sábado, 27 de junio de 2020

A septiembre

A propósito del tema de ayer, el de asignaturas pendientes, me recuerda un amigo lector que ayer mismo fue el día de san Pelagio, día en que finalizaba el curso académico en el seminario, y que hoy daban comienzo nuestras vacaciones de verano. Yo desconocía este extremo. Lo cual me coloca en una situación muy embarazosa: sin posibilidad de recuperar, algunas asignaturas del grado doméstico y el trabajo de fin de grado se me van a septiembre sin remisión. ¡Manda güevos! Ni un solo suspenso en toda mi vida académica, ni en la escuela, el seminario o la facultad de medicina, y ahora me suspende mi señora, y me deja sin casa rural y sin feria del pueblo. El programa veraniego va a consistir en prácticas de manejo casero: fregar el suelo sin pisar lo fregado, colocar el lavavajillas empezando por la bandeja de abajo, no volver a usar papel higiénico para limpiar las manchas del espejo, que se queda luego lleno de virutas, recoger la ropa tendida sin amontonarla en el sofá como un amasijo... Cosas así, tan repelentes para un intelectual. Y lo malo será que con tan poca actitud vuelva  a suspender en septiembre... No quiero ni pensarlo: ¡repetir curso a mis años!

viernes, 26 de junio de 2020

Asignaturas pendientes

Tan largo confinamiento en Antequera había logrado borrar de mi conciencia las obligaciones domésticas de un hombre corriente en la Nueva Normalidad. Allí, constreñidos en el piso -por espacioso que fuera-, la Peque entretenía su encierro haciéndose cargo de manera desenvuelta de toda la logística doméstica, ejerciendo graciosamente de colaboradora necesaria para que un servidor pudiera dar justo cumplimiento a su débito literario con vosotros, mis queridos lectores. Pero todo de buen rollo, pareciera como si a ella le sobrara día, y se encontrara complacida viéndose ocupada. Porque ella, al contrario que yo, lo que no puede de ninguna manera es permanecer de brazos cruzados, "sin hacer nada".
-¿Qué haces, Sema?
-Nada. Aquí me ando, pensando en mis cosas...
-¿¿¿Cómo puedes estar sin hacer nada???? -. Y pilla un cabreo...

La cosa ha cambiado, radical, aquí en el pueblo. Ahora le falta día. La casa grande en estado de revista permanente para las visitas, las escaleras, las habitaciones de invitados, la de los niños, las macetas del patio..., las compras, la plancha, la cocina, los paseos crepusculares por el campo -amanecida y anochecida- con su hermana Conchi y su prima Ani... requieren de un colaborador activo y dispuesto. Y ahí estoy yo en justa reciprocidad a su total entrega en Antequera.
-Manda lo que quieras, a tu entera disposición -me ofrezco gallardo.
-Mira, casi me conformo con que no estorbes, fíjate lo que te digo...
Pero luego, ya en frío, se me queja con razón de mi pobre disposición para la casa. Y me escuece un poco que me compare con Fraski o con Jaime, gente tan mañosa para la cocina o el jardín, o tan manitas para la casa. O tan rumbosa a la hora de salir de compras, por ejemplo. Pero es que yo tengo otras cualidades, me indulto a mí mismo. ¿Cúales son?, me pregunto a continuación. Y cada vez me cuesta más encontrarlas.

Me temo que nunca terminaré por hacerme con todos los cabos de  la gestión de una casa corriente. Ha habido momentos puntuales en que me he creído poseedor de esa alquimia inalcanzable para el hispano común, la de dar satisfacción completa a cualquier cuita al gusto de las señoras, nuestras santas. He llegado, incluso, al sumun, esto es,  hacer cosas por mi cuenta sin que ella me lo mandase. Recuerdo un día memorable en que vino a nuestra casa Cristóbal el fontanero a arreglar una cisterna del water, dejando al final del trabajo un pequeño charquito de agua en un rincón. Y yo, por mi cuenta, agarré la fregona y  dejé el aseo como el jaspe. Son detalles puntuales, me falta continuidad. Soy un hombre bien mandado, es verdad, pero reconozco que carezco de iniciativa. Cree uno haber acabado con notable todos los créditos del grado doméstico, pero siempre te queda algún máster suelto por ahí.

