miércoles, 10 de octubre de 2012

Pobres criaturas

Cuando uno escribe, al menos en mi caso, pretende distraer a su público, es verdad. Pero hoy, lo reconozco, lo que voy a hacer es desahogarme, desembuchar a base de bien. Espero que lo comprendáis.

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Ya están nerviosos los estudiantes de sexto. Lo cuchichean por lo bajo en la consulta. No, no es el plan Bolonia lo que los tiene en ascuas; es el MIR que ya lo huelen a distancia; y luego, lo peor, el primer año de residente. Porque, seamos honestos, el médico no es tal hasta que no aprende su oficio. Y desde luego un recién terminado, cuyo título está aún en  papel de pago al estado, no es médico. Por motivos para los que no me encuentro en disposición de analizar, la licenciatura en medicina se ha convertido solamente en un salvoconducto para presentarse al MIR. Desde cuarto, el estudiante vive obsesionado con eso. No le importa tanto aprender, estudiar, escribir historias clínicas, hacer buenas prácticas...Sólo el MIR. Salen de la facultad con el título bajo el brazo, pero muertos de miedo. Y sin ser médicos, claro está.

Antes no era así. Nada era igual, ni en la carrera ni luego en los años de residencia. En los primeros años de carrera los estudiantes de medicina nos sentíamos especiales, nacidos para una misión muy noble, como si fuésemos un grupo de élite dentro de la Universidad, más todavía en Córdoba, tan provinciana, donde solamente competíamos en importancia con Agrónomos, Magisterio, Derecho y Filosofía. En quinto y en sexto soñaba cada noche con ser médico, me veía en sueños visitando a pacientes en sus casas con mi cartera de médico por todas partes. Esperaba con ansia el día del último exámen, poder decirme a mí mismo: lo he logrado, soy médico. Mi primer destino, sustituto en Villaharta, colmó mis deseos y mis espectativas. Me sentía importante, notaba la consideración de la gente, me sentía seguro. Antonio Pintor, compañero de fatigas, os puede hablar también de aquel agosto inolvidable de 1979, en el que dos médicos bisoños, armados con la sola tecnología del fonendo y rebosantes de optimismo, nos enfrentamos al formidable reto esperado durante años. Y salimos victoriosos.

-¿Qué coño os pasa hoy que no estáis atentos a nada? -les suelto de sopetón.
-No, nada; es que estamos hablando de la academia para el MIR, de si nos quedamos aquí en Sevilla o nos vamos a Oviedo.

Ésa es otra. Hoy todo el mundo se prepara el MIR en academias ex profeso. Con lo a gusto que me estudiaba yo el Harrison entero en mi pisito de Pintor Zurbarán o en el cobertizo de arriba de la casa de la Peque, en Palenciana. ¡Tiempos!

Pero tienen motivos para la zozobra, ya lo creo. No por las luengas noches de estudio ni por la nota final del MIR ni por la eventual especialidad elegida, casi siempre acertada, sino por su primer año de especialidad, el fatídico MIR 1. ¿Qué diferencia existe entre un estudiante de sexto curso y un MIR en sus primeros meses? Yo os lo digo: ninguna. Por mucho que los defensores interesados de nuestro sistema digan que sí, que la hay, no es cierto; se trata sólo de una estratagema legal para ahorrar dinero. Un residente es mucho más barato que un médico de plantilla. Se equivocan nuestros gestores, eso creo. No ven más allá. Cuanto más inseguro un médico, más pruebas solicitará. Y todas las pruebas son caras. Al final, lo comido por lo servido, casi. Lo que el hospital se ahorra en contrato, se lo está gastando en pruebas innecesarias. Pero no quieren darse cuenta. Los que somos profesores quizás percibamos mejor esa realidad al estar más próximos a estudiantes y residentes.

También tú fuiste MIR de primer año, podréis decirme. Sí, pero no hay color. En el Reina Sofía las urgencias eran atendidas por cada especialidad correspondiente. Nosotros, en medicina interna, disponíamos cada día de cinco residentes en la puerta de Urgencias, dos de ellos mayores, uno intermedio y otros dos de primer año. Estábamos entremezclados los internistas con los de otras especialidades médicas, como cardiología, neurología o respiratorio. El R1 jamás se encontraba solo; el grado de implicación y de apoyo que recibía por parte de los mayores era total, éramos una familia, un equipo de fútbito muy bien avenido. Además existía una especie de cordón umbilical entre la puerta de Urgencias y la planta, donde residían los adjuntos de guardia, eso sí que  era vida. La arteria umbilical llegaba cargada de problemas (nuestras preguntas y dudas) hasta las vellosidades coriónicas (los adjuntos de planta); y desde allí, a través de la vena umbilical cargada de sangre nueva y oxigenada, nos llegaban muchas soluciones. A lo mejor lo estoy pintando demasiado idílico, puede ser; pero, sin duda, mucho mejor que lo de ahora.

Lo de ahora viene de una parida de un tal Garijo, intensivista, que, pretendiendo mayor gloria para su especialidad, inventó la idea de unir las Urgencias con la UCI, creando, de la noche a la mañana el servicio andaluz de cuidados críticos y urgencias. Resultado: divorcio total. Las UCI han seguido a su bola, cada vez mejor equipadas, mientras los  servicios de urgencias son los parientes pobres donde solo llegan migajas. Se pretendió crear servicios independientes y autónomos, sin nada que ver con las especialidades de planta. Y como no había dinero para tanto, se reclutaron residentes como mano de obra barata. No me parece mal, siempre que dichos residentes estén ya bien vapuleados, pero es un crimen hacerlo con los R1.

