domingo, 15 de abril de 2012

La vida por delante

Uno de estos días la hija de unos amigos irá a Madrid, quizás lo haya hecho ya, para escoger una plaza de MIR.
Hace bien poco me consultó para indagar mi opinión sobre las diversas alternativas que  estaba barajando. Ocurre todos los años, acuden a uno mediquillos y mediquitas cada vez más jóvenes, ellos casi imberbes, ellas buenísimas, muchachas en flor, todos muy despistados e inquietos buscando una palabra esclarecedora, un chispazo iluminador, como si uno poseyera la varita del destino. El año pasado no tuve el menor problema con mi sobrina Imma, porque ella tenía muy claro lo que quería. Pero la mayoría de ellos anda bastante  extraviado. Y es lógico. Escuchan noticias oficiales u oficiosas, hablan entre ellos, consultan a médicos próximos, a otros MIR ya ejerciendo, a sus padres y, quizás, hasta a su confesor (se trata de un anacronismo, ya lo sé). Toman en excesiva consideración variables tan aleatorias como dónde les gustaría vivir al terminar la especialidad, casi todos en ciudad, dónde habrá más posibilidad de contrato, en qué hospital harán menos guardias y menos gravosas, en qué centros habrá más posibilidades para engordar el curriculum...Y, creo, consideran muy poco qué es lo que en realidad les gusta, qué les dice su corazón, qué les ha impresionado más durante las prácticas en la carrera, para qué se sienten más predispuestos, qué habilidades poseen para esta o para otra especialidad...Cosas internas de cada uno, y no tanto factores externos que pueden virar con vientos más o menos cambiantes.

Creo que yo les ayudo poco. Estoy tan enamorado de mi especialidad que cualquiera otra me parece menor y, por tanto, se me nota muchísimo que barro para casa. Si por mí fuera, todos los médicos serían internistas, pero comprendo que no puede ser. ¿Quién entonces nos operaría de los apéndices, de los tumores, del colon, del cerebro o de las cataratas? Los internistas nos mareamos con la sangre. Entendemos de Sodios, de Potasios, de Creatininas..., elementos de la sangre a los que, por cierto, nunca ven los cirujanos cuando abren en canal una barriga. Somos bastante contrapuestos, existe ciertamente un barrera entre las especialidades médicas y las quirúrgicas.

Esta chica en concreto de la que hoy os hablo parte, o ha partido ya, a Madrid con un pequeño hándicap: tiene tan buen número que dispone de una gama amplísima de opciones. A veces es mejor no poder elegir, lo que me toque. Tiene alma de internista, eso lo nota uno enseguida. Le encanta el trato con la gente, es piadosa en el sentido de compasiva, es abierta, tiene empatía, y no le gustaría enquistarse en una disciplina cerrada y limitada, sino que desea el conocimiento integral y humanístico que ha tenido la medicina clásica, la antigua.
Para mis adentros, clarísimo: medicina interna. Y además en Valme, conmigo.
Pero resulta que también le gusta mucho la oftalmología, tanto o más que la medicina interna, y ahí anda debatiéndose en la duda corrosiva. La oftalmología, además, le garantiza, cree ella, la proximidad a su casa, a sus padres y más posibilidad de un contrato posterior, que la cosa laboral no está para tonterías ni sentimentalismos. Para mí, es una internista nata. Sin embargo, cosa rara, me invisto de prudente y casi le recomiendo que escoja oftalmología, en fin, creo que al final la dejé en las mismas dudas que ya tenía. Al fin y al cabo es ella quien tiene la última palabra.

No es nada raro que en casos como el de esta chica se escoja sin certeza plena. Es lo habitual. Y no es nada extraño, sino muy frecuente, que, una vez escogida la plaza, tenga uno la sensación amarga y frustrante de haberse equivocado. Es lo más normal del mundo. A mí no me pasó, pero es que yo no soy un tío muy normal del todo, que digamos. No tuve dudas sobre la especialidad, pero sí sobre la ciudad, Córdoba o Madrid. Durante dos o tres meses has estado jugando con tus muchas posibilidades, has desohojado cincuenta margaritas, te has contado el cuento de la lechera no sé cuántas veces, lo mismo te ves de neurólogo, que ahora de cardiólogo, de endocrino, de cirujano, de médico de familia, incluso de traumatólogo, que ya hay que tener ganas (con perdón). Y un día, ansiado y temido a la vez, te encuentras solo ante unos señores serios y encorbatados que no te dan ni los buenos días, sino que se limitan a ofrecerte un pliego con doscientos recuadritos en uno de los cuales, solo en uno, tienes que señalar una cruz. Cuanto mejor número de oposición tengas, más recuadritos donde elegir. Es, seguramente, la primera vez que vas a tomar una decisión trascendente por tí mismo. Es verdad, en esos momentos uno desearía no disponer nada más que de tres o cuatro posibilidades. Pero doscientas...

