lunes, 3 de junio de 2024

Hobby de mesa camilla

 La semana pasada tocó en Alhaurín De La Torre; anteayer, en Villanueva Del Trabuco; dentro de nada, en Asturias; en un mes, en Roquetas de Mar... Por parte viejo, no veas lo viajero que me he vuelto.

La Peque, que está enviciada con los bolillos. Pese a lo atareado de su afán en los proyectos de "Elislón", consigue exprimir sus tardes para que le alcance a ver un capítulo de la serie de Netflix que toque y al hobby de nueva adquisición de entretejer una serie de hilos atados a unos palitos y enrevesados entre ellos para conseguir unas preciosas figuras de encaje. Una cosa imposible de comprender y mucho menos de realizar para un varón hispánico. Allí donde se entere de algo, allí que nos plantamos. Para lo cerca, nos acompañan las bolilleras mayores del pueblo, Araceli y Pura de Sales, responsables directas del vicio. Para lo lejos vamos sólo los dos.

Para alguien profano como servidor, los encuentros bolilleros son una cosa aburridísima: en la plaza del pueblo, en el parque o en otra explanada apropiada al uso te encuentras un centenar de personas mayores, casi todo mujeres (los pocos hombres somos agregados por imperativo conyugal), sentadas en largas filas paralelas frente a su mesas correspondientes, dale que te pego al bolillamen. Son las personas inscritas. Luego, estamos los asistentes no inscritos, que vamos curioseando entre calles estrechas de mesas paralelas. "Mis mujeres" se quedan embobadas mirando los distintos dibujos y el maniobrar tan elaborado de las "profesionales". Y charlan con unas y con otras, que así es como se aprende; y con las promotoras, para recabar información y conocimiento del tema organizativo. Porque, esa es otra: la Peque pretende organizar un encuentro nacional de bolillos en Palenciana para el mes de octubre. ¡Te cagas las patas abajo!!! Y no es broma: ya tiene el compromiso de asistencia de gentes de toda Andalucía, de Murcia..., hasta de Asturias.

Yo, endemientras, me ocupo en las cosas más prosaicas: todas las inscritas desayunan lo mismo, que va incluido en el precio de la inscripción, tostadas con aceite y pavo frío y un zumo de frutas de esos que vienen en envases de cartón y con su pajita y todo. Me traiciona sin remedio mi oficio médico y me fijo en la espalda de esta anciana que debe tener varias fracturas vertebrales antiguas y que la tienen encorvada; en esta otra que no para de mover las piernas mientras cose y que debe tener un síndrome de las piernas inquietas; en aquélla de más allá con las gafas de cerca pegadas en la punta de un apéndice nasal de fresa madura, cosa que se llama "rinofima"; en lo mal que trata la naturaleza al cuerpo femenino ajado de años que, en faltándole el estradiol, no hace otra cosa que acumular grasa donde quiera que sea. Y me digo para mis adentros que mi Peque no pega aquí, en medio de tanta senectud, con lo pizpireta que ella se mantiene.

Alrededor del Sancta Sanctorum bolillero se sitúan una serie de puestos de venta de productos al uso: distintos tipos de hilos, palitos, algodones, estuches... aperos necesarios para esa labor. La Peque siempre compra algo, claro está, si no para qué va a venir. En una esquina del espacio destinado se instala una tarima algo elevada, desde donde las organizadoras dan las instrucciones oportunas de cómo se va desarrollando el evento y desde la que también actúa un conjunto músico vocal loco regional que ameniza el acto. Ya sobre las doce del mediodía, varias mujeres del pueblo inician las labores del sofrito para el arroz en una paellera de quinientas raciones. Esto ya me gusta más. Para remover el sofrito usan unas palas de madera como aquéllas que se usaban antiguamente en las eras.

-¿Esto es para todo el mundo? -les pregunto interesado.

-No. Solamente para los inscritos. Pero, vaya, que usted, si quiere, lo prueba porque va a haber arroz para todo el que se arrime.

Realizada la primera inspección del evento, mi siguiente tarea es buscar una pastelería. Siempre tengo suerte. Y me traigo para casa productos golosos de los distintos pueblos. En la última ocasión, en Alhaurín, me he comprado una torta de aceite y un tupper con media docena de roscos fritos. Me puede el vicio. Y pienso que es ésta otra de las ventajas que este tipo de eventos proporciona a un pueblo: las ventas, el consumo. Había cola en la pastelería que os digo.

Puede que para mí, estos encuentros resulten tediosos si lo comparo con las cosas que dejo de hacer por mor de esta servidumbre auto impuesta, pero he de reconocer que me ha producido una sorpresa agradable el comprobar que hay un público para todo, un público, en este caso, constituido por mujeres añosas y achacosas que, no obstante sus limitaciones, disfrutan de este circuito de ocio abandonando la mesa camilla y compartiendo sus aficiones con sus semejantes. Pares cum paribus... 


4 comentarios:

  1. Es buenísimo y muy beneficioso para el desarrollo mental y prevenir enfermedades degenerativas de la "mirla", el hacer trabajos manuales que no dejen descansar el cerebro además de potenciar la coordinación. En cuanto me jubile, mi mujer con la teoría, ella no tiene ni la FP en siquiatría y es solamente sicóloga de afición como todas las mujeres, de que soy un hombre nervioso, me compró un lienzo para hacer punto de cruz, un surtido de hilos de colores y además agujas y dedal. Que maravilla de entretenimiento y lo que tuvo que mejorar mi intelecto. Al poco de comenzar me daban calambres en los dedos, especialmente el gordo que debe ser un poco más vago. Los colores no los manejaba bien, enredaba los hilos, y el contar cuadritos me preparaba para una crisis de ansiedad. Así que fracasamos todos en tan noble empeño. Yo seguí haciendo lo mismo que había hecho siempre: andar, andar y leer, leer. Perdí la oportunidad de tener hoy una mente mucho más preclara y sistematizada. Todos los días echo de menos esa labor y posiblemente jamás vuelva a ella. "Lo que natura no da...." no lo va a dar el punto de cruz. ¡Digo yo!

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  2. Pero que buenos y obedientes sois!!
    Yo a mi esposo ni se me ocurriría proponerle esas cosas.
    Con lo atareado que está siempre!!🤦🏻‍♀️

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  3. En La Romana (Alicante) pude observar a unas señoras muy mayorcitas practicar en petit comité el endiablado arte de los bolillos.
    Mi madre tenía nivel profesional en el arte del ganchillo, y mi mujer, Mónica, entró en estados alterados de conciencia practicando el punto de cruz, (cuando se divorció de su desquiciante trabajo como procuradora de los tribunales).

    Yo, humildemente, he practicado el macramé y la papiroflexia, pero los arreglos caseros, como manitas audaz, no acabo de quitármelos de encima.
    Fili, haz fotos, sigue practicando tu fina observación y recolectando sabrosos bocados pasteleros, que las movidas bolilleras de tu mujer son un mundo de posibilidades y desafíos para ambos contra el apalanque casero.
    Aquí el menda evita claudicar a la pereza, que ya la lujuria se me ha perdido en el camino. Y por eso me apunto a cualquier movida que surge con familiares o amigos.
    Gracias por seguir con tus artículos de costumbres tan gratos de leer.

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