El MIR como sistema es un excelente método de especialización. Yo creo que el mejor de los posibles. Son cuatro, cinco o séis años de un aprendizaje a tope, tutorizado por unos profesionales experimentados y con oficio, en los que te empapas de enfermos, te comes los libros y las revistas, vas a Congresos, conoces a gente de lo más interesante dentro de tu campo, a popes de la medicina moderna, te inicias en la investigación, te equivocas, aciertas, lloras ante un error con la misma facilidad como vuelves a reír y a creer en tí ante el próximo acierto, aprendes de todo el mundo, desde el celador o el camillero, como los nombra mi amigo Jaime, pasando por la enfermera de noche y, desde luego, de los propios pacientes, eres una esponja que va absorbiendo todo por donde pasa, formas grupo con tus colegas, te echas varias novias y hasta puede que llegues a casarte con alguna de ellas, médica o enfermera. Y lo más importante: aprendes a ejercer un oficio sublime. Esto es el MIR. Y encima te pagan.

Perfecto para mi forma particular de ver las cosas. Perfecto, si no fuera por las guardias de puerta del primer año. No hay derecho. Un residente de primero no está capacitado para atender las urgencias externas de los hospitales. No puede ser el primer eslabón en la cadena de la  asistencia a pacientes urgentes. Ni el segundo ni el tercero. Y sin embargo, lo es. Los gerentes, incluso la normativa legal del plan nacional de especialidades, lo justifican con el paliativo de la tutorización, que nunca están solos, que siempre tienen a quién consultar. Falacias. Paparruchas. A las cuatro de la madrugada a ver a quién coño preguntas. Te tragas sapos y culebras. Incluso en horas prudentes en las que nadie se cabree, el tutor, tu tutor, está tan agobiado resolviendo dudas de otros como tú, que al final desistes y te arriesgas. Así se aprende, así es como se curte un residente, dicen. No hay derecho, no estoy de acuerdo. No se aprende de los errores, como siempre hemos creído, sino de los aciertos. No se aprende pasando hambre, tirándote veinticuatro horas sin tiempo ni para un bocadillo (primum manducare et deinde filosofare), sin ánimo ni para dar una cabezada. No, no y no. No ha faltado ocasión en la que no haya mostrado mi disconformidad en las reuniones con los directivos del hospital. Siempre he defendido que el R 1 ha de ser un observador, un colaborador, un ayudante del médico de plantilla. Al menos durante los primeros seis meses. Esta es su función cuando está en la planta y así  debería ser también en Urgencias. Ah, maldigo la malnacida ley de Garijo, que permite semejantes barbaridades. Eso sí, si resistes los primeros seis meses estás salvado.

Los directivos lo saben, estoy convencido de que cuando dejan de serlo y pasan a médicos normales se dan cuenta de semejante barbaridad. El propio Garijo, ya jubilado, se arrepentirá ahora del monstruo que alimentó. Puede ser que cuando ocupas un cargo directivo te alinees tanto con la empresa que tu cerebro ingenia argucias justificativas a fin de poder vivir en paz contigo mismo. Algo parecido, salvando las distancias, es lo que les ocurre a los políticos corruptos cuando declaran ante el juez: todos dicen tener su conciencia muy tranquila.

No quiero ser alarmista en cuanto a los peligros potenciales para los usuarios. No. Afortunadamente, un paciente con una dolencia grave pasa directamente a una consulta de críticos atendida por médicos expertos. El problema es la cantidad excesiva de pacientes con dolencias menores o con dolencias mayores camufladas que pueden sobrepasar la capacidad resolutiva de un médico tan bisoño. El caso es que los propios pacientes son conscientes de ello, de que van a ser atendidos por médicos muy "nuevecillos", pero les da igual con tal de salir con todas las pruebas hechas. Es triste, pero la gente hoy se fía más de los análisis y de las pruebas que del criterio clínico del médico. Una lástima.

Al escribir estas reflexiones tengo presente las caritas de nuestros residentes de primero de aquí de Valme cuando los veo salientes de guardia, hechos auténtica mierda, con ojeras, el rimel corrido, halitósicos los labios, los botones cojos, los ojos rendidos, demacrados..., me acuerdo, sin remedio, de mi sobrina Inma, ya R 2 sobreviviente en un hospital de Málaga a donde emigró, entre otras razones, para evitarme el sufrimiento de verla padecer de esta manera. Y me alegro lo que no podéis ni imaginar de que mi Meli optara en su día por Biología. Tan tranquila ella en su clase de adolescentes alelados de voz gallosa recién hormonada.

No será para tanto, diréis algunos. Pasaros una noche por el Valme a eso de las doce. Vaya, si no tenéis otra cosa mejor que hacer.

1 comentario:

  1. Pues este panorama va a empeorar con los recortes en sanidad y la economicista y estúpida aplicación de la jornada laboral que está haciendo la Junta de Andalucia, que en ningún momento ha tenido en cuenta la mejora asistencial sino exclusivamente el "supuesto ahorro" económico, pues al igual que con los residentes lo que se ahorra por un lado se va a incrementar por otro con el sufrimiento añadido de pacientes y profesionales. Vamos que "peor imposible"

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