jueves, 16 de agosto de 2012

Érase una vez en el 2032

Extintas ya mis vacaciones y abrazada con fervor de mártir mi cruz particular de la rutina diaria, dejadme contaros hoy, siquiera como desahogo, un episodio divertido ocurrido durante nuestra reciente estancia en Boltaña.

Conocido es por todos la afición (casi devoción) que profesamos la Peque y un servidor al senderismo. Tenemos un club informal de amigos, "aprieta el culo" se llama, con el que disfrutamos un fin de semana al mes de excursiones magníficas por nuestra geografía cercana. Lo más que nos hemos alejado ha sido hasta Cazorla y Pozo Alcón, dos días no dan para más. En los veranos, sin embargo, picamos mucho más alto, los Pirineos o los Alpes. Nada de barbaridades, a nosotros no tendrán que rescatarnos con helicópteros ni seremos aplastados por un alud, creo yo, vaya, hacemos caminos largos, pero de dificultad media. No hemos sido nunca temerarios.
De acuerdo, pero ¿por qué Boltaña de nuevo? Nos gustó tanto el verano pasado con mis hermanos que hemos querido repetir este año con la Meli, su novio, mis cuñados Conchi y Cipri y los hijos de ambos, Javi y Juanma. Uno disfruta más de las cosas si las comparte con su gente ¿verdad?
En esta ocasión, por mi experiencia del año pasado, he sido el organizador de las salidas diarias al monte. Y lo he hecho siguiendo un esquema cuadriculado y rutinario muy parecido a como organizo mi vida personal. Por las mañanas, madrugón, desayuno de canónigo (tejeringos incluídos), media horita de coche para la digestión y caminata, dura sí, pero bellísima y relajante. El almuerzo siempre en el mismo restaurante, menús variados a 12,90 euros, sin IVA. Las tardes para la siesta, la piscina, la lectura, el spá o un tranquilo paseo por las cercanías del hotel. La cena en la misma pizzería. Y por las noches..., dormir y callar. Puede parecer aburrido, no digo que no, pero a todos les ha encantado.

Una de aquellas tardes, mi Meli, imponente, sale del agua luciendo cuerpazo de mulata y apenas un bikini de nada. Como en los anuncios de Bacardí. Con cadencia de pasarela bordea media piscina y pasa por delante de mi cuñada y mía que, sentados en sendas butacas de mimbre, tomábamos un té. Sin más, se estira boca abajo, todo lo larga que es, en una hamaca cercana. Viéndola así, con todas las cachas generosas, prietas y brillosas por el agua aún sin secar, se me infunde una de esas ideas graciosas mías.

-Conchi, -susurro a mi cuñada- a ver si no parece la Meli, en la postura en la que está, un atún de almadraba-. Mi cuñada se mea de risa. -Sí, niña, de ésos que pegan unos coletazos terribles al sentirse atrapados.
-¡Qué cosas tienes Somen! (en mi familia soy Sema, en la de mi mujer Somen)
-O mejor aún, un cachalote-. Nueva risotada de la Conchi.
-Oye, que te estoy oyendo- se revuelve mi hija-. ¿Qué es lo que has dicho de atún?
-Nada, nada, que estás más buena que un atún "encebollao".

En éstas que un ancianito solitario que ha permanecido inmóvil y calladito todo el tiempo, sentado en una butaca próxima, se levanta como para ir al kiosko a pedir un café, pero, cambiando el paso,  se dirige a la Meli, se le acerca y se pone como a cuchichear con ella. Nada, una charla inocente, pensamos. Vemos a mi hija hacer gestos comprensivos con sus manos e intentando salir del paso con frases hechas como "qué bien se está de vacaciones, eh, bueno hombre muy bien, ande, vaya usted a tomarse un cafelito..." Y cosas así. Pero la cosa parece que va a más porque el hombre no sólo no se va, sino que amaga con rozarle por los hombros, por el pecho, por las cachas..., así como de broma. "¡Qué cabrón!", suelta la Conchi. Desde que lo ví, sentado a nuestro lado, ya me pareció que el anciano era un demente, pero ahora ya no tengo dudas. Lo es. "Oye Somen, no te quedes ahí embobado, que el tío ese sinvergüenza está tocando a la Carmen". "Venga ya Conchi, ¿no ves que tiene Alzheimer? Además, que la Meli sabrá cómo defenderse, mujer". "Pues si tú no vas, voy yo, ¡digo!", se pone ya farruca. Y de mala gana me levanto y voy para el hombre. "eres muy bonita, sabes", veo que le está diciendo. Y mi Carmen, "que sí, que sí, pero déjeme leer un poco, no sea usted pesado, por favor". Y el tío allí, con la baba, "bonita, que eres muy bonita".

Dentro de veinte años, pensé en ese momento, cumpliré los ochenta, si Dios quiere y el Rajoy de turno lo permite. En el 2032. Y entonces yo seré como este anciano, tendré una demencia senil y me gustará mucho piropear a las muchachas.  Mi mujer y mi hija están aleccionadas para que cuando  me encuentre en parecidas circunstancias  alguien, preferentemente una mujer, me alivie regularmente. Una vez por semana, no es tanto pedir. Aún a sabiendas de que salgo mal parado, no puedo pasar por alto la estrecha relación entre la tontuna y la desinhibición sexual, a más tonto uno, más caliente. Mirando a este hombre babeante me estaba viendo a mí mismo en un futuro no tan lejano, una especie de dejá vu por venir, una premonición. La Peque, la Meli, su marido el Pepe y mi nieta (barrunto que sólo tendré una) me llevarán de vacaciones a un hotelito de aquí cerca, en Chiclana mismo. No les perdonaría que no me acompañase mi cuidadora, una rubia ucraniana o polaca con minifalda y delantal. Y yo me embelesaría contemplando y acariciando cuerpos femeninos tan bellos y ebúrneos como es hoy el de mi hija. ¿Por qué entonces voy a privar a este hombre de un placer tan inocente? ¿Por qué negarle lo que yo tanto ansiaré a la vuelta de la esquina?

Estas y otras parecidas cavilaciones maquinaba antes de disuadir al anciano, cuando una mujer muy mayor pero muy bien cuidada se aproximó al viejito y dándonos miles de excusas se lo llevó del brazo a otro sitio. "Discúlpenlo ustedes, es que tiene atrofia cerebral", nos decía señalándose la frente con su dedo índice.
Y el hombre, sumiso ahora, se fue con su esposa. Pero al cabo de nada, en el primer descuido de su familiares, que se bañaban como si no tuvieran a nadie de quien ocuparse, volvió a su butaca, se sentó tranquilo y admiró extasiado, pero quietecito, el atún de almadraba, tan sabroso, tan  inalcanzable.

Me dió lástima. A mí, que me dejen tocar.

1 comentario:

  1. Jero Romero tiene una canción que se titula "Desinhibida". Me he acordado de ella, no por el contenido, sino por el título.

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