domingo, 21 de julio de 2019

Atilano, de paisano

Estoy atrapado. Ahora resulta que mi Atilano Mejías, nuestro recién estrenado fraile carmelita, ha sido párroco en la iglesia del Carmen, de Córdoba, durante cinco años. Hoy, en nuestro baño matinal, ha salido el tema de pura casualidad. Pero es más: conoce perfectamente a muchos curas cordobeses que yo le he ido mentando. Me ha dado norte y detalle de don Gaspar, don Moisés (q.e.p.d.), Manolo Vida, Luis Briones... ¡Coño, hasta de nuestro querido Pedro Soldado! "Pero, hombre, Atilano, todos esos son mi gente. Me he criado con ellos".

No sé si vale la pena seguir usando este pseudónimo de Atilano Mejías con el que lo he bautizado para preservar el anonimato, o nombrarle ya decididamente con su nombre de cuna, porque al final, mis amigos de Córdoba lo van a acabar identificando. Pero creo que seguiré con Atilano. Me mola. Me recuerda esa costumbre de nombres exóticos que tanto gustaba a García Márquez: Florentino Ariza, Fermina Daza, José Arcadio Buendía, Arístides, Escolástica, Juvenal Urbino...

Sabiéndome médico, me ha mostrado un rasguño y un gran hematoma en el dorso de su muñeca derecha que se produjo ayer tarde al tropezar con una pared de su celda. "Es que la mente va más aprisa que las piernas" -me dice. Le he recomendado que se junte un antiséptico tipo Betadine, y que se proteja la herida con una gasita. Y ahora viene lo bueno: "No sé adónde habrá ido a parar un guante de esos de las gasolineras que he usado para cubrirme toda la mano, y que al llegar aquí, a la piscina, lo guardé dentro de la bragueta -se pone el tío a toquetearse por dentro del bañador-. Y es que no me lo encuentro". Y yo me meo de risa. "Mira, Atilano -le digo riéndome-, como salga el guante flotando por aquí le voy a gritar al personal: Mirad, el condón del fraile". Y se parte, el buen hombre. Al final, resultó que se le había escurrido para atrás, y lo tenía alojado en la rajalculo.

Cuando se sale para irse, aguanto en el agua unos quince minutos más para no coincidir con él en las duchas. No sé, me da vergüenza. Como es tan lento vistiéndose, luego me da tiempo a adelantarlo en los vestuarios. Hoy lo he invitado a llevarlo en mi coche hasta el convento. "¿Una cervecita?" -me suelta en el camino. "No, no, Atilano. No puedo" -le digo apurado. "¿Eres abstemio?" -me mira extrañado. "No, hombre; es que me espera mi mujer para ir al pueblo, que estamos de obra en mi casa, y ya llego tarde". "¡Amigo! -se sonríe-. ¡Palabras mayores!".

Como me puede el vicio, hago intentos por sonsacarle cosas del lado oscuro: "Pues nosotros, amigos muy cercanos de un cura joven de Córdoba, lo provocamos mucho malmetiendo que aprovecha sus vacaciones en lugares recónditos para limpiar el sable. Y él se cabrea un montón". Y Atilano se ríe de mis ocurrencias. Pero también se abre: "Normalmente, Dios nos da fuerzas para resistir la llamada de la carne, en ocasiones, llamadas brutales" -empieza a confesarse. "Pues, Atilano -le azuzo-, yo creo que es bueno aliviarse de vez en cuando, es algo natural y sano, no solo para el cuerpo sino también para el espíritu. Y sinceramente, no creo que sea pecado". Y me contesta, crítico: "No lo será para tu moral particular". Pensé explicarle -pero me contuve- lo que dice un amigo muy querido: que cuando pasa más de una semana sin matrimoniar le sale la leche aterroná. "Un día, en una parroquia de La Paz, en Bolivia -se lanza el fraile-, una mujer me pide confesión pero en mi despacho, en privado. Y sin mediar más que cuatro frases se me ofrece para echar un polvo, así, sobre la marcha, aquí te pillo, aquí te mato. Ten presente, José María, que por entonces yo andaría por los treinta años, te puedes imaginar"... "¡Qué chollo, macho!" -le digo. "¡Qué apuro más grande, querrás decir! -me contesta-. No sé de dónde saqué fuerzas, pero la despedí al instante". Y continúa: "Si metes la pata una vez"... "Te refieres a la pata de en medio, ¿no?" -me pongo guasón. "Sí, sí, a esa me refiero". 

