Las reflexiones que siguen, mis queridos amigos, tienen en quien las escribe, un servidor, su primer y principal destinatario. Las comparto con vosotros con mucho gusto. Pero, insisto, necesito repensarlas y escribirlas para mí.
¿Por qué adelanta su jubilación el doctor Rivera?
La respuesta rápida -y quizás acertada- es: se ha acojonado tanto después de sus brotes de arritmia que no quiere someter a su corazón a la tensión que imprime a su trabajo ni echar más cal a la dureza de sus coronarias Otra, no menos cierta: sin deudas ni hipotecas y con su única hija trabajando y cobrando de la "Olla grande" no tiene necesidad de más dinero. Aún otra más: desea dedicar su tiempo a malcriar a su nieto Lucas.
Pues sí. Podríamos quedarnos ahí y ya está. Pero me gusta profundizar en las cosas. Antes que médico fui seminarista y estudiante de filosofía. Me gusta hurgar y rehurgar hasta llegar al tuétanos de los asuntos. Y aún a sabiendas que en nuestra conducta habitual y en la toma de decisiones manda más el sentimiento que la razón, el corazón que el cerebro, voy a intentar ordenar de una manera razonable mis criterios al respecto.
Hasta hace tres años la anterior pregunta carecería de sentido. Me sentía completamente identificado con mi hospital, mis pacientes y mi trabajo. A través de este blog vosotros habéis sido fidedignos testigos de lo que afirmo. Cansado, es verdad, me costaba echar abajo la jornada, pero contento y satisfecho. Cansado, es cierto, pero con tiempo vespertino para la recuperación completa. Cansado, no voy a negarlo, pero con ganas renovadas cada nuevo día. Quizás coincidiendo con la ampliación de jornada laboral -la maldita media hora de Rajoy- por la que debíamos trabajar una tarde a la semana, quizás porque los años no pasan en balde, quizás por... desde entonces, el cansancio, creo, ha ido pudiendo, hasta derrotarlos, con los otros factores compensatorios.
Por lo tanto, creo de verdad que el cansancio acumulado de tantos años de oficio ha podido ser un elemento de primer orden a la hora de hacer balance, de repasar los pros y los contra. De manera que antes del comienzo de la tormenta de arritmias acaecida en febrero de este año ya estaba barajando la posibilidad de jubilarme de forma anticipada. Esto último, lo de las arritmias, no ha hecho otra cosa que precipitar una decisión que venía madurando de un tiempo a esta parte.
Quiero entender que en la génesis de mi cansancio han influido diversos factores. Voy a intentar exponerlos con la mayor claridad que pueda.
La dedicación a mi trabajo ha sido absoluta. Desde chico, cuando abandoné Palenciana para irme a los Ángeles, no he hecho otra cosa que estudiar y trabajar. Alumno brillante y aventajado tanto daba en el seminario como en la Facultad, he ido ascendiendo por todo el escalafón médico posible -estudiante, alumno interno, médico general, residente, médico adjunto, jefe de sección, jefe de servicio y profesor universitario- sin otro aval que mi esfuerzo y, quizás, mi talento; he vivido el hospital como algo propio, me ha dolido, me duele mi hospital; me he implicado en cualquier nuevo proyecto de una manera personal, directa y ejemplarizante, esto es, dando yo el primer paso... y el segundo y el tercero; he tutorizado a muchas hornadas sucesivas de estudiantes de medicina y de residentes médicos que, ya hoy personas de bien, me alivian cuando me los encuentro por la calle recordándome casi de carrerilla mis cansinas recomendaciones de siempre, esto es, que no nos hacemos médicos para ganar dinero, hacer negocio, conseguir prestigio o posición social, ni siquiera tampoco para aprender mucho y ser unos cracks en determinada materia, sino justamente para servir y entregarnos a nuestros pacientes; he... qué sé yo. Echando ahora la vista atrás veo que mi vida de adulto ha pivotado sobre estos dos factores que la han impregnado de una manera transversal: estudio y trabajo.
