miércoles, 14 de noviembre de 2012

Mi amigo del mono azul

Si yo ahora os preguntara, así a bocajarro,  que quién es el actual presidente de Naciones Unidas para el comercio electrónico internacional seguro que diríais "y yo qué sé, bastante que me importa a mí eso". Error garrafal, respuesta incorrecta; lo váis a saber y sí que os importa: es nuestro amigo Agustín Madrid. "¿Cómo...Agustín, el nuestro?" "Sí señor, Agustín, el añoro de toda la vida".

Esta última semana ha estado en Viena. Desde allí me ha enviado un e mail para hacerme partífice de la nueva, sabe que tomo casi como míos todos sus logros académicos y curriculares. Después de todo, si no fuera por mí, que lo mantengo sano y en forma, no podría asistir a ninguno de esos congresos internacionales que tanto frecuenta. Hace poco en Nueva York, el mes pasado en Berlín, y la semana próxima en Tegucigalpa. Así está el tío, no para en su casa, éste echará un polvo al mes, si acaso.

 Es Agustín un hombre muy curioso; a mí me resulta digno de admiración. Ya sé que todos lo conocéis, pero no lo tenéis, como yo, cuatro casas más abajo. Las cualidades que más pondero en él, por las que destaca por encima de las de todos nosotros, sus amigos, son su inagotable capacidad de trabajo y su perenne disposición a disfrutar de todo. De todo. Y con intensidad. Su optimismo vital. Igual que mi padre, lo mismo que mi hermano Manolo. Gente incansable. Nos metemos con él, con Agustín, porque solamente tiene dos horitas lectivas a la semana en la Universidad; macho, vives mejor que  un canónigo, le echamos en cara. Pero se pasa el santo día en su despacho trabajando, revisando tesis, aportando su capítulo correspondiente al último libro que van a publicar en su departamento, corrigiendo documentos que le envían por e mail los jerifaltes mercantiles del mundo mundial, todo en inglés, oye. Me hace mucha gracia cuando escucho al Agustín parlotear en inglés con alguno de los guiris que vienen invitados a su casa. Es que resulta chocante, un hombre de sus hechuras de ganapán y lo que encierra el tío.

Los domingos echa la llave al despacho. Después de volver de misa en su moto-vespa se cambia de indumentaria, se cuelga el corta setos y, escalera en mano, se pone a recortar las tuyas y a  acicalar su jardín. Le mete mano a todo. "Agus", le digo avergonzado de mí mismo, "si quieres aviso a mi jardinero para que eche unas horas en tu casa". "Bah, esto me sirve de distracción". Y me dejaría en ridículo si no fuera porque ya lo tengo asumido. Que yo soy un vago y él un hacendoso. Mientras enteramente pueda no recurrirá jamás a ningún profesional en la materia doméstica, no es que sea un manitas, no; pero se las ingenia para no gastarse un duro de manera tonta e innecesaria. Y queda presentable lo que hace, no es ningún mamarracho. Recién llegado de Viena se ha entretenido en taponar con masilla unos agujeritos minúsculos que rezumaban agua de la depuradora. Lleva la mía años meándose a chorros. "Intellectus apretatus discurrit qui rabiat", es uno de su latinazgos favoritos. Y lo pone en práctica. Veréis, pues, que hay gente tanto o más rácana que un servidor. Dicen por ahí que las personas que de niños han pasado necesidad se vuelven peseteros y encogidos cuando son adultos. A mí me parece que sí. Por mi vecino y por mí.

