lunes, 11 de noviembre de 2019

Anatema sit

Esta vez saltaré. Tengo necesidad de escribir sobre este asunto, aunque solo sea para mí mismo, para desahogarme. Y bien es verdad, sin embargo, lo que me gustaría que esta reflexión que os hago pudiera llegar a mucha gente. No; no creáis que se trata de mi cabreo por los resultados electorales, ¡Qué le vamos a hacer? Esperemos mejores tiempos. Es otro asunto. 
Conocía los hechos por facebook. He leído también la noticia en dos periódicos. Pero ya el colmo ha sido que días atrás, en los desayunos de la primera, han llevado a la madre del joven fallecido para que explique al público lo acontecido con su hijo, y todos al unísono, madre y contertulios, han denunciado con nula piedad y escasa empatía al médico "responsable". Y todo esto, por algo que ocurrió un maldito día de enero de 2018, hace casi dos años. Y no sé a cuento de qué lo sacan ahora.

He podido leer la conversación telefónica entre la madre, el hijo y el médico. Y he escuchado un audio de la misma. Y no me cuesta el más mínimo trabajo ponerme en el lugar de los tres. Veamos:

La madre, angustiadísima, como es natural, llama al 112 porque su hijo de veintitantos años ha perdido el conocimiento al levantarse de la cama, y luego, al despertar, estaba empapado en sudor y no podía respirar bien. Lo hizo perfectamente: avisó a emergencias y explicó muy bien los síntomas del chaval. Pese a las reticencias que escuchaba en la otra punta del hilo telefónico por parte del médico, en ningún momento perdió la compostura, y se limitó a pedir ayuda para su hijo. ¡Chapeau!

El hijo fue requerido por el médico para que, por teléfono, le explicara los síntomas. El médico insistió en hablar con él, pese a los intentos de la madre por evitarlo ya que "mi hijo no puede, está en la cama y no puede hablar". El muchacho, muy agobiado, dijo que no podía respirar bien y que se encontraba muy mal. Preguntado por el médico a este respecto, negó haber consumido ningún tipo de droga ni ningún medicamento.

El médico. Lo reconozco: es más difícil ponerse en su lugar. Pero hay que intentarlo. Creo que no estuvo acertado. Insistió demasiado en la toma de fármacos, como si se hubiese empestiñado en que todo hubiese sido debido al consumo de algo. "Creo que su hijo está tocao" -se le escapó en un momento de la charla-En su descargo, la voz del joven sugería que estuviera colocado. "Su hijo puede decir que no respira bien -le contestó a la madre-, pero yo lo oigo hablar y respirar con normalidad". Se le notó disconforme y poco convencido de la gravedad del caso. Pero finalmente concedió: "Bueno, le voy a mandar un médico". 

Bien. El chaval estaba grave de verdad. La ambulancia medicalizada lo encontró ya en situación de parada cardio respiratoria, fue reanimado y llevado a un hospital y, según parece, murió tres o cuatro días más tarde. Y se confirmó que la causa de la muerte había sido un tromboembolismo pulmonar masivo.

Estos son los hechos tal como a mí me han llegado.

Nada que objetar a la conducta de la madre. Hizo lo que debió. En cuanto al hijo, bastante hizo con responder a las preguntas del médico. Necesariamente, tenemos que centrarnos en el comportamiento del médico.