No ha sido menos la implicación con mis pacientes. Mis propios compañeros me tachan de tratar a mis pacientes como si fuesen familiares míos. Es cierto. Siempre he perseguido ofrecer a los usuarios de nuestro sistema público una atención personal y personalizada, a decir de ellos mismos, como si fuesen a mi consulta privada, cosa que nunca he tenido. Es mi forma de vivir este bendito oficio. Hace unos días, estando en una de mis revisiones en el hospital, me tropecé en el pasillo con una paciente antigua. Estaba enterada de lo mío y de que me iba a jubilar. Después de darme un abrazo me suelta una frase que resume lo que quiero deciros: "Es que usted, doctor, se toma demasiado a pecho nuestras cosas". Tomarse a los pacientes demasiado a pecho. Siempre me ha pasado. No sé trabajar de otra manera. No sería capaz de ser un poco pasotilla, de dejar las cosas que sigan su curso natural, de pasarle el mochuelo a otro compañero, de hacer como quien no ha visto ná. Y no siempre el esfuerzo y el trabajo por denodados que sean garantizan el éxito. No todo son flores. Y menos en mi oficio. He tenido errores y sufrido grandes fracasos, como cualquier médico. Naturalmente, los que más me han afectado han sido las muertes de mi madre y de mi hermana Josefa, la una, natural por edad y enfermedad; la otra, inaceptable por injusta y precipitada. Pero soy un convencido de que cualquier trabajo realizado con dedicación y entrega engrandece a quien lo cumple. Si yo soy un tío grande sin duda alguna se lo debo a mi trabajo. Mi trabajo me engrandece, mis pacientes me engrandecen.
Y me siento cansado, más que cansado, exprimido. En estos meses que llevo de baja he tenido esa impresión: haber quedado exprimido, no poder dar más de mí. Han sido treinta y siete años a tope. Sí.
Luego están las circunstancias, que diría Ortega. A los que ya tenemos una edad el actual entorno laboral sanitario se nos atraganta. Ya hemos hablado en otras ocasiones de este tema. La gente nueva no ha conocido otra cosa que esto y, además, se encuentra presionada y obligada por la precariedad de los contratos. No tiene más remedio que aguantar. Y no sólo eso: posee mucho más dominio que nosotros sobre la tecnología, los medios audiovisuales y la informática que son los pilares, al parecer, de la medicina moderna y del conocimiento científico en general. Nosotros, los viejos, echamos de menos muchas cosas de la medicina que conocimos en nuestro esplendor. No aceptamos de buen grado pasar mucho más tiempo delante de un ordenador que a la cabecera del enfermo, aún reconociendo lo valioso de la historia clínica informatizada; nos sonrojamos de vergüenza ajena cuando el paradigma sagrado de la calidad se ha reducido a objetivos exclusivamente contables; nos rebelamos -aunque inútilmente- ante imposiciones, sinsentidos y arbitrariedades diversas; protestamos -para nada- cuando nos vemos obligados a realizar tareas administrativas o de otra índole no médica; denunciamos en los despachos de los gestores -sin éxito, naturalmente- la ampliación unilateral de la cartera de servicios sin el consiguiente aumento en el recurso correspondiente... Nada, al final entramos por todas. Muy lejos de lo que piensa la gente de a pie, los médicos somos muy poco corporativistas. Cada uno a lo suyo. Pero es preocupante esta situación. Los hospitales públicos mantienen en nómina a un montón de personas de mi edad que ya se encuentran, como servidor, agotadas, exprimidas. Contando los meses para la jubilación anticipada. Como en la mili. Y, por lo que yo conozco, quien aguanta hasta los sesenta y cinco o, incluso, pide prórroga -que los hay-, no lo hace, como uno quisiera imaginar, por amor al arte o a la profesión, sino por necesidad. Pura necesidad económica.
Por otra parte, está la visión optimista y positiva, que también la tengo. Esto es, se acaba un ciclo y empieza otro nuevo. Con los años uno aprende que es verdad esto de los ciclos. Y en mi caso yo encuentro que la época más productiva ha sido desde los treinta a los sesenta años. Y si el cuerpo no aguanta más al nivel acostumbrado, lo juicioso es abandonar. Nuestro cuerpo nos envía señales de una manera periódica, avisos en formatos diversos, que si mareos, dolor de cabeza, de espalda, desánimos, tristezas, malhumor, desgana, inapetencia... El caso es que, sometidos a la vorágine de nuestra vida hiperactiva, en muchas ocasiones no sabemos leerlas o no nos paramos a interpretarlas. Yo mismo me he mostrado ciego y sordo ante muchos de estos signos corporales. Y ha tenido que ser la Peque, cual fiel y sagaz Lazarillo, quien haya sabido guiarme en la toma decisiones muy difíciles para mi cerebro de piñón fijo, decisiones que, con el paso del tiempo, resultaron totalmente acertadas. Así ocurrió cuando dejé de hacer guardias, o cuando dimití de mi puesto de jefe de sección, o cuando, más reciente, hemos cambiado de residencia, por poner sólo ejemplos muy significativos. La señal de ahora, la de las arritmias, ha sido demasiado enérgica y clamorosa como para no escucharla.
