miércoles, 18 de septiembre de 2024

 

El equipo vikingo

 

 


Ahora me vais a permitir que escriba una semblanza escueta sobre cada uno de los participantes en nuestro “Gran Hermano” vikingo. Os lo cuento tal como yo lo he vivido. Excluyo a Delfín porque ya se llevó su ración en un escrito anterior. Pero no así a Carmen, su esposa, que desde Benalmádena ha seguido nuestra aventura como una más, disfrutando con nosotros y también sufriendo cuando tocó. Una mujer a quien no conocíamos de nada, pero que ha sabido entrar en nuestros corazones por su valentía y su sencillez.

 

Manolo. Mi hermano Manolo, ha sido el hombre omnipresente, la mano derecha del míster, el ojeador a quien se envía en vanguardia para alertar de peligros, el que hace dos veces el recorrido, porque va y vuelve, vuelve y va…, el que, en fin, se enrolla con todo quisque. Y también el despistado pierdelotodo. No le aguantan las cosas en sus bolsillos, se les salen solas hartas de tantos jaleos como les da. No puede llevar nada, todo lo pierde. ¡Menudo bajonazo el que nos llevamos todos el día que extravió la llave del coche de alquiler…!!! Perdidos en tierra de nadie, no veíamos solución porque la casa arrendadora, a trescientos kilómetros, no tenía medios de hacernos llegar otra llave. Mr. Loupez y sus hijos movieron Roma con Santiago para dar con una solución: alquilar otro coche en una población cercana.


 

La Sam. Aclamada por todos como Miss Simpatía por tantas divertidas ocurrencias y por charlar con todo Dios que se encontrara en una especie de esperanto muy particular. En un refugio de alta montaña donde paramos a tomar un tentempié (el bizcocho de manzana, hummm, insuperable) entabló tal cháchara ininteligible con la dueña que al despedirnos vino la robusta mujer y le plantó dos besos sonoros en la cara de la Sam. ¡Por Córdoba!, gritó la mujer al soltar a la Sam. Por los walkies con que nos comunicábamos los cinco coches nos contó anécdotas y chistes muy malos, pero que en su prosodia de la calle Gracia nos hicieron mucha idem y nos hartábamos de reír. El chiste más jaleado fue aquel del polvo tan caro que les salió a unos padres que intentaron distraer al hijo llevándolo al balcón mientras ellos hacían sus cosas, prometiéndole un duro por cada persona que pasase por la calle. El niño iba relatando, uno a uno, a todo el que pasaba, pero le entró mucha risa cuando le gritó al padre que terminaran pronto la faena porque venía calle arriba un entierro. Ha superado en este viaje el pánico a los aviones, pero, con todo, en los despegues y aterrizajes se hacía un cucuñito pegada a mí.


 

Hermanos García Ballesteros. ¡Qué barbaridad de erudición! Dos enciclopedias universales de aquéllas de Espasa Calpe. Dos wikipedias andantes. Saben de todo. Rafael tiene un pase, pero lo que es Fernando es un fuguilla incansable que puede estar las 24 horas del día dándole a la sin hueso sin parar. Bético hasta lo fanático, ha paseado su gorra verdiblanca por doquier y no se ha desprendido de ella ni para dormir. Va tan de prisa a cualquier sitio que en un test del reloj que le hice de manera improvisada le dije que pintara las cinco y media y señaló con las agujas las seis y media, una hora más. Una mañana, al comienzo de una de nuestras caminatas, se me pegó para contarme cosas: cosas de su casa de campo “la Jara”, que está reformando. Y de pronto me salta con que si yo sé el porqué del nombre de la compañía aérea Raynair. Y me dijo que se debe a que el dueño de la compañía se llama Rayn. El sufridor más abnegado de tanta erudición y charla ha sido míster Loupez, el chófer del coche donde iban ellos: “estos dos empiezan a charlar y charlar, sus mujeres, aburridas, se duermen y yo tengo que ir todo el rato pendiente de la carretera y de sus disertaciones”. ¡El pobre!


 


 

Sus santas esposas.  Lola y Charo han sido también unas abanderadas en paciencia, virtud indispensable para aguantar toda la vida tal grado de información y no han tenido otra que urdir algún tipo de estrategia para refugiarse por momentos de la ráfaga que no cesa. Un día fuimos José Antonio y yo a hacer la compra de nuestra cabaña y se vino con nosotros Charo para hacer lo propio para la suya. Antes de arrancar el coche se nos subió también Lola. ¿Para qué venís las dos? -les dije yo-. Con una será suficiente ¿no? Y Lola: pues vamos las dos para quitarnos de en medio un rato de estos dos insufribles”. ¡Qué lástima!!


