Y llevará por nombre Daniel.
Como Platero, Daniel es pequeño, suave... y peludo. Pero no es blando por fuera, sino corajudo y fuerte. No hay más que verlo llorar y mamar... Clavadito a Lucas, su hermano mayor.
El nacimiento de Daniel -como el de cualquier otra criaturita del Señor, pero éste más por la cercanía y el cariño- despierta en mí una serie de reflexiones que me gustaría compartir hoy con vosotros.
La primera consiste en el milagro de la vida. Por más que uno haya bregado en tantas contiendas de vidas y de muertes, de triunfos y de desastres, de curaciones y de frustraciones, no deja de sorprenderme el eterno milagro de la vida. De cómo la unión casual de dos células insignificantes pueda dar origen a un ser vivo tan completito, sin faltarle de nada, tan igualito a su hermano mayor. ¿Y por qué él, y no otro parecido? Una mujer de nuestro entorno madura una media de cuatrocientos óvulos en su vida fértil, uno por mes durante cuarenta años. Más o menos. Un hombre joven esparce veinte millones de espermatozoides por cada mililitro se semen depositado en la vagina. No todos alcanzan el objetivo, naturalmente; muchos, avergonzados quizás por algún defectillo -pongamos que una cola corta o ser bicéfalos-, se quedan rezagados; otros, más débiles, perecen en el camino. Pero con todo, son legión los que llegan a cortejar al óvulo como moscas a la miel, unos decididos y otros, gorrones. Y de entre tantos, solo uno será invitado a entrar en su seno. ¿Qué misteriosa mano escoge para el vivífico encuentro entre gametos, para esta cita carnal, tal óvulo y no aquél otro tan pizpireta? ¿Qué suerte de aroma, o qué carantoña desplegará el espermatozoide elegido entre millones? ¿Por qué éste, y no ése de ahí al lado que parece como más cachas, más a lo Cristiano? Arcanos de la vida. Somos todos y cada uno de nosotros un milagro. Cada óvulo y cada espermatozoide poseen y custodian como lo más sagrado una información genética propia, específica y genuina. Gran parte de ella es común para con sus gametos hermanos, pero otra parte es única, exclusiva de ese gameto, gracias esto a un fenómeno biológico garante de la biodiversidad llamado entrecruzamiento de genes. Y como personas que somos, tendemos a humanizar todo lo que nos rodea. Y pensamos que algo especial tendría "nuestro" espermatozoide paterno para ser escogido entre millones por "nuestro" óvulo materno. Y es posible que sí, que así sea; pero, la verdad es que no lo sabemos. De manera que hasta que la ciencia no descubra la química de aquel enamoramiento a ciegas entre gametos somos lo que somos por pura casualidad. Estamos aquí de chiripa, como quien dice. Examinaros cada cual. Creemos que las cosas ocurren de una manera determinada por alguien o por algo -llámese Dios, Destino o Naturaleza- para que finalmente lleguemos nosotros al mundo y puedan nacer Lucas y Daniel.
El nacimiento de Daniel -como el de cualquier otra criaturita del Señor, pero éste más por la cercanía y el cariño- despierta en mí una serie de reflexiones que me gustaría compartir hoy con vosotros.
La primera consiste en el milagro de la vida. Por más que uno haya bregado en tantas contiendas de vidas y de muertes, de triunfos y de desastres, de curaciones y de frustraciones, no deja de sorprenderme el eterno milagro de la vida. De cómo la unión casual de dos células insignificantes pueda dar origen a un ser vivo tan completito, sin faltarle de nada, tan igualito a su hermano mayor. ¿Y por qué él, y no otro parecido? Una mujer de nuestro entorno madura una media de cuatrocientos óvulos en su vida fértil, uno por mes durante cuarenta años. Más o menos. Un hombre joven esparce veinte millones de espermatozoides por cada mililitro se semen depositado en la vagina. No todos alcanzan el objetivo, naturalmente; muchos, avergonzados quizás por algún defectillo -pongamos que una cola corta o ser bicéfalos-, se quedan rezagados; otros, más débiles, perecen en el camino. Pero con todo, son legión los que llegan a cortejar al óvulo como moscas a la miel, unos decididos y otros, gorrones. Y de entre tantos, solo uno será invitado a entrar en su seno. ¿Qué misteriosa mano escoge para el vivífico encuentro entre gametos, para esta cita carnal, tal óvulo y no aquél otro tan pizpireta? ¿Qué suerte de aroma, o qué carantoña desplegará el espermatozoide elegido entre millones? ¿Por qué éste, y no ése de ahí al lado que parece como más cachas, más a lo Cristiano? Arcanos de la vida. Somos todos y cada uno de nosotros un milagro. Cada óvulo y cada espermatozoide poseen y custodian como lo más sagrado una información genética propia, específica y genuina. Gran parte de ella es común para con sus gametos hermanos, pero otra parte es única, exclusiva de ese gameto, gracias esto a un fenómeno biológico garante de la biodiversidad llamado entrecruzamiento de genes. Y como personas que somos, tendemos a humanizar todo lo que nos rodea. Y pensamos que algo especial tendría "nuestro" espermatozoide paterno para ser escogido entre millones por "nuestro" óvulo materno. Y es posible que sí, que así sea; pero, la verdad es que no lo sabemos. De manera que hasta que la ciencia no descubra la química de aquel enamoramiento a ciegas entre gametos somos lo que somos por pura casualidad. Estamos aquí de chiripa, como quien dice. Examinaros cada cual. Creemos que las cosas ocurren de una manera determinada por alguien o por algo -llámese Dios, Destino o Naturaleza- para que finalmente lleguemos nosotros al mundo y puedan nacer Lucas y Daniel.
