miércoles, 14 de septiembre de 2022

Hospital público, hospital de personas

Muchos lectores, por abierto o por privado, me han mostrado sus claras preferencias por el hospital público, pero, eso sí, lanzándole algunos tiritos más que merecidos.

Voy a hacer con vosotros, hoy, un simulacro. Vamos a imaginar el caso de nuestra mujer anciana de 94 años con su problema de deglución en un escenario de hospital público. Para ello, recurriré, ¿cómo no?, al hospital de Valme, mi hospital. Me inventaré una historia ficticia que sitúe a esta mujer en Sevilla.

Un sábado, a las doce, las urgencias empiezan a calentarse. Pocos huecos libres en la sala de espera, amplia y desangelada. Muy poco acogedora. Pacientes en sillas de ruedas ocupan el perímetro en derredor, dejando los espacios del centro para las camillas. Ya hay alguna con algún ocupante quejumbroso. Nuestra anciana ha pasado por el filtro del "triaje", que realiza una enfermera en una miniconsulta. Ingrata y desagradable labor, porque de la valoración de prioridad que ella haga, en base a un protocolo, va a depender el tiempo de espera de los pacientes. No se pasa al médico por orden de llegada, sino por orden de prioridad. El nivel 0 es una emergencia vital que no admite la más mínima demora, y el nivel 5 es algo trivial, sin importancia aparente. A nuestra mujer le han dado un 3. La gente, pícara, ya se conoce la norma y exagera los síntomas para ver si cuela antes.

Una hora corta ha habido que esperar. Ha tenido suerte, los residentes de primer año que están de guardia no dan abasto, y le ha tocado un médico adjunto experimentado que se presta a echarles a aquéllos una mano, claro. La hija de nuestra paciente, médica geriatra, le explica la historia que ya sabemos: que la mujer se engollipa de vez en cuando, que se resuelve el tema en unas horas, pero que esta vez está tardando más de la cuenta. Deciden ambos, el médico y mi amiga, que lo más adecuado será ingresar a la mujer durante unas horas en la sala de Observación Menor para ver la evolución. En Valme, la Observación está dividida en dos grandes secciones: la Mayor es para pacientes con procesos potencialmente graves que necesitan tratamiento y vigilancia estrecha hasta conseguir su estabilización. El destino final de estos pacientes será la hospitalización en planta o en la UCI. La Menor, también llamada, sala de "Pendientes", se ocupa con pacientes estables clínicamente, con menor necesidad de vigilancia, y cuyo destino será el alta o, eventualmente, el ingreso en diferido.

Ya tenemos a nuestra mujer en la sala de "Pendientes". Sola. No se permiten acompañantes. En la Observación menor, los distintos cubículos, separados por cortinas correderas anchas y livianas, están dotados la mitad con camillas estrechas y bastante incómodas, y la otra mitad, con camas normales. A quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga. Y un solo cuarto de baño. ¡Para treinta pacientes!!! Vamos a seguir con suerte: le ha tocado cama. Una auxiliar de clínica, solícita y amable, ayuda a la mujer a desvestirse y ponerse la bata de enferma. La cortina, cosa corriente, se ha quedado a medio correr, o quizá entera descorrida, y la mujer queda expuesta a la vista de los pacientes vecinos. Al contrario que en el hospital privado, todo silencio y aburrimiento, aquí todo es bullicio. Hay treinta cubículos disponibles, muchos de ellos, ya ocupados. Personal que viene y va por el pasillo; ayes y quejas de los pacientes: "Señoritaaaaa, ¡la cuña!!!" "Señorita, ¡¡aguaaa!!!" "Señorita, ¡el suero, que sacabao!!!... Lo más fácil sería desorientarse para una persona mayor no acostumbrada a estar sin su hija en estos ambientes. Pero esta mujer es de otra casta: fuerte y valiente. Y muy optimista. Todo le parece bien. Menos mal. Lejos de lo que pudiera parecernos, la mujer se interesa por lo que ocurre a su alrededor, ha sido siempre una mujer inquieta y curiosa. Y aprovechando el día de cortinas descorridas, hace migas con una vecina de al lado. Mientras los demás comen el almuerzo, ellas charlan. Que resulta que es de Lebrija. "Pues, mire, yo soy de Córdoba capital" -se pone nuestra mujer en plan cordobita. "¿Y qué hace aquí, tan lejísimos?" "Pues que, por no dejarme sola, mi hija y mi yerno me han traído con ellos a casa de unos amigos que viven por aquí, a pasar el fin de semana. Y mire usted qué mala suerte: ha sido llegar y pasarme esto del tragar..."