 



José Antonio y Mari Carmen. Después de una semana compartiendo coche y cabaña con ellos, puedo afirmar con conocimiento de causa que son la pareja perfecta. Han conseguido estar todo el tiempo discutiendo cualquier cosa por banal que fuera sin que jamás se les haya notado el más mínimo enfado. Discutirlo todo sin reñir nunca. Entenderse discutiendo. De nota, las disputas tan graciosas y entretenidas cuando juegan al dominó, el que sabe es él; la que gana es ella. A falta de dominó, en este viaje hemos jugado al “Burro”, un juego de cartas. Pues lo mismo da. Discusión que te crio. Ni siquiera aquella tarde en que José Antonio perdió sus pastillas de Sintrom, brebaje imprescindible para su corazón cual bálsamo de fierabrás, perdió Mari Carmen la compostura. Y no sólo eso, sino que rebuscó y rebuscó hasta dar con ellas en un escondrijo imposible: la estrecha ranura que separa el asiento del coche con uno de los cubículos laterales. Hasta para pedirse unas pizzas discuten. “Pedimos dos pequeñas”. “No, eso va a ser muy poco”. “Bueno, pues dos medianas”. “No, eso va a ser mucho”. Al final se presentaron con una pizza pepperoni grande, tan grande como la cagada de una vaca de los Pirineos. Mari Carmen, la mujer ideal para un marido despistado.

 


 

Mr. Painter. Mi amigo El Pintor ha sido, sin duda, el que más me ha sorprendido. Al igual que en otras ocasiones en que hemos viajado allende su Arrecife preferido, yo esperaba encontrarlo si no serio y aburrido, simplemente resignado. Resignado a los designios siempre fastidiosos de su amada Victoria, una mujer todoterreno incapaz de permanecer un día inactiva disfrutando del lugar, cosa que es lo que él busca, y, en este caso, resignado también al deseo de todo el grupo que hace piña con ella. Pues nada. Se ha comportado como un disfrutón más, caminando, gateando y encharcándose como cualquiera. Ver a Antonio Pintor entusiasmarse con la visión de un paraje natural es una suerte de contradicción en los términos, otro oxímoron. “Esta vez sí que estoy disfrutando de verdad”, se me confiesa un día.


 

María Victoria. Aunque ella no lo crea por lo mucho que nos enfrentamos, es mi ojito derecho. Ella es el orden y yo, el desastre. Posee un algo que yo admiro: la franqueza, siempre por derecho. En ocasiones mete la pata, pero ¿quién no? Es una excelente analista de la realidad, no se cree nada así como así, le pica la curiosidad y se obliga a comprobarlo todo. Es quisquillosa y algo maniática, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosa. Y le fascina la naturaleza salvaje y libre de la mano humana. Y lo que más: el agua limpia y pura. Es de la pocas veces que no la he oído protestar por el agua, porque ella a cualquier arroyo, manantial o incluso playa le encuentra defectos: “este agua tiene espumilla”. En este viaje lo ha flipado.

 


 


Fraski Espadas. Un hombre pegado a su máquina. Le ha fastidiado tanta lluvia al no poder disponer de su trípode ni de su cámara profesional todo el tiempo que él hubiese deseado. Pero se las ha arreglado bien con su móvil. Para los demás, ha sido un verdadero descubrimiento el arte fotográfico de este hombre. Para nosotros, los del pueblo, no, porque de sobras tenemos conocimiento del mismo. Se ha comportado en todo momento como un hombre serio y ordenado. Ha desdeñado almuerzos sabrosos y colesterólicos para comer sólo un plátano y un yogurt. Ha pasado desapercibido en muchas de las excursiones, porque él (y su compañero de fatigas, Jesús) busca el aislamiento para encontrar el mejor foco. Pero, desde luego, donde mejor ha comulgado con todos (y sobre todo con la gente de su cabaña) ha sido a la hora de preparar las cenas. Un chef por todo lo alto, de ésos que con cualquier cosilla te cocina un manjar. Se ha desquitado bien de la frugalidad de sus almuerzos.


