Ésta es una cuestión que se da con alguna frecuencia en la consulta. Hombre más que madurito (de mi edad más o menos) que, al final, cuando se despide de uno, así, como quien no quiere la cosa y desoyendo el codazo contrario de su mujer, se deja caer con un mire usted es solamente conocer su opinión sobre una cosa que me está pasando últimamente...
No necesito más. Ya sé de qué va. Y le quito hierro. Sería digno de estudio cómo siendo yo tan verde, tan atrevido para según qué cosas y tan imprudente como sabemos, sea luego tan timorato para esto. La única vez que me decidí a probar el Viagra tomé un cuarto de pastilla. Una porquería de ná. Aquello no se enteró, ni siquiera se desperezó. Y a mi corazón le dio taquicardia. A tomar por saco. Que se levante sola, que levite a pulso, como se ha hecho toda la vida de Dios, como lo hacíamos en los wáteres del seminario. Muchos de mis pacientes son cardiópatas o hipertensos severos y les desaconsejo tales tratamientos. Por miedo. Por miedo mío. Muchos años ha, siendo yo estudiante de tercero, nuestro viejo profesor de farmacología, un tío buenísimo como enseñante, engañosamente serio y estirado, con un humor de lo más fino, nos solía aleccionar a este respecto: "quod natura non dat Salamanca non prestat". No os lo pienso traducir, que se note que sois de latín. Sólo os diré que en este contexto Salamanca significa la Ciencia.
Salgo del paso con una ocurrencia de mi amigo Juan Francisco Ojeda, la del tomillo y el romero. "A nuestra edad", le digo a este hombre de hoy, "esto es algo muy corriente, a mí mismo me pasa, mira, que ya no podemos ser de comunión diaria". "Ni semanal", me contesta el pobre.
-¿Tú sabes qué son el tomillo y el romero?
-Yerbajos del campo y de los parques.
-¿Y qué uso le damos?
- No sé...son plantas que huelen muy bien..., de adorno y cosas así ¿no?
-Sí, pero como plantas aromáticas también las usamos en la cocina, ¿no?.
- Sí, claro, en las aceitunas mismo.
-Mismo. Pero su propiedad culinaria más peculiar es que son las sustancias que más gusto le dan al conejo.
-Bien, ¿y qué?
Ya me tengo que reír. No puedo contenerme.
- Vamos a ver: de aquí palante tú le vas a poner nombre a tus dedos de la mano. Tu dedo índice se llamará Tomillo, y el dedo medio, Romero. -Y el tío se queda unos segundos desconcertado sin saber si reírse él también viendo cómo se desternilla su mujer. Y sigue sin enterarse-. Hombre..., tomillo, romero..., los que le dan gusto al conejo, me cachis ya.
Menos mal que Tomillo y Romero no nos fallan nunca...Claro, como tienen hueso...
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