viernes, 3 de febrero de 2017

Lobos

Es de esa clase de personas que sin saber uno muy bien por qué, te cae mal, te resulta repelente, siendo, a lo mejor, hasta buena gente. Cosas de la química cerebral. Me refiero a Cristine Lagarde, la presidente del banco central europeo. No sé, le encuentro cara de cínica, con su nariz afilada a la francesa, su falsa sonrisa venenosa, su pose de moderna siendo ya un carcamal... Que el Señor me perdone, pero no la trago. 

No solo a ella. Cuando veo en la tele a tanto señor mayor en el parlamento europeo o en las direcciones de grandes entidades financieras lo primero que se me viene a la cabeza es pensar lo requetebién que estarían esas personas, ya añosas, en sus casas de campo respectivas escribiendo sus edulcoradas memorias o leyéndoles lo último de Harry Potter a sus nietos. Un poner. Relajados y liberados de una vida a presión. Tengo para mí que ni Emilio Botín ni Rita Barberá (que en paz descansen ambos), por poner ejemplos recientes, se hubiesen infartado fatalmente de haber vivido despreocupados, desocupados, disfrutando de sus nietos o de los viajes del Inserso, como es la "obligación" de cualquier jubilado. Mi punto de vista al respecto es que toda persona en edad de jubilación debería jubilarse, aceptar que su tiempo ya pasó, dejar vía libre a otros que empujan por detrás posiblemente con más energía y con otras ideas, quién sabe si mejores, valorar que la vida tome otro sendero distinto al afán y la ganancia... Pensaréis con la mejor de las intenciones que entonces la sociedad perdería a personas excelsas de talento. Es posible, pero nadie es imprescindible, el talento, al contrario que la riqueza, se encuentra muy repartido; nadie se imaginaba mi consulta sin mi santa presencia -con perdón-, y, sin embargo, ahí tenéis a mi sustituta, una magnífica internista llamada a superar mi listón. Seguro.

Escribe con pluma incisiva y certera mi amigo José Luis Roldán que la política ejerce una gravitación insalvable para los incapaces, gente sin oficio ni beneficio que se sirve de la política, que encuentra en ella su tabla de salvación y la de su familia. Y que por ello va encadenando mandatos, legislaturas, puestos y listas... tragando, si menester fuera, sapos y culebras, todo con tal de no salirse del carrusel. Más o menos. Y yo añado que no solo para los incapaces. La Política y el Poder -¿os habéis fijado? Sin querer me ha salido PP- imantan también a mucha gente con enorme capacidad. Lo bueno sería que tal capacidad corriera paralela a la honestidad, a la voluntad de servicio, pero eso es -me temo- harina de otro costal. No es lo que vemos y conocemos. Estas personas con un extraordinario potencial también suelen ser tentadas por la ambición. Capacidad y ambición deberían constituir un binomio perfecto, la máquina del progreso. La ambición es legítima, sin ella el hombre se estancaría. Pero como el Maligno no descansa ha de malmeter en todos nuestros asuntos con la malsana intención de convertir en negro lo que tendría que ser blanco. Y transforma la sana ambición en avaricia y ruindad. En consecuencia, al menos en política y en finanzas ni los incapaces ni los avariciosos van a dar el paso al frente para quitarse de enmedio, llegados a una edad, de un ecosistema que tanto les está favoreciendo. Deberían de establecerse unas leyes a ese respecto de obligado cumplimiento. Pero entramos de lleno en el círculo vicioso: ¿quiénes tienen que promulgar esas leyes? ¡Oh sorpresa!: ellos mismos, los incapaces y los avariciosos, los diputados y senadores. Acabáramos. No tenemos arreglo. 

Decía Cristine Lagarde el otro día en la tele que España debe seguir en la senda de la reforma laboral mariana, quizás un pelín más apretada, y en la de la subida de impuestos. Y todo ello para cumplir con los objetivos de déficit. En fin... no insistiremos en lo ya manido. De manera que en lugar de preocuparle la tasa de paro o la pobreza real de tantas familias o el número de desahucios o la situación límite de la sanidad pública o... No; le preocupa el déficit. La madre que la parió.

