jueves, 22 de marzo de 2012

Mi hospital

Desde que soy médico paso  la mitad del tiempo en el hospital. Ya menos, desde que no hago guardías. Es una de las cosas buenas de haber sobrepasado los 55. Los médicos jóvenes (y yo también cuando lo fui) viven en el hospital. De hecho ése es el espíritu de la modalidad MIR, tener la residencia oficial en el hospital donde se trabaja. Yo no he llegado a conocer eso, es decir, tener tu domicilio fiscal y postal en el centro de trabajo, es verdad, pero casi casi.  Incluso terminada ya la Residencia y siendo todo un especialista las dichosas guardias te obligan a permanecer gran parte de tu tiempo enclaustrado. Uno llega, sin más remedio, a  acostumbrarse. El hospital  se te mete en tu vida, en tu cuerpo, hasta te impregna su olor, hueles a hospital, me refriegan mis amigos. Es tu segunda casa.
Cuentan por ahí que un día de escuela, preguntando la maestra a los niños sobre asuntos domésticos, le tocó el turno a una hija de Nicolás Peña, mi ídolo de médico por sabio, humilde y discreto. ¿Quienes vivís en tu casa? preguntó la maestra. Y dice la niña: mi mamá, mi hermana y yo. ¿Y tu papá?, inquiere la señorita. Ah no, responde la niña con todo su desparpajo, mi papá vive en el hospital.
En mi caso, además, mi Peque, enfermera ella de toda la vida, propicia que mi casa se convierta en hospital y viceversa. Ha habido semanas en que nos hemos visto más veces en el hospital que en nuestra propia casa. Pero he de confesar aquí que, contrariando una opinión bastante generalizada entre los profanos, nunca hemos hecho ningún tipo de guarrerías en el trabajo.
Durante años, mi mujer y yo hemos trabajado en la misma planta, yo el médico y ella la enfermera. Nunca hemos tenido problemas por este motivo de pareja ni con los compañeros ni con los enfermos. Al contrario, todo el mundo nos conocía como la pareja feliz, ambos joviales y bromistas, sobre todo la Peque. Un día de aquellos, recién llegados los primeros residentes les hice, casi sin querer, una inocente novatada. Hay que considerar primero que un residente nuevo, de primer año, no se te despega ni un solo momento de la jornada, va contigo a todas partes, hasta para mear, vaya. Los pobres se encuetran muy perdidos y siguen cada uno a su adjunto como pollitos con su gallina clueca. Pasados los años uno se da cuenta luego la gran influencia que los adjuntos médicos tienen en la formación del residente. Éste mimetiza mucho el comportamiento del adjunto. Bueno, a lo que iba: mi residente de primer año, creo que fué Javier Fernández Rivera, entró pegado a mi bata en el despacho de enfermería de la planta. Naturalmente, él no sabía que Toñi, la Peque, era mi mujer. Y me dirijo a ella: Oye, Toñi, le digo, mira, el paciente de la 717-1 se ha puesto muy rápido, va a 120 en fibrilación auricular. Haz el favor de cargar dos ampollas de Trangorex en un suero de 100 ml y se lo pasas en unos 20 minutos. Ya estaré yo pendiente. Y mientras le daba esta orden médica le cogía el culo a mi mujer, pero apretándolo a conciencia. Javier no daba crédito, roja su cara de incredulidad y asombro. Y le digo, oye chaval, no te pongas así, en esta planta es costumbre que los médicos le toquemos el culo a las enfermeras. Puedes probar tú si quieres. El pobre cada vez más azorado. Hasta que ya Toñi le dice : ni se te vaya a ocurrir. ¿no te has enterado todavía que este sinvergüenza es mi marido ?
El hospital es un mundo aparte. Hay quien lo compara como si fuera un pueblo, o una gran comunidad de vecinos. Pero no. No es comparable con nada que a mí se me ocurra. Podríamos decir que es una gran empresa con sus directores, sus operarios de distintos perfiles y oficios, sus máquinas, sus cocinas...Sólo que no produce nada material. Mejor aún, si lo comparamos con un gran hotel en el que los huéspedes son los enfermos, los camareros son los médicos, las enfermeras y las auxiliares, y los mozos de las maletas son los celadores. No sé.
Mi hospital tiene un tamaño mediano, muy apropiado para las relaciones entre profesionales. Al principio era así. Llevo 26 años trabajando en él. Muchos de mis actuales compañeros médicos entraron, jóvenes como yo, en la misma época. Casi todos estamos haciéndonos mayores a un tiempo. Unos pocos han fallecido; otros pocos  se han trasladado. Pero en el ámbito médico el grueso de los que entramos e inauguramos el hospital permanece. En todo caso, mucha savia nueva se ha incorporado. Menos mal. Los viejos no somos lo que éramos, estamos más quejumbrosos, más achacosos, más maniáticos. El cuerpo de enfermería y de auxiliares es mucho más cambiante. Bueno, y los directores se mueven cada tres o cuatro años.
Me siento a gusto en el hospital. El perfil de trabajo, fundamentalmente asistencial, se adapta perfectamente a la formación que recibí de residente y a lo que mejor sé hacer y más me ilusiona: ver, diagnosticar y tratar. Ciertamente que mi capacitación en la investigación es muy pobre. Lo asumo. La docencia se me da muy bien y disfruto dando clases teóricas y prácticas a los nuevos estudiantes de medicina. Mi especialidad hace que tenga mucho contacto con personas muy mayores y con muchas enfermedades. Me gusta tratar con los ancianos. Son muy agradecidos, suelen poseer una sabiduría rústica, de mucha profundidad, más allá de sus hechuras y facciones toscas, y tienen mucho sentido común. En no pocas ocasiones, la visión que tienen del mundo y de ellos mismos  me ayuda a la toma de determinadas decisiones no siempre fáciles en patologías de esa edad.
Y me gusta enseñar a los estudiantes. Veo en ellos, quizás, un mayor entusiamo por aprender cosas nuevas que en los propios médicos residentes. De un tiempo para acá tengo la impresión de que el residente anda  preocupado y afanado, quizás en exceso, en proveerse de un pomposo curriculum con el que luego fajarse en una lucha feroz y fratricida con sus otros compañeros por un contrato de trabajo. El futuro jefe de la Unidad que lo reclame no lo va a hacer atendiendo a su valía como clínico, sino al factor impacto de sus publicaciones. No me gusta, pero es  así. He ahí otro signo de los tiempos. En mis años jóvenes del Reina Sofía en Córdoba el mejor residente no era el que más publicaba, sino quien mejores historias clínicas hacía, quien se desenvolvía mejor en las guardias, quien destacaba en las sesiones clínicas. No sé. Quizás me esté volviendo viejo y quejumbroso, como decía antes.

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