miércoles, 30 de diciembre de 2020

Ni hacer el huevo

Tengo comprobado que el sitio más frío de toda la Vega se encuentra entre el vivero "Soria" y la gasolinera. Esta mañana, de camino a Rute, me orillé en el arcén sólo para echar una foto con el móvil al indicador de temperatura de mi coche: -2ºC. Tres grados menos que al salir de Antequera. Enseguida, mandé la foto por wassapt al grupo de mi familia quienes, desagradecidos, solo tuvieron ojos para la suciedad añeja del salpicadero. "Padrino, por favor, limpia el coche", "papi, veo ahí estornudos desde los tiempos del puente del V Centenario", "¿dónde vas tan temprano con esa guarrería de coche?..." Peor para ellos, ya no les compro nada en "Galleros", la mejor pastelería de la subbética. Estoy padeciendo de un síndrome del músculo piramidal, y en Rute hay un fisio afamado que me lo está aliviando. De ahí, el viaje.

Sin duda, ha sido el de hoy un día de invierno de los de antes. Frío de cojones. Y de sabañones. Toda la amplia vega sembrada de escarcha. Al pasar por La Capilla es inevitable el recuerdo de aquellos días gélidos de aceitunas en que los olivos adquirían formas fantasmagóricas envueltos en la niebla, y en los que mi abuelo nos retaba a mi hermano Manolo y a mí a probar a hacer el huevo con nuestras manos. Imposible mover los dedos, ateridos por el frío. Repelones me dan sólo de pensarlo. Ni calentádonos en la candela ni luego más tarde, con el calorcito del sol del mediodía, conseguíamos el huevo en todo el santo día. Arreciitos perdíos. Comparado con eso, el Latín del seminario me parecía pan chupado.

En la bajada hacia el Tejar, se me ofrece una vista idílica de Benamejí en lo alto y su Castillo del Moro sobre una loma, rodeados ambos en una bruma espumosa traspasada dulcemente por los rubios rayos del gran astro, que hoy se muestra un tanto perezoso. Es una postal de ensueño. Ahora me alegro del madrugón y del desayuno a trompicones. ¡Sioputas, los ahumaos, qué suerte de pueblo con vistas! Pero lo mejor estaba por llegar: Desde antes de encarar el puente, un caudal arrebatado de niebla densa y espesa se precipita río abajo ocultando por completo todo el cauce. Es una visión  irreal, onírica. En los segundos en que se recorre el puente he deseado un arcén más amplio donde poder pararme a contemplar este fenómeno atmosférico tan abracadabrante. Todo el recorrido del río que puede abarcar la vista se encuentra cubierto con un enorme edredón de algodón compacto que quisiera proteger del frío esas aguas desamparadas. Una preciosidad. Tan ensimismado voy con esas visiones tan placenteras, que por poco me paso el cruce.

A la vuelta, con el sol en todo el pimpollo del cielo (y yo con mis piononos de Galleros), los olivos de Rute me despiden con sus perlas de cristal que resbalan por las hojas, y, más adelante, nuestro gran río se ha desperezado y destapado de tan contumaz y pegajoso abrigo.

A ver mañana, qué me encuentro por esas carreteras de Dios. 

Un día menos para mi vacuna.


 

6 comentarios:

  1. Un bonito relato en el que la prosa se hace poesía. Eres un genio describiendo la naturaleza. Hasta a mí que me aburren las descripciones me ha gustado mucho, ya tienes mérito. Un abrazo y Disfruta de los piononos que yo lo haré con los rosquitos antequeranos que me has enviado.

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    1. Cuando contemplo un paisaje bello me gusta recrearme en describirlo. Es como si lo volviera a ver. Un abrazo.

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  2. El frío seguro que es amigo de la poesía. Quizás el hambre también, quién puede hacer versos con pesadez de estómago. Genial el relato. El sitio es verdad que es lo más polar de esta zona

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    1. Ardino, tenías que haberme acompañado. Jajaja.

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    2. Como dice Antonio el verso y la poesía como la hace el presi José María.

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  3. Buena descripción agro- mañanera. con tu relato he recordado a mi Chávez Pepe, que decía que él quería ir al infierno por dos cosas: por no tener sabañones y por no tener que aguantar a curas meapilas. 😜😜😜😜

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