A Juan Francisco Ojeda le gusta recordarnos con cierta frecuencia a sus amigos más cercanos una frase de algún sabio que reza así como que una realidad compleja analizada por una mente simple desemboca siempre en una realidad complicada. Bueno, él dispone de un arsenal de ejemplos paradigmáticos de esta sentencia verdadera, pero yo os voy a relatar otro mucho más prosaico de mi propia cosecha.
¡Qué bonita Sevilla de visita! Un amigo vasco, poeta él, compuso hace un par de años una estrofa espontánea un día de toros en la feria: "Qué bonita está Sevilla, en sus tardes estelares, en la barra manzanilla; en la arena, Manzanares". Pues eso.
¡Qué bonita Sevilla de visita! Un amigo vasco, poeta él, compuso hace un par de años una estrofa espontánea un día de toros en la feria: "Qué bonita está Sevilla, en sus tardes estelares, en la barra manzanilla; en la arena, Manzanares". Pues eso.
La Peque, nuestro amigo Palanco y yo hemos bicheao un poco por los interiores de la famosa torre Pelli, y luego hemos disfrutado de los exteriores, ese nuevo parque peri fluvial tan refrescante y acogedor. La Peque se nos escabulle y se va por ahí de compras al centro, y Palanco y yo paseamos tranquilamente sin rumbo fijo. Miento: nuestra intención es ir a la Casa de la Provincia para ver una exposición que hay de alguna cosa que ahora ya no me acuerdo. Estamos alojados en la casa de Jaime y Paqui a donde nos hemos venido con dos días de adelanto para asistir mañana a la despedida académica, la última lectio, de nuestro amigo Juan Francisco que, tras cuarenta y dos años de docencia universitaria, por fin se nos unirá a nuestro club de jubiletas.
Y aun siendo hoy lunes, está la ciudad la mar de animada y de vistosa. "Qué de tías güenas por tos laos, coño -suelto yo-. Mira ésa, Antonio, le rebosan los cachetes por los perniles". "Es que semos mu calientes, Manué" -me replica mi amigo. En la plaza del triunfo serpentea una gran cola para entrar en la catedral, casi toda ella de orientales; lo mismo en la plaza de la Virgen para visitar los Reales Alcázares. Turismo a reventar.
Antonio y yo alcanzamos ya la Casa de la Provincia. Y nos encontramos con el cartel de marras que anuncia que el museo cierra los lunes. ¡Vaya por Dios! Así y todo, entro para preguntarle al guardia jurado que defiende el sitio con su uniforme, su barba a lo hipster y su barriguita cervecera. Y me confirma lo evidente, que la exposición está cerrada.
-Perdone -me dirijo de nuevo al hombretón, un joven primitivo y achaparrado y algo cejijunto-. Me estoy orinando, ¿podría pasar un momento a los servicios?
-No es posible -me contesta muy en su papel-. Como es lunes está todo cerrado, la exposición, los servicios... en fin, todo.
-Bueno está -respondo resignado, y me dispongo a salir hacia la calle, cuando el buen hombre me espeta:
-Pero si usted quiere puede pasar al servicio y llenar la botellita del agua, que veo que la lleva casi vacía.
Y ahí ya no pude más:
-Le voy a decir una cosa, caballero -me pongo en plan como serio-: ¿usted cree de verdad de la buena que si entro a llenar la botella no voy a orinar, meándome vivo como estoy?
Y al hombre le hizo gracia la cosa y ya me dejó pasar. Aunque quién sabe si lo hizo a propósito, como buscando una salida "creíble" para dejarme desbarrigar.
-Es que si pasa uno la mano, esto se me llena de chinos -se excusa finalmente.
Nadie en la calle se percató, creo. Pero imaginaos que algún otro prostático como servidor hubiese presenciado la escena. Al momento se le hubiera llenado la sala de meones menesterosos, orientales y nacionales. Se hubiese encontrado, sin pensarlo, ante una realidad complicada.
Y aun siendo hoy lunes, está la ciudad la mar de animada y de vistosa. "Qué de tías güenas por tos laos, coño -suelto yo-. Mira ésa, Antonio, le rebosan los cachetes por los perniles". "Es que semos mu calientes, Manué" -me replica mi amigo. En la plaza del triunfo serpentea una gran cola para entrar en la catedral, casi toda ella de orientales; lo mismo en la plaza de la Virgen para visitar los Reales Alcázares. Turismo a reventar.
Antonio y yo alcanzamos ya la Casa de la Provincia. Y nos encontramos con el cartel de marras que anuncia que el museo cierra los lunes. ¡Vaya por Dios! Así y todo, entro para preguntarle al guardia jurado que defiende el sitio con su uniforme, su barba a lo hipster y su barriguita cervecera. Y me confirma lo evidente, que la exposición está cerrada.
-Perdone -me dirijo de nuevo al hombretón, un joven primitivo y achaparrado y algo cejijunto-. Me estoy orinando, ¿podría pasar un momento a los servicios?
-No es posible -me contesta muy en su papel-. Como es lunes está todo cerrado, la exposición, los servicios... en fin, todo.
-Bueno está -respondo resignado, y me dispongo a salir hacia la calle, cuando el buen hombre me espeta:
-Pero si usted quiere puede pasar al servicio y llenar la botellita del agua, que veo que la lleva casi vacía.
Y ahí ya no pude más:
-Le voy a decir una cosa, caballero -me pongo en plan como serio-: ¿usted cree de verdad de la buena que si entro a llenar la botella no voy a orinar, meándome vivo como estoy?
Y al hombre le hizo gracia la cosa y ya me dejó pasar. Aunque quién sabe si lo hizo a propósito, como buscando una salida "creíble" para dejarme desbarrigar.
-Es que si pasa uno la mano, esto se me llena de chinos -se excusa finalmente.
Nadie en la calle se percató, creo. Pero imaginaos que algún otro prostático como servidor hubiese presenciado la escena. Al momento se le hubiera llenado la sala de meones menesterosos, orientales y nacionales. Se hubiese encontrado, sin pensarlo, ante una realidad complicada.