lunes, 24 de junio de 2024

La cajera novata

Esta mañana, en el Lidl, me he acordado de mi amiga Victoria. Nos regaña a su marido y a mí porque nos gusta hacernos los "graciosillos" con las jovencitas que atienden en los cajeros de los Super o en las terrazas de los bares. "Y no digáis que no, que se os nota un montón. Y no lo hacéis con todas, sólo bromeáis con las bonitas..."  A ver, mujer, si te parece...

Victoria  cree -y a lo mejor lleva razón- que, lejos de sentirse halagadas las chicas por nuestros comentarios, en realidad soportan educadamente la intromisión en su trabajo de unos viejos verdes y babosos. Eso cree.

Luego de una larga caminata por Antequera, esta mañana me acerqué al Lidl a por unos mandados de la Peque. "Vas al Lidl -me dijo-, es el único sitio donde hay la mantequilla portuguesa que me gusta". ¡Sus órdenes, mi sargento! 

Ya estoy en la cola de pagar. Yo creo que nos pasa a todos los hombres, no sé: enseguida peritamos a la chica del cajero. Yo lo hago, lo reconozco. Si es un hombre, ni caso; pero si es mujer me fijo más, es la verdad: en cómo va peinada, en sus gestos, en su forma de relacionarse con los clientes, en fin, si se le ve algo de canalillo... Yo creo que son cosas normales entre los hombres, no me tachéis ya de machista. A unos metros de la caja, me asalta la duda de si la persona que me va a atender es chico o chica. Tengo claro que me inventaré alguna cosa para interactuar con él o con ella. Lo siento Victoria. Es una chica peinada a lo garçón y con una carita de cría que no sé si llegará a los dieciocho años. Si no fuera por las pequeñas prominencias mamarias, diría que es un muchacho. Lo primero que se me ocurre pensar es salir de mis dudas preguntándole directamente si es chica o chico hormonado. Pero enseguida rectifico mentalmente, que hoy no se puede bromear así como así con estas cosas. No, no; eso, no. Bueno, pues le digo algo relacionado con su edad, algo así como: "hay que ver, pareces una cría..." Pero, tampoco. En fin, algo se me ocurrirá cuando me toque.

En esto que, acalorado como venía por la larga caminata, me da por abrir una botellita de agua de mi compra y darle un par de tragos o tres. No es raro eso en mí: en el Mercadona lo hago con las botellas del gazpacho. Al llegar a la caja, le digo a la chica, muy serio y formal: "mire señorita, a ver qué descuento me hace porque esta botella de agua viene media". En otras ocasiones, la chica correspondiente se ríe, tal vez por compromiso, y ya está. Pero ahora, ante mi sorpresa, esta chica novata llama por megafonía a su supervisor para preguntarle qué descuento me hace por mi botella medio llena. ¡Qué vergüenza!!

"No, mujer, que no, que es una broma, mujer, que yo mismo me he bebido la mitad..."

Mis cosas.

 


martes, 11 de junio de 2024

La buena samaritana

No me preguntéis por qué. Sé cómo pasó, pero me da vergüenza explicarlo. El caso fue que, de golpe y porrazo, me vi metido en una gran redonda en un cruce de carreteras. Conducía algo alterado, es verdad, desde Antequera a mi pueblo. Tal vez enfadado por mi pobre desempeño en la partida de golf de esa mañana; o quizás por una conversación telefónica digamos que poco agradable... En fin, que cuando quise reaccionar, mi coche se saltó el bordillo de la redonda y se metió en todo el medio de ella.

Antes de que me diera tiempo a pensar en nada, antes incluso de desabrocharme el cinturón para bajarme, se paró un vehículo paralelo al mío, pero en el carril izquierdo de la carretera.

-¿Necesita ayuda?

Azorado, miro por la ventanilla y veo a una mujer joven que conduce sola. Y enseguida pienso en la de veces que yo mismo he parado mi coche para ayudar a otro accidentado.

-No lo sé -le contesto inseguro-. Voy a ver cómo puedo salir de aquí. Parece que el bordillo es demasiado alto.

-Bájese -me dice con toda la seguridad que a mi me falta-, que vamos a ver cómo lo hacemos.

Mientras, los coches siguen pasando por la derecha del coche de la chica como si tal cosa.

Es una muchacha decidida, de eso no cabe duda. Yo, así a bote pronto, le echo unos treinta y tantos. Contrariamente a mi costumbre y dadas las circunstancias, no le hago ningún peritaje en lo que a erótico sexual se refiere. Creo entender que ella me considera una persona mayor que necesita ayuda. Y me dejo hacer.

-¿Cómo ha acabado usted aquí? ¿Ha sido queriendo...?

-¡Qué va...! Me he despistado dos segundos.

Ante mi inoperancia, rebusca por el suelo unas piedras y las coloca pegadas al bordillo para facilitar así el paso de las ruedas a su través.

-Súbase usted, que yo le voy a ir indicando.

"Venga, dele patrás, despacio... Espere que pasen estos coches. Yo le aviso cuando no venga nadie. Venga, tire palante y luego mueva el volante to pa la derecha... y patrás despacito. Así, así, siga, siga, muy bien... Cuando note las ruedas en las piedras... ¡acelere! ¡¡Ahora!!!"

¡Coño!!, que salió el coche tan requetebien.

-Ea, me voy, no vayamos a formar ahora algún atasco -y pilla y se marcha sin darme tiempo a nada.

