoba, muy especialmente, este lugar de ocio y entretenimiento se ha elevado a la categoría de arte. Para mi gusto, los patios cordobeses representan retablos o crípticos barrocos traídos al terreno de lo profano, de lo doméstico. Encendidos borbotones de color y fragancia llovidos desde el cielo en una tierra paradójicamente discreta y callada. Misterios.
En fin, ustedes que lo disfruten lo mismo que nosotros. Pero... no tanto, que acabamos reventados. ¡Dura es la vida del jubilado!
Con mi piso a rebosar de gente, algunos durmiendo en colchones por el suelo a la usanza cortijera, en las jornadas diurnas nos desahogamos por ahí fuera. En estos pasados días del puente de mayo hemos degustado los sabores paisajísticos, arqueológicos y gastronómicos de la comarca del Guadalteba, de la Sierra de las Nieves y de la montaña y vega antequeranas. De mención, el nacimiento del Guadalhorce, las ruinas de Bobastro, la cascada del río Jorox, en Alozaina, y el gazpachuelo de huevo de la "Casa Pepa", en Carratraca, como referentes más atractivos.
El último día nos fuimos a visitar Archidona. Alguien de nosotros deseó rememorar viejos tiempos en los que después de arduas reuniones en Antequera se venían los compañeros a este pueblo, por entonces con más marcha, para correrse unas merecidas juerguas de inspectores, que no todo va a ser boletín oficial. Localidad ésta más pequeña pero muy aseada, no fuimos capaces, sin embargo, de dar con su famoso cipote, "El de Archidona", por mucho que rastreáramos por la plaza ochavada y alrededores. "¿Por dónde cae la calle del cipote?" -le pregunté bromeando a un lugareño añoso. "Ande usted ya, hombre, que eso son cosas del Cela, aquí no hay tal cosa".
Ante mayúscula decepción, Juan Ojeda nos aclaró lo de la leyenda que explica Camilo José Cela, gran maestre de pajillería, según la cual un joven vecino de este pueblo, siendo masturbado por su novia en el anfiteatro de un cine, eyaculó tanto y tan disparatado que roció salpicando con su viril ungüento a mucha gente en la sala de butacas. ¡Con qué virtud se aplicaría a la faena la ansiosa muchacha!...
Y así, aunque os cueste creerlo, achacosos jubiletas y todo que somos, esta historia consiguió desperezar al pajarillo medio muerto de nuestras bajeras, vaya, que nos pusimos contentos. Solo eso. Contentos. Nuestras mujeres aprovechan la marea favorable para meter baza, ahora que, alejadas del catre, se creen a salvo de nuestras torpes intentonas. Y largan entre ellas, a nuestras espaldas, de secretillos de alcoba, tan repetidos y conocidos por todas como las recetas que toman a mano de la ensalada de aguacates y gambas. Que si mi marido es un cansino, pos anda que el mío que es un berraco, que si el mío todavía tiene güeso en la churra, que si a mi me quema por dentro, que si a la otra parece que se le está cerrando el bujerillo, que si ya una lo que desea es menos ímpetu y más caricias... Y nosotros, como que no, pero que sí. Y se ríen de buena gana. Y ya se enfría el asunto cuando saltan a las cremas y mejunjes para los bajos.. ¡Qué viejos verdes estamos hechos! ¡Y qué calientes semos, Manuel!
De manera que hemos echado unas jornadas muy intensas y agradables disfrutando plácida y tranquilamente de nuestra amistad en mi casa y en este entorno bello y cercano de la comarca antequerana. Aunque muchos de vosotros os rebeléis contra este juicio mío -la Peque la primera-, yo entiendo que esta forma de viajar en lo doméstico, en lo conocido, en lo seguro, es la más apropiada para nuestra edad.
Por contra, mi hermano Frasco, su mujer, sus hijos y unos amigos, pasan el puente de mayo en Chicago. ¡Qué barbaridad! ¡Qué contradios! ¿Qué se les habrá perdido allí? Mi hermano es de parecida calaña a mi mujer o mi hija, está loco por viajar y si es a los EEUU mucho mejor. Y yo no los comprendo, la verdad, no siento el más mínimo interés. "Pero papi -me regaña mi hija- ¿te vas a morir sin ver Nueva York?" A mi me da igual, no siento ninguna curiosidad por conocer esas ciudades tan extraordinarias. No les tengo manía, claro que no; simplemente que no me merece la pena el esfuerzo mental, psicológico y monetario por ir a verlas. "Meli, yo iría muy gustoso a Nueva York o al fin del mundo si allí vivierais tú o mis nietos". Entonces, claro que viajaría, porque voy a encontrar algo tan querido que me haría soportables los sacrificios exigidos. Esta es mi posición al respecto.
Cualquier región española posee tal cantidad de bellezas naturales, de patrimonio cultural e histórico, de riqueza gastronómica, de variedad de fiestas y costumbres, y a tiro de piedra como quien dice, que yo prefiero siempre lo bueno conocido que lo novísimo por conocer. Me tacharéis de viejo prematuro. Me da igual. He sido siempre un viejo conformista puesto que he antepuesto mi confort y mi seguridad a la curiosidad por lo desconocido.
Así las cosas, me quedo con Carratraca.