No es asunto baladí. De donde pongas la cruz va a depender toda tu vida profesional y una grandísima parte de tu vida personal y familiar. Esa dichosa crucecita va a resultar decisiva en cosas tan importantes para uno como dónde habrás de vivir, quizás ya para siempre, quién será tu pareja, cuántos niños vas a tener y a quién se van a parecer, cuáles serán tus distracciones u hobbies favoritos, quiénes  serán tus futuros amigos. No hablo, por hablar. Si en su día, por ejemplo, yo hubiese escogido medicina interna en la Paz o en Puerta de Hierro de Madrid, que a puntito estuve, hubiera sido tan buen internista como soy (perdón por la inmodestia), pero no os tendría a vosotros, mis amigos, sino a otros madrileños, quizás demasiado cursis, quién sabe si yo mismo me hubiese convertido en un finolis ¿os imagináis algo así?, me hubiera aficionado a la nieve, en vez de al senderismo, me gustaría el cocido más que el gazpacho, sería, si ello fuera posible, más madridista aún de lo que soy, disfrutaría de mi chalet en Las Rozas, donde los millonarios, en vez de en Las Pilas de Valencina, ¿quíen sabe dónde queda éso?, y, sobre todo y todos, no tendría a mi Peque ni a mi Meli (ni a la Pegui, claro), bueno...ni a Pepe, venga. Quizás hubiera salido ganando, aunque lo dudo muchísimo, pero eso es algo que jamás conoceremos.

En nuestra vida adulta debemos de tomar unas decisiones que se presentan como determinantes, nudos gordianos, que van a decidir nuestro destino. Son cruces de carreteras sin señalizar en los que te paras porque no sabes por cual de ellas se irá, por ejemplo, desde Luque a Sevilla, mira qué cosa tan fácil. Bueno pues si elijes mal, esa carretera te va a llevar sin remedio a Córdoba. Claro que la vida moderna nos ofrece tantas alternativas que casi nada es definitivo. Te das cuenta a tiempo, y desde Espejo vas a Montilla, a Écija y, por fin, llegas a tu casa. En similares palabras, si crees que te has equivocado coge la siguiente rotonda, o la siguiente y da la vuelta.
Pero no siempre ha de ser así. En ocasiones te alegras de haber errado de vía porque  esta otra te va a permitir conocer un paisaje, unos pueblos, unos parajes que ignorabas y que te resultan fascinantes. No siempre ha de ser obligado rectificar.

Con este simil real (y tan real como que me pasó ayer tarde) de carreteras equívocas deseo, de todo corazón, enviar un mensaje de ánimo a esta chica de quien os hablo por si acaso albergara algún tipo de resquemor, desazón o duda acerca de su decisión ya tomada o por tomar. La Medicina con mayúsculas es un ejercicio apasionante de servicio al otro, de filantropía, de entrega, de sentimiento de ser portador de una misión sublime, de esfuerzo y estudio permanente. A quien siente así su oficio de médico le va a resultar poco relevante ejercerlo desde ésta o desde otra especialidad. Desde cualquiera de ellas debemos ser médicos. Médicos, antes que  especialistas, médicos, por encima de especialistas. Definía Cicerón al médico como "vir bonus melendi peritus", y me emociono al escribirlo: hombre bueno experto en curar. Esta frase, hoy, se ha quedado anacrónica, evidentemente. Hoy hay más médicas que médicos. Bueno, rectificamos a Cicerón: "mulier et vir boni melendi periti", que se note que somos de latín. Y fijaros cómo el sabio romano antepone el adjetivo de bueno al de perito. Es verdad. No concibo a un médico que no sea buena gente. Los habrá, los hay, pero yo no lo acepto. Por principio. Y porque lo dijo Cicerón.

