Tendríais que ver a la mujer. A sus ochenta años -y tres meses, apostilla ella- podría pasar por sesentona resultona, como cualquiera de vosotras, mis queridas amigas lectoras. Delgada, estatura media, con cierto tipito, lo más llamativo de su estampa es un cara con ángel, un pelo tupido con brillos de plata y unos ojos grandes, más grandes aún por los rabillos pintados en las esquinas. Ésta va a Juanymedio y se la rifan.
La envían a mi consulta para que examine yo el estado de sus riñones. Un médico le ha dicho que "tiene grasa en los riñones y que le funcionan regular ná más".
Es una mujer entrante y dicharachera. Mientras busco en el ordenador sus análisis y su ecografía, ella se encara con mi estudiante, un chaval de sexto algo timorato.
-Oye, guapo, te veo mu callaíto -le suelta con una expresión juvenil.
-Bueno... -se excusa el pobre-, es que estoy pendiente del ordenador.
-Déjelo tranquilo -tercio yo-, es un poco lento y tiene que estar atento a todo lo que yo diga. Aquí quien habla soy yo -intento sin éxito una impostura de autoritario.
Momentos antes de que entrara esta mujer en la consulta, mi estudiante y yo filosofábamos sobre la distinta percepción del tiempo y su velocidad de crucero que tenemos las criaturas en función de la edad. Que con veinte años los días se hacen semanas, y con sesenta, las semanas parecen días. Y también, acerca de lo efímero de la vida, mira uno para atrás y no es consciente de haber vivido ya la friolera de sesenta y dos años. Es algo parecido a cuando llego cada tarde a mi casa desde el hospital: he pasado, seguro, por el puente del Centenario pero no tengo conciencia de ello. Y que no queremos irnos. Nadie. Son las nueve de la mañana, no ha aparecido aún ningún paciente por la consulta y tiene uno ganas de charlar de cosas distintas de lo puramente médico. Y Lucas, mi estudiante -curioso ¿no?, se llama como nieto-, pensando quizás que vaya rollo tan tempranero.
Así que me faltó tiempo para interesarme por la edad de esta anciana tan melindrosa.
-Señora, esto está estupendamente. Perfecto diría yo. Si me lo permite, le diré que sus riñones funcionan a la perfección... para su edad.
-¿Y qué edad cree usted que tengo? -me pregunta con descaro.
- Psss... no sabría decirlo... está tan arregladita y tan elegante... Unos setenta ¿no?
-Ochenta, y tres meses.
-Pues de verdad que no los aparenta.
-Es lo que yo digo, que yo no me siento vieja, me miro al espejo y no me veo mayor, me sigo viendo guapa. ¿Ha visto usted, doctor, cómo de rápido se nos pasa la vida? A mí no parece haber vivido ochenta años... Pero es que creo que aunque viviéramos quinientos nos pasaría lo mismo, que a nadie le parece suficiente.
-Vaya, hombre, de eso mismo estábamos conversando Lucas y yo hace nada.
-Vaya, hombre, de eso mismo estábamos conversando Lucas y yo hace nada.
Y como no había, por el momento, más gente esperando fuera y no tenía que preocuparme por estudiar en ella nada más, le di correa.
Y ella, que no necesita abuela...
-Yo he sido siempre muy mona, sí. Vaya que es verdad, que to el mundo lo decía.
-Me lo creo. Y digo yo ¿no tiene usted marido, familia...?
-No -y se queda un poco pensativa-. Bueno, digamos que no he tenido buenas experiencias en ese terreno.
-¿Y eso? ¡Con lo guapa que debió ser de joven...!
-Es una historia curiosa la mía, sí -se pone ahora interesante con ojillos soñadores.
-Cuente, cuente usted, tenemos tiempo -me sale mi condición de cotilla.
-Mi padre era paramilitar en los tiempos de Franco. Una cosa así como de intendencia. Yo nací en 1935 en Qazalquivir, muy cerca de Larache, en la zona del protectorado español. Vivíamos bien. Algo asalvajados, es verdad, pero esa forma de vida es genial para los niños, ya sabe usted, todo el santo día en la calle, mezclados niños judíos, árabes, bereberes y españoles, eso sí que era alianza y no lo de Zapatero. Mis padres eran analfabetos y nunca puse un pie en ninguna escuela. Los veranos eran mortales, nos asábamos de calor. De ir por ahí sin bragas y de sentarme en las piedras casi incandescentes tenía el culo desollao, como los monillos de los zoos. Una niña feliz. Sin embargo... -nos brinda ahora una mueca triste-, con catorce años sufrí una desgracia que me ha marcado para siempre... -y se queda un ratito parada.
-¿Qué pasó, mujer?, cuéntanos.
