sábado, 3 de noviembre de 2012

En la ópera con mi novio

Al final la cosa se fastidió un poco, no salió del todo como yo había previsto. Pero bueno, no estuvo mal. Ya habrá mejor ocasión para lo nuestro.

El caso es que Paqui no iba a poder ir con Jaime a la ópera porque el día en cuestión (el pasado sábado) le tocaba Lebrija, lo mismo que a nosotros, a la Peque y a un servidor, nos toca Palenciana un finde al mes. Obligaciones filiales para con los padres. "Oye", me  llama Jaime el viernes, "que si la Peque quiere venir conmigo a la ópera, que Paqui no puede". "Claro que sí, cuenta con ello", le respondo seguro del sí de mi mujer. Estaréis conmigo en lo difícil que resulta para un hombre corriente acertar alguna vez cuando decide por su mujer lo que cree mejor. Un sábado por la noche, en el Maestranza, grandioso escaparate para la pijería sevillana, en una pieza de ópera tan bella como lo es la de Thaïs, acompañada de un tío guapetón, incluso con la maldad, nada desdeñable para una mujer, de alimentar comidillas sobre infidelidades entre algunos conocidos con los que se cruzarán en el vestíbulo... En fin, todos los alicientes para una noche agradable y entretenida. Pues no.

-Sema, que no tengo gana, de verdad.
-Pero Peque ya le dicho que sí a Jaime, le vamos a dejar colgada la entrada, mujer.
-Ve tú con él -me suelta risueña-, para eso eres su novio.

Para nuestros más allegados, Jaime y yo somos novios desde hace ya tiempo. Lo tenemos asumido. Cuando suena el teléfono pasadas las diez de la noche nadie en mi casa le echa cuenta, "cógelo tú, papi", me decía mi Meli, "será tu novio". Y era. Hasta ahora, nos vale con lo platónico, nunca hemos concretado. A mí no me importaría y creo que a él tampoco, pero se hace el remolón porque sabiéndose el guapo de la pareja le tocaría siempre hacer de tía. Y por ahí no pasa. Y yo tampoco, claro, ¿dónde se ha visto una tía calva y tan mal hecha como yo? No quisiera, de ninguna de las maneras, llevar el escándalo a vuestros corazones. Es algo natural. Cuando ya de mayor te reencuentras y vives  cerca de una persona con la que has compartido tantos años de penurias, alegrías, emociones y vivencias de todo tipo te sientes tan a gusto a su vera que parece que estuvieras enamorado de ella. Es un sentimiento muy profundo mezcla de gratitud, hermandad y cariño. Igual me hubiese pasado con Frasqui, con Antoñillo, con Rafael, con José Pablo, con Salva, con el Luna..., por nombrar algunos con los que he intimado desde chico. Con Luís Enrique no, que es del Atlético.

-Jaime, mira -lo llamo al móvil-, que no, que la Peque dice que vayamos tú y yo.
-¿Te das cuenta? Luego nos tachan de sarasas, pero no pierden ocasión de provocarnos.
-Pa que veas. Bueno, es igual, que vamos juntos, ya está.
-Vale.

Pero no; como es tan considerado con todo el mundo me vuelve a llamar dándome la matraca.
-Niño, que por mí no lo hagas, que yo puedo vender la entrada, en serio.
-Joer tío, ¡qué pesao!
-Pero ¿te apetece de verdad?
-Que sí, a ver si te enteras, que sí, que me apetece, que quiero oír al Plácido Domingo. Además que ¿cómo te voy a dejar que vayas solo?
-Que no voy solo, que viene también mi cuñado Paco.
-Amos hombre, ¡tú me vas a comparar a mí con tu cuñado..! Que nada, que voy contigo y nos dejamos ver mariconeando por ahí.
-Bueeeeenooo.