Y es que a uno se le escapan cosas que para ellas saltan a la vista. He llegado a pensar que se trate de una cuestión genética, cerebral, antropológica. En serio: abrimos el frigo buscando la sandía y no la encontramos... y llega mi mujer, "Ahí enfrente la tienes, que te va a comer"... Los hombres estamos genéticamente preparados para la vista larga, de cuando teníamos que vérnoslas con lobos, jabalíes y bisontes en la caza de supervivencia, mientras las mujeres se ocupaban de la casa y la recolección de verduras y bayas, cosas a la mano. Por eso son tan ordenadas y meticulosas con lo cercano. Por ejemplo, el último suceso acaecido en mi casa y de tan oscuro origen: "Sema, llevo unos días viendo unos refregonazos y  salpicaduras en el espejo del cuarto de baño. Las limpio y al día siguiente vuelven a aparecer. ¿Tú de qué crees que serán?" Ella ya lo sabe de antemano, pero le gusta hacerme recapacitar, "coño, que pienses en las cosas, que no vives solo, que lo que tú no hagas alguien tiene que hacerlo"... Y a mí, la verdad, no se me ocurre nada. Antes, en situaciones parecidas, le echaba la culpa a la perrita, pero ya no me atrevo, que se cabrea más mi mujer por tomármelo todo a cachondeo.
-Piensa... A ver de qué puede ser. Aquí no entramos más que tú y yo...
-No sé, Peque. Como no sea al lavarme la cara...
Pues no era la respuesta correcta. Me hace ver que mi postura al cepillarme los dientes mirando al espejo produce esas salpicaduras de agua y pasta dentrífica, cual gotitas cargadas de Covid. Ea, una cosa tan elemental, para que veáis... Otra asignatura aprobada: agacho la cabeza contra el lavabo y ni se me ocurre mirarme al espejo mientras me cepillo.

Ansioso estoy esperando las notas finales.

miércoles, 3 de junio de 2020

El Graduado

Ayer noche pusieron en la segunda cadena la película "El Graduado". 

Es la cuarta vez que la veo. Creo. Y la seguiré viendo si me entero que la echan de nuevo. No sé... La tengo muy dentro de mi. Como cosa mía de siempre. La vi por primera vez en el cine Cabrera de Córdoba, en el 69 o 70, a mis dieciséis años, siendo seminarista. Y fue de esas cosas que impactan necesariamente a un adolescente. Y creo que para bien. ¡Por fin un cuerpo de mujer desnudo! ¡Aunque solo fuese de espaldas! ¡Al fin, escenas de cama, muy ligeras y piadosas para lo que hoy se estila, pero tan necesarias para nuestra atormentada concupiscencia! Para mi forma de concebir el sexo entonces como macho superhormonado y reprimido, me parecía impensable que un joven de veinte años pudiera estar acostado con una mujer guenísima -Anne Bancroft insuperable como señora Robinson seductora-, y hablando tranquilamente de cualquier cosa, en lugar de chingar y chingar sin parar. Naturalmente, la segunda parte de la película, la del noviazgo con Elaine, ahora lo más preciado a mi vista, me pareció entonces mucho menos interesante. Uno sólo tenía ojos para la carne. ¡El ansia viva!!!