Sí, se acaba mi ciclo de médico. Por agotamiento. Lo acepto. Sin mal rollo ni nostalgia. Creo haber cumplido mi doble misión, la de ser un buen médico y la de enseñar a otros a serlo. Me encuentro completamente satisfecho, sin petulancia. Y preparado y dispuesto a disfrutar de este nuevo y apasionante ciclo vital que me espera.
Un abrazo a todos.
Quiero entender que en la génesis de mi cansancio han influido diversos factores. Voy a intentar exponerlos con la mayor claridad que pueda.
La dedicación a mi trabajo ha sido absoluta. Desde chico, cuando abandoné Palenciana para irme a los Ángeles, no he hecho otra cosa que estudiar y trabajar. Alumno brillante y aventajado tanto daba en el seminario como en la Facultad, he ido ascendiendo por todo el escalafón médico posible -estudiante, alumno interno, médico general, residente, médico adjunto, jefe de sección, jefe de servicio y profesor universitario- sin otro aval que mi esfuerzo y, quizás, mi talento; he vivido el hospital como algo propio, me ha dolido, me duele mi hospital; me he implicado en cualquier nuevo proyecto de una manera personal, directa y ejemplarizante, esto es, dando yo el primer paso... y el segundo y el tercero; he tutorizado a muchas hornadas sucesivas de estudiantes de medicina y de residentes médicos que, ya hoy personas de bien, me alivian cuando me los encuentro por la calle recordándome casi de carrerilla mis cansinas recomendaciones de siempre, esto es, que no nos hacemos médicos para ganar dinero, hacer negocio, conseguir prestigio o posición social, ni siquiera tampoco para aprender mucho y ser unos cracks en determinada materia, sino justamente para servir y entregarnos a nuestros pacientes; he... qué sé yo. Echando ahora la vista atrás veo que mi vida de adulto ha pivotado sobre estos dos factores que la han impregnado de una manera transversal: estudio y trabajo.
No ha sido menos la implicación con mis pacientes. Mis propios compañeros me tachan de tratar a mis pacientes como si fuesen familiares míos. Es cierto. Siempre he perseguido ofrecer a los usuarios de nuestro sistema público una atención personal y personalizada, a decir de ellos mismos, como si fuesen a mi consulta privada, cosa que nunca he tenido. Es mi forma de vivir este bendito oficio. Hace unos días, estando en una de mis revisiones en el hospital, me tropecé en el pasillo con una paciente antigua. Estaba enterada de lo mío y de que me iba a jubilar. Después de darme un abrazo me suelta una frase que resume lo que quiero deciros: "Es que usted, doctor, se toma demasiado a pecho nuestras cosas". Tomarse a los pacientes demasiado a pecho. Siempre me ha pasado. No sé trabajar de otra manera. No sería capaz de ser un poco pasotilla, de dejar las cosas que sigan su curso natural, de pasarle el mochuelo a otro compañero, de hacer como quien no ha visto ná. Y no siempre el esfuerzo y el trabajo por denodados que sean garantizan el éxito. No todo son flores. Y menos en mi oficio. He tenido errores y sufrido grandes fracasos, como cualquier médico. Naturalmente, los que más me han afectado han sido las muertes de mi madre y de mi hermana Josefa, la una, natural por edad y enfermedad; la otra, inaceptable por injusta y precipitada. Pero soy un convencido de que cualquier trabajo realizado con dedicación y entrega engrandece a quien lo cumple. Si yo soy un tío grande sin duda alguna se lo debo a mi trabajo. Mi trabajo me engrandece, mis pacientes me engrandecen.
Y me siento cansado, más que cansado, exprimido. En estos meses que llevo de baja he tenido esa impresión: haber quedado exprimido, no poder dar más de mí. Han sido treinta y siete años a tope. Sí.
