sábado, 6 de junio de 2015

La nueva cara de la pobreza

Cuando yo era chico no había pobres en mi pueblo. O sí, pero yo no tenía conciencia de ello. Es más que probable que mi propia familia cumpliera entonces los "criterios" de pobreza, pero yo me veía igual que los demás chaveas, seguramente pobres también, pero todos igualados, nadie notaba nada. Sabíamos que no éramos ricos; los ricos eran tres o cuatro familias nada más. Eso sí que lo notaba cualquiera. Los pobres oficiales de mi pueblo eran por entonces los gitanos que transitaban de sitio en sitio, los chatarreros que venían de cuando en cuando y se ponían a hacer chapuzas de estaño en las esquinas, los trovadores que nos asustaban y entretenían a un tiempo cantando sus romances de ciego... Y Juanillo "La Nutra", un pobre mendigo de Encinas Reales de quien los críos, con la crueldad propia de la edad y más miedo que vergüenza, nos burlábamos desde una prudente distancia. Porque ser pobre y tener malas pulgas no eran cosas incompatibles.
 
Tampoco había en mi pueblo gente excluida, la llamada hoy exclusión social no tenía cabida. Allí todo el mundo hacía lo mismo: los hombres al campo y a las tabernas, las mujeres en sus casas y los nenes, a la escuela.
 
No es más rico quien más tiene sino quien menos necesita, reza un adagio. Posiblemente eso explica la diferente concepción de la pobreza entre los viejos y los nuevos tiempos. Quien nace y crece con lo justo se acostumbra -qué remedio- a vivir con poco. Tanto, que ya no se cree pobre. Pobre ha sido siempre la persona o la familia sin dinero, o al menos sin el dinero suficiente para vivir dignamente. Sencillamente, que diría Anguita. ¿Y qué es eso? A bote pronto se me ocurre que una vida digna y sencilla, a día de hoy, precisa de un hogar, mobiliario, electrodomésticos y enseres, agua corriente fría y caliente, electricidad, una fuente de ingresos más o menos estable, una seguridad en la atención de necesidades básicas, una educación y formación acordes con los tiempos y la posibilidad de participar en actividades sociales y de ocio. Más o menos. Creo que podríamos admitir que quien no cumpla esas condiciones mínimas es pobre. ¿Y qué es eso de exclusión social? Una respuesta rápida: aquella condición por la que un individuo o una familia carece de medios para participar de las ventajas y ofertas al uso en la sociedad en la que vive. De manera que son ejemplos de riesgo de exclusión social quien no puede tapear en el bar de su esquina al menos un día en la semana, la jovencita que no puede entrar nunca en una tienda de Zara a comprarse unos pantys, el crío que no va a la excursión escolar con sus coleguillas por ser muy cara para sus padres, la familia que no puede permitirse almorzar un domingo cualquiera fuera de casa, la que sus hijos no escriben a los Reyes Magos o aquélla que ni se le ocurre plantear unas mini vacaciones de una semana en Matalascañas. Por ejemplo.
 
Esta familia que veo hoy en la consulta cumple todos los criterios de pobreza y exclusión. Gente corriente. Viéndolas por la calle nadie lo diría. Son tres mujeres y van bien vestidas y pertrechadas.
 
Salimos los fines de semana con los amigos, los bares atestados, cuesta un huevo sentarse en una mesa si no has reservado; las calles, atiborradas; las tiendas de ropa son hervideros de gente nueva y bonita, gente guapa. ¿Dónde está la crisis?, nos preguntamos. Resulta difícil creer a la tele cuando anuncia tal porcentaje de pobreza entre nosotros. No negaré que me reconforta contemplar a la gente disfrutando, consumiendo, gastando. No me gusta ver un bar vacío, me resulta triste, es la imagen del trabajo hecho para nada. No. Quiero ver feliz a la gente. A los que vemos. Pero ¿qué pasa con aquéllos a quienes no vemos? ¿Quién se ocupa de los que no pueden asomar siquiera a la calle? A ésos no los ve nadie.
 
