Lo que más me gusta de la Feria de Sevilla -dicho sea sin ánimo de machismo- es el bicheo. Las viandas suculentas y generosas y el rebujito, también. Pero acierta el refrán, hasta el jamón cansa. Después de cuatro horas en la caseta de Tomás estoy que no aguanto más, y más este año, con mi cadera baldada. Si estás de pie no sabes ya en qué pierna dejarte caer, te cruje el espinazo y se te anestesian las plantas de los pies; si consigues asiento por tu condición de medio lisiado... casi peor: te quedas encajonado, inmóvil funcional, entre sillas, mesas y criaturas; y como las mujeres casi siempre están bailoteando o les gusta apiararse en su rincón tienes todas las papeletas de que te toque apretujarte entre otros tíos tan sudorosos y aburridos como tú. Ayer tarde, sin embargo, tuve suerte: caí entre Pozuelo, Jaime y Jesús Cantarero, que el sudor de los amigos, por acostumbrado, es más llevadero. Y fue Jesús quien consolaba mi tedio incipiente animándome a olvidar la caseta atestada, y a volver la vista hacia la calle, a la gente de a pie. "Espabílate, tío, y asómate al paso de las tórtolas". ¡Joer!, aquello funcionó. La hora siguiente se me pasó rápida, distraídos los cuatro "viejos verdes" con el tránsito y la pose de tanta mocita engalanada, de tanta lozanía, de tanta muchacha en flor. "Manuel, ¡qué calientes semos!...
El mejor paso de tórtolas, no obstante, no es el puesto en una caseta de Feria, no: es un banco de asiento en mitad de la calle Asunción. A cualquier hora del día o de la noche esta calle es un río caudaloso y sereno que transporta a la Feria la mayor caterva de gente nunca vista; la principal arteria final hasta la querencia. Los trianeros y los vecinos de "Los Remedios" se lo trajinan por atajos señalados por el tiempo. La Sevilla del otro lado del Guadalquivir y la del Aljarafe desemboca a bocanadas de Metro en la Plaza de Cuba, y desde ahí, a la Feria por Asunción. Ya lo he aprendido. Vestido de a diario, paseando a mi perrita, como haciéndome el pasota de tanto fiestorio, nos orillamos a medio camino de la calle y nos sentamos en un banco... a ver pasar a la gente. Espectáculo grandioso de guapura y colorido. Gratuito y sin consumición. Mi perrita se interesa más por otros congéneres suyos que, a contramano y a disgusto, obligados por la correa de sus amos, parecen regresar a sus casas. Lo mío, claro está, son las otras criaturas, las de dos piernas. Y aunque la Peque esté en lo cierto, que el traje de flamenca le sienta bien a cualquier mujer por lo que recoge, uno no dispara a la bandada sino que distingue entre tórtolas y tortolitas. En fin, si yo entendiera más de antropología y de sociología sería para escribir sobre este fenómeno tan curioso, el de las invasiones humanas de La Feria.
Pero como no soy tan entendido en estas materias me limitaré a daros un consejo de buen amigo. Muchachos, vosotros que, como yo, sois gente corriente y sencilla, sin intereses financieros ni comerciales, sin trato con la cursilería ni con el Negocio, ajena a los trapicheos y tejemanejes, y, sobre todo, gente sin edad para castigar su cuerpo y su espíritu con estos excesos... hacedme caso: id y disfrutad de la Feria, sí, dos horitas cortas, ná más. Jamoncito, tortilla y chocos; de postre, un chocolate con buñuelos en el puesto de las gitanas. Luego, iros a reposar a la calle Asunción, a ver pasar las tórtolas.
Otro día, mañana mismo, será bueno para llevar a los nietos a la calle del Infierno.
Buena Feria y buena suerte con la cacería.
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