Por todo lo que dicen parece diáfano que esta gente -los europeos y los nuestros- no representa los intereses de la población -el interés general, que blasfema Mariano- sino el interés de una clase, de una casta, el interés del mercado. Otra prueba más: se está discutiendo en el parlamento español el tema de la ayuda de 427 euros a familias sin recursos. En mi modesta opinión, algo elemental, de dignidad humana: primum manducare et deinde philosophare, decíamos en el seminario cuando los curas nos mandaban al estudio con el estómago medio vacío. Primero comer y luego filosofar. Bueno, pues va a salir que no. "¿De dónde sacaremos los 12.000 millones de euros necesarios?" -protestan los diputados del PP. Pues anda que no hay de dónde... Yo tengo mi lista: de las ayudas a los sindicatos, de las partidas exorbitantes a los partidos, de las ayudas y exenciones de pago a la Iglesia católica, de los sueldos, gastos oficiales, pensiones vitalicias y dietas de sus señorías, de los amnistiados fiscales... Y también -metámonos todos- de perseguir con eficacia la economía sumergida en la que tantos estamos enfangados. "Es que dar ayudas a cambio de nada no incentiva la búsqueda activa de empleo"... En fin... No me toquéis las pelotas, hombre. ¿En qué consiste la tal búsqueda? La gran mayoría de parados de más de 40 años no tiene curriculum que echar a ninguna parte. Todavía, los jóvenes que sí lo tienen pueden trabajar fuera, por más que no sea lo deseable. Oigo también en la calle y en el gimnasio cosas como que esa paga estimula la vagancia. ¿De verdad? ¿400 euros? Pues aunque así fuera: prefiero ver a un pobre andaluz o extremeño estimulando su vagancia en el bar (como decía un jerarca catalán) que no a ricachones soberbios y endiosados que se han enriquecido con malas artes y posan ufanos en la tele mofándose de jueces y fiscales. Yo me pregunto si no serán más bien los sueldos de sus señorías los que verdaderamente estimulan la vagancia.

En fin, alguien lo ha dicho antes que yo: somos los ciudadanos de a pié un rebaño de corderos custodiado por una manada de lobos.
Así nos va.

3 comentarios:

  1. Amigo José María, el ojo clínico de la profesión te sale a raudales por la pluma, al describir la acción de las personas públicas y de la situación política que vivimos.
    Cada cual somos lo que hemos podido elegir.
    Desde mi opinión, el estómago de todas las personas no tiene la misma capacidad de aguante, y a partir de ahí por extensión llegamos a todo lo demás.
    Yo quizás no habría podido ser un buen médico, o un buen abogado, o político.
    Posiblemente el estómago enclenque que tengo no me lo hubiera podido llevar.
    Y a la inversa, se deben dar casos de personas que solo valen para ejercer en las alturas, y cortar el bacalao del personal al por mayor.
    Es lo que hay.
    Solo nos queda al personal de a pie, el poder decirlo y comentarlo como cosa rara, que en el siglo XXI con todos los adelantos habidos y por haber, veamos desde los noticiarios cada día cientos de casos de mala gestión, y de injusticias con los débiles.
    Permitidos por acción o por omisión, haciéndose un callo en el sentir ético como algo cotidiano, ya que son gente desconocida los que pierden sus casas, o sufren las consecuencias de verse desvalidos.
    Lo dicho, como si de una radiografía se tratara.
    Un abrazo.
    Juan Martín.


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  2. Querido Fili:
    Hechaba de menos un escrito de esta clase,digamos critico, un pel acid, como decimos en Cataluya.
    El Maligno contemporaneo,es el poder y el dinero, por su poder de corrupcion que tienen tanto uno como el otro.
    El poder y el dinero corrompe por igual,al andaluz,extremeño,catalan o norteamericano.
    Me gustan las frases en latin que de vez en cuando citas,aparte de su contenido,su lecctura me transporta a tiempos infantiles vividos en el seminario.
    Un abrazo
    Hasta pronto

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  3. Muchas gracias compañeros. La cosa Rafa es que yo me siento mejor escribiendo anécdotas divertidas; creo que soy más auténtico. ¿Qué le vamos a hacer? Me gusta más el azúcar que el vinagre. Lo que no quita para darme cuenta de que en tantas ocasiones nos hagan comulgar con piedras de molino. Y se rebela uno, claro está.

    Ya falta menos para Lucena, tíos...

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