Y a lo mejor -aunque nos cueste admitirlo- todo es azar.
La segunda reflexión tiene que ver con nuestras madres, las bisabuelas de tantos Lucas y Danieles. Y con la vida que les tocó en suerte. Mi hija -una joven fuerte y valiente- despotrica de lo lindo sobre lo que ella cree un atraso imperdonable. No comprende cómo en pleno siglo XXI el trabajo del parto siga siendo tan arduo, complicado y doloroso para muchas mujeres. "No hay derecho -dice-. Si los hombres parieran ya estaba todo arreglado". Y uno no tiene más remedio que echar la vista atrás y pensar en mi madre. Ocho partos -no uno ni dos, ocho- tuvo que soportar la pobre, siendo, además, como era, una mujer endeble y enfermiza. No sabe uno de dónde pudo sacar fuerzas. Para colmo, mi hermano Juan, el quinto de la serie -no hay quinto malo-, pesó al nacer 5,300 kg, una auténtica bestialidad. "Mi Juan me ha destrosao por dentro" -se lamentaba la pobre. Y ella, al menos, pudo lamentarse. ¡Cuántas otras mujeres de entonces se fueron a la tumba por malpartos! Y las que lograron sobrevivir -caso de mi madre- no pudieron, sin embargo, evitar el sufrimiento -quién sabe si mayor que el de su propia muerte- de soportar con verdadero estoicismo la muerte de algunos de sus niños. Hasta que no fui bastante mayor -quizás con doce años- no pude deshacerme del lamento triste y cansino de mi madre por la pérdida de dos de sus cachorrillos. Mi padre ha sido siempre un hombre positivo y optimista. A mi madre no la he visto feliz hasta que nos mudamos a vivir al cortijo. Allí, en La Capilla, nacieron mis hermanos Frasco y Carmen, y allí, en el cortijo, cambió su ánimo y su vida. Esa es la alegría que nos queda a todos sus hijos al recordarla.
La tercera reflexión a que me invita el nacimiento de mi Daniel posee dos vertientes, una positiva y otra, no tanto. La positiva es relativa a la suerte. Suerte de Daniel de haber nacido en nuestra familia. Lo digo sin ambages y con orgullo: en unas familias, la de Pepe y la de mi Meli, buenas, decentes, alegres y, ¡por qué no decirlo?, con recursos. Cierto también que lo mismo podría decirse de muchísimas otras familias de nuestro entorno, del entorno del primer mundo donde los niños pueden criarse en condiciones favorables... hasta el presente. El mismo día de hoy, 29 de enero, han nacido en África alrededor de 70.000 niños. La mitad de ellos no alcanzarán el año de vida. De los supervivientes, la mitad estarán desnutridos y fallecerán en los próximos cinco años por desnutrición, infecciones respiratorias, diarreas o malaria. Males y enfermedades todos ellos evitables si hubiese voluntad de ello. Esta es la vertiente negativa. Y una zozobra inquietante: ¿qué mundo vamos a dejar en herencia a los Lucas, Danieles y a los hijos de sus hijos?... Por desgracia, poco podemos esperar de los políticos, toda vez que las generaciones futuras no votan y, por tanto, sus intereses no interesan. Un proverbio africano reza lo siguiente: "El medio ambiente y los recursos naturales del planeta no nos pertenecen, los tenemos en préstamo de nuestros hijos". Este proverbio es la base, el punto de arranque del trabajo que se propone la Red Española para el Desarrollo Sostenible. José Esquinas, un cordobés miembro asesor de dicho organismo, nos cuenta cómo le impactó una norma de una asociación sudamericana de pueblos indígenas que consistía en preguntarse ante cada cambio que se proponía en los debates cómo afectaría tal cambio a las siete generaciones venideras. Por el momento, y a no ser que nosotros, el pueblo, hagamos algo más que mandarnos wassapt, nuestros políticos cortoplacistas, corruptos y miopes seguirán estando a años luz de tales prácticas proteccionistas de nuestra naturaleza, de nuestro mundo. Y este cometido no puedo asegurárselo a mi Daniel. Al final, tendré que resignarme con Machado y cantarle aquello de: españolito que vienes al mundo te guarde Dios...
