Marina es una jovencita de 18 años, jovial y ensoñadora, de esas niñas que encandilan con su mirada inocente y a la vez audaz. Y digo niña a conciencia porque su síndrome de Down no le permite pensar -ni actuar- aún como adulta del todo. Aunque ella no opina lo mismo. Ella pretende actuar para según qué cosas como cualquier chica de su edad. Conoce su enfermedad pero nunca se ha rendido a sus eventuales limitaciones.
Hace pocas fechas su madre ha recibido una carta de la Diputación referente a cierta ayuda por la discapacidad de la chica. Leída por ella, inquiere a su madre:
-Mamá, ¿por qué nos ofrecen esa ayuda?
-Mujer -le responde la madre con toda la ternura posible cogiéndole la cara con sus dos manos-, es por lo de tu pequeña discapacidad.
-¿Y desde cuándo tengo ya esa cosa? -pregunta con incredulidad.
-Pues... verás Marina... en realidad desde siempre, de nacimiento. Ya sabes, lo del síndrome.
-Pues ¿sabes, mamá, lo que te digo? La única dificultad que yo noto es el resfriado este que no me deja desde hace un mes.
Marina no padece de ninguna patología en especial. Hace unos años tuvo una neumonía grave. Se curó, pero desde entonces coge catarros muy frecuentes. No, no es paciente mía. Conozco la vida y milagros de este pequeño diablillo por cuestiones de familia.
Es lista, mucho. Y la mar de despabilada. Ha terminado la EGB y luego ha completado dos módulos, uno de encuadernación y otro de serigrafía. Su tardía pubertad se ha llevado por delante las ganas de estudiar y, por contra, le ha despertado un apetito sexual bastante desinhibido. Cosa muy frecuente ésta de la desinhibición sexual.
Hace pocos días la he visto en el pueblo. Alegre y sonriente como de costumbre. Me cuenta que este año espera un regalo muy, pero que muy, especial de sus Majestades los Reyes Magos.
-A mí me lo puedes confiar -la camelo con lisonjas-, yo soy como tu confesor, secreto, secretísimo. Ten en cuenta que soy médico.
Como si estuviera deseándolo se me acerca al oído:
-Un novio!!!! -me dice con apenas un hilo de voz.
Y antes de que yo pudiera expresar cualquier sorpresa dice ya en alto, sin importarle ser oída por su madre o por mis suegros:
-Mu guapo. ¡¡¡Guapísimo!!!!
-¡Toma ya, qué bien! -me río y nos reímos todos de la ocurrencia tan espontánea.
Más tarde, la madre me cuenta esta historia más propia de un verdadero cuento de Navidad. Sólo que a la moderna.
Días atrás una vecina previene a la madre acerca de la conducta poco adecuada de Marina. Según cuenta, ella misma ha presenciado una escena muy poco edificante entre Marina y su "novio" en el autobús. "Se estaban morreando de mu mala manera -había explicado a la madre con detalle-, casi metiéndose mano en público, ya me entiendes". Esta acongojada madre llama al orden a la pequeña. Que debe tener más precaución, ser más prudente, que hay cosas que deben reservarse para la vida privada, que la ha defraudado un poco... aunque por dentro le reviente la discriminación y la doble moral que nuestra hipócrita sociedad emplea para con estas personas, tal conducta en el autobús hubiese sido considerada como "normal" entre dos jóvenes "normales". No hay derecho. Marina ha pasado unos días muy apesadumbrada y cariacontecida. "Mamá, siento una pena mu grande", "Hija, por favor, no hay para tanto", "Sí mamá, porque pienso que te he fallado". Tanto, que ya la madre se puso seria:
-Vamos a ver Marina, ya está bien. Todos hemos sido jóvenes y hemos pasado por esto. A tu edad, también mi madre me tuvo que llamar a capítulo en más de una ocasión. Yo no tuve un novio fijo sino que mariposeaba con unos y con otros enrabietando a mis amigas porque me veían más coqueta que ellas. Y mi madre me lo advirtió: "Inmaculada, cuando menos acuerdes te vas a quedar sin novio y sin amigas". Para eso estamos los padres, para aconsejar... Y se acabó. Te has dado cuenta de que hay que ser más prudente para ciertas cosas, ya está. Olvidado por mi parte.
-¿De verdad, mami?
-De verdad, te lo prometo.
-Vale, mami, me quedo tranquila. Ten por seguro que nunca más tendrás que avergonzarte por mi culpa -y esa mujer esforzada y acostumbrada a pasarlas canutas en todos estos años de crecimiento de su hijita no sabe cómo tragarse el nudo y ocultar las lágrimas.
-De eso nada. No me avergüenzo ni me avergonzaré de ti nunca, ¿lo oyes?. Nunca. Ahora, eso sí, te llamaré la atención en cosas que yo crea que debes de corregir. Y ya está.
-Mu bien, mami, así me gusta. Pero... prométeme sólo una cosa más.
-¿El qué?
Marina baja la mirada, se achucha a la madre y balbucea, ahora sí que avergonzada:
-Que no le dirás nada de esto a los Reyes Magos.
¿Cabe más inocencia?