-Muchísimas gracias, mujer -es lo único que pude decirle.

Tachadme de machista, es verdad que lo soy. Si yo hubiese recibido este trato y esta ayuda de parte de cualquier hombre lo hubiese considerado como algo normal, como yo lo he hecho tantas veces a otros conductores. Pero el hecho de que haya sido una mujer joven lo encuentro como algo realmente inusual, por no decir extraordinario. Y no debería ser así. Y de hecho, quizás no sea tan infrecuente o raro, pero yo así lo he vivido. Y me lo reprocho. El buen samaritano no ha de ser necesariamente un hombre.

 

lunes, 3 de junio de 2024

Hobby de mesa camilla

 La semana pasada tocó en Alhaurín De La Torre; anteayer, en Villanueva Del Trabuco; dentro de nada, en Asturias; en un mes, en Roquetas de Mar... Por parte viejo, no veas lo viajero que me he vuelto.

La Peque, que está enviciada con los bolillos. Pese a lo atareado de su afán en los proyectos de "Elislón", consigue exprimir sus tardes para que le alcance a ver un capítulo de la serie de Netflix que toque y al hobby de nueva adquisición de entretejer una serie de hilos atados a unos palitos y enrevesados entre ellos para conseguir unas preciosas figuras de encaje. Una cosa imposible de comprender y mucho menos de realizar para un varón hispánico. Allí donde se entere de algo, allí que nos plantamos. Para lo cerca, nos acompañan las bolilleras mayores del pueblo, Araceli y Pura de Sales, responsables directas del vicio. Para lo lejos vamos sólo los dos.

Para alguien profano como servidor, los encuentros bolilleros son una cosa aburridísima: en la plaza del pueblo, en el parque o en otra explanada apropiada al uso te encuentras un centenar de personas mayores, casi todo mujeres (los pocos hombres somos agregados por imperativo conyugal), sentadas en largas filas paralelas frente a su mesas correspondientes, dale que te pego al bolillamen. Son las personas inscritas. Luego, estamos los asistentes no inscritos, que vamos curioseando entre calles estrechas de mesas paralelas. "Mis mujeres" se quedan embobadas mirando los distintos dibujos y el maniobrar tan elaborado de las "profesionales". Y charlan con unas y con otras, que así es como se aprende; y con las promotoras, para recabar información y conocimiento del tema organizativo. Porque, esa es otra: la Peque pretende organizar un encuentro nacional de bolillos en Palenciana para el mes de octubre. ¡Te cagas las patas abajo!!! Y no es broma: ya tiene el compromiso de asistencia de gentes de toda Andalucía, de Murcia..., hasta de Asturias.

Yo, endemientras, me ocupo en las cosas más prosaicas: todas las inscritas desayunan lo mismo, que va incluido en el precio de la inscripción, tostadas con aceite y pavo frío y un zumo de frutas de esos que vienen en envases de cartón y con su pajita y todo. Me traiciona sin remedio mi oficio médico y me fijo en la espalda de esta anciana que debe tener varias fracturas vertebrales antiguas y que la tienen encorvada; en esta otra que no para de mover las piernas mientras cose y que debe tener un síndrome de las piernas inquietas; en aquélla de más allá con las gafas de cerca pegadas en la punta de un apéndice nasal de fresa madura, cosa que se llama "rinofima"; en lo mal que trata la naturaleza al cuerpo femenino ajado de años que, en faltándole el estradiol, no hace otra cosa que acumular grasa donde quiera que sea. Y me digo para mis adentros que mi Peque no pega aquí, en medio de tanta senectud, con lo pizpireta que ella se mantiene.

Alrededor del Sancta Sanctorum bolillero se sitúan una serie de puestos de venta de productos al uso: distintos tipos de hilos, palitos, algodones, estuches... aperos necesarios para esa labor. La Peque siempre compra algo, claro está, si no para qué va a venir. En una esquina del espacio destinado se instala una tarima algo elevada, desde donde las organizadoras dan las instrucciones oportunas de cómo se va desarrollando el evento y desde la que también actúa un conjunto músico vocal loco regional que ameniza el acto. Ya sobre las doce del mediodía, varias mujeres del pueblo inician las labores del sofrito para el arroz en una paellera de quinientas raciones. Esto ya me gusta más. Para remover el sofrito usan unas palas de madera como aquéllas que se usaban antiguamente en las eras.

-¿Esto es para todo el mundo? -les pregunto interesado.

-No. Solamente para los inscritos. Pero, vaya, que usted, si quiere, lo prueba porque va a haber arroz para todo el que se arrime.

Realizada la primera inspección del evento, mi siguiente tarea es buscar una pastelería. Siempre tengo suerte. Y me traigo para casa productos golosos de los distintos pueblos. En la última ocasión, en Alhaurín, me he comprado una torta de aceite y un tupper con media docena de roscos fritos. Me puede el vicio. Y pienso que es ésta otra de las ventajas que este tipo de eventos proporciona a un pueblo: las ventas, el consumo. Había cola en la pastelería que os digo.

Puede que para mí, estos encuentros resulten tediosos si lo comparo con las cosas que dejo de hacer por mor de esta servidumbre auto impuesta, pero he de reconocer que me ha producido una sorpresa agradable el comprobar que hay un público para todo, un público, en este caso, constituido por mujeres añosas y achacosas que, no obstante sus limitaciones, disfrutan de este circuito de ocio abandonando la mesa camilla y compartiendo sus aficiones con sus semejantes. Pares cum paribus...