Lo reconozco: me mata ir de compras. En las únicas tiendas que entro gustoso es en las confiterías. Aunque no compre nada, sólo por ver y oler. Soy así de goloso, ea. Al Ikea y al Leroy Merlín van ellas solas, la Peque y mi hija. A mí me dejan con los nietos, y atento al móvil a ver cuántas pitadas de alerta me envía por cada tarjetazo superior a 50 euros. Más nervios que cuando escuchábamos en el transistor la cantinela de los goles en el carrusel deportivo de José María García. Pero ir de compras, lo que se dice ir con tu señora a por pantalones, que es que los que te pones son del siglo pasado y ya están raídos de viejos, o a por camisas nuevas, que las viejas tienen los cuellos desollados... No. Que no, que no me gusta. Todavía, las chaquetas, los saquitos o las cazadoras tienen un pase porque me las pruebo encima de mi ropa, a la vista de todo el mundo, ¡pero los pantalones!... Lo de meterme enjaulado en un probador de cortinita me supera. Para empezar, es que yo no quepo en un habitáculo de un metro cuadrado, necesito amplitud, le doy codazos a las paredes, se me sale el culo por la cortinilla... Y luego, que por mi rigidez natural heredada de mi madre y acrecentada por mi artrosis y por mi prótesis no me agacho lo suficiente para desabrocharme los zapatos, y cuando al fin lo consigo tropezando con todo no encuentro dónde colgar los calzones, y los dejo por el suelo hechos un guiñapo. Sudores me entran y todo. Y por si faltara algo, la censura de la Peque: "No, estos no, que tienen el tiro mu largo". Cada muda, un suplicio. "No, esos menos todavía, joer, es que tienes un cuerpo mu dificultoso". Vaya por Dios, vamos a por otros. "No, estos tampoco, que se te meten por el culo y te pareces al cura Gálvez" (Paco, no eres tú, es un cura que hubo en Palenciana hace años, y que gustaba de subirse mucho los pantalones). Unas veces me parezco a ese cura, otras, a Julián Muñoz. En fin... Un sinvivir, vaya.
Con la edad, uno va añorando cosas de antaño, de cuando éramos niños: los borrachuelos de miel de mi abuela, las magdalenas panzonas que rebosaban por fuera del molde de papel, el hoyo de aceite con la onza de chocolate, las rebanadas de pan fritas en el molino... y probarse los pantalones en la propia casa. Mi madre iba a la Tienda Nueva, se traía varios pantalones o camisas o cualquier otra prenda para mi padre o para mí, y nos las probábamos sin prisa y sin agobios. Y luego mi madre devolvía lo desechado. Mira tú qué requetebién. Eso es una de las cosas que yo tanto echo en falta ahora.
Y para colmo de males, no puedo comprar pantalones por internet, como hacen ellas, porque con mi cuerpo tan dificultoso de cintura para abajo necesito probármelos antes. De manera que nada, condenado al probador para siempre. Menos mal que es una vez cada diez años. Más o menos. Pero lo malo es que creo que ya toca.
Y para colmo de males, no puedo comprar pantalones por internet, como hacen ellas, porque con mi cuerpo tan dificultoso de cintura para abajo necesito probármelos antes. De manera que nada, condenado al probador para siempre. Menos mal que es una vez cada diez años. Más o menos. Pero lo malo es que creo que ya toca.