Lo de ayer fue un empacho. Un empacho de verdor insultante, retador y sublime en tiempos de aridez; de agua limpia, juguetona y saltarina para nuestros ojos, tan ávidos y extraños. Un empacho de naturaleza a lo grande, a lo bruto. Un empacho de convivencia entre buena gente de pueblo, de campo. Un empacho, ya puestos, de choto guisado y tarta de la abuela en un restaurante ribereño.
Visitamos al Genil, nuestro río, en los lugares y en el tiempo en que se crio de niño. Y nos sorprendió verlo tan crecido, un mocito, en el formidable pantano de Canales. Embalse de aguas esmeralda protegido por una guardia pretoriana de montañas imponentes. Pero muy pronto, enseguida, aguas arriba, nos fue mostrando su cara y sus maneras de niño mal criado, al que gusta de piruetas caprichosas y otras travesuras para impresionar a las visitas. Río tan joven e inexperto, nos ofreció, sin embargo, todo un recital de pequeñas gracias y acrobacias en forma de saltos triples entre peñones resbaladizos, recovecos mágicos inaccesibles, el rumor perenne de su andar inquieto y apresurado y hasta pequeños remansos donde nadan impasibles gansos silvestres entremezclados con algunos ejemplares humanoides en pelota picada.
Un viaje singular al Pirineo granadino, porque eso mismo es el entorno y el ecosistema de Sierra Nevada, un espacio pirenaico, un espacio alpino. Pudimos apreciar regatos, acequias y escorrentías como por allí arriba, una flora y un extenso bosque de ribera en todo parecido al que vemos en torno al Cinca, al Aras o al Noguera Ribagorzana jóvenes: álamos, castaños, hayas, incluso robles belloteros. Claro que nuestro clima, más sureño y caluroso, nos ofrece también olivos ancestrales, cornicabras, higueras tardías de frutos dulcísimos y matorrales de esparto, omnipresente en nuestras tierras para contento de Manolo "El Chivo".
Una jornada intensa y completa de satisfacción a todos nuestros sentidos, desde la fragancia de las higueras, las miradas asombradas a la inmensidad de la sierra, el contacto con el agua fresca, el acompañamiento musical de su discurrir y, ¿cómo no?, la fruición ante unas gustosas viandas.
Mi sobrina Rocío -mujer única en el disfrute de las pequeñas cosas- pasó algunos años de su infancia en nuestra casa de Valencina. Cada vez que íbamos a un restaurante, a un cine, a un paseo en barco por el Guadalquivir, a visitar Cortilandia en Navidad..., cualquier cosa que a ella le gustara mucho, me decía entusiasmada: "Sómen, mañana venimos otra vez". Pues eso digo yo ahora.
Deseando repetir.
Un hermoso relato poético. No es para menos.
ResponderEliminarGracias nuevamente.
Bonito y entretenido relato, pero no sabía de ese pueblo de tu niñéz llamado "Valenciana".
ResponderEliminarNo. Mi pueblo es Palenciana. Pero en mis años de médico en Sevilla he vivido en un pueblo del Aljarafe que se llama Valencina. Donde vive el añoro.
EliminarPerdón, he leido demasiado rápido yme he confundido. Es Palencina y no Palenciana.
Eliminar¡Qué lástima que no aportes fotitos! La poesía también puede proceder de una imagen.
ResponderEliminarPedro Calle
Cierto, Pedro. Soy un negao para la tecnología. Gracias
EliminarRelato entusiasta y disfruton. Paisaje frondoso con agua y viandas sabrosas. Que te gusta!!
ResponderEliminarFábuloso, lástima haberla perdido, vamos a tener que cambiar de aficiones, que por otra parte ya creo que ya va siendo hora, y está que tú describes sin duda es más sana
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