miércoles, 18 de abril de 2012

Arma virumque cano

Hoy quiero traer a estas páginas un canto a la fuerza y entereza de este hombre singular (arma virumque cano), porque si no ha soportado tantas penurias, vicisitudes y golpes del destino como Eneas poco le habrá faltado. Y lo que le queda.

Arrastra con total gallardía y dignidad una dolencia cruel y vengativa desde hace ocho años. No es cáncer, pero le está lastimando tanto o más que si lo fuera. El propio paciente (y yo mismo) ha deseado en más de una ocasión que lo suyo hubiese sido un cáncer. Así, al menos, tendríamos a qué atenernos, a qué agarrarnos, una excusa válida y universalmente aceptada que explique la pésima evolución de su enfermedad.

No es un cáncer, como digo. Es una Vasculitis generalizada, se le llaman sistémicas a estas vasculitis porque afectan a diversos  aparatos y sistemas del organismo. El caso es que este tipo de procesos no es infrecuente, tengo bastante  experiencia en ellos, y suelen responder de forma adecuada al tratamiento. He tenido pacientes con vasculitis que se han curado por completo y han sido dados de alta de la consulta. Otros muchos se mantienen con una enfermedad en estado silente, como hibernada por los corticoides, como si tal cosa. Sus revisiones cada 6 meses y tan ricamente.

Este hombre, no. Ha soportado lo indecible, más allá de lo que yo hubiera podido esperar, mucho más de lo que nunca he visto. Incontables las veces en que ha tenido que ingresar, muchas más sus visitas a mi consulta y a la de otros especialistas, no sabe ya de quién será la sangre de sus venas, desde luego suya no, de tantas transfusiones como ha recibido. No ha respondido a ninguno de los remedios que le he procurado, tratamientos fuertes, como dice la gente, más fuertes todavía. He ensayado con él fármacos nuevos, biológicos se llaman, todos los que han ido saliendo. El pobre es consciente de su condición de "animal de laboratorio", "de conejillo de india", de carne de hospital. Todo lo que haga falta con tal de curarse. Pero no hay tal.

Consiste, brevemente, su mal en brotes repetidos de fiebres, bultos en la piel, disminución de las fuerzas en las extremidades, calambres y hormiguillas y en una médula ósea paupérrima, en crisis permanente, que no fabrica la sangre necesaria. Solamente los corticoides lo mantienen vivo. Pero a unas dosis tan elevadas y, sobre todo, tan prolongadas en el tiempo que ya no sabe uno a ciencia cierta qué sea peor, si la propia enfermedad o los efectos secundarios de los corticoides. Está hinchado como un ahogado recien sacado del río, abotagado, deforme y con sus facciones totalmente perdidas. La piel, finísima y frágil, como papel de fumar antiguo, se te viene en los dedos si lo pellizcas cariñosamente. Su cuerpo es todo él un hematoma, las pobres enfermeras no aciertan ya por dónde pincharle para extraerle sangre o para ponérsela.

Ante enfermos así uno se siente solo e impotente. En muchas ocasiones he agradecido el hecho del ingreso en planta porque de esta manera me he liberado una temporada del agobio de esta pesada cruz, sostenida en ese tiempo por alguno de los cirineos que son mis compañeros. He consultado, naturalmente, con otros especialistas del hospital por escuchar otras opiniones y por compartir un poco la angustia y la frustración,  pero comprendo, de verdad, que enfermos como éste, tan complejos y difíciles, sean considerados como imposibles. Además de que soy un firme convencido de que quien mejor conoce y maneja  a un paciente es su propio médico, en este caso yo.

No se me ha ocurrido llevar el caso de este hombre a ninguno de nuestros congresos médicos. No me convencen. La mayoría (no todos) son convenciones financiadas por los laboratorios y pensadas para presentar y discutir novedades de investigaciones básicas o clínicas, y no para bajar al terreno concreto de un paciente tan especial. El conocimiento en estos casos nos viene por el estudio diario y por la experiencia, eso creo yo.

Y el caso es que el paciente se me muestra siempre como unas castañuelas. Él es quien me anima constantemente, dándome las gracias cada vez que me acerco a saludarlo en su visitas al hospital.
Hace algo más de un mes ha tenido la última complicación, por el momento: ha habido que amputarle una pierna por una gangrena. El colmo. Pero el tío lo ha  afrontado con tal naturaleza que nos ha sorprendido a todos, a la familia, a los cirujanos y a mí mismo.
Yo ahora, es verdad, siento pena más que ninguna otra cosa. Pena por ver que el más débil e indefenso nos da ejemplo a los demás, por ver cómo claudica la familia, por saber que en su fuero interno este hombre está sufriendo. Hoy mismo, en Urgencias, mientras le pasa una bolsa más de sangre (para él es como quien se toma una caña con una tapa de caracoles) me dice:

-Verá doctor Rivera si me moriré antes de que venga usted a mi casa, la del campo. ¡Con la gana que tengo..!
-Iré, te lo prometo. Y nos iremos monte arriba los dos a buscar espárragos.

Y a ambos se nos nubla la vista por un momento. A sorber, que no se note.

Arma virumque cano Troiae qui primus ab oris Italiam, fato profugus, Laviniaque venit litora.

¡Venga mis latinos, que no se diga! Cada vez que leo o escucho este parrafillo se me ocurre que  también es esto memoria histórica, el recordar a don Rogelio, el Chino, en el Séneca: canto a las armas y al varón que fue el primero en llegar, huyendo del destino, desde Troya a Italia y a las costas de Lavinia.

2 comentarios:

  1. A mí también se me ha nublado la vista. ¡Qué entrañable! Admiro tu sensibilidad, tu fuerza, tu naturalidad, tu profesionalidad (la moto ruidosa, ja, ja, ja).
    Sigue escribiendo, pero sin agotarte.

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    1. Frasqui, al final he cambiado lo d ela moto ruidosa por no molestar a nadie. Mi propósito siempre es constructivo.
      Muchas gracia spor tu apoyo.

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