domingo, 7 de julio de 2013

Aquel hombre bueno.

Es muy posible que ya no os acordéis de aquel hombre bueno, un cura de Arahal, que cobija en la parroquia a muchos inmigrantes sin papeles.

Haced memoria, hombre; acompaña siempre a la consulta a un senegalés, paciente mío que comparte sus días mitad con nosotros (y con su novia de aquí), mitad en su país natal con su familia, su condición de musulmán le permite vida sexual tan libertina. Y  tan envidiable. Se conoce que Alá es más caliente que nuestro severo Dios bíblico, el de las Tablas. 
 
Ya no me resulta extraño que este paciente, un pedazo de negro zaino de dos metros de largo, falte a la consulta. Me imagino que  está ausente en su país. Ya vendrá cuando le falte medicación.
 
Pero no. En esta ocasión no ha venido él a por las medicinas. Veo al cura en la sala de espera. Lo reconozco de inmediato. Le alargo la mano y lo saludo, "hoy no le toca venir a Nyymbaye", protesto ligeramente. "No, no, doctor, está fuera, vengo yo a pedirle un favor". "Vale, en un hueco te atiendo".
 
Nada, que Nyymbaye lo ha llamado por el móvil o le ha puesto un mensaje: que no tiene prednisona y que no la puede conseguir en su país por carísima. Que si yo puedo hacer algo. Y le explico al buen hombre que sí, que puedo. Y que otra vez no se apure tanto, que en cualquiera de las farmacias de su pueblo será posible conseguir algo de prednisona de muestras gratuitas de los laboratorios o de cajas empezadas que devuelve alguna gente o de stock sobrantes..., en fin que aquí no es una medicación cara. Pero que ya que ha venido se lo arreglo yo.
 
Se sienta enfrente mía, el hombre la mar de serio y respetuoso, bromeo con él afeándome a mí mismo mi conducta por haberlo hecho pasar sin cita antes que a otro paciente debidamente citado, "la Iglesia y sus privilegios", le digo para que se mueva inquieto en la silla, "yo quiero una Iglesia sin privilegios, me salgo ahora mismo si hace falta, "es broma, coño, serás una excelente persona, pero tienes menos cintura que el Luna jugando al fútbol", ¿quién es el Luna?", "un amigo mío del seminario". Llamo por teléfono a la farmacia del hospital. Se pone Guillermo, William le digo yo. Oye William, mira, hazme un favor. Dime, pesao. Y le explico el caso. Cualquier día de éstos te van a meter en la cárcel, tío. Pero por qué, le protesto. Porque te pareces al tal Lanzas, el conseguidor, siempre estás pidiendo. Pa los pobres, hijo, pa los pobres. Y nos reímos. Este Guillermo es también de estas personas de las que debería estar el mundo lleno. Si pudiera verme le hubiera guiñado un ojo al decirle algo que escandaliza y descoloca a nuestro buen cura.
 
-Oye William, no te marees mucho, coge del stock de prednisona que tenemos por ahí pasado de fecha.
-¿Y eso?
-Porque es pa un negro, a ésos les viene  bien cualquier cosa.
 
Tendríais que haberle visto la cara al cura hasta que se dio cuenta de mi guasa.
 
-Cintura, padre, cintura.


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Oídme, ahora sí que es verdad que me voy de vacaciones. Hasta pronto.  

sábado, 6 de julio de 2013

Tomillo y romero.

Ésta es una cuestión que se da con alguna frecuencia en la consulta. Hombre más que madurito (de mi edad más o menos) que, al final, cuando se despide de uno, así, como quien no quiere la cosa y desoyendo el codazo contrario de su mujer, se deja caer con un mire usted es solamente conocer su opinión sobre una cosa que me está pasando últimamente...
 
No necesito más. Ya sé de qué va. Y le quito hierro. Sería digno de estudio cómo siendo yo tan verde, tan atrevido para según qué cosas y tan imprudente como sabemos, sea luego tan timorato para esto. La única vez que me decidí a probar el Viagra tomé un cuarto de pastilla. Una porquería de ná. Aquello no se enteró, ni siquiera se desperezó. Y a mi corazón le dio taquicardia. A tomar por saco. Que se levante sola, que levite a pulso, como se ha hecho toda la vida de Dios, como lo hacíamos en los wáteres del seminario. Muchos de mis pacientes son cardiópatas o hipertensos severos y les desaconsejo tales tratamientos. Por miedo. Por miedo mío. Muchos años ha, siendo yo estudiante de tercero, nuestro viejo profesor de farmacología, un tío buenísimo como enseñante, engañosamente serio y estirado, con un humor de lo más fino, nos solía aleccionar a este respecto: "quod natura non dat Salamanca non prestat". No os lo pienso traducir, que se note que sois de latín. Sólo os diré que en este contexto Salamanca significa la Ciencia.
 
Salgo del paso con una ocurrencia de mi amigo Juan Francisco Ojeda, la del tomillo y el romero. "A nuestra edad", le digo a este hombre de hoy, "esto es algo muy corriente, a mí mismo me pasa, mira, que ya no podemos ser de comunión diaria". "Ni semanal", me contesta el pobre.
 
-¿Tú sabes qué son el tomillo y el romero?
-Yerbajos del campo y de los parques.
-¿Y qué uso le damos?
- No sé...son plantas que huelen muy bien..., de adorno y cosas así ¿no?
-Sí, pero como plantas aromáticas también las usamos en la cocina, ¿no?.
- Sí, claro, en las aceitunas mismo.
-Mismo. Pero su propiedad culinaria más peculiar es que son las sustancias que más gusto le dan al conejo.
-Bien, ¿y qué?
 
Ya me tengo que reír. No puedo contenerme.
 
- Vamos a ver: de aquí palante tú le vas a poner nombre a tus dedos de la mano. Tu dedo índice se llamará Tomillo, y el dedo medio, Romero. -Y el tío se queda unos segundos desconcertado sin saber si reírse él también viendo cómo se desternilla su mujer. Y sigue sin enterarse-. Hombre..., tomillo, romero..., los que le dan gusto al conejo, me cachis ya.
 
Menos mal que Tomillo y Romero no nos fallan nunca...Claro, como tienen hueso...