viernes, 9 de diciembre de 2022

¿Machismo o masculinidad?

Por mucha instrucción anti machista que recibamos machaconamente los hombres de mi edad por parte de nuestras hijas -cosa que yo aprecio, agradezco y procuro llevarla a efecto-, la testosterona manda lo suyo. 

Hace unos días estuvimos almorzando en un restaurante de Córdoba mi amigo el Pintor, su hija Sonia, nuestro común amigo Sebastián Cortés y servidor. Sin buscarla, tuve la fortuna de caer sentado frente por frente a una chica joven en otra mesa vecina. Ella y su novio. No es que hiciera mucho frío, pero sí un poco de fresquito. Yo llevaba tres mangas: camiseta de vello, camisa y saquito, para que os hagáis una idea. Y, sin embargo, la chica, guapísima, brazos y hombros al aire y un escote más que ostentoso. Sangre caliente la de esta gente nueva. Yo he sido friolero toda mi vida, incluso a los quince años. "Tú siempre has sido un viejo" (la Peque dixit). Incrementaban el glamur de la escena unas insinuantes bocanadas de humareda de un cigarrillo electrónico que agraciaban aún más el encanto de su cara envolviéndola en un halo de misterio, de embeleso erótico. Como en las películas. 

Apenas intervine en conversación con mis amigos, centrada mi atención en el buen yantar y en la observación de soslayo -¡no seas tan descarado!, me acuerdo de las recomendaciones de mi mujer- de aquella muchacha tan sensual a mi mirada. Es de mención, además, cómo la gente de mi edad, por lo general, habla poco mientras come y lo rápido que engulle. A mí me pasa. Reminiscencias, quizá, del hábito impuesto por los curas del seminario menor de comer en silencio o, quién sabe, si de haber vivido varios años en pisos de estudiantes, donde si te descuidas te quedas a dos velas.

A la hora de la propina, generosa, expresé al jefe de sala mi agradecimiento por sitio tan privilegiado de mesa que me había procurado.

-¡Calle usted, hombre! -me susurra por lo bajini-. Esa mesa de enfrente me ha tenido desquiciados a todos los camareros. Desquiciados del todo. ¡La de veces que se han equivocado pendientes de la dichosa muchacha!

Los hombres, que semos así de calientes. Pa na, solo calentura. Y luego, en la sobremesa, marchada ya la feliz pareja, discutimos sobre ello. Ignoramos por completo al novio, ni nos fijamos en su atuendo, si llevaba barba, si era aparente o feíllo… Nada. Y, por el contrario, de ella captamos cualquier detalle de su agraciada fisonomía. Al menos yo. 

Eso no es machismo, decía el Pintor, sino pura masculinidad. Y Sebastián: “¡hombre! De toda la vida de Dios los hombres hemos mirado así a las mujeres ¿no?” Vale. Muchas gracias. Pero no estoy conforme. La óptica femenina de Sonia me satisface un poco más: "la cuestión es conseguir que la chica se sienta halagada, pero no incomodada. El quid." Cierto, saber mirar sin molestar. Y creo que lo hago bien. Aún así, observando a la chica, uno podría habérsela imaginado como, qué digo yo, profesora de instituto, enfermera, administrativa, tendera, dependienta o empresaria, que ha salido para comer con su novio. Una cosa normal. Pues no. Me reprocho a mí mismo haber puesto mis ojos una y otra vez en esa joven como un puro objeto de deseo. No lo apruebo. Y mi hija, tampoco.