 

 

 Francis “El Carpin”. Muchacho lacónico en palabras, en parte por su ser natural, en parte por ser el más descolgado de los distintos grupitos previos que conformábamos el conjunto. El hecho de compartir coche y cabaña con Manolo le ha servido, sin duda, para acoplarse enseguida y disfrutar como el que más. Porque Francis, como le ocurre a Victoria o a la Peque, es un enamorado del campo y de la Naturaleza. Contrariando mi pronóstico particular, Francis ha dado el callo en todas y cada una de las subidas. Yo, que lo creía el compañero ideal para quedarse retrasado conmigo… Y en la cabaña, entre él y Fraski Espadas se las han arreglado para todo, porque Manolo y La Sam estaban siempre de bureo por ahí.


 

 

Jesús Paniagua. El otro fotógrafo de categoría. Pareja perfecta con Fraski, se les ha visto juntos en todas las excursiones compartiendo ideas y cosas de los artistas. Hombre poco hablador, se ha integrado perfectamente en un grupo de casi desconocidos gracias a su saber estar y a su prudencia. Por su facilidad de flotación al ser el que más agua desaloja de todo el grupo (jajaja), ha sido el único capaz de tirarse al fiordo helado desde el trampolín y el que más ha sudado en la sala de sauna. Pero el detalle más gracioso que recuerdo de este hombretón bueno y afable lo reservo para cuando toque hablar de su mujer.

 


 


 

 

Mari Cruz. Ea, ya le toca. Mari Cruz es la esposa de Jesús. Ha sido un verdadero placer para los machos de la manada contemplar cada mañana su figura esbelta y elegante protegida por su eterna gabardina blanca y perfectamente ajustada para no desfigurar un tipo tan garboso. Como dije antes, me ha recordado a la mejor Lauren Bacall de sus mejores tiempos. Delgada y fina como es, aguantó mal el infierno de la sauna. Yo, a su lado, la miraba con ojos peritos por si se mareaba, porque eso no eran los sofocos que le entraban… De frágil apariencia, ha subido a todas las alturas que se le pusieron por delante, tanto al glaciar como a la cascada más alta de Noruega, aquélla en que El Pintor, la Sam y un servidor nos quedamos en el refugio de la señora amable y besucona.

En la bajada de la cascada de Lúster, al parecer es mandatorio abrazar fuertemente el grueso tronco de un pino centenario, porque eso te concede suerte en la vida. Y todos lo hicimos. Cuando le tocó a Mari Cruz, va y suelta: “abrazar este tronco es lo más parecido a cuando abrazo a mi marido” . Ya sabéis, su marido, el que desaloja ciento y pico litros de agua cuando se tira al fiordo.


 

 

 Frasqui “de Blas”. Frasqui es mi amigo desde chico y de él ya lo tengo dicho todo. Para eventos como éste, en los que hay que bregar con mucha gente, posee un talento especial para el orden y la organización.  Es una persona de ésas que inspiran confianza y seguridad, como revestidas de un cierto halo reverencial. Aunque en esta ocasión todo estaba perfectamente dirigido por Delfín, Frasqui y Antonio Zamora han estado pendientes de cualquier posible desavenencia. En el único momento crítico que hemos vivido, cuando lo de la pérdida de llave de mi Manolo, fue el primero en poner cordura y paz y el que me dijo por lo bajini que “lo que haya que pagar, que cuentes con nosotros”. Son de esas cosas que marcan la diferencia.

 


Pilar Molina. Mi amiga Pili es un encanto de mujer. En su casa será, como cualesquiera de las nuestras, una regañona exigente y quisquillosa, pero de puertas afuera es la discreción, la sencillez y la amabilidad hechas personas. Hace unas migas estupendas con la Peque, lo cual acrecienta en mucho la cantidad y la calidad en nuestras relaciones de amistad. En nuestros años jóvenes de Córdoba, ella, de parecida talla que la Peque, me servía de modelo cuando yo quería sorprender a mi novia con el regalo de algún vestido. Ella se los probaba primero. Yo pretendía que también se probase los bodys, por entonces prendas muy apreciadas por nosotros, mocitos calientes, pero por ahí no pasó. En este viaje hemos coincidido mucho, ella y yo, en las largas caminatas y, sobre todo, en las cuestas arriba, que son lo que más nos cuesta. En alguna ocasión nos hemos retrasado tanto que nos hemos creído perdidos de la mano Dios. Recatada, como hija de su madre que es, no se atrevió a bajar a la sauna por no haber echado el bikini y presentarse en bragas y sostén.


