Mucha gente me sigue preguntando si echo de menos mi vida de hospital. Y yo sigo contestando sin ambages que no; que la vida tiene un recorrido por tramos, y que ahora toca lo que toca: ocio, amigos, escribanía y nietos. Me gustaría añadir el sexo, pero sería una fanfarronada. En cualquier caso, escondo un as en la manga, porque nunca deja uno de ser médico del todo.
Hoy os traigo una historia de amor. Su protagonista femenina es, precisamente, una paciente mía de reciente cuño, de mi época de jubilado. La conozco desde los tiempos gloriosos de nuestra vida en Valencina, porque traté a un hijo suyo de cierta afección intestinal, pero nunca hasta ahora la había tenido a ella como paciente.
Ángeles y yo mantenemos una relación telefónica y epistolar. Congeniamos de maravilla. Lo que hoy se dice tener feeling. Es chiquita, talentosa y rabiosilla, en eso se parece mucho a la Peque. Y muy guapa a sus sesenta y dos años. Yo creo que se pone bótox o potingues de esos para mantener la cara de muñeca. O a lo mejor es su ser natural. El caso es que, divorciada desde hace años, lleva mal la soledad obligada. Y por otra parte, viajera infatigable, le cuesta apiarar con mujeres de su pueblo porque son demasiado domésticas. Me llama, me escribe y me cuenta sus dolamas. Ciertamente, su pequeño cuerpo ha sido castigado en exceso por intolerancias alimentarias múltiples, colon irritable y un síndrome de hipersensibilidad al dolor pariente próximo de la fibromialgia. Y yo le aconsejo y le ayudo en la distancia.
Llevaba meses sin noticias suyas. Y hete aquí que hace unos días me escribió un wassapt espectacular. Que está curada; que ya come de todo, con ciertas precauciones, claro; que los dolores articulares se han disipado... Que es otra mujer. "¿Cómo es eso?" -le pregunto. "Que me he enamorado" -me suelta-. Mejor se lo cuento por teléfono". Y me llamó.
Resulta que un día, en la cola de la pescadería, un hombre le pidió la vez. "Ya de entrada, me agradó". Como quiera que la espera se alargara, charlaron de lo que cada uno pensaba comprar, de si me gustan los boquerones grandes, esos que parecen sardinas, pues yo prefiero los lomos de atún, aquí te los preparan de escándalo y te dan la receta para untarlos con mermelada de tomate, un lujazo... A lo tonto, a lo tonto, siguieron con la cháchara hasta llegar a la caja. Y al despedirse, el hombre le sugirió almorzar juntos en la misma cafetería del centro comercial. Y ella, que se echa la manta a la cabeza y dice que sí. "Aun sintiendo mucha vergüenza, porque desde años atrás yo no sé qué es eso de ligar. Pero me dije que por qué no". Imaginaos a una mujer de esa edad en semejante tesitura. Ni en sueños hubiese imaginado volver a conocer varón. Y ahora, fíjate. Y es que, como dice la canción, cuando el amor llega así, de esa manera, una no se da ni cuenta. Y me resulta enternecedor ponerme en la piel de esta mujercita, que retornando a sus tiempos mozos revive aquel revoloteo juvenil entre la emoción y el cosquilleo del enamoramiento, por una parte, y el recelo de lo desconocido, por otra. Y, como la muchacha que en su día fuese, se lanzó a la aventura. Se produjo el inevitable intercambio de móviles; se sucedieron llamadas en los días posteriores... Y aquel inicio dubitativo y temeroso se tornó muy pronto para ella en una relación tranquila, sosegada (cada uno en su casa) y muy gratificante. Por wassapt, me envió un selfíe con ellos dos en pose acaramelada. Pedazo de novio. Federico se llama el hombre. A mí, ese tío me echa los tejos, y nos vamos con él la Peque y yo. Los tres juntos.
