sábado, 30 de septiembre de 2023

El despertador de mi padre

Me costó coger el sueño. Suelo dormir como un niño chico, pero esa noche me costó. No; no vayáis a creer lo que no es. No hubo tal. Ya no está uno para acrobacias. No. La cosa era que debía de madrugar más que de costumbre porque a las ocho de la mañana me esperaba una cita importante en Sevilla. Debería despertarme antes de las seis. La Peque había activado el despertador del móvil, pero aún así, no me fiaba.

Y me acordé de mi padre. Que yo recuerde, de jovencito en mi casa no había despertador. Yo había visto alguno de ésos cabezones coronados con su asa, su martillo y sus campanas de sonidos chirriantes tan desagradables, en las casas de Frasqui, de Antoñillo o de Rafael, con sus pequeñas manivelas en la espalda para ajustar la hora del reloj y la hora de alarma. En mi casa, no. Por entonces, mis célebres madrugones tenían lugar solamente para coger los coches de Frasquito Gloria para ir a Córdoba o al seminario. Yo no sufría inquietud alguna: mi padre, como un reloj, me despertaba a las cinco y media de la madrugada.

Ésa era la costumbre en mi casa de niño. Un poco mayor, le pregunté a mi padre por esa finísima puntualidad en despertarse sin despertador.

-Mi despertador son las Ánimas Benditas-, me responde serio para no dar pie a mi cachondeo.

-¡Anda ya, papa! -le digo guasón- ¡Déjate de tonterías!

-¿Tonterías? Cuando tú quieras, tú mismo haces la prueba.

-¿Y cómo es eso? Venga, que lo voy a hacer.

Y me lo explicó con todo detalle. Una vez en la cama, uno reza una jaculatoria y se encomienda a las Ánimas Benditas del Purgatorio. Y acto seguido, se les pide el deseo: "Ánimas Benditas, despertadme a las cinco".

Aquello funcionó. No me digáis cómo ni por qué, pero funcionó. Nunca, desde entonces, he necesitado despertador ni nadie que me llame. A lo primero, en vista del éxito, me encomendaba a las Ánimas, pero ya de mayor, no, claro. La única explicación que le encuentro es que nuestro cerebro posee muchísima más capacidad para ejecutar cosas y pensamientos de lo que creemos. Uno se acuesta pensando en que debe madrugar a tal hora y ese pensamiento activa un despertador interno. De manera que, en los años sucesivos, cuando mi padre iba a despertarme ya estaba yo peinándome el tupé. Porque yo, de joven, tenía flequillo, no creáis.

Al final, viendo que no me dormía, esa noche de autos, la otra noche, acabé por rezarles. Y me dormí, oyes.

Son cosas tan metidas en nuestra mente en momentos tan esponjosos de nuestro cerebro, que ya las interiorizas for ever. Cuando entro en la Iglesia de mi pueblo, mi primera mirada cariñosa y nostálgica es para el cuadro de Las Ánimas Benditas del Purgatorio. Siempre las mismas. Siempre penando, las pobrecitas.

domingo, 17 de septiembre de 2023

La excursión

Lo de ayer fue un empacho. Un empacho de verdor insultante, retador y sublime en tiempos de aridez; de agua limpia, juguetona y saltarina para nuestros ojos, tan ávidos y extraños. Un empacho de naturaleza a lo grande, a lo bruto. Un empacho de convivencia entre buena gente de pueblo, de campo. Un empacho, ya puestos, de choto guisado y tarta de la abuela en un restaurante ribereño. 

Visitamos al Genil, nuestro río, en los lugares y en el tiempo en que se crio de niño. Y nos sorprendió verlo tan crecido, un mocito, en el formidable pantano de Canales. Embalse de aguas esmeralda protegido por una guardia pretoriana de montañas imponentes. Pero muy pronto, enseguida, aguas arriba, nos fue mostrando su cara y sus maneras de niño mal criado, al que gusta de piruetas caprichosas y otras travesuras para impresionar a las visitas.  Río tan joven e inexperto, nos ofreció, sin embargo, todo un recital de pequeñas gracias y acrobacias en forma de saltos triples entre peñones resbaladizos, recovecos mágicos  inaccesibles, el rumor perenne de su andar inquieto y apresurado y hasta pequeños remansos donde nadan impasibles gansos silvestres entremezclados con algunos ejemplares humanoides en pelota picada.

Un viaje singular al Pirineo granadino, porque eso mismo es el entorno y el ecosistema de Sierra Nevada, un espacio pirenaico, un espacio alpino.  Pudimos apreciar regatos, acequias y escorrentías como por allí arriba, una flora y un extenso bosque de ribera en todo parecido al que vemos en torno al Cinca, al Aras o al Noguera Ribagorzana jóvenes: álamos, castaños, hayas, incluso robles belloteros. Claro que nuestro clima, más sureño y caluroso, nos ofrece también olivos ancestrales, cornicabras, higueras tardías de frutos dulcísimos y matorrales de esparto, omnipresente en nuestras tierras para contento de Manolo "El Chivo".

Una jornada intensa y completa de satisfacción a todos nuestros sentidos, desde la fragancia de las higueras, las miradas asombradas a la inmensidad de la sierra, el contacto con el agua fresca, el acompañamiento musical de su discurrir y, ¿cómo no?, la fruición ante unas gustosas viandas.

Mi sobrina Rocío -mujer única en el disfrute de las pequeñas cosas- pasó algunos años de su infancia en nuestra casa de Valencina. Cada vez que íbamos a un restaurante, a un cine, a un paseo en barco por el Guadalquivir, a visitar Cortilandia en Navidad..., cualquier cosa que a ella le gustara mucho, me decía entusiasmada: "Sómen, mañana venimos otra vez". Pues eso digo yo ahora.


Deseando repetir.