La segunda reflexión tiene que ver con nuestras madres, las bisabuelas de tantos Lucas y Danieles. Y con la vida que les tocó en suerte. Mi hija -una joven fuerte y valiente- despotrica de lo lindo sobre lo que ella cree un atraso imperdonable. No comprende cómo en pleno siglo XXI el trabajo del parto siga siendo tan arduo, complicado y doloroso para muchas mujeres. "No hay derecho -dice-. Si los hombres parieran ya estaba todo arreglado". Y uno no tiene más remedio que echar la vista atrás y pensar en mi madre. Ocho partos -no uno ni dos, ocho- tuvo que soportar la pobre, siendo, además, como era, una mujer endeble y enfermiza. No sabe uno de dónde pudo sacar fuerzas. Para colmo, mi hermano Juan, el quinto de la serie -no hay quinto malo-, pesó al nacer 5,300 kg, una auténtica bestialidad. "Mi Juan me ha destrosao por dentro" -se lamentaba la pobre. Y ella, al menos, pudo lamentarse. ¡Cuántas otras mujeres de entonces se fueron a la tumba por malpartos! Y las que lograron sobrevivir -caso de mi madre- no pudieron, sin embargo, evitar el sufrimiento -quién sabe si mayor que el de su propia muerte- de soportar con verdadero estoicismo la muerte de algunos de sus niños. Hasta que no fui bastante mayor -quizás con doce años- no pude deshacerme del lamento triste y cansino de mi madre por la pérdida de dos de sus cachorrillos. Mi padre ha sido siempre un hombre positivo y optimista. A mi madre no la he visto feliz hasta que nos mudamos a vivir al cortijo. Allí, en La Capilla, nacieron mis hermanos Frasco y Carmen, y allí, en el cortijo, cambió su ánimo y su vida. Esa es la alegría que nos queda a todos sus hijos al recordarla.
La tercera reflexión a que me invita el nacimiento de mi Daniel posee dos vertientes, una positiva y otra, no tanto. La positiva es relativa a la suerte. Suerte de Daniel de haber nacido en nuestra familia. Lo digo sin ambages y con orgullo: en unas familias, la de Pepe y la de mi Meli, buenas, decentes, alegres y, ¡por qué no decirlo?, con recursos. Cierto también que lo mismo podría decirse de muchísimas otras familias de nuestro entorno, del entorno del primer mundo donde los niños pueden criarse en condiciones favorables... hasta el presente. El mismo día de hoy, 29 de enero, han nacido en África alrededor de 70.000 niños. La mitad de ellos no alcanzarán el año de vida. De los supervivientes, la mitad estarán desnutridos y fallecerán en los próximos cinco años por desnutrición, infecciones respiratorias, diarreas o malaria. Males y enfermedades todos ellos evitables si hubiese voluntad de ello. Esta es la vertiente negativa. Y una zozobra inquietante: ¿qué mundo vamos a dejar en herencia a los Lucas, Danieles y a los hijos de sus hijos?... Por desgracia, poco podemos esperar de los políticos, toda vez que las generaciones futuras no votan y, por tanto, sus intereses no interesan. Un proverbio africano reza lo siguiente: "El medio ambiente y los recursos naturales del planeta no nos pertenecen, los tenemos en préstamo de nuestros hijos". Este proverbio es la base, el punto de arranque del trabajo que se propone la Red Española para el Desarrollo Sostenible. José Esquinas, un cordobés miembro asesor de dicho organismo, nos cuenta cómo le impactó una norma de una asociación sudamericana de pueblos indígenas que consistía en preguntarse ante cada cambio que se proponía en los debates cómo afectaría tal cambio a las siete generaciones venideras. Por el momento, y a no ser que nosotros, el pueblo, hagamos algo más que mandarnos wassapt, nuestros políticos cortoplacistas, corruptos y miopes seguirán estando a años luz de tales prácticas proteccionistas de nuestra naturaleza, de nuestro mundo. Y este cometido no puedo asegurárselo a mi Daniel. Al final, tendré que resignarme con Machado y cantarle aquello de: españolito que vienes al mundo te guarde Dios...