Luego están las circunstancias, que diría Ortega. A los que ya tenemos una edad el actual entorno laboral sanitario se nos atraganta. Ya hemos hablado en otras ocasiones de este tema. La gente nueva no ha conocido otra cosa que esto y, además, se encuentra presionada y obligada por la precariedad de los contratos. No tiene más remedio que aguantar. Y no sólo eso: posee mucho más dominio que nosotros sobre la tecnología, los medios audiovisuales y la informática que son los pilares, al parecer, de la medicina moderna y del conocimiento científico en general. Nosotros, los viejos, echamos de menos muchas cosas de la medicina que conocimos en nuestro esplendor. No aceptamos de buen grado pasar mucho más tiempo delante de un ordenador que a la cabecera del enfermo, aún reconociendo lo valioso de la historia clínica informatizada; nos sonrojamos de vergüenza ajena cuando el paradigma sagrado de la calidad se ha reducido a objetivos exclusivamente contables; nos rebelamos -aunque inútilmente- ante imposiciones, sinsentidos y arbitrariedades diversas; protestamos -para nada- cuando nos vemos obligados a realizar tareas administrativas o de otra índole no médica; denunciamos en los despachos de los gestores -sin éxito, naturalmente- la ampliación unilateral de la cartera de servicios sin el consiguiente aumento en el recurso correspondiente... Nada, al final entramos por todas. Muy lejos de lo que piensa la gente de a pie, los médicos somos muy poco corporativistas. Cada uno a lo suyo. Pero es preocupante esta situación. Los hospitales públicos mantienen en nómina a un montón de personas de mi edad que ya se encuentran, como servidor, agotadas, exprimidas. Contando los meses para la jubilación anticipada. Como en la mili. Y, por lo que yo conozco, quien aguanta hasta los sesenta y cinco o, incluso, pide prórroga -que los hay-, no lo hace, como uno quisiera imaginar, por amor al arte o a la profesión, sino por necesidad. Pura necesidad económica.
Por otra parte, está la visión optimista y positiva, que también la tengo. Esto es, se acaba un ciclo y empieza otro nuevo. Con los años uno aprende que es verdad esto de los ciclos. Y en mi caso yo encuentro que la época más productiva ha sido desde los treinta a los sesenta años. Y si el cuerpo no aguanta más al nivel acostumbrado, lo juicioso es abandonar. Nuestro cuerpo nos envía señales de una manera periódica, avisos en formatos diversos, que si mareos, dolor de cabeza, de espalda, desánimos, tristezas, malhumor, desgana, inapetencia... El caso es que, sometidos a la vorágine de nuestra vida hiperactiva, en muchas ocasiones no sabemos leerlas o no nos paramos a interpretarlas. Yo mismo me he mostrado ciego y sordo ante muchos de estos signos corporales. Y ha tenido que ser la Peque, cual fiel y sagaz Lazarillo, quien haya sabido guiarme en la toma decisiones muy difíciles para mi cerebro de piñón fijo, decisiones que, con el paso del tiempo, resultaron totalmente acertadas. Así ocurrió cuando dejé de hacer guardias, o cuando dimití de mi puesto de jefe de sección, o cuando, más reciente, hemos cambiado de residencia, por poner sólo ejemplos muy significativos. La señal de ahora, la de las arritmias, ha sido demasiado enérgica y clamorosa como para no escucharla.
Sí, se acaba mi ciclo de médico. Por agotamiento. Lo acepto. Sin mal rollo ni nostalgia. Creo haber cumplido mi doble misión, la de ser un buen médico y la de enseñar a otros a serlo. Me encuentro completamente satisfecho, sin petulancia. Y preparado y dispuesto a disfrutar de este nuevo y apasionante ciclo vital que me espera.
Un abrazo a todos.
Querido José Mª, me ha alegrado ver y leer tu nuevo comentario, y que sigues participándonos a quienes te leemos de tus inquietudes.
ResponderEliminarDesde el sentimiento que aun guardo de aquella época común de estudiantes en los Ángeles o en S. Pelagio, me atrevo a darte mi opinión como antiguo compañero y como jubilado que ya soy.
Por si puedo animarte, para decirte que en la etapa de la jubilación sigue latiendo la ilusión.
Has enumerado perfectamente el recorrido que a lo largo de los años a todo el mundo nos ha tocado pasar cada cual en su profesión, desde el esquema que se nos quedó grabado en nuestra época de estudiantes.
Respeto y responsabilidad desde nuestro comportamiento con aquellos medios de papel y bolígrafo.
Leyendo el trasfondo que los años nos han dejado, no nos hemos de olvidar de nosotros mismos, para luego no recriminarnos que se nos olvidó darnos la parte que nos correspondía.
El cambio de jóvenes a adultos y de adultos a mayores querido amigo, se nos ha pasado sin darnos cuenta embebidos en el trabajo y en la responsabilidad.