-Me violaron. Vivíamos en un acuartelamiento militar. A falta de escuela, un teniente canario me daba clases particulares. Lo recuerdo como un hombre joven y apuesto. Vivía solo porque su mujer, con tuberculosis, se curaba en las islas. Una tarde, durante la clase en su habitación, me metió mano. Reconozco que yo era una chiquilla muy zalamera y despabilá y que él, por su edad y el bochornazo ambiental, tendría necesidades imperiosas. No lo culpo. Encima, yo, inocente del todo, iba siempre vestida -era la costumbre- con una chilaba andrajosa y sin bragas. No me violentó. me cogió, me levantó la ropa y me sentó encima de su regazo. No me penetró, yo noté que aquello no era un juego, que algo pasaba, algo raro... y al cabo de minutos me sentí mojada. Me asusté, salí corriendo y me sequé la humedad de mis bajos con la misma chilaba. Naturalmente, no dije nada a nadie. Al cabo de unos 6 meses, mi madre y mi hermana mayor descubrieron la tostá: estaba embarazada. Llegado el momento, parí en Larache un niño precioso. Mis padres lo registraron como suyo y no hubo mayor escándalo. Era mi hermanito pequeño, no podía ser mi hijo. ¡Qué sensación más extraña. Murió, pobrecito mío, a los tres años. De deshidratación. Este hecho desgraciado marcó para siempre mi vida sentimental. Eso creo. Nunca más me he vuelto a enamorar. Nunca más he sabido de aquel teniente. Sabe Dios si hasta lo fusilarían...
-¿Qué pasó, mujer?, cuéntanos.
-Me violaron. Vivíamos en un acuartelamiento militar. A falta de escuela, un teniente canario me daba clases particulares. Lo recuerdo como un hombre joven y apuesto. Vivía solo porque su mujer, con tuberculosis, se curaba en las islas. Una tarde, durante la clase en su habitación, me metió mano. Reconozco que yo era una chiquilla muy zalamera y despabilá y que él, por su edad y el bochornazo ambiental, tendría necesidades imperiosas. No lo culpo. Encima, yo, inocente del todo, iba siempre vestida -era la costumbre- con una chilaba andrajosa y sin bragas. No me violentó. me cogió, me levantó la ropa y me sentó encima de su regazo. No me penetró, yo noté que aquello no era un juego, que algo pasaba, algo raro... y al cabo de minutos me sentí mojada. Me asusté, salí corriendo y me sequé la humedad de mis bajos con la misma chilaba. Naturalmente, no dije nada a nadie. Al cabo de unos 6 meses, mi madre y mi hermana mayor descubrieron la tostá: estaba embarazada. Llegado el momento, parí en Larache un niño precioso. Mis padres lo registraron como suyo y no hubo mayor escándalo. Era mi hermanito pequeño, no podía ser mi hijo. ¡Qué sensación más extraña. Murió, pobrecito mío, a los tres años. De deshidratación. Este hecho desgraciado marcó para siempre mi vida sentimental. Eso creo. Nunca más me he vuelto a enamorar. Nunca más he sabido de aquel teniente. Sabe Dios si hasta lo fusilarían...
-¡Madre mía, qué historia!
-Vaya. En fin, hasta los veinte años permanecí en Marruecos, he vivido en Larache, Tetuán, Tánger... me he divertido mucho siempre. Participaba del mismo modo de la Navidad cristiana, que de la fiesta del cordero judío, que del Ramadán musulmán. Tenía amigos de todas las confesiones. Nunca estudié ni poseo titulación alguna, pero domino a la perfección el francés, el árabe, el judío y el bereber. De manera que cuando a los veinte años me instalé en Barcelona este conocimiento de idiomas "raros" me sirvió para entrar de azafata en Iberia. Eso, y lo mona que era.
-¡Macho, azafata! ¡Qué de mundo visto, eh!
-Desde luego. Puedo decir que he sido una mujer de mundo, sí.
-Y no me diga que siendo azafata no habrá tenido alguna cosilla picante por ahí, una chica tan elegante y guapa...
-Hombre... pues sí. Tenga en cuenta que yo siempre atendía en la zona VIP, por eso de ser tan resultona y descarada. Por ejemplo, mire, una vez tuve que socorrer al obispo de Las Palmas...
-Pero mujer no me vaya a decir que ha tenido un affaire con un señor obispo...
-No, por Dios -se ríe de buena gana-. Además que era mu gordo y cejijunto. No, sino que tuve que darle conversación durante todo un vuelo, no me acuerdo cuántas horas. Ahora, eso sí, cada vez que se levantaba al servicio me repasaba las rodillas, bien repasadas. No, con el clero, no -y se queda un ratito pensativa y sonriente-. Mis aventuras sentimentales han sido con los capitanes y comandantes de vuelo, claro. Muchos años juntos, gente joven y guapa... yo lo veo una cosa natural. Pero ya le digo, nunca nada serio. No he sido capaz de volverme a enamorar.
-Y ahora, a su edad ¿se siente sola?, ¿echa de menos a su teniente?
-Pues no. Tengo cantidad de amigos y amigas. Mi casa está siempre con gente, sigo siendo mona y divertida.
En ocasiones como ésta mi consulta se convierte en confesonario o en un plató televisivo de Juanymedio aunque sin testigos, sin más audiencia que mis estudiantes y yo. Y resulta una experiencia ciertamente terapéutica para los pacientes y para mí mesmo.
En ocasiones como ésta mi consulta se convierte en confesonario o en un plató televisivo de Juanymedio aunque sin testigos, sin más audiencia que mis estudiantes y yo. Y resulta una experiencia ciertamente terapéutica para los pacientes y para mí mesmo.
Y se fue la joven anciana. Me zampó un par de besos y salió por la puerta, elegante y más tiesa que un junco.Y enseguida me arrepentí de haberle dado el alta de mi consulta. Es de estas personas con las que nunca te cansas de conversar, que poseen el don de una cháchara interesante y amena, que siempre tienen algo que enseñar. Y algún secreto que revelar.
¡Qué gran verdad eso de que cada persona es un mundo!
¡Qué gran verdad eso de que cada persona es un mundo!