Es una abuela de aspecto juvenil  acompañada de sus dos nietas. Ella, la abuela, puede frisar los setenta. Las nietas son jovencitas, una, quince y la otra, dieciocho. Guapas y estilosas. ¿Quién no es guapo a esa edad? Hasta yo lo fui. Con mi flequillo y todo. Un drama en la casa. La madre de las muchachas es viuda y alcohólica. No se puede contar con ella para nada. Se bebe hasta la colonia, un día tendrán alivio porque la intoxicación por metanol es mortal. Cuatro mujeres para una pensión de la abuela de alrededor de 500 euros mensuales. Y tiene que pagar el alquiler de la casa; poco, es verdad, pero menos hay.
 
-¿Cómo pueden vivir cuatro personas con 500 euros? -le pregunto incrédulo-. Algún chanchullo tendréis por ahí.
-¡Qué va! Ojalá. Ésta niña mía, la mayor, se le da bien la peluquería y saca pa lo suyo arreglando el pelo a sus amigas y conocidas. Pero ya verá usted, de higos a brevas.
-¿Y tú? -le pregunto a la chica-. ¿Tú que haces?
-Yo estudio tercero de la ESO.
-¿Lo llevas bien?
- Así, así.
-¿Cómo lo va a llevar bien? -salta la abuela-. ¿Usted se figura el ambiente de mi casa como para que una niña tan nueva pueda estudiar? Éstas, las pobres, ni se hablan con la madre. Demasiado hacen, pobrecitas mías. Esta chica, fíjese usted, más lista que el hambre, por ayudarme, alquila su ducha a gente del vecindario sin techo. Por un euro. Así saca pa sus cositas -se queda callada unos segundos sin saber si seguir o dejarlo ya; y sigue-. Y tiene una que aguantar, por ellas, el desfile de apestaos por su casa de una. ¡En fin...!
 
Cuesta digerir esto, eh. En una sociedad como la nuestra que, según cacarean por ahí, ya ha salido de la crisis. Me cuesta aceptar esta realidad oculta y me hace reflexionar.

Hace unos días, confeccionando mi declaración de la renta 2014, protestaba ante la Peque y mi amigo el "Pozuelo" al comprobar que mis ingresos íntegros del año pasado eran los mismos que en el 2004. No podía creerme que en cuestiones monetarias y de capacidad adquisitiva hubiésemos retrocedido diez años. Y, sin embargo, esa disminución no ha tenido la más mínima trascendencia en mi vida ni en la de mi familia, hemos seguido haciendo lo mismo, gastando lo mismo, ahorrando lo mismo. Reflexionar sobre ello me resulta inquietante, incluso incómodo, al considerar el amplio margen de reserva con el que contamos los "castigados" funcionarios si nos comparamos con la gente del lado oscuro como es esta familia, o como otra gente, rumbosa hasta hace sólo cuatro días, pero que ahora  nadie ve, que no se deja ver, que disimula como buenamente puede sus miserias. Porque nadie quiere presentar en sociedad sus credenciales de pobre. De pobre nuevo. Es triste.

Perdonad la tristeza, pero cuando uno vive en directo situaciones tan indignas siente el impulso de  convertirse (y de convertir a los demás) en mejor persona, en persona más comprometida. Y a considerar qué pudiera estar en nuestras manos para intentar mitigar la pobreza oculta del vecino.