Agustín no se cansa nunca de algo que tenga entre manos, no sabe parar. Puede tirarse todo un día en su despacho sin bajar a comer siquiera (y esto sí que es de mérito), puede quedarse la jornada entera en la Universidad o comiendo toda la tarde con su grupo de "Poleo-Menta", amigos de la facultad o, como dije, afanado en su jardín de sol a sol. Infatigable. Pero en cualquiera de sus muchas y variadas actividades, por muy en harina que se encuentre, basta que suene el teléfono o que alguien se presente en su casa (yo mismo a pedir dos huevos prestados a la Paqui) para no tener el más mínimo problema en cambiar de tercio. Suelta los libros, los apuntes, el ordenador o los aperos y...prepárate y siéntate cómodo porque ya no te dejará ir así como así hasta que su mujer desesperada le diga "Agustín, por Dios, me cago en la leche, que hace ya media hora que habrías tenido que ir a recoger a tu hija, so cojonato". Y entonces pilla y se va y no sabe uno cuando tendrá a bien volver, porque igual pega hebra con los padres del amiguito de Miriam y le dan las tantas. "No puedo con este hombre", se lamenta la Paqui. De cualquier manera, si hay algo en lo que nuestro amigo sea insuperable es en su voraz apetito. De comer sí que no se fatigará jamás. Es de los que son capaces de asistir  a dos bodas el mismo día. Este tío ha pasado hambre de chico, tú. Hace ya tiempo que lo diagnostiqué de tener atrofiado el centro hipotalámico que regula la saciedad. No tiene "jartura".

Luego, como alguna debilidad ha de tener, a la  hora de vestirse es un desatre de hombre, carece por completo del sentido de la proporción, de la combinación de colores, de lo socialmente correcto. Si por él fuera iría a la Universidad en chandal mismo o, mejor, con un conjunto de camuflaje del ejército de tierra que le regaló su hermana Peña hace unos años. Paqui tiene que vestirlo cada mañana. No os digo nada de cuando fue Rector magnífico, lo mal que llevaba que su mujer tuviera que repasarlo de arriba abajo cada día. Para los viajes Paqui le clasifica la maleta con un calendario detallado de qué ropa para cada uno de los días. Lo que no me explico es cómo se las apañaba en el seminario; una de dos: o no nos dábamos cuenta porque el babi lo tapaba todo; o era que sus amigos, el Faema y el "doctorcito" lo adiestraban. No sé. A fuerza de insistir ya va aprendiendo, claro. De todas formas daría yo algo por ver su compostura en plena sesión de trabajo en las Naciones Unidas. Con la de pijos que tiene que haber en esos sitios.

Al igual que en su casa, en la Añora, su pueblo, se despoja de toda pompa capitalina y disfruta, como un noriego más, de su casa, de su calle, de sus vecinos, de su taberna. Para cualquiera que lo viera en su pueblo, en la feria o en la fiesta de las cruces, departir con unos y con otros con natural familiaridad, o lo sorprendiera de jardinero cutre en su patio, le resultaría imposible imaginarlo como un catedrático de postín. Imposible. Esta capacidad suya camaleónica de saber ser pueblerino en el pueblo y doctor en la ciudad, campechano en su casa y un tío la mar de serio en la facultad, hombre corriente con sus amigos y autoridad mundial en Nueva York o en donde se tercie, de ser hombre sencillo y a la vez conspícuo hacen de él un personaje muy singular, único entre nosotros.

"Mira, niño", me dice ayer mismo, "me han felicitado los representantes de distintas naciones, los de Corea, los de los paises sudamericanos, los de China, incluso los norteamericanos, por haber sabido mantener a raya a los representantes alemanes que con  merkeliana prepotencia pretendían mangonear la reunión". "Qué tío más grande", le adulo yo, "te atreves hasta con los bárbaros del norte". "Esos no saben con quién han dado", se ríe con su boca grande y sus ojillos de piñón, "con un añoro, nada menos" .

-Pues que sepas Agustín que si esos alemanes chulos te vieran, como te veo yo, con tu mono azul, cien veces remendado, raído de treinta años de viejo, tu sombrero de paja y tus escaleras mohosas recortando los  setos no te pondrían ni de ordenanza.
-Pero como no me ven...

1 comentario:

  1. Mis felicitaciones para Agustín y Paqui.
    Y por supuesto a ti por tu brillante, humano,y divertido perfil de nuestro amigo.
    Enhorabuena a todos
    Un abrazo

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