 

 

Chari de Guitarro. Recuerdo que, a decir de mi hermana Josefa, la madre de Chari era la alegría de la calle. Bueno, pues, más o menos. Chari ha sido la alegría del grupo, la sonrisa permanente, si no la más disfrutona, lo ha parecido. Contagia felicidad. Primos terceros (o cuartos), como somos, poseemos muchas afinidades. Somos rojos y descreídos y nos chiflan los pasteles. Es curioso: en los super nadie hacía caso de la bollería, todo el mundo le daba de lado como queriendo evitar la tentación, pero luego, en el salón donde desayunábamos, todos acudían a mis dulces como moscas a la miel. Y la primera La Chari.

 


Antonio Zamora. La imagen que se me ha quedado más grabada de Antonio en este viaje fue aquélla de cuando llegamos a las cabañas de Lúster: unas casitas preciosas en el mismo borde del fiordo con unas vistas espectaculares a la gran cascada. Pero… ¡ay! Tenían una pequeña dificultad: una escalera vertical, como la que usan los encaladores del pueblo, para acceder al dormitorio de arriba. Y llego yo y ni corto ni perezoso va y le digo: “Antonio, Chari y tú que sois más nuevos, arriba. Frasqui y Pili, abajo”. Por unos momentos, su seriedad gestual contradecía sus palabras: “por supuesto, por supuesto”. Ha sido Antonio uno de los miembros del grupo más sorprendidos por esta experiencia tan espectacular de viaje, aun siendo un experimentado trotamundos. Ya en la vuelta, en el restaurante “El Cántaro”, mostró sus habilidades organizativas y financieras haciéndose cargo de las distintas comandas y del fraccionamiento de la “multa”. En realidad, ninguno nos esperábamos haberlo pasado de esta manera realmente fantástica.


 

La Peque.  De mi Peque lo tengo dicho todo. Si tuviera que destacar algo de ella en este viaje diría su atrevimiento, sus ganas de pasárselo en grande sin miramientos por su rodilla maltrecha o por su ciática. “Que le den por saco, que a mí no me amargan estos días”. Ése ha sido su slogan. Y vaya si lo ha cumplido. Al día siguiente del regreso, ya en casa, empiezan las dolamas. “Que me quiten lo bailao”.

 


Yo mismo. Yo lo he pasado del diez, como se dice en Córdoba. Dejando atrás el gran disgusto por el accidente de mi Manolo, nada me ha pesado. Ni siquiera los vuelos, que yo, manque no lo diga, soy tan cagao para eso como lo es la Sam. La experiencia ha superado con mucha mis expectativas, que ya eran, de por sí, muy elevadas. Dado que, de alguna manera, me sentía responsable de haberos embarcado a todos en esta gran aventura, mi satisfacción final ha sido multiplicada por muchos enteros al comprobar el éxito de una empresa fabulosa. El haberos visto tan felices a todos y el haber conocido a la persona  que es Delfín (y de paso a toda su familia) ha supuesto para mí un chute de orgasmo espiritual. Por cierto, hablando de orgasmos… Ni un solo polvo. Es lo único que me ha faltado.


 


 

 

sábado, 14 de septiembre de 2024

De Puente Genil a Lucena, de Loja a Benamejí...

Cada verano, desde que el mundo es mundo, los cargos sanitarios intermedios de la provincia de Córdoba (supongo también que los del resto de Andalucía) se las ven y se las desean para cuadrar sus respectivas plantillas médicas de cara a las vacaciones estivales. La conciliación de una adecuada asistencia sanitaria, por una parte, y el derecho al más que merecido descanso del personal, por otra, ha sido uno de los más arduos caballos de batalla de los respectivos directores en los distintos centros de salud. Y, gracias a esa labor impagable de ellos y al sentido del deber de los profesionales (la popular vocación, ya en desuso),  de mejor o peor manera siempre hasta ahora se ha logrado la cada vez más difícil cuadratura de un círculo muy complicado. Este verano, sin embargo, no ha podido ser. La cuerda se ha tensado tanto que ya no ha podido con el triple salto mortal. Al menos, es lo que yo conozco que ha sucedido en el Área Sur de nuestra provincia.

