lunes, 2 de abril de 2018

La rumana y el pollo

Tengo fichados a tres pedigüeños que se apostan diariamente y a jornada completa en determinados sitios estratégicos de la calle Infante don Fernando -vulgo calle Estepa-. Y yo, casi religiosamente y de manera rotatoria, les abono mi diezmo, un euro. Ya nos conocemos, claro está. Los tengo fichados, me ufano ante la Peque. Ellos son quienes te tienen fichado a ti, so inocente, me responde enseguida. Mujeres.

Son dos hombre y una mujer. Ellos son muy correctos y discretos, nunca piden de manera llamativa, simplemente están sentados frente a su platillo, uno le echa la moneda y ellos te devuelven un "gracias señor" y ya está. Pero ella, la mujer, es mucho más tentona. Desde diez metros antes de que uno llegue a su puesto ya está componiendo los gestos lastimeros e inventando el pretexto oportuno: "Deme algo, por favor, para las medicinas de mi nieto", por ejemplo.

Me hace gracia, qué queréis que os diga, me cae bien esta mujer añosa y agitanada. Acostumbrada a su euro cada tres días, según tocas, si en alguna ocasión le entrego calderilla -la pettite monnaie de los franceses- me afea la conducta meneando negativamente la cabeza delante mía mesma, como diciendo "esto no es lo acordado". 

Un día se sintió descubierta, creo yo. Paseando mi perrita por una de las calles señeras de Antequera, nos salió al paso otra perrita muy ladradora y perfectamente acicalada que venía suelta. Mientras yo tranquilizaba a la mía nos abordó por la espalda una mujer andrajosa que venía a por su perrita. "Qué susto, creía que se me escapaba -se me disculpa-, es que es la perrita de mi nieta". Al levantarse de recogerla me quedo mirándola y era mi pedigüeña, mi rumana de la calle Estepa. "¡Anda, pero si es usted!" -le dije sorprendido. Y ella, más sorprendida aún: "Ah, mire qué casualidad"... Y sin dejar de sonreírme se alejó hacia su casa, una casa de cierto postín. Y supuse que ella y su hija serían del servicio doméstico y vivirían allí, claro.

Últimamente parece haber cambiado de estrategia. Seguramente "despedida" por el dueño de la pastelería en cuya puerta se apoltronaba, ahora me la encuentro sentada a la salida del Mercadona que frecuento. Y ya no me pide dinero, o sí, pero sobre todo, comida. "Señor, cuando usted salga, a ver si me puede comprar una cajita de fresas... Para mis nietos, los pobres"... Y allí que salgo yo muy solícito y le entrego las fresas. A ver... Lo de hoy ha sido muy gracioso. "Señor, qué buena persona es usted, me haría falta un pollo". "¿Un pollo?" -le respondo casi mosqueado. "Sí, por favor, un pollo entero, que es que a mis nietecitos les gusta mucho, y no podemos". Ea, pues ahí está, un pollo entero, cinco euros del tirón. Joer con la vieja, me digo. Y cuando se lo estoy entregando en la misma puerta de la calle se me ocurre... Bueno, estas cosas que solo me pasan a mí. Se me ocurre preguntarle que por qué un pollo entero, si no sería mejor bandejas de piezas de pollo ya despellejadas y más fáciles luego para cocinarlas que no tener que andar desollando y cortando huesos... En fin, uno por ayudar. Y va y se pone la señora: "Pues es verdad, mañana me compra usted  bandejas de esas". La madre que la parió. 

La Peque ya me ha sentenciado: "Esa mujer te tiene cogido el pan bajo el brazo. Ya no vas más al Mercadona".

8 comentarios:

  1. Jajaja...¡Por la caridad entró la peste! Que buen relato. Da gracias de no vivir en la epoca de nuestro señor D. Felipe IV, te imagino de protector de una república de mendigos.