Como aquel río de nuestro amigo Paco, que discurría desde la montaña al mar dando vida en cada una de las partes del camino.
Cansados y exhaustos por la misión cumplida.
No por ver a la juventud utilizando botones raros, que son como los bolígrafos de antaño, pues a ellos les llegarán otros con otros soniquetes diferentes.
Y el río seguirá su curso, creando siempre una vida diferente y alegre en cada recodo.
Agotados y felices como le ocurre a una mujer que pare un hijo o una hija.
Has reconocido el cambio de ciclo, y has podido ver de cerca la aparente diferencia, pero son como fuimos nosotros cuando teníamos sus años.
Te puedo asegurar querido amigo, que cuando se te pase un poco la rabieta del cambio, agradecerás la decisión tomada de dejar paso a las nuevas hornadas de la gente joven cargados con sus anhelos.
Yo por mi parte, me atrevo a recomendarte que sigas fiel a tu estilo, pues ya no podemos cambiar de equipo ni de banderas.
No sería prudente, y que refuerces todos tus anhelos e ilusiones transmitiendo lo que sabes.
Tu experiencia, y todo lo que sabes que sigue siendo de un valor inapreciable.
Para ti y para los demás que te rodean.
Te lo dice un jubilado de sesenta y seis años que ha vuelto a ser abuelo y que se sigue sintiendo un joven agradecido por todo lo que ha hecho.
Y por todo lo que aun puede hacer por los demás y por si mismo desde la ilusión de comprender como son los recodos del camino de la vida.
Un abrazo entrañable.
Juan Martín.
Amigo Jose María, te quiero felicitar por la extraordinaria radiografía que has hecho de tu profesión, con la gran experiencia vivida a lo largo de todos estos años. Puedes estar orgulloso de todo ello.
ResponderEliminarTambién te quiero felicitar por la decisión que has tomado. Es hora de que pienses más en ti.
Estoy seguro que encontrarás nuevas cosas que te ocupen y que te llenen tus días. Sobre todo podrás disfrutar más de la familia y seguir malcriando a ese nieto tan maravilloso que tienes.
Recibe un abrazo.
Manolo Jurado.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQuerido José María:
ResponderEliminarAl leerte me he acordado del emperador romano Marco Aurelio que escribió un libro (un blog) de reflexiones para sí mismo. Lo tituló eis eauton.
Me dio por leerlo cuando estuve enfermo. Tengo una edición de editorial Debate del año 2000 bajo el título de MEDITACIONES. En aquella época leí a Séneca, a Epicuro, a Epicteto, a los cínicos, filósofos marginales, si los comparas con los grandes sistematizadores, pero grandes entre los que se ocuparon de sí mismos, de cómo vivir y morir con dignidad. A raíz de eso pensé alguna vez escribir algo parecido aplicado a mi vida. Estamos en esa edad en que uno sabe qué ha hecho, cómo ha vivido, en que erró y qué mereció la pena. Es lo que tú has hecho en este post y en lo que puedes profundizar si te apetece. Quienes hemos tenido una profesión cuyo objeto es ayudar a los demás sabemos qué suerte hemos tenido al poder ser útiles, al recibir el agradecimiento, el respeto y el cariño de mucha gente. Hay que equivocarse mucho (y hay quien lo consigue)para cambiar la finalidad de ganarnos la vida ayudando por otros fines egoístas. Tú balance desde luego ha sido inmejorable y ahora debes sentirte satisfecho. Yo así lo siento también. Me pesa no dejar por escrito la pequeña sabiduría adquirida con la experiencia acumulada. No sé si lo haré pero tú tienes todas las cartas para terminarla ya que una parte importante ya la has reflejado en este blog.
Pienso que cada día el cuerpo responde menos pero nuestra capacidad para hallar valor a la vida aumenta y todavía, rodeado de dolor, se puede ser útil y feliz.
Es lo que te deseo de todo corazón.
Un abrazo
Pepe Ramírez
Muchas gracias a todos por vuestros amables comentarios.
ResponderEliminarA tí, Pepe, te diré que tenemos afinidades comunes. Yo he empezado a leerme a los primeros pensadores griegos, Tales, Anaximandro, Anaxímenes... Y ya voy por los pitagóricos.
Un abrazo a todos.