Desde Fernán-Núñez a Palenciana y de Puente Genil a Priego, muchos alcaldes y plataformas ciudadanas de otras tantas muchas localidades han salido a la palestra mediática para manifestar públicamente sus protestas más que justificadas por los drásticos recortes en la cobertura médica de los distintos centros de salud y ambulatorios. Personalmente, conozco de primera mano la situación en mi pueblo, donde sólo tenemos médico durante dos horas diarias de lunes a viernes. En Benamejí, nuestro vecino y donde residen el centro de salud y las urgencias, han pasado de tener cuatro consultas diarias a solamente una. El diario Córdoba, Cordópolis y otros medios digitales se han hecho eco de las protestas de alcaldes y ciudadanos de Cabra, Lucena, Priego, Montilla, Baena, Valenzuela, Nueva Carteya... La situación ha sido -y lo sigue siendo- tan caótica, que varios directores de centros de salud, peritos por costumbre en el manejo de la escasez, han dimitido al no poder gestionar tanta precariedad.

¿Por qué? ¿Por qué hemos llegado a tal situación? Quizás lo fácil sea achacar cualquier mal al político o al gobierno de turno. Y a lo mejor es así. No dispongo del conocimiento necesario para señalar a nadie en concreto. Es más, desde mi buena fe, quiero y deseo entender que los más de trescientos millones de euros que la Junta de Andalucía ha dispuesto para la sanidad privada tengan el ansiado objetivo de disminuir las nefastas listas de espera, tanto médicas como quirúrgicas. Y que el plan a medio y largo plazo no sea el de incentivar lo privado, una medida transitoria para salir del paso, sino planificar un futuro más halagüeño de lo público. Eso es lo que yo quiero creer. ¡Que soy un ingenuo y un papanatas? No digo que no. 

Pero, más allá de estos hechos y de la política sanitaria cortoplacista (y quizás intencionada) de la Junta, me gustaría poner en vuestro conocimiento una serie de datos objetivos que pueden, al menos parcialmente, dar explicación a lo que estamos viviendo en la actualidad. Veamos.

Cuando en abril de 1985 terminé el MIR había una enorme bolsa de médicos en paro. Sobrábamos médicos. Aquello ocasionó la llegada del númerus clausus en las facultades de medicina, la descompasada nota necesaria para entrar y luego una contención en el número de plazas de MIR. Había que equilibrar la balanza. Corriendo el siglo, la cosa se fue corrigiendo y hemos permanecido durante varias décadas en un equilibrio saludable y eficiente entre médicos que se jubilan y noveles que entran en pista. Y, como si de un péndulo se tratara, ahora nos hemos colocado en el otro extremo: nos faltan médicos. Y eso no es todo, sino que, además, no se están poniendo las herramientas para corregir tal déficit de médicos. Y no sólo eso: las distintas administraciones sanitarias y sus políticas rateras parecen empeñadas en disuadir a los médicos propios e invitarlos a su exilio.

A lo largo de los últimos diez años, 19.000 médicos y 8.000 enfermeros españoles han emigrado al extranjero.  En el año 2020, 474 médicos andaluces se fueron a trabajar a otras comunidades autónomas y 50, al extranjero. Por contra, unos 2000 médicos foráneos trabajan en Andalucía, la mayor parte de ellos sudamericanos con una formación inferior a la nuestra (datos del consejo andaluz del colegio de médicos de 2020).

En la actualidad, el 47% de los médicos andaluces tiene más de 55 años, es decir, no hacen guardias y se van a jubilar a lo largo de los próximos diez años. Las previsiones del número de MIR necesario para ir cubriendo esas bajas son de alrededor de 2.000 plazas anuales. Sin embargo, apenas se cubren 1.270 plazas. Cada año vamos sufriendo una pérdida de 730 plazas.

¿Por qué tantos médicos andaluces desdeñan ahora su tierra, otrora faro médico para toda España?  That´s the question.