 

13 comentarios:

  1. José María, compañero por lo que he podido leer veo que tienes intacto el mensaje que oímos cantidad de veces entre aquellos muros de la capilla del seminario. Mostrando el mensaje del Evangelio tal cual es, sin acomodos a los tiempos ni a las jerarquías, llamando por su nombre lo bueno y lo malo del mundo en que vivimos.
    Te felicito por ello, y te animo a seguir en esa actitud despierta y lúcida de llamar a la realidad por su nombre, aunque duela por dentro. Significa que aunque cambiaras el breviario por las recetas lo que aprendió aquel chico entonces no quedó en saco roto, algo que supongo también debió ocurrir con bastantes más, transformada la enseñanza en dignidad.
    Posiblemente también mérito de aquellos magníficos profesores que nos enseñaron orden y disciplina aparte de la Fe honesta y las ciencias.
    He leído tus escritos, y desde lejos me he sentido cerca de la persona que conocí de chaval, aunque de pasada y entre otros muchos.
    He llamado al ayuntamiento de Palenciana para conseguir tu libro, que espero poder leer despacio, y que seguro seguirá aportando ese refuerzo interior que nos empuja y nos sostiene cuando pisamos los baches del camino de la vida.
    Gracias por tu empeño de seguir siendo campana que tañe desde la fidelidad a unos principios de honestidad que hoy por hoy, quizás como fue siempre son tan necesarios para todo el mundo.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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  2. Muchas gracias por tus emotivas palabras, Juan Martín.

    En lo que respecta al libro, mucho me temo que esté agotado. Fué una tirada gratuita que realizó el ayuntamiento de mi pueblo a traves de la imprenta de la Diputación de Córdoba, gracias a la intervención de nuestro amigo y compañero Manolo Gutiérrez. La primera tirada voló en el mismo acto d epresentación. Una segunda ya está agotada. Para una tercera tendríamos que esperar a la nueva composición de la diputación cordobesa.

    Un abrazo

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  3. Viví mi infancia también en Palenciana, como sabes. Y tengo la misma experiencia. Éramos pobres pero no lo sabíamos. Heredábamos la ropa de unos a otros. Cuando se rompían los pantalones por el culo les ponían unas piezas. Esa era la vida pero no cambiaría mi infancia por ninguna otra. La guardo como reserva de felicidad para cuando vienen las circunstancias mal dadas. La marginación y la pobreza no se van a acabar en tiempo porque hay unos canallas empeñados en eso y un pueblo que tarda en despertar y en darse cuenta de que el mal que las provoca es estructural. Las corporaciones le han ganado la batalla a los cuerpos. Estos días ando pensando en que las propuestas políticas más novedosas no debieran consistir en hacer nuevas leyes sino en derogar de entre las existentes aquellas que son injustas. Si quitáramos la ambición de los poderosos y en su lugar pusiéramos, en lugar de ideologia, una planificación del vivir juntos como se piensa en una casa, una mesa, o una bicicleta antes de construirlas, sólo pensando en el modo mejor en que pudiéramos vivir todos con ese mínimo que describes, entonces viviríamos como en la idílica infancia nuestra de Palenciana, felices.
    Está bien que conservemos valores que aprendimos en el seminario. Los comparto pero eso no basta. Da caridad pero no justicia. Para que haya justicia se necesita hincarle el diente al problema y el problema es que, como en el minicuento de Monterroso, (cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.) si no luchamos contra monstruos mayores que nosotros, seguirá la pobreza, la marginación y la exclusión, digan lo que digan sobre la crisis los grandes mentirosos.
    He pensado, y creo no equivocarme, que los esclavos de Roma en algún aspecto tenían algunas necesidades mejor cubiertas que los nuevos esclavos. Aquellos tenían un techo asegurado. Los de hoy, no. Si pierden su empleo o teniéndolo no llegan a poder pagar la hipoteca, pierden su casa. Aquellos sabían que eran esclavos. Estos se creen libres pero no saben por qué lado le vienen las tortas. Conozco a una abuela de bastante más de 80 años que me contó que su nieto se tiró por la ventana por no poder hacer frente a la hipoteca y porque lo iban a desahuciar. Pepe, no vivo. Mi vida ya se ha acabado, me decía la abuela, Antonia, vecina de mi madre en Córdoba. Mientras exista una ley hipotecaria injusta como la que hay, el dinosaurio todavía estará ahí. Mientras lo derrotamos, estará muy bien que la buena gente eche una mano como pueda a quien la necesita.
    Pepe Ramírez