José María, te felicito por la decisión que has tomado. Yo ya llevo dos meses de vacaciones indefinidas y siempre he tenido la convicción de que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar. Eso sí, al trabajo hay que dedicarle el mismo amor que a cualquier otra actividad que realices, vamos eso del trabajo bien hecho. Cuando estaba estudiando Agrónomos, o mejor dicho, nos estaban puteando los de Agrónomos (profesores), se inaugura Reina Sofía y la facultad de medicina era un colaero. Muchos de mis antiguos compañeros son o fueron médicos. Yo comencé a ir por libre a la facultad de medicina hasta que me llegué a la conclusión que esa profesión requería de una profunda vocación, vamos como el sacerdocio, y yo carecía de ella. No me arrepiento, por las cuasi infinitas facetas que he pasado en mi trabajo telefónico, he intentado ir haciendo el bien y con ello he disfrutado de lo lindo. Cuando el otro día, en la comida de trabajo de la feria de Córdoba, mis excompañeros me preguntaban que si echaba de menos el trabajo, yo les respondí, con total sinceridad, que lo único que echaba de menos era su compañía. Sólo imaginar que la empresa me volviera a llamar, hasta octubre puede hacerlo, me entra un acojono que no veas. Ahora estoy haciendo todo lo que el trabajo me ha impedido hacer. Aprovecho al máximo el tiempo, porque es uno de los bienes más preciados de que disponemos.
ResponderEliminarUn abrazo Jose Maria de Cristóbal el marido de Trini la cuca.
Muchas gracias por tus ánimos, Cristóbal. Estoy preparado para lo mismo, es decir, no echar de menos el trabajo y disfrutar de esta nueva etapa; sí señor.
ResponderEliminarUn abrazo.
Disfrútala, no como premio o compensación sino como merecimiento.
ResponderEliminarEfectivamente, vamos quemando etapas. Yo estoy recién jubilado. 41 años me he tirado en ICADE. Desde el 28 de febrero pasado no me acuerdo del trabajo. Sí, de algunos compañeros que los llevaré siempre conmigo. Ahora, querido José María, nos toca a nosotros estrujar la vida. Te deseo lo mejor. Un abrazo.
ResponderEliminarMe gusta eso de estrujar la vida, Antonio.
ResponderEliminarUn abrazo y hasta pronto.
Querido amigo, me toca devolverte la visita. La verdad es que nos tenías abandonados.
ResponderEliminarHay cosas que no entiendo, propias de tu profesión, que no siento, más bien. Pero sí te comprendo en lo demás. Las fuerzas merman, la vida cambia, uno madura y descubre otras cosas en la vida. Y las disfruta.
Y luego está la conciencia, que -cuando se da el caso- es un magnífico sazonador de los recuerdos.
Me alegro y te envidio; espero seguir tus pasos pronto.
Un fuerte abrazo.
Muchas gracias José Luis. Es verdad que os tengo algo abandonados. Pero es que he descubierto una cosa insólita: necesito estar aburrido, no hacer ni pensar nada serio, salir a la calle muy temprano y ya en la anochecida más que nada para ver carne fresca, con la excusa de sacar a la perrita de paseo.
ResponderEliminarQuizás sea algo transitorio por la necesidad de desintoxicarme de tanto compromiso y dedicación. No lo sé. Y por el momento no me preocupa, me estoy dejando llevar...
Un abrazo, tío.
Amigo Fili, ¿qué más se puede pedir que el sentirte satisfecho del deber cumplido.
ResponderEliminarSuerte en tu nueva etapa de jubilado.
Un abrazo.
Amigo Fili, ¿qué más se puede pedir que el sentirte satisfecho del deber cumplido.
ResponderEliminarSuerte en tu nueva etapa de jubilado.
Un abrazo.
Al final, lo que queda Fili es el trabajo bien hecho, y en eso puedes sentirte satisfecho, te deseo salud y felicidad y te mando un fuerte abrazo desde San Sebastián.
ResponderEliminarAl final, lo que queda Fili es el trabajo bien hecho, y en eso puedes sentirte satisfecho, te deseo salud y felicidad y te mando un fuerte abrazo desde San Sebastián.
ResponderEliminarBuena decisión la que has tomado amigo Fili, veo que te sientes orgulloso del deber cumplido y ahora tienes derecho para ti, tus nietos, tu familia, tus aficiones y de verdad que creo que te adaptarás rápidamente. Lo dicho enhorabuena Fili y bienvenido a la casa grande. Un abrazo
ResponderEliminarHe estado fuera unos pocos días de atrás. Estando con mi nieto no puedo ni mirar el ordenador. Es agotador, pero revitalizante.
ResponderEliminarMuchas gracias a todos.