Parece claro que en otros sitios el trato laboral y económico que reciben los médicos es bastante mejor que el que reciben en nuestra querida Andalucía. Y esto no es cosa de ahora, no, no es cosa de Moreno Bonilla ni del PP. Esto viene de lejos. Esto viene de 40 años de cortijo andaluz del PSOE. Y lo digo yo, más rojo que un tomate de Los Palacios. Ninguna política sanitaria andaluza, absolutamente ninguna, ha mirado por el personal sanitario. Ninguna. La gente de mi edad hemos sufrido guardias a diez euros la hora y sin libranza, enarbolado religiosamente la bandera de la vocación para paliar con ello las muchas deficiencias del sistema, "somos gente de vocación", y lo mismo puedo decir de las enfermeras que se han jartado de noches insufribles y de doblar turnos para no dejar en la estacada a ningún compañero. Y la gente de hoy que ya se conforma con unas guardias mejor pagadas y con libranza, ha tenido que soportar un trato no ya desdeñoso, sino indigno: contratos por días, incluso por horas. Lo digo con tristeza: los médicos andaluces hemos pasado del privilegio a un maltrato sistemático por la administración en los últimos diez o quince años. De otra manera no se explica tanto exilio médico ni tanta desbandada de médicos desde lo público a lo privado.

En el Área Sur de Córdoba, además, ha ocurrido este verano una circunstancia extraordinaria que ha agravado en mucho el déficit de fondo. Por el azar de un malhadado concurso de traslados, legítimo y merecido, pero muy a destiempo, ha resultado un déficit de 23 médicos que han solicitado otros destinos, sin ningún recambio disponible hasta que no salgan los nuevos MIR de este año. A esos 23 de menos hay que sumarles los que están de vacaciones (algunos han renunciado a ellas por vergüenza médica, que no torera) y los mayores de 55 años, exentos de guardias. Milagro de la Virgen del Socorro que no haya pasado nada irremediable. Que sepamos.

Ya va siendo hora de que la ciudadanía andaluza despierte y se dé cuenta de que no puede permitir perder ni un ápice de nuestra mejor prenda: la sanidad pública y todos sus sufridos protagonistas.

lunes, 9 de septiembre de 2024

Noruega y la Libertad.

 

Permitidme filosofar un poco a costa de las cataratas noruegas.

 

Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en el mar/, que es el morir…

En este territorio montaraz y salvaje, dominio del agua, contemplamos asombrados los borbotones de nata que saltan por la cascada de la montaña. Es un espectáculo grandioso e hipnotizador. Toneladas de agua y espuma que se precipitan a la nada con estruendo y ansiosas por estrellarse contra las piedras. Y todo, para contentar a un público escaso -nosotros solos en medio de un mundo virginal - abducido por tan descomunal belleza.  

Lo mal repartido que está el mundo, en Noruega el agua es como el aire, lo abarca todo. Y nosotros, los ribereños del Mare Nostrum, a dos velas. En Noruega, las cascadas son vómitos escandalosos de unas montañas borrachas de agua. Cada noruego se reparte 64 metros cuadrados de tierra de un país enorme para muy pocos habitantes, mientras nosotros andamos por menos de 10 metros. Pero algo bueno tendremos también nosotros cuando ellos, los nórdicos, están lampando pon venir a nuestra tierra, tan seca, tan distinta, tan distante.

Y, en la contemplación mística de la cascada pienso también en la libertad. La libertad. El libre albedrío (pedrío y almendrío, se dice en algunos sitios, el libre almendrío, porque ¿quién sabe lo que es albedrío?). La libertad ilusoria en que cree vivir el agua y en la que creemos vivir nosotros.

Liberadas de la prisión del glaciar por un sol tibio y generoso, gotas y moléculas de ese agua pura, alegre y saltarina, se van rejuntando entre ellas, como si fuesen aficionados eufóricos del Madrid que desde distintas calles convergen en Cibeles, para formar chorreones de agua a espuertas y finalmente la inmensurable caterva que desborda la montaña, y celebrar así masivamente su excarcelación.  Se creen libres de tirar por aquí o por allá, por esta calle o por la otra, de seguir la ruta que mejor les convenga, de regatear peñascos y torcer para la izquierda, de meterse en esta cueva tan angosta y bonita y volver a salir cuando les plazca …, incluso se creen capaces de volverse para atrás en algún recodo del cauce. ¡Al fin libres!, con este deshielo libertador, pensarán. Inconscientes, desconocen su curso y su destino inexorables. Ignoran por completo que todo lo que dure su alegre singladura hasta morir en el mar está determinado por fuerzas físicas que se les escapan: fuerza telúrica de la tierra y fuerza de gravitación. Para ella, para el agua, aunque lo crea, no existe el libre albedrío.