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  4. ¡Cuánta verdad y sabiduría en tus palabras, Pepe! Para algo fuiste el mayor de nosotros, los seminaristas del pueblo. Yo estoy con todo lo que propones, pero las personas bienintencionadas, aquéllas que miran por el bien común, no medran en política. No desesperemos. Sabemos que es una tarea ardua, de años, de generaciones. Me conformo con nuestros hijos vayan dando pasos adelante. Quizás nuestros bisnietos sean de otra forma, consigan ver la vida con otra dimensión... En fin. Abundando en lo que dices, somos un rebaño custodiado por lobos, los políticos que nos gobiernan tienen todos su presente y su futuro más que asegurado, deberíamos ser guiados por gente corriente,gente currante, gente que sienta los problemas como propios.

    José María Rivera

    Bueno, te dejo. Un abrazo, Pepe.

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  5. José María, esperaré entonces a que salga otra edición, que te ruego me anticipes por este medio o por la dirección de correo que te anoté en la anterior entrada, pues ahora de jubilado tengo tiempo de sobras.
    Nos toca ahora mirar las obras que hacen en el barrio, hablar de fútbol y hacer los recados. Bendita quietud que llegó un día de golpe.
    Pero no suelto la mochila en la que he ido metiendo dentro todo lo que pillé por el camino, y que llevo enganchada en la espalda como si fuera un baúl de los recuerdos, que me gusta repasar de tanto en tanto.
    No por aburrimiento, sino por dar alguna mano de pintura nueva al presente aspirando el aroma de aquellos recuerdos jóvenes.
    Por ejemplo me impresionaron las piedras de la ladera del camino de llegada al seminario de Hornachuelos, vistas en uno de los vídeos. Que siguen allí intactas como hace 50 años.
    Pero tenéis razón tú y el compañero Pepe que ha escrito lo anterior, no solo hay que ver el pinchazo en las ruedas, hay que intentar repararlo y seguir avanzando por uno mismo, por quienes nos precedieron y por los que nos seguirán después, cumpliendo nuestra parte.
    Aunque solo sea estando de pie.
    Un abrazo compañero.

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  6. Querido amigo, con esta historia pones un granito de arena en sacar a la luz una muestra de esa gente que no se ve sencillamente porque "no queremos verla" para poder seguir con nuestra vida diaria instalada en la comodidad. Evidentemente no podemos solucionar los problemas del mundo pero si debemos hacer cada uno en el ámbito de nuestras posibilidades aquello que esté en nuestras manos, como has hecho tu contando esta historia y abriendo un interesante debate entre tus lectores. Un abrazo

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  9. Tu tristeza es mi tristeza, te agradezco que, al menos en este rincón, hagas publica la verdad, la "verdadera verdad", que nos inunda.
    Un abrazo muy fuerte Fili desde Donosti.

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  10. ¡Suerte la tuya, César, de vivir en Donosti! Aparte de la belleza y buen ambiente de la ciudad por esos lares se nota menos la penuria de la que hablo.
    Un abrazo.

    José María Rivera

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  11. Pues no creas Fili, hace ya bastantes años una señora conocida mía que trabajaba en Caritas en Irun me dijo que la pobreza vergonzante, la de aquellas personas que no pedían públicamente por temor al desdoro que les comportaba, era mayor que lo que podíamos imaginar, te hablo de hace unos quince o más años cuando la crisis ni se olía; en todas partes cuecen habas, aunque también es cierto aquello de que algunos sitios a paletadas.
    Un abrazo Fili.

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  12. Gracias nuevamente por poner bálsamo en la llaga cuando pones el dedo en ella.

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  13. Como siempre, Fili, eres un gran plasmador de la realidad. Esa que tan cruelmente se vive. Un abrazo.

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