domingo, 28 de diciembre de 2014

Cuento de Epifanía

Marina es una jovencita de 18 años, jovial y ensoñadora, de esas niñas que encandilan con su mirada inocente y a la vez audaz. Y digo niña a conciencia porque su síndrome de Down no le permite pensar -ni actuar- aún como adulta del todo. Aunque ella no opina lo mismo. Ella pretende actuar para según qué cosas como cualquier chica de su edad. Conoce su enfermedad pero nunca se ha rendido a sus eventuales limitaciones.
Hace pocas fechas su madre ha recibido una carta de la Diputación referente a cierta ayuda por la discapacidad de la chica. Leída por ella, inquiere a su madre:

-Mamá, ¿por qué nos ofrecen esa ayuda?
-Mujer -le responde la madre con toda la ternura posible cogiéndole la cara con sus dos manos-, es por lo de tu pequeña discapacidad.
-¿Y desde cuándo tengo ya esa cosa? -pregunta con incredulidad.
-Pues... verás Marina... en realidad desde siempre, de nacimiento. Ya sabes, lo del síndrome.
-Pues ¿sabes, mamá, lo que te digo? La única dificultad que yo noto es el resfriado este que no me deja desde hace un mes.

Marina no padece de ninguna patología en especial. Hace unos años tuvo una neumonía grave. Se curó, pero desde entonces coge catarros muy frecuentes. No, no es paciente mía. Conozco la vida y milagros de este pequeño diablillo por cuestiones de familia.
Es lista, mucho. Y la mar de despabilada. Ha terminado la EGB y luego ha completado dos módulos, uno de encuadernación y otro de serigrafía. Su tardía pubertad se ha llevado por delante las ganas de estudiar y, por contra, le ha despertado un apetito sexual  bastante desinhibido. Cosa muy frecuente ésta de la desinhibición sexual.

Hace pocos días la he visto en el pueblo. Alegre y sonriente como de costumbre. Me cuenta que este año espera un regalo muy, pero que muy, especial de sus Majestades los Reyes Magos.

-A mí me lo puedes confiar -la camelo con lisonjas-, yo soy como tu confesor, secreto, secretísimo. Ten en cuenta que soy médico.
Como si estuviera deseándolo se me acerca al oído:
-Un novio!!!! -me dice con apenas un hilo de voz.
Y antes de que yo pudiera expresar cualquier sorpresa dice ya en alto, sin importarle ser oída por su madre o por mis suegros:
-Mu guapo. ¡¡¡Guapísimo!!!!
-¡Toma ya, qué bien! -me río y nos reímos todos de la ocurrencia tan espontánea.

Más tarde, la madre me cuenta esta historia más propia de un verdadero cuento de Navidad. Sólo que a la moderna.

Días atrás una vecina previene a la madre acerca de la conducta poco adecuada de Marina. Según cuenta, ella misma ha presenciado una escena muy poco edificante entre Marina y su "novio" en el autobús. "Se estaban morreando de mu mala manera -había explicado a la madre con detalle-, casi metiéndose mano en público, ya me entiendes". Esta acongojada madre llama al orden a la pequeña. Que debe tener más precaución, ser más prudente, que hay cosas que deben reservarse para la vida privada, que la ha defraudado un poco... aunque por dentro le reviente la discriminación y la doble moral que nuestra hipócrita sociedad emplea para con estas personas, tal conducta en el autobús hubiese sido considerada como "normal" entre dos jóvenes "normales". No hay derecho. Marina ha pasado unos días muy apesadumbrada y cariacontecida. "Mamá, siento una pena mu grande", "Hija, por favor, no hay para tanto", "Sí mamá, porque pienso que te he fallado". Tanto, que ya la madre se puso seria:

-Vamos a ver Marina, ya está bien. Todos hemos sido jóvenes y hemos pasado por esto. A tu edad, también mi madre me tuvo que llamar a capítulo en más de una ocasión. Yo no tuve un novio fijo sino que mariposeaba con unos y con otros enrabietando a mis amigas porque me veían más coqueta que ellas. Y mi madre me lo advirtió: "Inmaculada, cuando menos acuerdes te vas a quedar sin novio y sin amigas". Para eso estamos los padres, para aconsejar... Y se acabó. Te has dado cuenta de que hay que ser más prudente para ciertas cosas, ya está. Olvidado por mi parte.
-¿De verdad, mami?
-De verdad, te lo prometo.
-Vale, mami, me quedo tranquila. Ten por seguro que nunca más tendrás que avergonzarte por mi culpa -y esa mujer esforzada y acostumbrada a pasarlas canutas en todos estos años de crecimiento de su hijita no sabe cómo tragarse el nudo y ocultar las lágrimas.
-De eso nada. No me avergüenzo ni me avergonzaré de ti nunca, ¿lo oyes?. Nunca. Ahora, eso sí, te llamaré la atención en cosas que yo crea que debes de corregir. Y ya está.
-Mu bien, mami, así me gusta. Pero... prométeme sólo una cosa más.
-¿El qué?
Marina baja la mirada, se achucha a la madre y balbucea, ahora sí que avergonzada:
-Que no le dirás nada de esto a los Reyes Magos.
 