¿Y si resultara que nosotros, las criaturas pensantes y libres, tuviésemos nuestro destino tan marcado como lo tiene el agua sin saberlo? Mi hermano Manolo, como persona libre que se le supone, no puede, sin embargo, elegir cualquier cosa que quisiera en la situación en que se encuentra en la foto. Le gustaría seguir subiendo por ahí donde señala hasta lo alto de la cascada, pero prefiere no hacerlo para evitar regañinas de unos y de otros. Le encantaría zambullirse en la poza, pero es que no sabe nadar, el pobre. Estaría deseando de desprenderse de sus impermeables y ponerse pingando, pero ¡ay! es demasiado sensible su garganta para los resfriados. Somos libres dentro de unas coordenadas muy concretas, más o menos estrechas, según los casos. Es posible que, sin ser conscientes de ello, nos suceda como al agua, que no puede abandonar su cauce. Elegir en libertad no es cosa tan fácil como pueda parecernos, estamos demasiado condicionados por nuestras "circunstancias" personales y sociales, propias y ajenas. Y no sólo en aquellos nudos gordianos que puedan ser determinantes de nuestro futuro, incluso en las decisiones cotidianas más prosaicas nos encontramos atrapados por las "circunstancias". Es posible que nosotros, como el agua de la cascada o como aficionados del Madrid, tiremos por donde tiremos acabaremos en Cibeles.

Os invito a considerar estas cuestiones en vuestra propia singladura vital. Podréis comprobar en carne propia la fatuidad del libre albedrío. Nacemos débiles, como nace esta grandiosa cascada, apenas un venero escuálido monte muy arriba; cogemos fuerza y vigor en la juventud, nos comemos el mundo, capaces de cualquier cosa, arrasamos con todo, igual que hace este torrente poderoso; pronto aparecen cuestas, obstáculos, problemas y empezamos a madurar y, al igual que este río caudaloso cuando le plantan un pantano, dudamos de nuestra cacareada libertad. Y ya en el otoño florido de nuestras vidas comprendemos que, como cualquier río, no hemos tenido más opción que seguir el cauce marcado por nuestras circunstancias, las propias y las ajenas. Y lo aceptamos y vamos apaciguando nuestra energía y nuestras ganas para entrar plácidamente en el inmenso mar, que es el morir, donde todos somos iguales. Que no es que lo diga yo, que ya lo dijo el poeta.

…Allí, los ríos caudales,/ allí los otros, medianos/ y más chicos./ Allegados, son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos. (Jorge Manrique)

domingo, 8 de septiembre de 2024

El edén noruego.

 

Cuando Dios creó el Edén, ¿pensó en América?

 

No diré que no, no pondré en cuestión a Nino Bravo y su canción, pero tengo mis dudas. Nunca he visitado América. Miento, estuve durante veinte días en Brasil, estado de Bahía, con la Peque y mi hija de 6 años, pero hace tanto, que ni me acuerdo. Tal vez la isla de Itaparica pudiera compararse con el Edén bíblico. Tal vez. Y no negaré las sorprendentes bellezas paisajísticas en los grandes parques naturales de Norteamérica que podemos ver en programas de National Geographic. Vale. Pero si nos atenemos a lo que yo he visto, me parece que muchos parajes del territorio noruego fueron los modelos reales en los que Dios se fijó para plantar el jardín del Edén.


La Noruega natural y profunda que nosotros hemos disfrutado durante una semana de agosto debe ser lo más parecido al Paraíso Terrenal. Claro que se trata de un paraíso de sólo tres meses de duración, lo que dura el verano. El resto del año debe ser aquello un infierno helado, si se me permite el oxímoron. El dueño de todo ese paraíso es el agua, dominador absoluto del paisaje, tanto en los fiordos infinitos como en las grandes y espectaculares cascadas. Las aguas de los fiordos son mansas y transparentes y ni siquiera saladas, sino salobres, de tanta agua dulce como les entra por los ríos, escorrentías y saltos. Y amigables para el baño, según qué días. No hay mar picada ni rompientes espumosos, todo es calma chicha, una lámina infinita que se abre paso entre valles y montañas de un verdor insultante. Ríos de fuerza arrolladora y cascadas son elementos nivales procedentes del deshielo de nieves recientes y otras eternas de los glaciares, aunque nunca defrauda la lluvia, una paisana más, una circunstancia consuetudinaria. Allí no se necesita, como por nuestros lares, ir a buscar las cascadas, ellas te salen al encuentro. Im prezionantes, como diría nuestro ínclito torero Jesulín. Un subproducto de tanta obscenidad de agua es el manto vegetal de una exuberancia inenarrable. De vez en cuando, muy de vez en cuando, un solecito tibio y tímido se asoma a la pradera por entre los nubarrones amenazantes para hacerse notar un poco y nos alegra con sus piruetas de colores cambiantes y de claroscuros de fantasía.

