Esta mañana, en el Lidl, me he acordado de mi amiga Victoria. Nos regaña a su marido y a mí porque nos gusta hacernos los "graciosillos" con las jovencitas que atienden en los cajeros de los Super o en las terrazas de los bares. "Y no digáis que no, que se os nota un montón. Y no lo hacéis con todas, sólo bromeáis con las bonitas..." A ver, mujer, si te parece...
Victoria cree -y a lo mejor lleva razón- que, lejos de sentirse halagadas las chicas por nuestros comentarios, en realidad soportan educadamente la intromisión en su trabajo de unos viejos verdes y babosos. Eso cree.
Luego de una larga caminata por Antequera, esta mañana me acerqué al Lidl a por unos mandados de la Peque. "Vas al Lidl -me dijo-, es el único sitio donde hay la mantequilla portuguesa que me gusta". ¡Sus órdenes, mi sargento!
Ya estoy en la cola de pagar. Yo creo que nos pasa a todos los hombres, no sé: enseguida peritamos a la chica del cajero. Yo lo hago, lo reconozco. Si es un hombre, ni caso; pero si es mujer me fijo más, es la verdad: en cómo va peinada, en sus gestos, en su forma de relacionarse con los clientes, en fin, si se le ve algo de canalillo... Yo creo que son cosas normales entre los hombres, no me tachéis ya de machista. A unos metros de la caja, me asalta la duda de si la persona que me va a atender es chico o chica. Tengo claro que me inventaré alguna cosa para interactuar con él o con ella. Lo siento Victoria. Es una chica peinada a lo garçón y con una carita de cría que no sé si llegará a los dieciocho años. Si no fuera por las pequeñas prominencias mamarias, diría que es un muchacho. Lo primero que se me ocurre pensar es salir de mis dudas preguntándole directamente si es chica o chico hormonado. Pero enseguida rectifico mentalmente, que hoy no se puede bromear así como así con estas cosas. No, no; eso, no. Bueno, pues le digo algo relacionado con su edad, algo así como: "hay que ver, pareces una cría..." Pero, tampoco. En fin, algo se me ocurrirá cuando me toque.
En esto que, acalorado como venía por la larga caminata, me da por abrir una botellita de agua de mi compra y darle un par de tragos o tres. No es raro eso en mí: en el Mercadona lo hago con las botellas del gazpacho. Al llegar a la caja, le digo a la chica, muy serio y formal: "mire señorita, a ver qué descuento me hace porque esta botella de agua viene media". En otras ocasiones, la chica correspondiente se ríe, tal vez por compromiso, y ya está. Pero ahora, ante mi sorpresa, esta chica novata llama por megafonía a su supervisor para preguntarle qué descuento me hace por mi botella medio llena. ¡Qué vergüenza!!
"No, mujer, que no, que es una broma, mujer, que yo mismo me he bebido la mitad..."
Mis cosas.