Y adiós a los males. Es lo que tiene el amor: que cura. Y no es sólo por el sexo, que también. Ya es un clásico un estudio epidemiológico publicado hace años por la revista médica Health, que sugería claramente que las personas casadas viven más y con mejor calidad de vida que las solteras. Que el afecto compartido beneficia la salud. Siempre hemos creído que la mente ejerce una fuerte influencia sobre el cuerpo. Y lo hemos hecho de una manera empírica. Hoy, sin embargo, sabemos que el milagro del amor sobre la salud consiste en que los mismos estímulos externos o internos producen respuestas orgánicas diferentes dependiendo del grado de intoxicación amorosa que padezca nuestro cerebro. Puede parecernos fantasía, pero es una realidad no sólo anímica, sino también biológica. La oxitocina, hormona del parto, llamada también la hormona del amor, se libera en la hipófisis ante estímulos como los abrazos, los besos, las caricias e incluso las miradas tiernas. No digamos ya con refriegas mayores. Una de las principales dianas de esta hormona es la amígdala cerebral, controlando en ella las reacciones de ansiedad y pánico. Compartir el afecto posee otras bondades como la mejora en los hábitos alimenticios, en el sueño, en la tensión arterial...Los gestos amorosos disminuyen los niveles sanguíneos de cortisol, con lo que son muy beneficiosos para combatir el estrés.
La experiencia de Ángeles es muy ilustrativa para todos nosotros, viejos carcamales, que nos creemos de vuelta de todo y que, acostumbrados a nuestra posición de vida adocenada, no apreciamos la importancia que para nuestra salud física y mental tiene el hecho "insignificante" de una convivencia tan bien avenida y duradera con nuestras santas y nuestros santos respectivos. Ángeles y Federico nos devuelven a todos a otro tiempo muy lejano en que el amor era ímpetu, ganas, pasión, empoderamiento y emoción. Era el sentido máximo de la vida. Bienaventurados ellos, que ahora rehacen la suya y reviven aquellos días de perenne primavera.
Al final, y para que se note mi venero del seminario, recordaré aquello tan releído de san Pablo y su carta a los Corintios: "Si no tengo amor, nada soy". Pues eso.
Todo rl mundo necesita cariño, la soledad pudre en la humedad, no tener con quién conversar, palpar, jugar, y restregarse bajo la ducha.
ResponderEliminarAsí es. De manera que ya sabes...Jsjaja
ResponderEliminarDoy fe de que lo que decís la ciencia, esta señora y tú coincide exactamente con mi propia experiencia. Han desaparecido todas mis malestías y dolamas, salvo la psoriasis que está más rabiosa. Quizá vaya por otros caminos. 😊😊
ResponderEliminarBueno, Pepe, tampoco le podemos pedir tanto al amor. La psoriasis requiere más sol que amor. Jsjaja.
ResponderEliminarViva la doopamina, la oxitocina, la seritonina, las endorfina..... Y la minina 😛😛
ResponderEliminarJajaja.Es verdad, que vivan las hormonas.
EliminarJosé María yo también estoy de acuerdo, tener afectos, horizontes y objetivos, redondean nuestro ser de criaturas pensantes.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Tenemos varios cuerpos interconectados (físico, astral, mental, emocional...)
ResponderEliminarSi uno de ellos languidece afecta a los demás.
El amor sube la vibración del cuerpo emocional y sana más que toda la farmacopea con vacunas incluidas.
Por eso, el buen médico como tú, se interesa personal y amablemente por sus pacientes y evita la frialdad en el trato.
Me ha gustado mucho este relato.
En cuanto a la soriasis, a mi padre se la causaba la preocupación casi obsesiva por los problemas económicos de algunos de sus hijos malos administradores.
Veraneando en su pueblo le animaron a visitar a un homeópata en formación. El tratamiento homeopático hizo desaparecer completamente la insidiosa soriasis que le colonizada medio cuerpo.
Cuando fui a veranear con mis padres una o dos semanas después, me quedé tan pasmado al comprobar su milagrosa mejoría que yo también fui a visitar al homeópata con excelente resultado a mi problemilla de hongos recalcitrantes en la entrepierna.
¡A querernos bien, que es lo más bonito que podemos hacer!
Estoy de acuerdo. La concordia es una de las mejores herramientas para la convivencia sana. Muchas gracias, Pedro.
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