Desde esta óptica todas las especialidades son bienvenidas y necesarias, desde todas ayudamos a nuestros pacientes, ninguna es más importante que otra, son todas, entre ellas, complementarias. ¿Qué es, entonces, lo que define a la medicina interna? La gente de la calle, vosotros mismos, amigos que me leéis, no sabe en qué consiste  esta especialidad. Yo os digo en muchas ocasiones que somos los médicos que sabemos de todo, que orientamos hacia un lado u otro, los que atendemos mejor a los pacientes añosos y pluripatológicos...Sin embargo, en puridad al internista no lo define tanto los enfermos que pueda tratar, que son todos, cuanto  la forma como los trata. El internista se interesa por el paciente en su globalidad, y no solo en los aspectos físicos de la enfermedad, sino también en los psicológicos, familiares y sociales. Nuestra concepción de la medicina es la integralidad, la no fragmentación. De alguna manera, una concepción muy cercana a la del médico de familia, a la del médico de toda la vida. Solo que nosotros trabajamos en el hospital con enfermos más necesitados de pruebas y de cuidados.
Como internista, por tanto, se comporta cualquier médico, no importa su especialidad, que asista a un paciente desde esa perspectiva abierta e integral, que se interese no solo por el órgano enfermo, sino por la persona enferma, que ponga los medios a su alcance para una  asistencia de calidad y que no permita que el uso de la alta tecnología aplicada al enfermo despersonalice su actuación médica.
Me resulta enormemente atractivo el hecho de que otras especialidades puedan ahondar en unos conocimientos y en unas competencias específicas. Dada nuestra impotencia para abarcar el montante extraordinario de producción científica y técnica, cada especialidad nos ofrece la posibilidad de profundizar en aspectos concretos del enfermar. Y gracias a ellas podemos hoy favorecernos de sus avances y procedimientos terapéuticos. Sin el desarrollo de las distintas especialidades no sería concebible hoy nuestra sociedad del bienestar, por ejemplo. 
Por tanto, sea bienvenida, como todas las demás, la especialidad de oftalmología, tanto si finalmente ha sido la elegida por nuestra joven médica, como si no. Dado que, por el momento, los médicos no podemos devolver la vida ¿hay algo más gratificante que concederle la vista a un anciano? Mi suegro se deprimió, se hundió en la miseria ante la perspectiva de quedarse ciego. Gracias a una intervención de su glaucoma puede ver. Para él esto es lo más importante. Le da casi igual que yo le controle mejor o peor la diabetes, que su "reoma", como él dice, le lastime unos días más , otros menos, que le salgan manchas de viejo en las manos y en la cara, que camine como un pato mareado. Aunque yo, como internista, pudiera recomponerle todos los huesos en su sitio, nada es comparable para él como el hecho de poder sentarse en su salón y ver Arrayán con su mujer.
Cada especialidad acapara  tanto de reto personal y científico, es tan atractiva en su proyección asistencial e investigadora, que yo no acepto la posibilidad de que ningún médico se pueda aburrir con ella. Cuando te metes de lleno, hasta los codos, en tu terreno no echas de menos ninguna otra cosa. Ayer mismo me contaba un antiguo compañero del seminario su experiencia hospitalaria en una reciente intervención de una hernia. La anestesista, mientras le inyectaba el somnífero, se le acercó al oído y le dijo muy quedamente, como susurrando: "tú duérmete tranquilo, que yo velaré tu sueño" A mí me dicen eso y no es  que me duermo tranquilo, es que me puedo morir ya si hace falta. Que una persona extraña, que no te conoce de nada, que es la primera vez que te ve, que posiblemente nunca más te vea, porque la  anestesia es así, un visto y no visto, te diga esas cosas con tanta sensibilidad y cercanía es no solo para creer en la Medicina y en  los médicos, es para volver, de nuevo, a creer en Dios.
Por eso, si finalmente nuestra amiga ha escogido oftalmología ha de saber, de mi mano, que se puede ser una excelente oftalmóloga sin renunciar al espíritu de internista, que se puede hacer muchísimo bien a los demás, y se puede recibir toda la satisfacción del mundo haciendo que nuestros actos rebosen ternura, sensibilidad y empatía.

Si pese a todo ello pudiera no estar conforme, vale, se prueba un año, y si no hay satisfacción plena coge uno para Montilla y Écija, sin tener que llegar hasta Córdoba. O lo que es lo mismo, se vuelve uno a presentar al exámen MIR, y se acabó el problema.

Una chica encantadora, buena persona, guapa y estilosa, brillante  estudiante y con visos de médica excelente, a punto de traspasar el umbral de una de las puertas más esperadas y gratificantes de su vida no puede, no debe acongojarse por ninguna cosa que tenga remedio. Tiene toda la vida por delante. Ya quisiéramos nosotros tener ahora su problema.

1 comentario:

  1. Al leer esto me he acordado muchisimo de mi experiencia eligiendo el año pasado, no me puedo creer que haya pasado ya un año!!! Yo tenia claro que queria Interna pero tuve muchas dudas con el sitio, me debatía entre Valme y Carlos Haya, y aunque aqui estoy muy contenta y no me arrepiento de mi decisión, a veces me pregunto como sería si hubiera escogido Valme (creo que siempre tendré esa duda, jeje. He copiado el escrito y se lo he enviado a mi amiga que elige mañana, porque creo que leer esto le ayudará en su decisión. Osú que bien escribe mi padrino!!!jejejeje.

    ResponderEliminar