Creo que esta gente de la Iglesia de a pie está hecha de otra pasta. Yo, de cura, no hubiera podido salir airoso de tentaciones tan carnosas. Mi sacerdocio no le salía a cuenta, y Dios me ayudó a abandonar el seminario. Menos mal. Lo mío hubiese sido un escándalo. Por lo caliente, me refiero.




¡Ofú, qué caló!, decía mi hija cuando vivíamos en Sevilla. Pues eso. Ayer empezó el verano de verdad.


5 comentarios:

  1. José María, está resultando muy entretenido y curioso este carmelita, Atilano Mejias para tus lectores.
    Me resulta increíble que, a lo largo de toda su vida, no haya sucumbido, ni una sola vez, a la llamada de la carne.
    Síguele azuzando...en algún momento se te confesará...
    Recibe un fuerte abrazo.

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  2. Manuel, si la confesión no es espontánea... tú lo sabes mejor que nadie.
    Además, el buen hombre no dice que no haya sucumbido nunca. Lo que parece claro es que considera pecado el sexo fuera del matrimonio y ha procurado evitar pecar contra el sexto mandamiento.
    No todos los curas son libidinosos, al menos yo no vi que mis tíos lo fueran.
    A mí, como se sabe, un cura del San Pelagio me recomendó abandonar la masturbación o, en caso contrario, abandonar el Seminario.
    En el caso de Juan Martín lo duro era la soledad del sacerdocio, en el de Fili la continencia y en el mío la falta de fe añadida a la incontinencia.
    Coincido contigo, Manuel, en que este y similares crónicas de la vida diaria de Fili, son curiosas e interesantes.
    Fili, gracias por darle a la pluma con tanto entusiasmo y acierto, me refiero a la de escribir, no la liemos.
    Sólo encuentro un problema a la eyaculación, acompañado o no: desgasta energéticamente.
    Un abrazo para los dos, Manuel y Fili.

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  3. Chicos, perdonad el retraso: he estado una semana en la Rioja con el pretexto de asistir a la boda de un pariente. Ya estoy, de nuevo, en casa.
    Desde luego, mi punto de vista es que no todos los curas son unos salidos, claro que no. Pero también considero que no puede considerarse pecado un acto natural como la masturbación o el ayuntamiento carnal, siempre y cuando no haya sufrimiento para nadie, y sea ejercido libremente entre adultos.
    Bueno, ya seguiremos, que me apremia mi mujer para los mandados. Besos.

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  4. No atender a tu mujer en sus mandados a lo mejor no sería un pecado, pero de fijo que lo ibas a lamentar como si lo fuese. Lo primero es lo primero.
    ¿A qué, si no, merecemos un estatus matrimonial decente? Sí, ya, pero el sexo también es cuando ellas dicen.
    Aunque también es verdad que se disfrutan muchos otros momentos juntos, como cuando se sale a pasear y de paso pasamos por la droguería "que me hacen faltan unos productos de limpieza".
    Ahora en serio. ¿Hay vida fuera del matrimonio? ¿Y cómo es?

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  5. No sé cómo será la vida de los desamparados sin pareja estable, pero me la puedo imaginar. La experiencia ajena de amigos cercanos que practican el modelo moderno del follamigo (entiéndase: amigo para follar) me parece bastante halagüeña. Claro que a mí, que me dejen como estoy. Jajaja.

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