El mismo sábado por la mañana vuelve el borrico al trigo:

-Mira, que mi hermana Lourdes tampoco viene; así que puede venir la Peque.
-No te prometo nada; déjame que hable con ella. -Con el teléfono en la mano, la llamo a voces creyéndola más lejos.
-¡Que no estoy sorda! -me increpa saliendo de la cocina-, ¡qué pasa ahora?
-Que hay una entrada de más, que si quieres venir.
-¿Yooo? -se me pone en jarras en plan guasón- ¿Para hacer de canasta? Ni hablar. Decírselo al Palanco. -Testigos sois, si alguna vez Jaime y yo nos decidimos a salir del armario la culpa no habrá sido sólo nuestra, sino también de nuestras mujeres respectivas que no sólo no han sabido evitar situaciones comprometidas, sino que las han propiciado.

El Palanco tampoco podía porque estaba de boda, creo. De manera que, al final, la Peque se avino melosa a acompañarnos. Estuvo bien la cosa. Muy bien. Nos gustó muchísimo la ópera, sobre todo la música y los escenarios. Vale la pena. Aunque el Maestranza me sigue pareciendo un teatro muy impersonal, poco acogedor, nada que ver con el Lope de Vega. Además, cincuenta y cuatro euros por entrada me parece excesivo para los tiempos que corren. Claro que la Peque y yo, como invitados, íbamos de gorra, ¡qué cara! Ella se sentó entre Jaime y yo; Paco al lado de Jaime; quien evita la tentación evita el peligro. Ea, a disfrutar de la obra.

Atanahel (Plácido Domingo), un cenobita obstinado y carca que se martiriza en el desierto, que predica la felicidad a través del dolor, a quien nadie hace ni puñetero caso, se ha impuesto la penitencia de convertir para la buena causa a la bella Thaïs, la puta más puta de toda Alejandría. Tan pelmazo y cansino es el tío, tanta carga y tan seguida le echa que, ¡coño!, la convence. La famosa ramera, anteayer mismo lujuriosa y fatal, se aferra al sacrificio para alcanzar el cielo porque el pesado de Atanahel ha sabido mostrarle la inútil fatuidad de su vida. En la penosa travesía del desierto hacia el cenobio, exhaustos, descalzos y medio en cueros, ¡oh fatal poder del maligno!, el santo se enamora perdidamente de la puta. Se veía venir, no os creáis. Tanto rezo juntos, tanto amor divino, un desierto tan largo, la calor que hace, tú, una tía tan güena...En fin, lo que pasa. Cuchicheo con la Peque:  "¿ a qué te apuestas que se la tira ahí mismo, debajo del primer sicomoro que encuentren?" En la media oscuridad del entresuelo adivino esa mirada intensa de mi mujer que dice sin mover los labios: tú estás tonto o te lo haces? Se cambian las tornas, ella sigue impertérrita su camino hacia el cielo y él se maldice mil veces por haber sido tan estúpido. En su lecho de muerte, ya en el convento, Thaïs se acerca a Dios a quien ya casi toca con las puntas de sus dedos, mientras él, Atanahel, reniega de todo y escandaliza a los monjes colegas con un discurso mundano y ateo. "El cazador cazado", dice Jaime. "El asunto de la jodienda...", respondo yo. "Dos tontos y yo enmedio", remata la Peque. Y mientras el Paco, sentado en el asiento que da al pasillo, sin dejarnos salir enloquecido en aplausos.

Vosotros os reiréis pensando que todo esto del Jaime y mío es de broma; y es verdad, es de broma. Pero, si no fuera por lo mucho que me gustan las tías,  así, a lo tonto, a lo tonto, el día menos pensado rompería en maricón. ¡Ajú qué cachondeo!

4 comentarios:

  1. Ten cuidado con la evolución de las especies, la nuestra (humana) parece que de momento está a salvo, pero otras como la dorada (pescado)nace machote y con los años se hace hembra.
    Un saludo afectuoso majete.

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    1. Es verdad Paco, me miro al espejo y cada vez me veo más dorado, oye.

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    2. Saber torear en todas las plazas y nadar en cualquier agua es dificil,tu lo haces.Gracias por tu sentido del humor, fino e ironico que nos regalas en cada escrito.
      Ojo, esto no es tirarte los tejos, asi que Jaime
      no te pongas celoso.

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    3. El caso, leñero, es que no sé quién eres. Creía que eras Paco Pinedo, pero no. Dime quién eres, coño.

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