No creo que haya ningún puesto médico más comprometedor y difícil que éste del que ha de atender llamadas telefónicas y filtrarlas y priorizarlas según la gravedad supuesta. Podéis imaginar cuántas llamadas recibirá el 112 en Madrid diariamente: ¿quinientas, mil tal vez?... Muchísimas. Y, afortunadamente, la mayor parte de ellas no corresponde a casos críticos. Los recursos de helicópteros y UCI móviles, por muchos que puedan ser, son limitados. Ha de existir necesariamente un control, un filtro, para poder tener la eficiencia adecuada y no desperdiciar unos elementos tan útiles y ajustados en casos menores que no los precisen. Y ese filtro, ese triaje, lo hace un médico. Un médico muy preparado, con suficiente experiencia. No es un R1, como ocurre en las urgencias de los hospitales, no. Es un médico muy bien formado para las emergencias. Un médico que ha soportado críticas de arriba y de abajo, de superiores y de usuarios, unas veces por no llegar, y otras por pasarse de frenada. Un médico con sus problemas personales, laborales o familiares, como cualquier otra criatura, pero que cuando se mete en la bata se inviste de divino, de infalible..., o eso queremos.Y en realidad, eso es lo que pasa, un milagro. Porque milagroso es acertar en la mayor parte de las ocasiones. No podemos pretender que con una conversación telefónica de dos minutos alguien pueda llegar a un diagnóstico. Nos conformaremos con que ese alguien pueda discernir entre algo banal y corriente, algo grave o una verdadera emergencia. Y estos héroes del teléfono lo consiguen. Y este médico, tan vituperado hoy por los medios, también lo logra cada día. No es noticiable que la semana pasada, pongo por caso, taponara con éxito una arteria femoral de alguien roto en la carretera, o que hace un mes desengollipara a un niño atragantado, o que... ¡Ay, pero los aciertos no cuentan! Para eso está, para eso le pagamos... Pero resulta que no es así, que alguna vez se equivoca gravemente. Y eso sí que no tiene perdón de Dios. Y más, si la víctima de su error acaba muriendo. ¡Joder, joder y joder! Nos equivocamos los médicos mirándoles la cara y explorando con nuestras manos a los pacientes. Se equivocan los radiólogos aún cuando pueden repasar las imágenes cuantas veces quieran. Se equivocan los cirujanos... Nos equivocamos todos. ¡Cuanto más un médico que tiene que decidir en cuestión de minutos, y por medio de una conversación telefónica! La sociedad ha de admitir sencillamente el error médico. No hablamos de negligencia, eso es otra cosa. Errare humanum est. Y en este caso, por lo que yo puedo entender, ha habido error, que no negligencia.

No entiendo a la tele. Ea, a machacar al médico: Anatema sit. Se equivocó. De acuerdo. Una persona que sufre un síncope y al despertar tiene un gran cortejo vegetativo y disnea progresiva es algo serio. Vale. Planteado en la teoría, yo hubiese dicho que, tratándose de un chico joven, podría ser un pneumotórax. De entrada, ningún médico espera diagnosticar un embolismo pulmonar en un chaval sin otros antecedentes. E incluso cualquiera puede entender que acostumbrado el médico a falsas alarmas, tan frecuentes, una vez pueda sorprenderle el lobo de verdad. El error de la gente, en general, a mi juicio, está en creer que de haber enviado enseguida un helicóptero el chaval se hubiese salvado. Yo creo que el desenlace pudiese haber sido el mismo. Pero tampoco puedo asegurar que no hubiese sido distinto. El padre del muchacho ha dicho que él lo que siente es que se perdió una oportunidad de salvación. Eso es verdad. A lo mejor mínima, pero alguna. Un tromboembolismo pulmonar masivo mata igual de fulminante que puede hacerlo un infarto de miocardio o una hemorragia cerebral. Algunas personas consiguen salvarse, sí. Y desde luego, cuanto antes puedan ser atendidas en los hospitales, mucho mejor, claro. Pero no existe esa relación tan lineal y automática como piensa mucha gente, esto es, que en el hospital todo se puede. No es así.

Y yo digo que el caso de este joven desafortunado ha sido una fatalidad. La fatalidad existe y existirá. Y no siempre podemos evitarla. He escuchado decir a la madre en la tele que acude a este medio para pedir que se revisen los protocolos y así evitar muertes como la de su hijo. La sociedad hoy no acepta la fatalidad. Un joven sano de 24 años no puede morir súbitamente. Algo falla en el sistema si ello ocurre. Por excelentes que sean los protocolos estamos sujetos al fallo humano. Y eventualmente, a la fatalidad. Nada como el amor de una madre a su pequeño, y, sin embargo, un buen día el chico se le escapa de la mano y es atropellado fatalmente por un vehículo. Es así.Y la tele no debería regocijarse en la fatalidad, ni ser tan alegre en salpicar la mierda. Hay cosas que no me entran. No las comprendo. Puedo comprender, desde luego, el dolor transfixivo de esa madre, su frustración por creerse mal atendida por el médico del teléfono (ella no tiene por qué saber nada del embolismo pulmonar), su necesidad visceral de reclamación y de denuncia... Pero ir a al tele..., que el señor me perdone, pero ya suena a mercantileo. Y bueno, de la tele, mejor no meneallo: sacar una noticia así, dos años más tarde, sin el más mínimo análisis de lo ocurrido, poniendo en solfa al médico. No. No somos gente seria. Y todavía tengo que agradecer que el obligado trabalenguas post electoral haya desplazado cualquier interés por la noticia. Menos mal.  