¿Cabe más inocencia?



miércoles, 17 de diciembre de 2014

Van llegando los relevos

Decíamos ayer... que la vida sigue.
Todavía falta un mes para poder disfrutar de nuestra nueva casa pero he encontrado un atajo, si no para acortar ese tiempo, sí al menos para disponer de Internet y retomar así nuestro perdido contacto. Nuestro rollito. Como muy bien ha definido mi amigo Pepín, ya podréis volver al buen dormir con vuestro "Orfidal literario". He conseguido montar mi viejo ordenador en la casa de mi cuñada Miki donde pienso acudir casi a diario para satisfacer el "mono" de la escribanía, entre otras cuestiones.
 
La vida sigue, vaya que sí... Y tanto. Lo más sobresaliente que ha acaecido en la mía desde la última vez que nos escribimos ha sido el nacimiento de mi primer nieto, Lucas que se llama.
No me pondré ñoño ni baboso. Muchos de vosotros ya sois abuelos y, por ende, conocedores de la desmesurada ternura que estas pequeñas criaturas son capaces de despertar en nuestros ya viejos y remendados corazones. Todos conocemos de amigos sesudos, fríos de pecho y ásperos de trato que se han ablandado como gachas con el primer mohín de su nietecillo. Es la vida. Es la edad. Así ha de ser.

Consideraré, sin embargo, con vosotros una dimensión distinta de la puramente emotiva acerca de nuestros nietos. La llegada de mi Lucas a este nuestro mundo me lleva a una reflexión digamos que filosófica. Desde este punto de vista, el objetivo prioritario de las distintas clases de vida sobre la Tierra es la supervivencia, no ya de las criaturas individuales, que también, cuanto que de la especie. Es más que plausible la idea de que en un mundo de recursos finitos no quepan expectativas de vida infinita. Para que unos vivan otros han de morir. Es así en todas las especies. Y además de necesario es hasta bonito. Nos aburriríamos de contemplar siempre los mismos árboles en idéntico estado en Cazorla y, por contra, nos emocionan con sus increíbles tonos otoñales. Lo mismo ocurre en Doñana con las sucesivas generaciones de flamencos o de patos de agua, cada año los mismos, pero cada año distintos. O aquello otro más poético si queréis, lo de las oscuras golondrinas que cada primavera alegraban las plazas y calles de nuestros pueblos con sus renovadas algarabías o inspiraban los poemas de Gustavo Adolfo. Abedules, flamencos o golondrinas que han de morir para dejar paso a sus retoños, idénticos a ellos pero distintos. Lo mismo de bellos, pero diferentes.

Entendida desde este prisma ontológico, la muerte tiene sentido. No necesito la vida eterna de los creyentes para comprender mi vida finita ni  mi muerte segura. No espero nada después de ésta, nada que no sea la felicidad de mi nieto Lucas, herencia dichosa de la que han disfrutado sus abuelos en este valle de más alegrías que lágrimas.
Los abuelos somos de utilidad biológica solamente en los primeros años de las vidas de nuestros nietos, les proporcionamos ese plus de cariño y ternura que quizás echen en falta en unos padres agobiados por quehaceres domésticos y laborales, o celosamente preocupados por los cuidados higiénicos y sanitarios de la prole. La incorporación de la mujer a la vida laboral activa ha acarreado como efecto colateral la utilidad social imprescindible de los abuelos como "cuidadores". Esa es otra historia.
¿Cuántas veces hemos oído esto en boca de padres y de abuelos? "Dios mío, lo que sea, que me pase a mí, pero preserva a mis hijos (nietos) de todo mal". Es lo natural.
Uno se da por satisfecho sabiendo que la vida va a continuar en su nieto, que de alguna manera uno mismo va a seguir viviendo, que mi Lucas sorberá mocos como yo -espero que no tenga que pasar el tifus-, quizás se opere de las anginas fastidiosas, tendrá sus amiguitos en la escuela, se topará con alguien parecido a mi amigo Agundo que le enseñará a pelear y a defenderse y juntos serán los amos de la calle, se saltará a piola mi fase de monaguillo -lástima que así haya de ser-, en lugar de espadas de madera y trampas para los gorriones los Reyes Magos le echarán una play station y un Samsumg de ésos, no irá a ningún seminario ni internado -eso sí que se lo va a perder, muy a mi pesar-, pero intimará con un Antoñillo, un Frasqui, un Jaime, un Luna, un Pintor... estudiará Medicina o Historia del Arte y en la universidad conocerá a su Peque particular y se enamorará perdida y fatalmente...
Decidme, ¿no vale la pena morir por esa causa? Yo digo que sí, aunque sin prisa, claro está.

Ya van llegando nuestros relevos. Bienvenidos sean. Hay que ir preparándose.