Nos amanece en La Yedra. Hoy, la última sesión, me acompaña mi mujer. Debemos estar en el hospital a las ocho de la madrugada. Tan temprano vamos que las montañas del Torcal aún no se han desprendido de las sábanas grises con las que se arropan para pasar la noche. “Sema, déjate de canturreos gregorianos y dale caña, que no llegamos”. No era nada gregoriano, estaba cantando aquella de “Apóstol de Andalucía”… Referida al beato Juan de Ávila. La Peque, siempre refunfuñando. Pero lleva razón. Atasco discreto en la entrada a la avenida de Carlos Haya. Hora punta. Pero llegamos bien. Justos, pero bien. On times, dicen los guiris. Sobre la campana. No hago más que sentarme en la sala cuando ya oigo por megafonía: 251, agua. Saludo a Adela, mi compañera que lleva diez minutos esperando, los dos solos en la sala, y comienzo a beber. Beberse medio litro de agua en diez minutos y sin haber desayunado es tela de coñazo. “250, pase”. Y entra Adela. En diez minutos me tocará a mí. A beber se ha dicho. La Peque, a mi lado, leyendo en su ebook.
-¿Estás
nervioso?
-Ni
mijita. Más contento que unas pascuas.
-Éste
es mi Sema.
Van
llegando otras personas. No son de mi turno, no son de mi cuadrilla, pero las reconozco
de otros días, de cuando he llegado antes de la cuenta. Me saludan.
-Qué
hace aquí tan temprano?
-Es
mi último día, y me han citado a esta hora.
-Es
verdad, que la máquina 2 cierra hoy.
Y
departo con ellos como si fuesen de los míos.
-Macho
-me cuchichea mi mujer-, eres el puto amo. Parece que mangoneas todo esto.
-La
experiencia es un grado. -Y nos reímos.
La
sesión de hoy ha sido, si cabe, más corta de lo esperado. En un plis plas me
han despachado. Me despido de todas las auxiliares y enfermeras con mil
agradecimientos por el trato recibido. Me desean toda la suerte. Y abandono,
radiante -nunca mejor dicho-, la sala de máquinas, el acelerador lineal de
partículas, el horno radioactivo, el quema próstatas y quema culos. No he
podido disfrutar de la sonora y emotiva despedida habitual porque no estaba mi
gente, pero da igual. Me ha esperado Adela, nos hemos dado un abrazo… Y suerte
para todos.
Mi
señora esposa y yo, luego, nos hemos ido a desayunar, ¡por fin, hoy sí! A la
cafetería Oña. Nuestros churros con chocolate y mi pedazo de bizcocho de
zanahoria.
Y
a freír espárragos la próstata puñetera.
Somos millones los que nos hemos recuperado. Tú, también. Es lo que te deseo.
ResponderEliminarPepe Ramírez
ResponderEliminarTu optimismo congénito es un plus terapéutico. Así que próstata anulada.
ResponderEliminarEnhorabuena,que no tengas más necesidad de repetir está experiencia
ResponderEliminarOlé ahí. El “Padilla”” de la radioterapia.
ResponderEliminarMe alegro un montón. Al carajo ya con...
ResponderEliminarConfío en que lo superes todo, buen ánimo no te falta.
ResponderEliminarUn abrazo.