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  2. El próximo día, Fili, alargate y la obsequias con un pollo relleno y acabará pidiéndole el pavo de acción de gracias. Tu puedes doc,pero que no te vea la Peque.

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  3. Amigo José María, es verdad que se nos parte el alma cuando vemos esos cuadros en la calle. En París nos llamó la atención a mi mujer a mí, el ver en el suelo a parejas con niños pequeños pidiendo, encima de un colchón. Cada poco veíamos repetido el cuadro, y como pasaba una furgoneta a recogerlos, incluso discutían por la falta de recaudación.
    Vivir para ver, siempre hubo en todas partes gente espabilada que se aprovechan del buen corazón de los demás.
    Un abrazo.
    Juan Martín

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  4. El asunto de fondo tiene mucha enjundia. No es momento ahora de profundizar. Y sé de la existencia de mafias que esclavizan a esta pobre gente. Pero me puede la piedad.
    En fin solo he querido comentar lo puramente anecdótico.
    Ya falta nada para Priego.

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  5. Tú tienes a tu rumana y yo tengo a mi Denis. Un nigeriano que vende pañuelos y desodorantes para coche en un semáforo por el que suelo pasar. Yo soy su "papi" y mi esposa su "mami". Solía darle algún euro cuando me detenía en el semáforo. En Navidad le compraba una bolsa
    con productos iguales a los de casa.Con el tiempo entablamos conversación y le pregunté si estaba casado y si tenía familia. Me indicó su dirección en la cuesta de la pólvora y me regaló una foto de su hijo de 2 años (en aquel entonces). Se llama Pepe. A partir de ese momento cada mes le compraba pañales, tarritos de comida, leche ... Hablando con él supe que llevaba en España 7 años y que está de forma ilegal. Tanto mi esposa como yo le hemos tomado cariño y creo que no tanto como el que él nos profesa. Naturalmente sigo ayudándole mensualmente y he intentado conseguir que su estancia en España se legal, cosa que no he podido conseguir por motivos de su país de origen.
    Como siempre es un placer leer tus relatos amigo Filis.
    Un abrazo

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  6. Historias para llorar muchas de ellas, pero que a mí me gusta convertirlas en historias para reír. Durante muchos años, trabajando en Valme, también yo tuve mi negrita del semáforo en Bellavista con su drama detrás persiguiéndola.
    Un abrazo.

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  7. Mi amigo Diego Millán es dentista, le conoce y me trae entusiasmado su libro: Historias de mi consulta...
    Me lo devoro en un rato y lo disfruto.
    Uno agradece encontrar personas como usted. Entreveradas de humanidad, honestidad y fino sentido del humor.
    Es verdad que seguramente es mejor internista que autor, pero pocos le echarán la pata en bondad.
    Me llevé el libro a comprar el pan, le enseñé su foto a un paisano que lo reconoció y me habló de usted y su familia en los mismos términos que uno descubre en libro.
    Ya conozco tanto de usted que lo considero un amigo. Quizás algún día coincidamos.

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  8. Estimado Ardino: no nos conocemos, pero me alegra mucho comprobar que gente buena se sienta atraída por gente buena, aquello de Dios los cría y ellos solos se juntan. Es verdad, no me duelen prendas en admitir que me considero un médico excelente para los demás, pésimo para mí mismo, y una buena persona. No es ningún mérito. Cuando naces y te crías en una familia como la mía, cuando pasas tu vida joven rodeado de maestros y amigos como los míos, y luego vas y te casas con una mujer tan extraordinaria como la mía... todo es coser y cantar. Soy un privilegiado de la vida, eso es todo.
    Ahora vivo en Antequera, espero que por mucho tiempo. Cualquier día nos vemos en la clínica de Diego o por la calle. Me reconocerás en el tontódromo paseando a mi perrita blanca, yo, un tipo alto, desgarbado y con una gorra pegada a mi calva.
    Un saludo.

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