miércoles, 18 de abril de 2018

El asunto de la jodienda...

A mis años, me he echado unos nuevos amigos aquí en Antequera. Tenía para mí que el cupo estaba más que completo, tantos amigos tiene uno que sinceramente no doy abasto para poder tenerlos contentos a todos. No exagero ni me pongo moñas. Como dice mi amigo Juan Francisco, el patrimonio de los que no tenemos patrimonio son nuestros amigos.

Bueno, pues ha querido la casualidad que dos buenos hombres de aquí se hayan encontrado con mi blog y con mi libro, y se hayan prendado de su autor, hasta el punto de haberme localizado. Hemos quedado a tomarnos una cervecita, y oye... tan amigos. Naturalmente, tengo que conocerlos mejor, pero la primera impresión es prometedora.

Diego es odontólogo y rondará los cincuenta y cinco, por ahí por ahí. Dice que en su casa son cuatro: la mujer, la hija, la perrita y él mismo. Y ya más tarde se acaba de confesar: "y además tengo un yerno negro". Cubano. Que es atleta. Vive en pecado con su hija pero aún no le han dado un nietecito mulato. Ya va teniendo ganas. La hija es podóloga, lo cual me va a venir de perlas, habida cuenta de mis uñas almejeras. Las de los pies. Aunque diez años más nuevo, Diego y yo hemos compartido muchas cosas de nuestra Córdoba juvenil aunque en tiempos diferentes: el instituto Séneca con don Rogelio "El Chino"; "El Bocadi"; la taberna del fifty-fifty; los paseos furtivos por la judería tras las nenas; la bajada desde las Tendillas al Séneca por la calle Céspedes, el seminario y la travesía de san Basilio; los sótanos del hospital provincial y luego la flamante facultad de medicina; las clases imperecederas de don Pedro Montilla y su flequillo beodo, de don Pedro Sánchez Guijo y, por encima de todas, las de don Carlos Castilla del Pino, su verdadero ídolo. Hizo medicina, quiso ser médico de familia, de aquéllos que iban a las casas de los enfermos con su cartera recolgada, pero su destino eran los piños. Un cuñado lo convenció para matricularse en odontología y se hizo dentista. Y se forró en aquellos tiempos. Diego es natural de Espejo donde ha heredado de su padre una tierra fértil de olivos y de pistachos, mira tú qué cosa. Debe andar sobrado y trabaja solo tres días en semana. Los lunes se los coge para su campo, y los viernes para su cuerpo serrano. Hace bien.

Joaquín es un maestro jubilado que va a cumplir pronto setenta y uno. Pero parece un chaval. Es enjuto y pequeño. Dos cuartas más y parecería enteramente don Quijote. De hecho, posee la mística y la fantasía del hidalgo manchego. Es muy gracioso. Y muy rutinario. Se levanta antes de que claree el día, a las cinco de la mañana; a las seis, ya está andando por la sierra. Se cronometra los pasos y los kilómetros con uno de esos modernos artefactos, una pulsera electrónica. "Hoy ya llevo 11 kilómetros" -me dice a las doce del medio día. "Pero chiquillo ¿por qué te mueves tanto, dónde vas tan temprano si tienes todo el día por delante?" Y me contesta con solemnidad: "Mira joven, a mi edad un viejo que se quede sentado en su casa media hora más de la cuenta, ya huele a muerto". Nunca ha ingresado en un hospital, no toma ninguna medicina, come de todo -"lo que más me gusta de los bares son los calamares fritos, me gusta entrar en mi casa oliendo a calamares fritos"-, desde luego no fuma y muy ufanamente se considera un picha brava. "Aunque he de reconocer que últimamente solo puedo usarla con fines domésticos -se pone el tío-, ya no da para otras faenillas". ¡Cojones con Joaquín! Lo que más le ha impresionado de mí, de lo poco que conoce mío a través de las lecturas del libro y del blog, es la apología que hago de mi pasado seminarista, de mis maestros y amigos, que no solo no reniegue de mi pasado, sino que lo ensalce de esa manera. "Joaquín, ¿cuándo vamos a quedar con nuestras mujeres?" -le pregunto. "Tranquilidad, muchacho. Primero nosotros. Las mujeres tienen otro bioritmo". Ayer recibí un wassapt suyo anunciándome que se va unos día al monasterio de El Parral, en Segovia, a convivir con cuatro o cinco jerónimos que quedan. Un místico, ya os digo.