Lo de este pobre médico ha sido un error grave, un accidente, algo puntual con una consecuencia fatal, de acuerdo. Pero si la gente de la tele estuviese interesada como debiera en denunciar las debilidades de nuestro sistema de salud -que son muchas-, en vez de airear calamidades aisladas pintiparadas para reclamar audiencia, pondría cualquier día su foco en la sala de sillones de mi hospital, por ejemplo, un habitáculo destartalado donde los pacientes aguardan horas, a veces días, a tener una cama disponible en la planta. Y lo que verían esas cámaras no sería nada puntual o accidental. No. Sería la catástrofe diaria del hacinamiento, la falta flagrante de intimidad y la nula confortabilidad. Pero, claro, lo cotidiano no vende. En fin...

Sed buenos. Y hacedme el favor de votar a los míos la próxima vez.

lunes, 4 de noviembre de 2019

Los hombres, y nuestra neurona pensante

Si muchos de vosotros en ocasiones me echáis en cara mi insolente imprudencia en lo tocante a la picardía, tendríais que conocer a mi amigo Joaquín Franquelo para disfrutar de su improvisado ingenio en estos temas calenturientos. Esta misma tarde, apenas hará un par de horas.

Lo he acompañado hasta Puente Genil porque tenía que hacerse una ecografía de abdomen, que en Antequera la lista de espera de Muface es más larga, y le han propuesto una clínica radiológica en el pueblo de la carne membrillo. Allá que vamos. Me ha privado de mi sagrada siesta pero ha valido la pena por la compaña que le he proporcionado y por la seguridad que da ir a estos sitios con un médico. Sigue siendo un buen conductor, pero me inquieta su tendencia recalcitrante a irse para el centro de la carretera, incluso pisando la raya divisoria. Se lo corrijo: "Joaquín, coño, que te vas"... " Ya lo sé, José María, es sin querer, es que me puede la izquierda, siempre pa la izquierda". "Déjate de política y céntrate, joío Dios". Y nos reímos.

Entregado en la entrada de la clínica el papeleo de la solicitud, pasamos pronto a la consulta. No nos recibe el radiólogo, sino una auxiliar de enfermería la mar de tiposa y guapetona. Supongo que él también lo haría, pero ahora hablo por mí: enseguida el ojo clínico tasador que repasa, por este orden, cara, teticas y culo. Con cierto disimulo, que mi Peque me tiene sentenciado que se me nota demasiado. Y estamos a la espera de instrucciones. Y la señorita, todo amabilidad:

-Joaquín, ¿es usted Joaquín, verdad?
-Sí, señorita.
-Pues, mire: quítese usted la camisa y la cuelga aquí, se desabrocha el pantalón y la portañuela, y se tumba boca arriba en la cama, que ya mismo está aquí el doctor y empezamos el trabajito.
-Señorita -se pone Joaquín aparentando seriedad-, que sepa usted que lo que acaba de proponerme hace muchísimo tiempo que no me lo ha dicho ninguna mujer. ¡No vea usted el subidón para una persona de mi edad!...
La chica, entonces, titubea y balbucea algo, sin entender muy bien el sentido de las palabras de mi amigo. Hasta que al fin cae en la cuenta y se ríe de buena gana.
-¡Hay que ver, qué hombre, qué cosas tiene! Es lo que le digo a todo el mundo...
Claro, esta chica es aun demasiado joven para comprender que muchos hombres de nuestro siglo encarados ante una mujer jaquetona concentramos toda nuestra atención en una sola neurona: la del deseo bobalicón.

Una vez en la calle se me pone en plan constrictivo. "¿José María, tú crees que me he sobrepasado? Es que me sale así el impulso, y luego me arrepiento. Menos mal que la chica se lo ha tomado bien, ¡verdad?" "Pues claro, hombre que no se ha molestado. Date cuenta de lo aburrida que sería la vida sin momentos como ese. Has estado genial y ocurrente, como tú eres".

Hay gente capaz de decir grandes barbaridades con la habilidad y el ingenio necesarios para no molestar. Y mi amigo Joaquín es de esa clase. Y yo, también.

Quedad con Dios.