"Malditas las guerras, y malditos aquéllos que las promueven"
(Julio Anguita)
Estaréis todos conmigo, creo yo, en que este grito mediático del "No a la guerra", hoy universal, es la frase de moda, la sentencia más leída y oída en cualquier medio. Salvo el descerebrado de Maduro, todo el mundo comparte esta gran proclama. Incluso muchos rusos de Rusia la invocan (mucho ruso en Rusia y mucho mantecado en La Estepa, que diría nuestro gran Eugenio).
Y sin embargo, me vais a permitir una reflexión muy particular al respecto. Creo que muchas palabras y frases mal usadas, de tanto repetirlas, han perdido su verdadero significado. "Se nos rompió el amor de tanto usarlo", decía nuestra tonadillera. Amor, libertad, odio, empatía, valentía, solidaridad... han perdido la fuerza y el rigor de antaño. Algo parecido puede estar ocurriendo ahora con este grito manido del "No a la guerra". Puede llegar a convertirse, si es que ya no lo ha hecho, en otro de las tantos brindis al sol que tanto nos gusta compartir.
Putin es una mala bestia, una mala persona. Un hombre megalómano que se cree descendiente del linaje de Gengis Kan, un zarista con sueños de imperialismo trasnochado. Me importa un rábano si es comunista o fascista. Me digual. Es un monstruo. No es concebible en una sociedad moderna y civilizada invadir por la fuerza un país vecino por mucha tirria que te dé que dicho país, amigo y confidente hasta hace veinte años, flirtee ahora con tus adversarios políticos. Te aguantas. Cada nación soberana tiene derecho a elegir libremente su destino y el futuro de sus ciudadanos. Si has tenido una novia muchos años y resulta que al final ella te deja y se lía con tu peor enemigo, tú rechinas los dientes, pero ya está, de ahí no se debe ni se puede pasar.
Por tanto, el grito adecuado de rechazo en las circunstancias actuales debería ser un rotundo NO A PUTIN.
Un NO A LA GUERRA nos compromete a mucho más. Y no estoy seguro de que fuésemos, como sociedad, capaces de asumir todas las consecuencias de un "no" verdadero a la guerra. A todas las guerras. Si de verdad deseásemos la paz no podríamos diferenciar entre guerras malas y otras "menos malas", casi buenas; no puede ser "no a Putin", pero sí a Bush, a Toni Blair, a Trump, a nuestro ínclito José Mari. No. Tendríamos la obligación de enterarnos y denunciar las provocaciones de nuestros propios aliados (los yankis) alentando de continuo a los países limítrofes con Rusia con el propósito de alistarlos en su nómina y aislar cada vez más a una nación poderosa aunque venida a menos. Un no a la guerra significa el rechazo a las armas y a la industria armamentística, y un SI poderoso a la desmilitarización progresiva en todo el mundo. Significa también una abolición de las alianzas y otros contubernios militares. China es el amo de medio mundo sin pegar un tiro. Se puede conquistar el mundo sin violencia. Se pueden establecer alianzas y tratados de índole cultural, comercial y social, claro que sí. Se puede todo, menos matar para robar, humillar y aplastar a los vecinos. Ningún país puede arrogarse el derecho de imponer a otros su estilo, su gobierno, sus costumbres o su moral pública.
Soy consciente de que estas reflexiones mías son mera utopía. El hombre es violento por naturaleza y es tribal por conveniencia y por supervivencia. Siempre habrá alianzas de defensa, ejércitos "bien intencionados" con la sola misión de persuadir (¿...?) o de restaurar la democracia y los derechos humanos en aquellos países con abundancia de recursos naturales; ansias de poder desmesurado en algunos dirigentes cuando no abiertamente trastornos mentales mayores; siempre habrá guerras... La NO GUERRA es una utopía.
Con todo, os animo a apuntaros al coro de "raritos" que proclamamos la utopía de NO A LA GUERRA. NO A PUTIN. NO A LA OTAN.
Con perdón.