El Graduado no es una película universal ni atemporal. No. Tuvo su tiempo, su momento, sus personajes y su público. Un impacto limitado. Y se acabó. Su temática (la vida adinerada y aburrida de universitarios hijos de padres ricachones, en una sociedad decadente que cuestiona ya el modelo de familia tradicional, heredada después por  American Pye) es algo ya muy superado. A nadie le extraña, le afecta ni le importa. ¿Qué posee, entonces, que sigue gustando verla? Bueno... En mi caso particular, la nostalgia de un pasado muy querido, el imaginarme en aquella Córdoba cercana y amigable, y luego, las escenas tan bien rodadas y encuadradas de ese amor juvenil limpio de sexo, tan alocado, tan desesperado, que me evocan los amores románticos de nuestros tiempos, en los que una mirada, una sonrisa, una lágrima, un roce de manos eran el éxtasis, el embeleso, el no va más... De ese malhumorado "¿Por qué has venido a verme?"... Al "No te vayas todavía hasta que tengamos un plan"... Embeleso en los gestos y en la mirada de una Catherine Ross deslumbrante y desconcertada ante la avalancha de pasión de su novio prohibido, un Dustin Hoffmann que jamás ha corrido tanto y tan deprisa como al final de la película, para llegar a tiempo a la iglesia presbiteriana de santa Bárbara a desbaratar la ceremonia del casamiento de su Elaine con otro. Bueno, y desde luego, la banda sonora de Simon y Garfunkel, mis ídolos indiscutibles de aquellos años.
Further | 5 razones por las que ver 'El graduado' hoy

Avisadme si os enteráis de que la ponen otra vez. Que la veo.


lunes, 1 de junio de 2020

Los pasadores de fase

La Peque y yo somos víctimas inocentes de una de las muchas "incongruencias razonables" que tiene este proceso estrenado de la nueva normalidad: la movilidad entre provincias. De manera que podemos ir a La Capilla y a Alameda, pero no a Palenciana que está a escasos dos kilómetros del mojón que separa ambas provincias, tan hermanas ellas, Córdoba y Málaga. Y resulta que nosotros no precisamos para nada ir a Marbella, ni a Torremolinos, sino a nuestra casa del pueblo. No es lo mismo que mi hermano Frasco que, desde Almería,  tendría que atravesar cuatro provincias, ¡qué va! Nosotros, sólo dos kilómetros de ná. Para más inri, nuestro pueblo debería pertenecer a Málaga desde un punto de vista puramente geográfico, ya que domina desde su atalaya de pinos, olivos y retamas la orilla izquierda del Genil. En fin... La Tierra Prometida, tan a mano. Pues nada. A joderse. 

Y luego va, y viene un príncipe de Bélgica, un tal Joaquín, hasta Córdoba. Y lo han pillado por haber caído enfermo, que si no... Vaya usted a saber la de sangres azuladas que se estarán pasando la normativa por debajo de sus principescos cataplines. Y la de sangres colorás, también. Bueno... Perdono al tal Joaquín porque comprendo que a su edad dos meses sin matrimoniar es excesiva penitencia, ya sabemos lo del semen retentum, más incordio que una buena carga viral, pero castigo con este alegato a los irresponsables invitados gorrones que acudieron presurosos al panal de rica miel. ¡Moscardones!

Contaba mi suegro -charco donde pisara salpicaban pesetas- que en sus tiempos mozos de estraperlista había verdaderos expertos en localizar senderos extraviados para evitar a la benemérita. Como también en nuestra guerra civil había especialistas en pasar a la gente de un bando a otro por barrancos y tajos de muerte, "Los Pasadores". Pues estoy pensando en encontrar a un buen pasador. Total, son dos kilómetros, joer. No es cosa que nos pierda.

En serio, nunca he deseado tanto como ahora los "Encuentros en la tercera fase". No serán con extraterrestres, sino con nuestra familia, en nuestra casa nueva. Y prometo que nunca más de quince criaturas juntas. ¡Por éstas! Y una vez en tierra cordobesa, podría ya sin problema alargarme a Montalbán mismo, a por mis brevas prometidas, y a Espejo, a la campaña del pistacho con mi amigo Diego, a Fernán Núñez, por mi pastelón favorito, y a Córdoba capital, a los campos floridos de Frasqui y del Pintor, y subir hasta Pozoblanco, en la otra punta, para ayudar a regar las encinas del Pozuelo. Del tirón, pa desahogarme.  

Amén, que así sea.