La cháchara con la vecina ha resultado milagrosa. Nuestra anciana nota que ya puede tragar la saliva. Son las tres de la tarde. Ni ella ni su nueva amiga han probado bocado. Ella, por estar a dieta absoluta; la vecina, porque en cualquier momento se la llevarán a quirófano para operarla de una hernia umbilical que se la "encarcelado" desde hace dos días. Su amiga lebrijana, más mañosa en hospitales, le hace saber a la auxiliar la buena nueva. Al poco, acude el médico de observación y prescribe probar tolerancia con un yogurt de fresa. ¡Bingo!! Se lo traga sin problemas. Y le dan algo más consistente: galletas con leche. Padentro. Avisan por megafonía a los familiares. Sale el médico a hablar con la hija. Todo resuelto: a casa. Y que en lo sucesivo vean de hacerle a la paciente algún estudio digestivo, si ella misma, la hija, lo cree procedente.

-¡¡Que me voy de alta, vecina!!!

-¡¡Qué bien!!! Mucha suerte.

-A todo esto, me voy y ni sabemos nuestros nombres. Yo me llamo María Victoria Amo.

-Y yo, Pepa. Pepa Falcón, para servirla.

La dulcificación del episodio con un relato ficticio y bien intencionado no debe, sin embargo, ocultar algunas de las flaquezas de nuestras urgencias hospitalarias: los tiempos de espera, eternos; la poca capacidad y menor comodidad de las salas de espera; la excesiva responsabilidad puesta en las espaldas de los R1; la falta de plantillas médicas estables y completas; la escasa intimidad y confortabilidad... La población, la gente, también tiene su parte en hacer un uso sui generis de las urgencias. Pero de eso hablaremos otro día.

-¿Qué tal, mamá? ¿Cómo te ha ido ahí dentro, sola?

-Divinamente, hija. Se me ha pasado el tiempo volando. Hasta he hecho una nueva amiga.


Y como decían Tip Y Coll, mañana hablaremos del gobierno. 


   

9 comentarios:

  1. Te ha quedado el relato muy propio. Has sido un guionista de miniserie tan amable y benévolo que me entran ganas de pasarme por urgencias alegando que tengo una anti-vacunitis que no me deja vivir.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jajaja. Es verdad. Me sale la benevolencia sin querer, del natural.

      Eliminar
  2. Con todo y con esas deficiencias de la sanidad pública que mencionas, siempre para mí un hospital público.

    ResponderEliminar
  3. ¡¡Coño,ni que lo hubieses vivido alguna vez!!.
    Me suena totalmente porque lo he vivido.
    Gracias Fili, me he entretenido un rato.
    Los relatos cortos me gustan.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. PACO, es mi hospital. Me lo conozco como la palma de mi mano.

      Eliminar
  4. Conozco las dos redes sanitarias. Por experiencia, la sanidad pública es incomparablemente la mejor que atiende a todos por muy grave y costoso que sea el tratamiento. La privada, en mi experiencia, controla el gasto y algunas de las pruebas, te las tienen que autorizar y si eres un enfermo costoso, la compañía en la que estuve procuraba que te fueras poniéndote trabas sutiles. La pública es un servicio. La privada es un negocio.
    Pepe Ramírez

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí. Así lo creo yo también. Pero me duele la pública. Para mí es como un hijo al que no queremos que nadie pueda afearlo.

      Eliminar
  5. En la pública a mí siempre me han tratado de primera categoría amigo Fili. Y casi puedo decir que les debo la vida.
    Un abrazo.
    Juan Martín

    ResponderEliminar