En cuanto a fauna se refiere, no hemos visto gran cosa, desde luego nada salvaje, ni siquiera salmones saltarines, será que no es la época. Para ser un paraíso, tampoco hemos visto serpientes. Mujeres del paraíso, las Evas eternas, sí que hemos visto algunas, todas rubias y hermosas. Y manzanas, muchos manzanos, varios en cada jardincito. Manzanas del paraíso. Y sólo hemos avistado un Adán, uno solo, pero que hace por diez ¿quién va a ser? Mi hermano Manolo ¿quién si no?

Una semana de disfrute de la naturaleza, y no sólo de la física, sino también de la humana. Una convivencia hermanada de veinte criaturas sureñas comandadas sabiamente por un guía excepcional en lo organizativo y en lo vivencial. Míster Loúpez (según lo nombran por allí) es un hombre de oficio, pero también un hombre de corazón. Oficio al que hubo de echar mano y brazo para solucionar un serio problema de organización y darle una salida airosa. Corazón y honestidad han sido sus marcas referenciales. Ha sido el sumo sacerdote de una parroquia muy heterodoxa. Y como contrapunto, un ateo redomado, virtud ésta muy de mi gusto, pero no compartida por mucha gente de bien.

En cuanto a los demás, hemos sido, creo, unos participantes proactivos, nada conflictivos y muy disfrutones.

Es imposible no disfrutar en un ambiente natural y humano como el que hemos tenido. Ha sido la primera vez que he visto verdadero entusiasmo en la cara de mi amigo mister Painter (señor Pintor), un urbanita empedernido que sólo disfruta bicheando librerías. Con eso lo digo casi todo. Casi, pero no todo. Los hermanos García Ballesteros nos han sorprendido con una erudición enciclopédica paralela a la paciencia de sus santas esposas respectivas. Fraski Espadas y Jesús Paniagua han destapado las mejores esencias de su arte fotográfico para inmortalizar momentos mágicos. “El Carpin” ha descubierto una desconocida labor de auxiliar de cocina. Manolo, mi hermano Manolo, ha sido el hombre orquesta, el omnipresente, la mano derecha de Mr. Loupez y también el atolondrado pierdelotodo. Ana María Orellana, “La Sam” ha sido galardonada con el premio de Miss Simpatía, por sus divertidas ocurrencias y sus chistes malos. Mari Cruz ha lucido su tipito garboso y su gabardina a lo Lauren Bacall pese al temporal. Carmen y José Antonio nos han enseñado en directo cómo discutirlo todo en pareja sin tener que reñir por ello. Las parejas García - Molina y Zamora - Hurtado, primas y compañeras de cabaña, han puesto cordura y templanza allí donde hubo necesidad. Ellos, mandaderos y cocineros; ellas, andadoras incansables. Pronto Antonio Zamora se despojó de ese respeto reverencial con que aleja a quienes no lo conocen para convertirse en un chiquillo disfrutón. Y mi querida María Victoria, protagonista inesperada de la primera (y única) caída, quizás la más perjudicada en lo físico y algo quisquillosa ella, ha sabido hacer de tripas corazón y portarse como una jabata. Sin protestar por nada, algo realmente inusual. Lo de no protestar. Y mi Peque, mi musa, mi inspiración y mi antorcha que resplandece en la noche tenebrosa, allí donde esté ella, yo estoy en la gloria. Todos, menos yo, han dado la talla a la hora de escalar gateando hasta donde haya hecho falta. Hemos dormido en cabañas de ensueño en sitios de privilegio, comido en cualquier super comida precocinada y buena a un precio aceptable, disfrutado de sauna y baños en el fiordo congelado, contado chistes malos a través del walkie y “sufrido” la pertinaz lluvia de por aquí. Y un sol espléndido, ausente durante toda una semana, tuvo la deferencia de salir a despedirnos en el aeropuerto.

 

Una semana muy bien aprovechada y rematada con una comida de las nuestras ya en nuestra Málaga calurosa. Una experiencia para ser repetida.

(To be continued).