miércoles, 16 de octubre de 2013

Por la boca muere (y vive) el pez

De estas personas que nada más verlas entrar te sobrecogen, casi te asustan, de tan demacradas. Esta mujer parece enteramente una muerta viviente, una "walking dead" de éstas que salen en la tele haciéndose las graciosas. Sin espumarajos de sangre por la boca, sin moretones en los ojos, pero mucho más real.
 
-Bueno... -intento que no se me note mucho la sorpresa-, parece que no está usted de muy buen año ¿verdad?
-Y que lo diga usted.
-¿Y qué es lo que le pasa, mujer, para haber llegado a tanto?
-No lo sé...
 
Miro ahora a quien supongo su hija, sentada al lado, seria y preocupada.
 
-Es la primera vez que veo a su madre -le digo directamente-, no la conozco de nada, ni siquiera me ha dado tiempo a mirar sus análisis, pero tengo muy claro que padece una depresión muy seria. No hay más que verla.
-El psiquiatra nos ha dicho que tiene solamente una esquizofrenia residual y que de eso la encuentra bien controlada con su medicación. Él mismo nos ha recomendado que la vea un internista para descartar que tenga algo malo.
-Muy bien, para eso están ustedes aquí, pero ya les digo yo que no.
-Mire, es que se ha negado a comer, ha cerrado el pico. Habrá perdido más de veinte kilos en los últimos meses.
-¿Y eso por qué? -me dirijo ahora a la paciente.
-Es que no me entra nada y además me cuesta tanto hacer caca que me tiro cuatro o cinco días o más sin obrar, y entonces no quiero meterle más comida al cuerpo.
-Al revés, señora. Si no le mete comida, no sale caca.
-Eso es lo que yo le digo -salta la hija-, pero a mí, ni puñetero caso.
-Verá doctor -me replica la pobre-, yo, de verdad, lo que quiero es morirme de una vez. ¿Qué hace una aquí ya?

Veo los informes de psiquiatría. En mayo pasado estuvo ingresada durante una semana y ya constan en ellos la desnutrición, la apatía, la desgana por la comida y la ambivalencia de la mujer ante la muerte, deseándola con la boca chica por una parte y temerosa de tener un tumor por otra.
 
Y ahora, metiéndole los dedos, la mujer me va contando cosas, claro. Que está harta de tanta enfermedad mental, de tanta dependencia de la familia, de sentirse un estorbo, de no servir para nada... Posiblemente este trastorno reciente en su conducta alimentaria sea su forma de protestar, de llamar la atención sobre su hastío. Y lo que consigue es justo lo contrario, hacerse más dependiente aún. Estoy seguro de que su psiquiatra lo ve así, igual que yo, pero la medicina defensiva nos puede. Me lo imagino: "Que la vea un internista, no vaya a ser que se nos pase por alto algo gordo".
 
-Bueno, vamos a la camilla que la voy a explorar.
 
La pobre mujer intenta levantarse de la silla con esfuerzo. En esto que me da uno de esos prontos míos y, ni corto ni perezoso, la agarro por las piernas y por medio de la espalda y me la llevo hasta la camilla en brazos, como si fuese una novia recién casada a quien el marido entra en casa todo alborozado. La hija no da crédito, pero mi paciente, la muerta viviente, me regala una sonrisa casi, casi cautivadora. Lo he conseguido, arrancarle una sonrisa. Por ahí se empieza a ganar la batalla.
 
-Así, al peso, calculo que unos cuarenta kilos.
-Menos kilos caballero -me sigue la corriente.
-Más o menos.
 
La deposito en la camilla con cuidado. Ya me las tengo ganadas, claro está. De ahora en adelante lo que yo diga irá a misa. Echo de menos a mis estudiantes, hoy no se han presentado, quiero que aprendan lo fácil que es conquistar el corazón de una anciana. ¿Una anciana he dicho? Tiene sólo sesenta y dos años, un año mayor que yo, y parece mi abuela.

La depresión es la peor de las enfermedades, la que más te hunde y te anula. No la quiero para nadie. La gente con cáncer incurable se anima, lucha, cree, tiene una última esperanza, se agarra a cualquier excusa para seguir. Los depresivos pierden la ilusión del todo, les da todo igual... apatía, anhedonia, gris oscuro sobre fondo negro, ¡qué tristeza Dios mío! "Lo uniquito que me mantiene con vida es mi nieta, tan preciosa" -suspira otra vez sentada frente a mí-. Algo es algo.

-¿Qué es lo que más le preocupa de todo esto?, ¿qué espera usted de mí? -la miro fijamente como si pudiera penetrar su mente.
-Que me parece que tengo un cáncer en el colon. Quiero que me examine usted el colon, que me haga pruebas y los marcadores y cosas de ésas.
-¿Y eso le preocupa de verdad?
-Sí. De verdad.
-¿Pero no hemos quedado en que lo que quiere es morirse de una vez? ¿Qué más le da tener un cáncer en el colon o en cualquier otro sitio? Mejor si lo tiene ¿no? Así se asegura una muerte prontita.

Y consigo una segunda sonrisa, ahora más amplia, más larga, más bonita incluso.

-Bueno doctor... eso son cosas que se dicen. Me moriré cuando Dios quiera pero ¿un cáncer?, no, no, ni hablar. A mí lo que me gustaría es ponerme buena y ya está.

Pues claro que sí. Incongruencias, sí, por supuesto, todos las tenemos. Todos los días. Por la boca muere, pero también vive, el pez. Pero en estas afirmaciones y deseos de la mujer hay un resquicio para empezar a trabajar. Y a ello vamos.

-Dentro de un mes, un kilito más ¿vale? Si usted quiere que yo sea su médico me tiene que hacer un kilo por mes. Si no, la mando con otro.
-¿Y no me va a hacer pruebas del colon?
-Ya veremos, según cómo se porte.

Y sale de la consulta tan enclenque y descalichada como entró pero con un aire mucho más animado, con algún kilito de esperanza. Vamos bien. 

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