Y ya en confianza, Diego nos cuenta una anécdota reciente en su clínica dental. Resulta que tiene un paciente con una enfermedad neurológica muy avanzada, tanto que lo imposibilita ya hasta para caminar. Que no responde a los fármacos y que hace poco lo han operado en el "Carlos Haya" de Málaga como último recurso. Le han colocado unos electrodos, unos neuro estimuladores dentro del cerebro, en una zona denominada "Sustancia Nigra". Y ha mejorado una barbaridad. ¡Lo que hacemos los artistas! Bueno, pues entra este hombre todo ufano en la consulta de Diego para una revisión bucal y le cuenta los pormenores de la operación. La cirugía de cerebro se hace con el paciente despierto y alerta. El cerebro no posee receptores sensitivos y, por tanto, no duele. Además, el cirujano necesita tener al paciente despierto para que éste le indique qué sensaciones o qué dificultades va notando.

-Me operaron dos chicas jóvenes, guapísimas, Diego. No veas cómo estaban...
-Anda hombre, estarías tú como para fijarte en eso...
-Como te lo digo. Estaba la mar de tranquilo. A lo mejor me pusieron algo. No lo sé. Mira, mientras me trasteaban por dentro yo veía mis sesos por un monitor enfrente mío. Y la cirujana cada ratito: "¿Manolo, cómo va?" Y yo: "Bien, bien, por mí sigan hurgando por ahí." Y ya a lo último, mucho más animado, va y le digo, "Doctora, escarbe usted un poquito más, a ver si consigue dar con el núcleo de la erección y me pone ahí un par de electrodos de esos". Mira, Diego, las pobres doctoras por poco si se asfixian al no poder reírse tanto por mor de sus mascarillas. Qué pechá de reír se dieron todos en el quirófano... Y la doctora más jovencita, la ayudante, va y me dice: "Manolo, si diéramos con ese núcleo nos hacíamos de oro".
-¡Qué cosas se te ocurren, y en un momento tan delicado, tío!
-Es verdad, pero es que los tíos somos todos unos salíos en esto del sexo, ¿o no es así?


Estoy con Manolo. El sexo es la vida. Y ya se sabe, el asunto de la jodienda...




6 comentarios:

  1. Vaya con José María...
    Un auténtico retratista y notario de la realidad. Aunque se nota mucho que has puesto más fervor de amigo que objetividad en tus comentarios. La verdad es que fue un primer encuentro vistoso, luminoso y muy lujurioso en el sentido de la efusividad y no de lo lascivo.
    Vivir es convertir el tiempo en obra de arte y en eso estamos empeñados.
    Naturalmente que nos veremos y gozaremos del peripateo en amistad.

    ResponderEliminar
  2. Eres un artista, Ardino. De las letras y de la vida. Debiera de haber más gente como tú, el mundo sería otro, más cultivado, más ingenioso, más gracioso.
    Hasta pronto.

    ResponderEliminar
  3. Como siempre he disfrutado leyendo tu relato.Tienes muchos amigos aunque algunos estemos tan lejos que sólo podamos vernos en contadas ocasiones.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Lo sé, Fernando. Y bien que disfrutamos cuando nos vemos.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  5. José Maria, me alegro de este feliz reencuentro en Antequera, con antiguas amistades y con las nuevas que seguro no te van a faltar.
    Lo extraño sería lo contrario. Una persona amable, cercana y de fácil trato como tú, sólo puede contar con numerosos amigos.
    Envidia me dan estos antequeranos que lo tienen fácil para echar un rato contigo. Desde lejos, nos tenemos que conformar con leerte y disfrutar con tus historias.
    Un abrazo amigo.

    ResponderEliminar
  6. Un abrazo, Manolo. No te preocupes que seguiré relatando historias para teneros entretenidos. Jajaja.

    ResponderEliminar